Publicado en ALDARRIKA: Observando de cerca al enemigo. Dossier FMI, BM, GATT. Seminario Erandio 1,2,3 julio 1994. pp 43-49.
En este texto vamos a intentar exponer sucintamente cuatro ideas básicas sobre las consecuencias negativas que tiene en las mujeres la nueva estrategia mundial capitalista que se está implantando en parte bajo los auspicios del FMI. Hemos dividido el texto en dos apartados: en el primero analizaremos qué es el FMI, cómo, cuando y para qué surge, siempre ubicando el análisis en la especial situación de la mujer en aquél momento y durante la evolución del tema. En el segundo analizaremos las directrices fundamentales del FMI y su impacto negativo sobre las mujeres. Vamos a ceñirnos en la medida de lo posible a la situación de la mujer en Euskal Herria y en general dentro del llamado «mundo desarrollado». Lo hacemos por dos razones: una, porque constatamos que la inmensa mayoría de estudios críticos que analizan esta cuestión se limitan a las mujeres del «tercer mundo» y otra, porque entendemos que la mejor manera de impulsar la emancipación de la mujer en el mundo es, desde luego, conquistarla en nuestra propia nación.
1. El FMI como parte de la nueva expansión del patiarcado
A finales de la IIGM el capitalismo se encontraba sumido en una duda existencial. Duda existencial en cuanto concernía a las cuestiones centrales de la «opresión invisible» -la de la mujer- y de la muy visible -la de las clases y naciones oprimidas- en todo el planeta. Por brevedad de espacio no podemos desarrollar ahora dos temas importantes unidos al de la opresión de la mujer a escala mundial: la de las clases y naciones oprimidas por un lado y por otro, la función elemental de la mujer dentro de esas clases y naciones aunque, como veremos en los dos apartados posteriores, sí desarrollaremos algunas implicaciones suyas en el presente y en el futuro.
La participación de la mujer había sido central para vencer al nazismo en Europa y al Japón en Asia. Fundamentalmente en la URSS y en relativa menor medida en los restantes Estados y naciones, el trabajo global y la participación armada de la mujer fue capital para el triunfo. El tremendo esfuerzo de trasladar las fábricas soviéticas a zonas seguras, de ponerlas de nuevo en marcha, de construir y reconstruir una y otra vez carreteras, puentes y ferrocarriles, de participar en unidades militares oficiales y guerrilleras, etc, etc, ese esfuerzo fue vital para la derrota del ejército nazi frente a la URSS, en donde se concentraron el ochenta por ciento de las tropas alemanas. Otro tanto tenemos que decir de las mujeres de los países y Estados ocupados por los nazis, especialmente en donde hubo ejércitos guerrilleros que no sólo resistieron a la represión sino aumentaron su fuerza armada. Las experiencias yugoslavas, griegas, polacas, checas, albanesas, francesas, noruegas, etc, son concluyentes. Inglaterra sobrevivió también gracias al masivo esfuerzo de la mujer. En la guerra en Asia contra el Japón las guerrillas filipinas, birmanas, malayas, coreanas, vietnamitas, etc, se sustentaron sobre el trabajo invisible de la mujer. Pero sobre todo, fue en China en donde más patente y decisoria fue su intervención que venía de antes de la propia invasión japonesa. En lo que respecta a EEUU hay que decir que sin la fuerza de trabajo de la mujer nunca se hubieran alcanzado las impresionantes cotas de producción armamentística.
Dentro mismo de las potencias invasoras, la mujer jugó un papel central en la resistencia interna. Los partisanos italianos lo sabían muy bien. En Alemania muchas redes clandestinas de ayuda a judíos, aliados, trabajadores deportados y sobre todo de espionaje, funcionaron gracias a las mujeres. La propaganda oficial de esas potencias insistía con especial fuerza en el mantenimiento del patriarcado propio como fuerza alienante, como medio para impedir la concienciación y participación de las mujeres en la resistencia clandestina.
Estados aliados de esas potencias, sobre todo el español, también dedicaban esfuerzos supremos, siempre con la bendición eclesiástica, para impedir la emancipación de la mujer y su participación en la resistencia nunca sofocada. Pese a las terribles condiciones represivas del momento, dicha participación era innegable. Euskal Herria en concreto es un ejemplo de cómo las mujeres asumieron desde el inicio mismo de la sublevación franquista una responsabilidad básica mantenida durante más de medio siglo, hasta la actualidad.
Pues bien, conforme se acababa la IIGM, las burguesías victoriosas pero también las derrotadas, como la alemana, italiana y japonesa, se interrogaban sobre algo fundamental para el futuro: żcómo contener la casi segura avalancha de reivindicaciones democráticas y feministas de unas mujeres que lo habían dado todo en la guerra?. La experiencia histórica les enseñaba que en situaciones anteriores similares que se remontaban a los primeros movimientos antifeudales, a las revoluciones burguesas, etc, en todas ellas, siempre, las mujeres habían exigido sus derechos y habían puesto sobre la mesa sus reivindicaciones específicas basándose en la innegable legitimidad conquistada por su esfuerzo, muy superior al de las propias clases dominantes. Además, las condiciones de 1945 eran especialmente inquietantes para el capitalismo: la URSS aparecía como la gran vencedora del nazismo; dentro de Europa se habían generado fuertes movimientos revolucionarios armados en los que la mujer jugaba un papel central; millones de mujeres que habían ido a la fábrica se resistirían a volver a la cárcel familiar; las burguesías europeas no tenían ninguna legitimidad por su colaboracionismo abierto o encubierto y, en especial, el baluarte último del patriarcado y de la opresión de la mujer, las diferentes iglesias cristianas y en concreto el Vaticano, menos aún. Fuera del «mundo desarrollado», en Asia, la creciente fuerza de la revolución china y la continuidad de las luchas de liberación en Vietnam, Birmania, etc, y la situación de la India, por no extendernos, auguraban las mismas negras expectativas para el patriarcado.
Es en este contexto en donde hay que ubicar la función del FMI y en general de toda la estrategia diseñada en Bretton Woods. Por lo común, los análisis críticos realizados sobre dicha estrategia se limitan a sus aspectos económicos, políticos y militares olvidando su impacto sobre la mujer. Sin embargo, todo el ordenamiento imperialista impuesto por EEUU en Bretton Voods se sustentaba además de en lo anterior, también en la sojuzgación de la mujer para aumentar las sobreganancias del capital y asegurar el sistema patriarcal. Tenemos que partir de la esencial unión simbiótica entre capital y patriarcado para comprender la importancia de la ofensiva antifeminista que se desarrolló inmediatamente después de la IIGM. Junto a las medidas de contención contrarrevolucionaria de los procesos de liberación nacional y de clase en el «tercer mundo», dentro del primero, dentro de Europa, actuaron mecanismos de control social, integración reformista y represión política destinados a recomponer el capitalismo seriamente dañado y evitar las sucesivas crisis pre y revolucionarias que se dieron tras la IGM. Nos vamos a centrar en la ofensiva patriarcal en Europa que es parte integrante de la estrategia global del imperialismo yanki.
Los ejes del ataque fueron cuatro: reproductor, para aumentar la tasa de natalidad recuperando la mortandad de la guerra; económico, para obligar a las mujeres a dejar las fábricas enclaustrándose en el domicilio; político, para obtener el voto femenino o en cualquier caso su abstención y cultural, para relegitimar los valores patriarcales, la familia y la religión. Tanto en EEUU como en Europa el clima artificial de la llamada «guerra fría» aportó la necesaria dosis de «terror psicológico de masas» ante una «invasión soviética» y la inevitable guerra nuclear. En este ambiente el cerco a las organizaciones revolucionarias que no secundaron las directrices de los PCs reformistas; las expulsiones de comunistas de gobiernos y aparatos de Estado; el aislamiento de los sindicatos que insistían en las reivindicaciones obreras; el severo control informativo y de prensa; las reyes represivas contra la oposición no reformista, etc, comunes en la inmensa mayoría de la Europa capitalista desde finales de los cuarenta, en este ambiente, repetimos, se agudizó la contraofensiva patriarcal.
En EEUU el denominado «macartismo» y la «caza de brujas»; en Inglaterra la sumisión del laborismo a la estrategia capitalista; en la RFA la represión oficial y la recuperación de la burocracia exnazi; en el Estado francés del gaullismo; en Italia la alianza contrarrevolucionaria materializada en la Democracia Cristiana…. ¿para qué seguir?. Además, las profundas transformaciones económicas infraestructurales unidas a la vuelta a casa de millones de soldados, deportados y refugiados, así como la fase de expansión económica que se inició con la década de los cincuenta, todo ello imposibilitó orgánicamente la plasmación de las reivindicaciones de la mujer. A ello hay que unir la política de reformas estatales, el comienzo del llamado «Estado del Bienestar» (?) tras décadas de dolor y recuerdos muy recientes de sufrimientos y guerras. El miedo a una nueva guerra, esta vez nuclear, así como la fuerte propaganda legitimadora de las guerras brutales contra los procesos de liberación de las colonias, activó una remilitarización intensa que a su vez exigía más y más carne de cañón, con los consiguientes planes de natalidad y de reforzamiento de la familia autoritaria. Por último, la intensa propaganda occidentalista y cristiana frente a la URSS y a la «subversión mundial» terminó por conjuntar todas las piezas de la máquina patriarcal y capitalista.
Gradualmente se fue perdiendo la memoria de la lucha antifascista y de las fuerzas revolucionarias acumuladas durante la IIGM; se olvidó a la vez la excepcional correlación de fuerzas sociales en los años inmediatamente posteriores a la IIGM; los cambios descritos afectaron a la forma de vivir y pensar de las/os resistentes; la irrupción de la TV y el dominio incontestable de la cultura yanki, de su modelo de vida, de sus valores reaccionarios expresados en las películas de Walt Disney por ejemplo; el atraso creciente de las izquierdas para responder a esas transformaciones y nuevos ataques…. todo presionó desde todas partes para asfixiar las esperanzas y sueños creados en la guerra. Sin embargo, mientras moría un mundo nacía otro. Sectores pequeños de mujeres yankis empezaron a concretar el feminismo a mediados de los sesenta. Eran núcleos reducidos, intelectuales y de extracción burguesa o pequeño burguesa, sin apenas arraigo en la masa desvertebrada y aislada de mujeres. Pero crecieron y se expandieron. La fuerte contestación dentro de EEUU a la guerra de Vietnam es incomprensible sin la tarea de aquellas feministas que ya para entonces se relacionaban con las europeas.
Se puede decir que para finales de los sesenta no sólo empezaba el agotamiento del modelo estratégico de USA en lo económico, político y militar, sino que también en su simbiosis esencial con el patriarcado. Los informes de las diversas organizaciones reaccionarias «privadas» como la Trilateral y otras muchas; los de los Estados mismos y los del Vaticano, por citar sólo unos pocos, denotan una consciente alarma ante una realidad cambiante, impredecible e incierta.
2. El «nuevo orden» patriarcal
La crisis global que afecta al capitalismo desde comienzos de los setenta, suavizado transitoriamente por la crisis y desaparición de la URSS y por la recuperación económica parcial de mediados de los ochenta, es también crisis del patriarcado. Desde mediados y finales de los setenta se asiste a una contraofensiva patriarcal y machista en todo el capitalismo: desde la «nueva filosofía francesa» pasando por el Vaticano, aumentando con el reaganismo y el thatcherismo, tomando cuerpo en el racismo y concretándose definitivamente en los nuevos valores de castidad, matrimonio y familiar unida, esta contraofensiva va unida filosófica, política y económicamente unida al triunfo del neoliberalismo como nuevo esquema estratégico del capital en adaptación y potenciación de la fase mundializadora. Es aquí en donde hay que ubicar las causas sexistas y consecuencias opresivas de dicha estrategia global: todas y cada una de las medidas neoliberales en curso aumentan y profundizan la explotación de la mujer, su opresión y dominación dentro del centro imperialista, que es el área que analizamos en este texto.
Es así por una razón sencilla y contundente: si la estrategia diseñada en Bretton Wood a finales de la IIGM tenía la finalidad de abrir una nueva fase de expansión capitalista controlada por EEUU, ahora toda la estrategia neoliberal y del «nuevo orden» aplicada mundialmente tiene también la función de abrir otra nueva fase expansiva. Entonces la derrota de la mujer era tan imprescindible como ahora. Ello era y es debido a que el capital y el patriarcado, o si se quiere el sexismo, tienen unos idénticos intereses materiales, cruda y desnudamente materiales en la opresión de la mujer. Son cuatro: uno, aumentar la explotación de la fuerza de trabajo de la mujer en todos los sentidos, en la casa, trabajo sumergido, fábrica, prostíbulo o en donde sea; dos, aumentar la explotación sexo-reproductiva de la mujer tanto con políticas de restricción autoritaria de la natalidad, que es el caso del tercer y cuarto mundos, como de su aumento potenciado oficialmente, como es el caso del primer mundo; tres, aumentar la explotación sexo-afectiva para aumentar la capacidad de absorción y canalización de frustraciones y tensiones de masas vía institución familiar y amor patriarcal y último, cuatro, aumentar la identidad grupal machista y sexista de la sociedad en momentos de incertidumbre, precariedad y retroceso de las condiciones sociales.
La cuádruple finalidad era esencialmente la misma hace medio siglo que ahora; ayer y hoy vale para todos los Estados y pueblos sometidos bien al capital, bien al patriarcado o, lo que es peor, a ambos. Varían las formas y los modos de aplicación pero la finalidad sigue siendo la misma a pesar del tiempo y de los cambios secundarios. Las líneas de ataque neoliberal fervientemente impulsadas por el FMI, BM y GATT, además de por otras instituciones, inciden plenamente en cada una de ellas y en todas conjuntamente. Como veremos, el imposible el desarrollo pleno de las líneas neoliberales al margen de la hiperexplotación de la mujer; de hecho, ésta ha aumentado proporcionalmente al endurecimiento neoliberal y a la puesta en marcha de las recetas del FMI, BM y GATT. Vamos a sintetizar en siete bloques de medidas esa estrategia y a analizar en cada uno de ellos sus consecuencias nefastas sobre y contra la mujer:
Primero: el neoliberalismo tiene la función clave de aumentar la tasa de beneficio de la burguesía, es decir, enriquecer más a la pequeña minoría de ricos y de empobrecer más a la gran mayoría de pobres. Se trata de endurecer las condiciones de explotación del trabajo, de debilitar a las clases trabajadoras, de desequilibrar aún más la distribución del excedente en beneficio de esa minoría dominante. Por todo ello, son las franjas sociales más oprimidas y débiles, situadas en la base de la pirámide de poderes, es decir, la mujer, ancianidad, marginados y emigrantes, quienes padecen y cargan sobre sí el aumento de esa explotación. Este proceso es a escala mundial, es decir, se da también en el centro imperialista. Naturalmente en el tercer y cuarto mundos, en la llamada semiperiferia, periferia y arena exterior, en esas inmensas y crecientes zonas del planeta la indefensión legal de la mujer es muy superior, pero también dentro del primer mundo asistimos a un recorte autoritario de las libertades, especialmente de las de la mujer y de los grupos y fracciones descritas.
Segundo: el enriquecimiento de los ricos exige además de una serie de medidas socioeconómicas a largo plazo, también de medidas de reducción del gasto estatal, de lo que se denomina «gasto públicos», es decir, fundamentalmente de los servicios sociales, asistenciales, educativos, sanitarios, etc, que antes sufragaba el Estado y que ahora son entregados a la voracidad privada burguesa. Su privatización va destinada a aumentar el beneficio de los ricos al obligar al pueblo a pagar esos gastos anteriormente sufragados por el Estado y otras instituciones. Se trata pues de aumentar las transferencias a la burguesía, mientras que el Estado sigue costeando con dinero público los servicios que los ricos no quieren privatizar. Ello redunda en un aumento exponencial de la carga diaria de trabajo de la mujer, al tener que ahorrar más y al tener que suplir con su esfuerzo personal la desaparición de prestaciones sociales como guarderías, centros de retiro y jubilación, etc.
Tercero: la privatización va unida a la desprotección y desrregulación de las formas de trabajo, a lo que se llama eufemísticamente «flexibilización del mercado de trabajo» que consiste en el despido libre de, en primera instancia, las mujeres trabajadoras. También, al deterioro de las contrataciones en los trabajos sumergidos, a tiempo parcial, a encargo domiciliario, etc, que, en primera instancia, se ceban en las mujeres como fuerza de trabajo indefensa. Semejante precarización y empeoramiento es necesario conforme la lógica del primer y segundo puntos, toda vez que el Estado opta abiertamente por los capitalistas. Pero dicho empeoramiento supone en la cotidianidad diaria de la mujer un aumento impresionante de la explotación al hacerse irreversible la doble jornada de trabajo y al aparecer ya la triple tarea cotidiana: trabajar fuera, en casa y además, en determinados días de la semana o del mes, atender a los familiares como padres, abuelos, etc, que no tienen acceso a residencias o que no pueden sobrevivir con jubilaciones de miseria. Es más, conforme avanza la precarización social la doble jornada de trabajo da paso a la triple función cotidiana pues los hijos en paro estructural no pueden abandonar el domicilio paterno aumentando la carga de trabajo doméstico.
Cuarto: este proceso de hiperexplotación se ve agudizado por otro componente esencial al neoliberalismo y a la estrategia defendida por el FMI, BM y GATT: la integración en el proceso de mundialización y globalización de la economía. La lucha contra la inflación es sólo una parte de la integración, al igual que toda la política económica. La mundialización -con sus variantes que no podemos tocar ahora- tiene efectos muy precisos sobre la vida diaria de las mujeres: la subida del costo de la cesta, de los servicios, etc, la reducción salarial directa e indirecta, además de originar los problemas anteriormente vistos, crean una doble tensión cotidiana: de un lado, la necesidad ciega e imperiosa de cualificar y reciclar el trabajo del marido e hijos/as cara a la creciente competitividad mundial y de otro lado, la necesidad de suplir con el esfuerzo personal el tiempo de cualificación y reciclaje. Los hijos/as deben estudiar más, el marido debe esforzarse en mantener su puesto de trabajo y la mujer debe cargar sobre sí las tareas correspondientes a esos incrementos. Se acorta pues el tiempo propio disponible, ya de por sí pequeño, y todo lo que se piensa de día y de noche está condicionado por la creciente competitividad mundial y por los esfuerzos familiares para mantener el nivel del competitividad.
Quinto: simultáneamente el conjunto de la estrategia descrita pasa por la política oficial del primer mundo europeo de aumento de la tasa de natalidad. El miedo inducido oficialmente a la «invasión extranjera» y al empobrecimiento por la «ausencia de mano de obra» se refuerza con las promesas de ayudas, subvenciones y descuentos oficiales en base al número de hijos. El patriarcado y el capitalismo crean así una ficción ilusoria sobre el futuro si se aceptan sus condiciones. Una reactivación programada y teledirigida de valores reaccionarios como el de la castidad, fidelidad monogámica de por vida, familia y matrimonio oficiales, etc, sustentan dicha política natalicia. Además, intervienen en su apoyo indirecto pero efectivo otros valores reaccionarios que al presentarse en sentido negativo refuerzan las «virtudes» de los anteriores: individualismo agresivo, pasotismo, etc. Así, la burguesía se dota de una alternativa de vida reaccionaria, derechista y militante que se expresa en el voto consciente a alternativas autoritarias y militaristas. De este modo, la mujer queda constreñida y encarcelada dentro de la jaula de oro familiar creyendo que ayuda así a la «salvación de occidente» y de sus «valores eternos».
Sexto: estas transformaciones propiciadas por el neoliberalismo llevan al extremo las tensiones y frustraciones colectivas e individuales. La familia se convierte en uno de los fundamentales pozos sépticos de absorción de la conflictividad difusa y del malestar psicosomático crecientes. En la familia y por tanto sobre y contra la mujer, se descargan los flujos y líneas de opresión de forma que, a la postre, el marido y los hijos descargan sus tensiones sobre la madre y las hijas. Es así como se incrementan las agresiones y violencias sexuales y corporales, afectivas y emotivas que no sólo físicas. Es así como se incrementan las depresiones y huidas en el alcoholismo doméstico de cada vez más mujeres. Es así como aumenta la indigencia sexo-afectiva, la soledad amorosa y el malestar psicológico. Para controlar el deterioro del mito familiar y para asegurar la continuidad de sus vitales funciones, el sistema aumenta su presión material y simbólica, propagandística, económica y política. Proliferan las revistas aleccionadoras y creadoras de esa peste de feminidad enfrentada mortalmente al feminismo. El elogio neoliberal del individualismo potencia el sexismo en todos sus aspectos alienantes y machistas, mientras que por el lado de la feminidad reaccionaria se potencia su complemento apaciguador: la docilidad postmoderna de la mujer troceada en tres obligaciones serviles, como son la de trabajar -el mito de la ejecutiva-, la de parir -el mito de la madre- y la de esclava sexual -el mito de la liberada- de modo que se refuerzan los clásicos roles sociales.
Los seis bloques de medidas aumentan la opresión de la mujer, su explotación económica y sexual y su dominación afectiva y cultural. Los seis se refuerzan mutuamente siendo vitales para el futuro del capitalismo. No podemos analizar ahora su plasmación en otras áreas del planeta, en la semiperiferia del Este europeo por ejemplo. Nos interesa centrarnos en nuestra situación por razones obvias. Partiendo de esta prioridad de la práctica liberadora propia, tenemos que añadir un séptimo bloque opresivo que analizamos por separado por su importancia pero que atraviesa y condiciona a los seis anteriores: nos referimos a la tendencia a la desnacionalización y a la desintegración de los pueblos sin Estado propio, oprimidos nacionalmente y carentes de medios de autorepresentación internacional. Tendencia creciente a lo largo de la historia del capitalismo y acelerada por su mundialización y globalización. Pero reversible y enfrentada a fuertes resistencias al tratarse de eso, de una tendencia. Es decir: por un lado el capitalismo impulsa la desnacionalización, pero por otro, debido a factores que no podemos detallar ahora, impulsa contradictoriamente con lo anterior fuerzas de liberación nacional. La mujer juega un papel clave en esta pugna de tendencias antagónicas.
Séptimo: el FMI, BM y GATT son fuerzas desnacionalizadoras y uniformadoras del mundo bajo una única cultura: la del mercado y la del dinero, aunque se exprese en forma de dólar, yen o marco. Ese mercado uniformiza el consumo, el lenguaje mercantil y de intercambio, los criterios valorativos del esfuerzo y trabajo humano, etc; consiguientemente uniformiza más temprano que tarde las culturas y los comportamientos adaptándolos a los imperativos mercantiles mundializados. La sexualidad y los sentimientos, sus lenguajes íntimos y afectivos, públicos y notorios en cuanto formas de vestir y relacionarse; el mismo lenguaje oral tradicional y propio del pueblo en suma, semejante capacidad interrelacional atesorada y construida durante generaciones es sometida en corto espacio de tiempo a tremendas presiones exteriores que originan respuestas interiores. La mujer es un especial objeto de manipulación por parte de esas fuerzas desnacionalizadoras, sobre todo cuando son jóvenes. Las mujeres de los pueblos oprimidos carentes de poder defensivo y de medios de creación cultural independiente o siquiera de defensas mínimas, están especialmente indefensas a esos ataques. El rol femenino, la feminidad en sí, al igual que el masculino son creados por contadas transnacionales de la imagen y de los valores imperialistas. Valores e imágenes acordes con los criterios del FMI y de la mundialización.
Desde luego que existen, como decimos, contratendencias nacionalizadoras y concienciadoras muy activas y con fuerzas considerables. Parten del arraigo del sentimiento colectivo, de la tradición histórica de participación de la mujer en la lucha de liberación, de su militancia en multitud de organismos y grupos incluso clandestinos y enfrentados antagónicamente al Estado opresor, enfrentados con las armas. Precisamente porque existen esas contratendencias, el sistema refuerza sus agresiones antifeministas. En el tercer y cuarto mundos, así como en zonas del segundo; en la semiperiferia, periferia y arena exterior, por usar un lenguaje más apropiado, esa presión adquiere formas abiertamente dictatoriales como son las prohibiciones islámicas y cristianas, el control impuesto de la natalidad, la esterilización forzada, la imposición de matrimonios económicos, la esclavitud sexual abierta y la prostitución masiva, la prohibición de derechos sociales, políticos y culturales elementales, la hiperexplotación económica, etc. En el centro imperialista las presiones se adaptan a las relaciones de fuerza y a la posibilidad de concesiones formales y aparentes del patriarcado burgués. En el centro imperialista, la misoginia cristiana debe medir más sus afanes dictatoriales por la marcada laicización histórica de la sociedad.
Llevada esta pugna global al problema del choque entre las tendencias desnacionalizadoras y nacionalizadoras, nos encontramos con que el modelo neoliberal del FMI, BM y GATT, el llamado «nuevo orden» que en realidad es el viejo desorden histórico del capitalismo, padece de una contradicción interna insalvable: de un lado, su militarismo consustancial, necesario para mantener el beneficio de reducida minoría de la clase dominante, le obliga a expandir una ideología agresiva, feroz y machista, armamentista y belicista, racista, xenófoba y occidentalista a tope pero de otro lado, también necesita protegerse bajo el manto ensangrentado de las «intervenciones humanitaristas» de los cascos azules, de los «derechos humanos» interpretados e impuestos por las deshumanizadas transnacionales y grandes corporaciones, de las «libertades democráticas» proclamadas por los antidemocráticos Estados asesinos, imperialistas e intervencionistas. Esta contradicción no puede ser indefinida y totalmente ocultada y/o manipulada por las transnacionales de la desinformación de masas. Es ella la que mina lenta pero imparablemente la legitimidad del «nuevo orden», además de otras causas, dentro de su núcleo central. El choque impactante del cinismo con la realidad, de la mentira con el hecho, de la propaganda con la crueldad inocultable, refuerza la existencia en los pueblos oprimidos la existencia de organizaciones resistentes; fuerzas en las que las mujeres juegan un papel clave como lo jugaron en el pasado. Entra aquí de lleno el debate sobre la violencia de las oprimida/os frente a la «paz mundial» auspiciada e impuesta por el «nuevo orden». Los pueblos que se resisten a esa «paz» cuentan con la decisiva participación de las mujeres, al igual que participaron contra los nazis en la IIGM y en guerras de liberación anteriores y posteriores. Frente a esta constante histórica, que se remonta a las sublevaciones de los esclavos, a las revoluciones democráticas en la Grecia clásicas y a las guerras de resistencia etno-nacional de los pueblos nómadas, por citar unos pocos casos de nuestro entorno cultural, el FMI, BM y GATT oponen un mito insostenible: el supuesto pacifismo inherente a la mujer por el hecho de ser mujer. Una caterva de intelectuales reaccionarios se obsesiona en restringir el debate de la participación de la mujer en el futuro de la humanidad al problema del control de la natalidad -control impuesto por el primer mundo- mientras que deja en manos del patriarcado, o sea, de las clases dominantes y de los hombres de esos pueblos el poder político, económico, militar y cultural, así como la política natalicia entera. Mientras los poderes sexistas hablan y oprimen, muchas mujeres toman directa o indirectamente las armas, planifican democrática y conscientemente su natalidad, intervienen en todos los asuntos colectivos e iluminan una nueva humanidad.
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 1 de julio de 1994