Reflexiones sobre la situación y perspectivas del capitalismo tras la lectura de «El largo siglo XX» de Giovanni Arrighi y breves apuntes sobre Euskal Herria

Presentación

Las páginas que siguen no pretenden sentar cátedra sobre el futuro del capitalismo sino sólo enumerar algunas de las hipótesis que se barajan al respecto por personas con una formación teórica y perspectiva histórica superior a la mía. Lo que aquí se quiere es únicamente es ofrecer una forma de ver la situación actual y sus tendencias a partir de las ideas que Giovanni Arrighi ha expuesto en su libro. En este sentido, se trata claramente de seguir en la medida de lo posible el sendero marcado por otro, con las facilidades y ventajas que eso permite. La rapidez con la que ha sido redactado me ha obligado a abusar de las citas largas en vez de una exposición resumida de su contenido.

Además de esta razón, hay otra que se expone al final cuando se intenta explicar porqué los abertzales tenemos unas prioridades que para muchos pueden ser incomprensibles y para otros incluso «fundamentalistas» e irracionales. De todo hemos oídos, y cosas peores escucharemos.

Por último, en cuanto comunista e independentista, las ideas que se exponen buscan ayudar a desvelar los mantos de falsedad que hacen que veamos las cosas invertidas y en negativo. Y aunque la simple visión y la teoría simple no cambian el mundo, sí ayudan a que las ideas se vuelvan fuerzas materiales cuando crecen en la conciencia de las masas oprimidas. Nada más que eso, y desde luego muchas gracias a G. Arrighi por haberme provocado y facilitado las reflexiones aquí expuestas.

1. Sobre su oportunidad

Vivimos -¿o mejor decir malvivimos?- bajo una impresionante avalancha ideológica destinada a borrar no sólo las objetivas contradicciones sociales que azotan a la humanidad, sino también a hacernos olvidar el conocimiento crítico y radical que hemos construido l@s explotad@s a lo largo de las sucesivas luchas y revoluciones mantenidas contra el capitalismo. Aunque los esfuerzos por imponer la amnesia histórica a l@s oprimid@s son permanentes a lo largo del capitalismo, sí es cierto, como demostró Lukács con su brillante crítica del irracionalismo burgués1, que en determinados momentos esos esfuerzos cobran nuevos bríos bajo el impulso de determinados inlelectuales orgánicos de la burguesía. Pues bien, en esas circunstancias son especialmente válidos los textos teóricos que rainstauran la importancia de la historia en general y, ya en particular, la importancia de la dialéctica entre regularidad y variabilidad inherente a todo proceso social de larga duración. Este es el caso del libro de Arrighi2.

Siendo más precisos, hay que decir que Arrighi aporta una visión teórica del capitalismo especialmente necesaria en estos años de olvido provocado de la historia. ¿A qué nos referimos? Uno de los objetivos ideológicos y propagandísticos del neoliberalismo de mediados de los ochenta del siglo XX era el de destrozar la herencia teórica revolucionaria que por sus posicionamientos críticos y desmitificadores hacia el stalinismo, podía suponer un riesgo para el capital por cuanto aparecía en esa época como el corpus teórico más sólidos y menos afectado por la degeneración stalinista. La intelectualidad burguesa quería no sólo acabar con la ya desprestigiada «doctrina marxista-leninista» fabricada por la burocracia rusa, sino sobre todo, por su peligro cierto, con las diversas corrientes teóricas no stalinistas que aparecían como las únicas capaces de responder a las preguntas sobre qué estaba pasando a finales de los ochenta. Pero, además de esta razón obvia, también debemos considerar el desconcierto propio de la intelectualidad orgánica, incapaz de racionalizar desde su idealismo reaccionario la agudización de las contradicciones de todo tipo a pesar del triunfalismo oficial del llamado «Nuevo Orden Internacional». Así se comprende que insufribles bodrios ideológicos como los de F. Fukuyama sobre el fin de la historia y los de S. Huntington sobre el choque de civilizaciones, hayan sido tan publicitados a comienzos de los noventa por la industria propagandístico-cultural burguesa, como denuncia Michael Savas3.

Posteriormente, conforme los hechos negaban esas estupideces propagandísticas, la maquinaria intelectual dominante popularizó al máximo el concepto de goma de «globalización», hinchándolo al máximo para meter en él todas las excusas, tópicos y mentiras necesarias para justificar el endurecimiento de las agresiones del Capital al Trabajo. La palabra «globalización» se utilizó y se utiliza para cualquier cosa y también aquí el libro de Arrighi ayuda a poner las cosas en su sitio. Tampoco viene mal insistir en que mucho antes de esa moda, desde el marxismo se emplease críticamente el globalismo como denuncia de los efectos perversos del Capital. Por ejemplo, Robin Blackburn 4. Este breve recuerdo de lo que es una seña identitaria de la crítica marxista del modo de producción capitalista nos permite comprender la facilidad con la que la izquierda ha deshinchado ese globo desde una perspectiva totalizante y sin que falten las concreciones nacionales, en especial y por lo que nos interesa, la euskalduna (5)5. Sin que haya desaparecido o debilitado el uso de ese tópico, pensamos que no es casualidad el que ¿como sustituto? se haya ido imponiendo desde mediados de los noventa la supuesta «nueva economía» como concepto que resume una fase desconocida anteriormente.

1.1. El mito de la nueva economía

Sin embargo, y aceptando las limitaciones de un comentario tan breve, basta con investigar superficialmente en la historia de la teoría económica para descubrir que ya en 1962 S. B. Clough defendió la existencia de una «Nueva Economía» ni más ni menos que en el período 1875-1914. Pero, al margen de la historia, la intelectualidad orgánica se entretiene divagando sobre todo lo «nuevo», mezclándolo con la globalización, diferenciándolo o incluso negándolo6. La supuesta nueva economía sostiene que el desarrollo tecnológico y en especial el Internet, el más detallado conocimiento de las preferencias del cliente y las posibilidades abiertas por la producción flexible y la fácil financiación, todo ello del mercado global, permite y explica el intenso y extenso crecimiento económico mantenido sobre todo por EEUU en los últimos años. No es este el sitio para entrar a una crítica de la «nueva economía», basada entre otras cosas en una brutal explotación de la fuerza de trabajo social y en la dominación del Tercer Mundo para abaratar al máximo las materias primas y los recursos energéticos.

De esta forma, cuando leemos en la prensa que instituciones imperialistas tan poderosas como la OCDE y el G-7 aseguran que el capitalismo está entrando en una nueva fase expansiva de dos décadas 7, comprendemos entonces que no solamente lo hacen desde una perspectiva estrictamente economicista, sino también propagandística en su sentido más clásico. Es decir, de un lado, se nos promete de nuevo, por enésima vez, la futura llegada del definitivo y eterno «reino del dinero» y, de otro lado, se nos dice que ello confirma la muerte definitiva del socialismo y especialmente del marxismo, que ha fracasado en sus «profecías catastrofistas». En realidad, cuando la crisis azotaba duramente al capitalismo y la intelectualidad burguesa no sabía qué decir, autores marxistas advirtieron que se trataba de una crisis de onda larga y que en la década de los noventa podría iniciarse una onda larga expansiva 8. No hace falta decir que, de nuevo, el libro de Arrighi viene de perlas para criticar esa cuestión porque, como veremos, su último capítulo estudia las diversas alternativas del capitalismo cara a su futuro. En este sentido, la «nueva economía», no es sólo un intento de embellecer un futuro en sí mismo terrible para la inmensa mayoría de la humanidad, sino también un esfuerzo por mantener siquiera en el plano ideológico la superioridad del «modelo» norteamericano sobre el europeo. No hace mucho, se aseguraba en la llamada «prensa especializada» que el crecimiento económico europeo será «a la americana» 9. De este modo, se va introduciendo en la gente común y corriente la creencia de que el futuro «es norteamericano» o al menos está impuesto por «el modelo de vida yanki», aunque malvivamos en Europa.

Esta predominancia del modelo norteamericano se refuerza, además, con las versiones triunfalistas que la prensa burguesa ofrece de las excelencias de la «nueva economía» según las cuales ahora puede enriquecerse súbitamente cualquiera independientemente de sus condiciones sociales, de su situación y origen clasista, de género y etno-nacional, etc, con tal de que arriesgue en el juego bursátil. Maxime Durand ha criticado así esta propaganda: «Tal es el milagro de la bolsa, que multiplica los pantes de una manera fascinante. Pero ¿se puede uno enriquecer verdaderamente mientras duerme? Para los marxistas armados de la teoría del valor, la explicación es bastante sencilla: no puede tratarse más que de una transferencia, de una retención que realizan las rentas financieras sobre la riqueza producida. En el fondo, es porque los salarios están bloqueados (y que la inversión productiva no aumenta a medio plazo) que una parte de valor añadido puede ser captada por los jugadores en la bolsa hábiles: el dinero que les cae del cielo no es sino salario no pagado. La ideología particular del nuevo capitalismo toma entonces la forma de una amplia empresa de autopersuasión, que intenta convencer de la capacidad del capital (o de internet) de hacer dinero al margen de cualquier proceso de explotación. Es lo que se llama el fetichismo. Individualmente, un gran número de capitalistas de los más conscientes pueden explicar que esta tendencia no puede continuar, que no comprenden ya nada de lo que ocurre con el mercado, etc., pero la máquina está lanzada y no dispone de freno» 10.

1.2. Un texto oportuno

Por tanto, el libro de Arrighi aparece a escena en un momento crítico de la lucha entre el pensamiento emancipador y el aparato intelectual del poder, lanzado éste último a buscar señuelos e imágenes ilusorias que oculten la amarga realidad. Por poner un ejemplo, cuando sabemos por un estudio oficial del Eustat, es decir, con las limitaciones, trampas y vacíos que reducen y simplifican «oficialmente» la gravedad real del problema, que el 16,2% de las familias de las CAV padecen una situación económica objetiva mala y que el 28,3% padece una situación económica subjetiva mala y, por no extendernos, cuando sabemos por estudios rigurosos de Justo de la Cueva y Nekane Jurado 11, que son las mujeres, las personas mayores y los jóvenes los más afectados, en este contexto de empobrecimiento y precarización, la propaganda de las excelencias de la «nueva economía» y de la promesa de un próximo crecimiento económico sostenido durante nada menos que veinte años adormece y paraliza a las clases trabajadoras. Sin embargo, saber que el capitalismo no es como nos dicen que es, sino una cosa sanguinaria y terrible que reitera durante quinientos años sus contradicciones y características esenciales, saberlo así es decisivo para luchar contra la injusticia.

Profundizando en esta cuestión, el libro de Arrighi nos sirve para preguntarnos sobre las condiciones futuras en las que l@s vasc@s deberemos afrontar la construcción de una sociedad independiente y socialista. Es decir, ¿en qué contexto de larga duración? ¿En el de una crisis sin alternativa de recuperación del capitalismo europeo, relegado a tercer lugar en la jerarquía interimperialista tras el poder de EEUU y Japón-Asia, o tras el poder de Japón-Asia y EEUU? ¿O en el de un capitalismo acogotado por tremendas convulsiones y crisis? Es decir, este libro de Arrighi, como el reciente de J. L. Gombeaud y M. Décaillot 12, el de Eric Hobsbaw 13, o el algo más «viejo» de I. Wallerstein 14, así como otros que sería largo citar, nos plantean, como mínimo, tres interrogantes decisivas: ¿estamos ante una reactualización del debate histórico sobre el «derrumbe» del capitalismo, pero con matices muy precisos con respecto a otros debates anteriores? ¿Qué importancia práctica tiene para Euskal Herria este debate? Y, ¿cómo se materializa concretamente esa importancia en estos tiempos que corren?

2. Sobre el contenido

Frente y contra tanta novedad espúrea, que se ampara en la pomposidad de las frases, Arrighi expone una visión del capitalismo caracterizada por el uso de la dialéctica entre la identidad genético-estructural y la variabilidad histórico-genética, utilizando por nuestra parte las imprescindibles aportaciones metodológicas de Zeleny 15. El empleo de las posibilidades teóricas que contiene la caja de herramientas intelectuales que es la dialéctica, le permite a Arrighi demostrar que la actual explosión financiera, la famosa «burbuja», no es algo desconocido y sorprendente por su novedad sino que, en realidad, es una característica recurrente del capitalismo histórico desde su aparición en el norte de Italia, en Florencia, Venecia y Génova. El autor sostiene que el capitalismo pasa por fases sistémicas de acumulación y que uno de los síntomas de que se acerca el tránsito de una fase a otra es la importancia que adquiere la esfera financiera sobre las restantes, la productiva en especial, al absorver los capitales excedentarios que no se invierten en la producción por la baja tasa de beneficio existente en la esfera productiva. En estos procesos son muy importantes las decisiones de los aparatos burocráticos que se centralizan en el Estado y en otras instituciones, de modo que se establece una ágil dialéctica entre lo endógenamente económico y lo exógenamente político, administrativo, militar, cultural, etc., A lo largo de los cambios sistémicos en la acumulación, se puede observar una especie de péndulo o de vaivén causado por las pugnas entre los poderes ascendentes y los descendentes y que se produce dentro de los espacios al alza -norte de Italia, Holanda, Gran Bretaña y EEUU- como fuera de estos, es decir, en los circundantes afectados por la expansión o decandencia de los citados.

2.1. Ruptura conceptual

Esta tesis no surge de la nada teórica sino que es el resultado de una prolongada lectura, resumen y síntesis de una línea de investigación muy antigua. La importancia de la burguesía comercial y financiera del norte de Italia era conocida con mucha antelación. Interesa detenernos un segundo en rastrear la evolución del problema financiero porque, de un lado, demuestra la superficialidad de las actuales modas ideológicas, como hemos dicho, y de otro, confirma la aportación específica de Arrighi. Así, ya en 1926, por poner una fecha, Henri See 16 reconocía como tantos otros antes su papel , pero no profundiza en las repeticiones significativas entre otras razones porque no se habían publicado aún investigaciones decisivas aunque cita a Pirenne y Marc Bloch y porque, además, su conocimiento del materialismo histórico es bastante pobre. Tampoco lo hace R. L. Heilbroner 17 pese a que estudia la sociedad desde una perspectiva más general como es la de la historia de la «economía de mercado» y pese a que la importante obra de Braudel, «El Mediterráneo…» estaba publicada en 1949,13 años antes de la primera edición de su libro, pero su conservadurismo «democraticista» le imposibilita cualquier crítica radical del sistema que analiza. Sin embargo, el citado S. B. Clough 18 sí adelanta ideas importantes sobre la función del capital financiero a lo largo del capitalismo, aunque no puede profundizar porque ni Braudel, ni Wallerstein, ni Wolf, ni Mandel … habían publicado sus aportaciones tan fundamentales que por conocidas no citamos. Además, en esa época, apenas se había avanzado en el debate colectivo sobre la transición del feudalismo al capitalismo, y en el no menos decisivo papel de las revoluciones industriales en su seno, que pegaron un salto en la década de los setenta y a lo largo de los ochenta 19. De todos modos, concluyendo, para estos años disponíamos de textos sobre la historia capitalista de la valía de los de Beaud y Maddison 20.

Arrighi, estudiando a muchos autores de imposible reseña aquí, supera ampliamente esa de corriente de investigación desde una visión metodológica totalizante que se echaba en falta en esos autores. No hace falta resaltar los lazos que le unen a la corriente del sistema-mundo, con sus aciertos claros, pero también con las limitaciones que algunos autores le achacan, como veremos más adelante, La idea de que el capitalismo tiene regularidades internas, que no evoluciona fortuita ni azarosamente sino que responde a una lógica genético-estructural, asegura la sustentación teórica. Arrighi dice que: «La fórmula general del capital acuñada por Marx (DMD’) puede interpretarse, por consiguiente, como la descripción no únicamente de la lógica de las inversiones de los capitalistas individuales, sino también como la pauta de comportamiento recurrente de capitalismo histórico como sistema-mundo. El aspecto central de la mencionada pauta radica en la alternancia de épocas de expansión material (fases DM de acumulación de capital) con fases de renacimiento y expansión financieros (fases MD’). En las fases de expansión material, el capital-dinero «pone en movimiento» una creciente masa de mercancías (incluidas la fuerza de trabajo mercantilizada y los recursos naturales), y en las fases de expansión financiera, una creciente masa de capital-dinero «se libera» de su forma mercancía, y la acumulación se realiza mediante procedimientos financieros. En su conjunto, las dos épocas o fases constituyen ‘un ciclo sistémico de acumulación’ completo (DMD’)» 21.

El tránsito de DM a MD’, o sea, de capital inicial gastado en forma de mercancía y luego, tras vender esa mercancía, su tranformación en más capital, en beneficio en definitiva, ni es lineal ni mecánico, es decir, no responde exclusivamente a las fuerzas ciegas de las contradicciones endógenas de la economía capitalista, sino que responde a una ágil, compleja y vibrante dialéctica de muchos factores. Como se constata estudiando el debate marxista general sobre del desarrollo desigual y combinado y, más en concreto, sobre las ondas largas esa dialéctica explica el conjunto de factores que fuerzan el tránsito de DM a MD’. Arrighi nos da múltiples ejemplos a lo largo de su libro, pero el que más nos interesa, por su actualidad, es el de la crisis global actual, que comenzó con el agotamiento del régimen estadounidense iniciado entre 1968 y 1973 a partir de la interrelación de tres subcrisis específicas, como eran la del sistema financiero, la del ejército y la de la ideología burguesa.

Tomaba así forma, continente, un proceso subterráneo de descomposición que era el contenido de la crisis y que Arrighi explica así: «La crisis-señal del régimen de acumulación estadounidense de finales de la década de 1960 y principios de la de 1970 se debió primordialmente, sin duda, a una sobreabundancia de capital que deseaba ser invertido en mercancías, y no al fracaso de los gobiernos, y no al fracaso de los gobiernos nacionales, en particular del gobierno estadounidense, para compensar la escasez de inversión privada con su propio gasto» 22. Desde entonces a ahora, las extremas dificultades que encuentra la burguesía mundial para invertir los capitales excendetarios en industrias rentables productoras de mercancías, esta dificultad, es, en síntesis, la que explica la burbuja financiera, la llamada «economía de casino», o, en palabras de S. Strange, el «dinero loco» que consigue que: «Todas las actividades de la economía real (la industria, los servicios vinculados al ocio, el turismo, el transporte, la minería, la agricultura y la distribución) bailan al compás marcado por los mercados financieros» 23.

Ahora bien, ¿cómo opera históricamente el proceso general que ha llegado a la situación actual? Arrighi responde que así: «Nuestra sucesión de ciclos sistémicos de acumulación constituye en realidad «una serie de saltos», resultado cada uno de ellos de las actividades de un complejo particular de agencias guibernamentales y empresariales dotado con la capacidad de llavar la expansión de la economía-mundo capitalista un paso más allá de lo que podrían o habrían hecho los promotores y organizadores de la expansión precedente. Todo paso adelante implica un cambio de guardia en los puestos de mando de la economía-mundo capitalista y una «revolución organizativa» concomitante en los procesos de acumulación de capital: cambio de guardia y revolución organizativa que históricamente siempre se han producido durante las fases de expansión financiera. Las expansiones financieras se consideran, por consiguiente, como precursoras no únicamente de la madurez de una etapa particular de desarrollo de la economía-mundo capitalista, sino también como el inicio de una nueva etapa» 24.

¿Cómo opera en concreto, en una época y marco sociohistórico preciso, esta dinámica de sucesión de ciclos? Pensamos que, como respuesta ejemplarizadora, viene muy bien el análisis que Arrighi hace de la causas y consecuencias de la fuerte reducción de la producción de lana en la Florencia de entre 1338 y 1378, respondiendo a una lógica de acción estrictamente capitalista: «Entonces, como ahora, esta lógica dictaba que el capital debe invertirse en el comercio y en la producción tan sólo mientras genere rendimientos en estas actividades no únicamente positivos, sino mayores que una tasa dada que justifique la exposición del capital a los riesgos y quebraderos inherentes a su empleo en el comercio y la producción y, en segundo lugar, compense a sus propietarios por los rendimientos que ese capital habría producido si se hubiese invertido en operaciones financieras. Y entonces, como ahora, la intensificación de las presiones competitivas en todos el sistema comercial tendió a incrementar esta tasa, provocando una reasignación fundamental del capital desde la compra, procesamiento y venta de mercancías hacia formas más flexibles de inversión, es decir, básicamente hacia el financiamiento de la deuda pública nacional y extranjera» 25.

Hemos visto, a grandes rasgos, la dinámica del proceso, y el interrogante que nos surge es ¿qué papel juega la violencia interburguesa en esta evolución? O si se quiere ¿los cambios devienen debido sólo a las implacables presiones económicas y financieras? La respuesta de Arrighi es concluyente: «Durante todos estos períodos de transición, la capacidad del anterior centro de las altas finanzas para regular y dirigir el sistema-mundo de acumulación existente en una dirección particular se vio debilitada por la aparición de un centro rival que, a su vez, no había adquirido todavía la personalidad o los recursos necesarios para convertirse en un nuevo «patrón» de la máquina capitalista. En todos estos casos, el dualismo de poder en las altas finanzas se resolvió finalmente mediante la intensificación, en un clímax final (sucesivamente, la Guerra de los Treinta Años, las guerras napoleónicas, la Segunda Guerra Mundial), de las luchas competitivas que, como regla, señalan las fases de conclusión (MD’) de los ciclos sistémicos de acumulación. En el curso de estas confrontaciones «finales», el viejo régimen de acumulación cesaba de funcionar. Históricamente, sin embargo, tan sólo ‘después’ de que las confrontaciones habían cesado se establecía el nuevo régimen y el capital excedente reencontraba su senda de inversión en una nueva fase de expansión material (DM)» 26.

2.2. Militarismo y estado

Esta tesis de Arrighi nos remite, por su importancia, directamente a la constante insistencia que han hecho los marxistas sobre la función del militarismo en la evolución capitalista. En Marx y especialmente en Engels, la cuestión de la guerra, su origen, contenido y finalidad, es una preocupación minuciosa y permanentemente seguida. También este problema es decisivo no sólo en los debates político-prácticos de la II Internacional durante más de dos décadas antes de 1914, sino en el debate teórico-político en general y en concreto en el estratégico debate sobre el imperialismo, el militarismo, el capital financiero y la supervivencia del capitalismo de Rosa Luxembur, Hilferding, y Lenin 27, sobre todo. Posteriormente, y sin poder extendernos ahora, se mantuvieron varios debates y aportaciones interesantes 28 hasta que, grosso modo expuesto, a comienzos de la década de 1980 se generalizó la discusión sobre el militarismo como efecto de la Segunda Guerra Fría y en especial con la tesis del «exterminismo» de E. Thompson 29 que azuzó una exploración teórica que no ha perdido su vigencia con la desaparición del Pacto de Varsovia sino que la ha incrementado tras la multiplicación de guerras y conflictos desde comienzos de la década de 1990, y con la preponderancia que adquiere de nuevo el complejo industrial-militar en la nueva estrategia global de los EEUU 30, tema al que volveremos en su momento.

Esta dialéctica de factores ha sido, hasta ahora, decisiva para el capitalismo, y de hecho una de las causas del hundimiento de la URSS radica en que el tremendo esfuerzo económico realizado para responder a la Segunda Guerra Fría agudizó y exacerbó otras crisis parciales que minaban al régimen burocrático. Pero, si algo en común se puede encontrar a lo largo del prolongado debate teórico arriba reseñado es la supeditación en última instancia del militarismo a la necesidad y a la lógica del beneficio. Es decir, en períodos cortos y en problemas secundarios para la continuidad del modo de producción capitalista, el militarismo puede tener y tiene de hecho una cierta autonomía de decisión y funcionamiento, pero ésta desaparece si se analizan sus relaciones con el beneficio burgués en largos períodos de tiempo. James Petras ha hecho especial insistencia en el actual relanzamiento del complejo industrial-militar por los imperialismos norteamericano y europeo en cuanto instrumentos decisivos en lo que define como tercera fase histórica de la construcción de imperios capitalistas, como veremos en su momento, aunque presta muy poca o nula atención al militarismo nipón, también en ascenso 31.

Lo mismo hay que decir del Estado como aparato burocrático capaz de mantener una autonomía con respecto a algunas franjas del capital, e incluso para enfrentarse a otras, disciplinándolas y obligándoles a aceptar medidas que benefician a las franjas burguesas hegemónicas. Pero es innegable la supeditación del Estado al Capital. Estas autonomías relativas dependen de muchos factores sociohistóricos, pero, en términos generales, son las formas histórico-concretas que adquieren las necesidades del proceso de acumulación las que determinan los límites máximos de esas autonomías relativas. Actualmente, con la expansión financiera, ¿tiende a aumentar o a disminuir ese límite máximo de autonomía relativa tan importante para orientar la acumulación capitalista por encima de sus tensiones particulares? Es decir, ¿en la crisis actual del capitalismo, existen fuerzas estructurales que permiten pensar que el Capital puede poner en marcha otro ciclo sistémico de acumulación previo aumento de la autonomía operativa del Estado?

La respuesta de Arrighi es esta: «Cada uno de los sucesivos ciclos sistémicos de acumulación que han definido el destino del mundo occidental se ha fundamentado en la formación de bloques territorialista-capitalistas cada vez más poderosos de organizaciones gubernamentales y empresariales, dotados con mayores recursos que el bloque precedente, para ampliar y profundizar el radio de acción espacial y funcional de la economía-mundo capitalista. La situación hoy parece ser tal que este proceso evolutivo ha alcanzado o está a punto de alcanzar sus límites». Y Arrighi continúa: «Por un lado, los recursos para construir el Estado y organizar la guerra de los tradicionales centros de poder del mundo occidental capitalista han alcanzado tal punto que pueden incrementarse únicamente mediante la formación de un imperio-mundo verdaderamente global (…) Por otro lado, no está en absoluto claro mediante qué medios los centros de poder tradicionales del mundo occidental pueden adquirir y retener este control (….) En el mejor de los casos, esta intensificación incrementada de las presiones competitivas globales erosionará la rentabilidad y la liquidez del capital al este de Asia sin reforzar las del capital norteamericano y, mucho menos, las del capital europeo-occidental. En el peor de los casos, al desorganizar la cohesión social sobre la que se han sustentado los recursos para construir el Estado y para organizar la guerra de los centros de poder tradicionales del mundo occidental puede destrozar, en realidad, la mayor fuente residual de fuerza de los mismos» 32.

2.3. Una confirmación económica

La explicación que ofrece el autor de «El largo siglo XX» es confirmada por E. Palazuelos, aunque en el plano estrictamente económico «El crecimiento económico se ha lentificado debido a que la inversión productiva ha disminuido y a que la productividad del trabajo y del capital es reducida, a pesar de contar con importantes innovaciones tecnológicas surgidas durante las últimas décadas. Las tasas de ahorro descienden y, además, una parte considerable de ese ahorro se extravía cuando se dirige hacia los mercados financieros. Estos se han convertido en un círculo semicerrado en el que se moviliza una exuberante masa de dinero que se reproduce sin cesar en su interior, de modo que sólo una parte reducida se traslada hacia operaciones de inversión en bienes y servicios reales. Se crea así una economía financiera meramente virtual que se amplía y se diversifica con carácter endógeno y finalista, dotada de una lógica y de una dinámica propias». Y más adelante: «La actividad de las empresas queda sometida a una lógica de corto plazo, mediatizada por las variaciones de los tipos de interés y de las tasas de cambio, en un contexto de gran incertidumbre que es antagónico con el horizonte de medio y largo plazo que requieren las grandes decisiones sobre inversión e innovación tecnológica. Con demasiada frecuencia, las empresas encuentran mejores expectativas de beneficios a través de simples operaciones financieras que mediante inversiones que amplíen sus capacidades productivas». Y: «La economía por último, asiste a una minimización del crecimiento de la renta per cápita y en su interior se genera una distribución cada vez más asimétrica en la renta» 33.

Por su parte, Jorge Beinstein ha demostrado en sendos estudios la tendencia descendente de la economía capitalista mundial a lo largo de las últimas décadas a pesar de los repuntes locales y transitorios. Habla de una crisis global, planetaria, constatable al estudiar «la desaceleración del crecimiento global a lo largo del último cuarto de siglo con eje en la pérdida de dinamismo de las economías centrales. La tasa de variación anual del Producto Bruto Mundial promedió el 4,5% en 1970-79, descendió al 3,4% en 1980-89 y al 2,9% en el 1990-99 (FMI, 1997; The World Bank, 1998), ello se debió a la desaceleración de las economías del G7 (dos tercios de la producción mundial), especialmente la de sus tres países principales, Estados Unidos, Alemania y Japón (…) En 1996 la deuda pública total de los países del G7 (aproximadamente 14 billones de dólares) equivalía al 74% de la suma de sus Productos Brutos Internos y al 48,5% del Producto Bruto Mundial» 34. Y en otro texto algo más reciente, al que volveremos luego por sus sugerentes tesis sobre el futuro del capitalismo, el mismo autor sostiene la teoría de que ya hemos entrado en otra fase histórica del capitalismo, la denominada como la del «capitalismo senil»: «La época de la hegemonía emergente, juvenil del capitalismo financiero que conocieron Lenin y Bujarin ha quedado muy atrás en el tiempo, lo que ahora presenciamos es su etapa senil, decadente. En consecuencia, debemos establecer la diferencia entre las viejas crisis de sobreproducción vigorosas, descontroladas (donde el capitalismo todavía joven se recuperaba para entrar más adelante en otra crisis pero a niveles económicos cada vez más altos) de la crisis actual que se produce en un organismo viejo, corroído por muchas décadas de parasitismo financiero (exacerbado en los últimos veinte años)» 35.

El crecimiento de la financiarización en esta fase senil del sistema capitalista es tal que el debate sobre qué es y qué función tiene el capital financiero, o, en general y por volver al debate clásico a la largo de la historia de la economía política, qué es el dinero, este debate está más vigente que nunca aunque, al final, en el momento decisivo de la realización del beneficio, todo vuelve a su cauce, al de la lógica del modo de producción capitalista. J. M. Naredo tiene razón cuando tras exponer las mutaciones del mundo financiero concluye que: «(…) La «globalización» nos arrastra, como ocurrió en relación con los recursos naturales con el reparto colonial del mundo, hacia el predominio de un juego económico de suma cero, en el que las ganancias de unos han de ser sufragadas por otros. Con la salvedad de que la tendencia al crecimiento continuado de la burbuja financiera permite mantener entre los jugadores la idea de que se está produciendo un enriquecimiento generalizado, idea que se mantiene siempre y cuando la mayoría de ellos no quieran «realizar» sus ganancias. El riesgo aparece así de la mano del auge como consustancial a esa «economía casino», de cuyos reveses no están libres los más avezados artífices del capitalismo transnacional, por mucha que sea la información privilegiada y la capacidad de gestión de que dispongan. Con la peculiaridad de que el riesgo no sólo afecta a los jugadores, sino también al conjunto de la sociedad que puede, por razones que se le escapan, perder de la noche a la mañana sus empleos remunerados, ver reducidas sus capacidades adquisitivas, menguados sus ahorros…o sus pensiones» 36.

Para controlar ese riesgo creciente se desarrollan sistemas de vigilancia rápida con los más sofisticados adelantos informáticos manejados por grupos especializados estatales, paraestatales y extraestatales, obsesionados en obtener el tiempo suficiente antes del estallido de la burbuja financiara para activar las medidas de salvación necesarias. Solamente así se logra mantener el inestable equilibrio transitorio necesario para asegurar la vida de la «nueva economía», aunque las crisis pueden sobrevenir inopinadamente como ha ocurrido recientemente cuando las Bolsas han visto hundirse los valores tecnológicos el 4 de abril del 2000, «martes negro», confirmando los peores augurios a pesar de la recuperación posterior 37. Lo cierto es que, primero, todos los conscientes de que vendrán más crisis, segundo, que podrán ser detonadas por factores extra-económicos y que, tercero, pobrablemente serán más graves que la pasada. Pero esta tendencia resulta muy difícil de controlar porque, como dice E. Ontiveros: «El factor decisivo del nuevo patrón económico es su facilidad para aplicar inversiones de riesgo superior al normal» 38.

Por «riesgo normal» nosotros entendemos el correspondiente al que hay que asumir para obtener una «ganancia normal», es decir, que se mueve dentro de la tasa media de ganancia existente en esa coyuntura económica en el negocio del que se trate. Cuando se quieren obtener ganancias superiores, «anormales» y no «subnormales», es decir, sobreganancias, entonces hay que arriesgar más de lo normal. Lo que ocurre es que la propia naturaleza del capitalismo acelera el tiempo de caducidad de la tasa media de ganancia, de ese «riesgo normal», acortando el tiempo de seguridad y tranquilidad inseparable del «riesgo normal». Un repaso histórico muestra inmediatamente la aceleración de las crisis financieras desde antes incluso del capitalismo industrial, como hace Greg Ip y el extenso análisis del The Wall Street Journal sobre los riesgos actuales de los mercados 39. Una cosa buena de este texto es su referencia histórica a las crisis financieras de 1636-1637, cuando «El equivalente del siglo XVII de las acciones de Internet eran los tubérculos de tulipanes», y de 1720.

¿Cómo entender las referencias a los estallidos de las primeras burbujas financieras por parte de un estudioso burgués y publicadas en un órgano de prensa capitalista tan importante? Pensamos nosotros que por la preocupación ante la gravedad del momento y, a la vez, para exigir a los poderes más vigilancia y rapidez en la anticipación reguladora de los síntomas de futuras y peores crisis. Sin embargo, para nosotros, la inquietud de Greg Ip sólo se comprende desde dentro de la teoría marxista de la crisis capitalista, y en concreto, por el tema que tratamos, del papel del dinero en el proceso que culmina en la crisis, partiendo del reconocimiento explícito de que Marx y Engels no pudieron elaborar de modo pleno esa teoría, sino solamente adelantar sus anclajes básicos, lo que ha potenciado la proliferación de diversas corrientes teórico-críticas de una riqueza analítica inigualable desde la economía burguesa, a la que más adelante volveremos. Incluso una persona nada sospechosa de progresismo como D. A. Warner III, presidente de la Banca Morgan, reconoce el crecimiento actual de la economía estadounidense es insostenible porque está cargado de «desequilibrios» 40.

Por su parte, el superficial y reformista J. Estefanía reconoce que: «La historia demuestra que el neoliberalismo es una fase de desorganización del capitalismo, que se produce periódicamente entre dos fases de regulación. Los años ochenta y noventa del siglo XX son los últimos años de deconstrucción. Frente al integrismo desregulador, urgen nuevas regulaciones que controlen las desviaciones más salvajes del capitalismo global: la ‘re-regulación’. De lo que se trata es de si la política puede tener, en la era de la globalización económica, un papel mediador en el puesto de mando y si sigue vigente el concepto democrático de que los gobernantes tienen que escuchar a los ciudadanos cuando expresan sus necesidades, frustraciones y quejas, aunque éstas estén en contra del mercado» 41.

Llegamos así, por no extendernos, al final de este segundo apartado. Con matices secundarios o con diferencias irreconciliables, existe una visión bastante generalizada de que el capitalismo actual debe cambiar en algún sentido; ser reformado internamente dando otras o más atribuciones al organismos como el FMI, BM, OMC-AMI, ONU, etc., ahondando en un debate intercapitalista que se agudizó desde el terremoto financiero-industrial de verano de 1997 y sus terribles efectos sísmicos posteriores, en el que se reorganizan y contratacan incluso posturas de izquierda keynesiana 42; o, simplemente, debe ser superado y echado al basurero de la historia, por razones de salubridad e higiene y dignidad humana.

Se habrá comprobado que hasta aquí nos hemos movido casi exclusivamente, excepto en algunas referencias aisladas, como la de Morgan, por ejemplo, a la esfera financiera, a sus burbuja, y lo hemos hecho así porque la esfera de la producción de bienes de producción, la realmente decisiva, la veremos más adelante.

3. Sobre el presente

Antes de seguir con más detenimiento lo que nos propone Arrighi es necesario detenernos unos instantes en la situación actual del capitalismo para poder luego entender mejor sus aportaciones. Y vamos a hacer este recorrido empezando con las ideas de algunos autores. L. Thurow, tras reconocer el lento pero continuado descenso de la economía capitalista pese a recuperaciones puntuales, sostenía que Europa estaba mejor situada que EEUU y Japón-Asia en la carrera por la hegemonía mundial 43. P. Kennedy, profundizando sus tesis de 1988, decía que la pugna se libraba entre Japón-Asia y Alemania-Europa del norte, aunque con más incertidumbres de lo que podía parecer a simple vista 44. Bustelo no entraba al debate de la hegemonía sino que apostaba por el triunfo del eje o área del Pacífico, es decir, Asia oriental, Australasia y oeste de EEUU, sobre el eje Atlántico, instaurándose «la centuria del Pacífico» 45. B. Harrison se preocupó más por las dificultades y posibilidades de Japón, Europa y EEUU en la modernización empresarial ante las exigencias de la competitividad global, de la producción en red y de la concentración sin centralización que en la carrera por la supremacía mundial, insistiendo en las interrelaciones entre esos bloques más que en su competitividad 46.

R. J. Barnet y J. Cavannagh, tras estudiar las razones y reacciones de la entrada de enormes masas de capital japonés y de otros países en EEUU, preferían criticar al capitalismo con razones que son recuerdan a Marx: «Debido a las presiones para la baja de los salarios en muchos lugares del mundo durante los últimos años, la clase de consumidores globales no crece los suficientemente deprisa para mantener activo el sistema de producción de masas global»; Además: «Un número de personas sorprendentemente alto y en crecimiento no es necesario o no es deseado para la fabricación de bienes o para prestar los servicios que los clientes del mundo que pagan, se pueden permitir», y: «El sistema económico global es frágil porque depende del crecimiento alimentado por la expansión del consumo, pero la terrible tendencia a eliminar empleos y a recortar salarios no es evidentemente la manera de llevar a las multitudes a los centros comerciales y a los concesionarios de coches» 47. C. Berzosa, P. Bustelo y J. de la Iglesia, preferían, con buen criterio, estudiar la situación del capitalismo mundial antes que discutir sobre las pugnas interimperialistas por la hegemonía mundial, y afirmaban que: «la economía mundial se enfrenta al siglo XXI con algunas luces y muchas sombras, tal vez demasiada, que no corresponden con el nivel de riqueza alcanzado y con el avance tecnológico logrado», y sintetizaban estos tres grandes retos: «a) El desempleo creciente en los países desarrollados; b) La brecha que se agranda entre el Norte y el Sur y, c) La ecología» 48.

J. L. Groizard Cardosa analizaba el papel del FMI y BM en Asia y tras demostrar el papel vital de los Estados en el «milagro asiático» apuntaba algunas razones internas que al poco tiempo explicarían, junto a otras, el inicio de la sobrecogedora crisis iniciada en verano de ese año precisamente en esos países 49. M. Castells opinaba que no existía una «región del Pacífico», si por tal cosa entendemos la cohesión alcanzada por EEUU y, en menor escala, en la UE; lo que si había eran economías diferentes totalmente interrelacionadas con la economía de Occidente y Oriente, que se rigen todas ellas por la lógica del capitalismo informacional 50. U. Beck , apenas citaba a Japón, se despreocupaba de las luchas por la hegemonía mundial, se centraba en Alemania para advertir del riesgo de «brasileñización» de Europa y afirmaba con alarmante inquietud que: «El capitalismo destruye el trabajo. El paro ya no es un destino marginal: nos afecta potencialmente a todos, y también a la propia democracia como estilo de vida. Pero el capitalismo global, al declararse exento de toda responsabilidad respecto al empleo y la democracia, está socavando en el fondo su propia legitimidad. Antes de que un nuevo Marx zarandee otra vez a Occidente, vendría bien adoptar ideas y modelos, desde hace tiempo caducos, para un pacto social nuevo y completamente diferente. Hay que volver a cimentar el futuro de la democracia más allá de la sociedad del trabajo» 51.

La ventaja de la visión de Arrighi sobre el grueso de estos autores consiste en que presenta opciones de futuro que obligan a ir más allá de la simple disputa interimperialista. Sin embargo, varios de los autores citados plantean una cuestión de fondo, estratégica, que escapa a Arrighi porque están fuera del objetivo de su investigación, como él mismo nos ha advertido. Nos referimos a lo que afirman Barnet y Cavannagh en la nota 41 y Beck en la nota 45. En términos marxistas, se trata de la aceleración de la dialéctica entre las fuerzas endógenas del capitalismo y las exógenas en lo que toca al proceso completo de valoración del capital. Pero antes de profundizar en este asunto, conviene terminar el anterior porque, como veremos, también nos llevará a ese punto decisivo, es decir, al debate sobre los límites genético-estructurales del modo de producción capitalista.

3.1. EEUU: ¿Imperialismo resurgente?

EEUU disfruta de un ciclo corto expansivo que dura algo más de ocho años y que apenas ha sufrido sino muy superficialmente los efectos de la crisis que estalló en verano de 1997. Un conjunto complejo de factores explican este ciclo expansivo. Uno de ello era, además de su poder imperialista asentado largamente, también su control de instituciones públicas como la ONU, el FMI, el BM, etc, o muy poco conocidas, especialmente la Comisión Trilateral 52, o casi desconocidas y de las que sólo recientemente se han empezado a tener datos alarmantes, como es la red planetaria de espionaje global llamada Echelon 53. Semejante fuerza aun siendo lentamente decreciente comparada con su poder omnímodo entre 1945-65, le había permitido asentar una densa red de vampirismo de capital exterior que le hacen el primer deudor del mundo. Y también le ha permitido ponerse en la cúspide de la economía criminal planetaria, obteniendo beneficios extras que aumentan su poder: «Bajo la égida de Estados Unidos, primer agente de la criminalidad financiera internacional, se está llevando a cabo una operación de racionalización, es decir, de norteamericanización, de las técnicas de corrupción tendentes a reemplazar las prácticas (un poco arcaicas) de los sobornos y las comisiones ocultas (o declaradas) por las actividades de ‘lobbying’, más eficaces y presentables. Un sector de servicios en el que los norteamericanos llevan una ventaja considerable a sus competidores, no solamente por sus conocimientos sino, también, porque han puesto a disposición de sus multinacionales los enormes medios de intervención, financieros y logísticos, de que disponen, incluida la movilización de los servicios secretos del más poderoso aparato de Estado mundial, que han pasado de la guerra fría a la guerra económica» 54.

Otro factor decisivo es la feroz ofensiva antiobrera y antisindical lanzada desde Reagan y apenas amortiguada por Clinton, explican el retroceso alarmante de las condiciones de vida y trabajado de los pueblos que habitan en los EEUU, y el endurecimiento de las disciplinas laborales y represivas contra el movimiento obrero: «Por lo menos, uno de cada diez militantes sindicales que intentan formar un sindicato en EEUU es despedido ilegalmente. Una encuesta de 1994 concluía que el 79% de los estadounidenses creen que los trabajadores serán probablemente despedidos si tratan de organizar un sindicato en su centro de trabajo» 55. Si la explotación interna es un factor decisivo, también lo es el expolio de valor que EEUU realiza en casi todo el mundo, pero especialmente en Asia: «Los EEUU importan vastamente productos manufacturados de las economías de bajos salarios (tres veces más que en Europa), a la vez vía mercado y el grandes proporciones (40% y más) bajo forma de compras intra-empresa, y por tanto en condiciones de precios particularmente ventajosas. General Electric es, de esta manera, el primer empleador de Singapur. Estas importaciones contribuyen a la vez a reducir el coste en adquisiciones de las empresas americanas y a bajar el coste de mantenimiento de su mano de obra. De esta forma constatamos, contrariamente a una argumentación frecuentemente presentada en favor del desarrollo de los países rezagados por medio de la estrategia de «los Dragones», que los primeros beneficiarios del precio reducido de los productos asiáticos son menos los propios países de la zona que aquellos que los compran» 56.

Esta dinámica de expoliación e intercambio abrumadoramente desigual en beneficio de los EEUU, ha ido acompañada de un crecimiento del poder imperialista de los USA: «Los EEUU han mantenido durante casi una década un crecimiento sin precedentes; sus CMN (Corporaciones Multinacionales) representan cerca del 46% de las 500 corporaciones más importantes del mundo, y las CMN estadounidenses están expandiendo su poder, por medio de adquisiciones. Las CMN de EEUU han incrementado parte de sus ganancias, en el mundo, del 36% al 43% en menos de una década. Once de las 13 casas financieras de inversión están controladas por banqueros inversores de EEUU (…) La investigación empírica demuestra que la idea de las «corporaciones globales» es un mito. Más del 80% de las decisiones de base de las CMN referentes a investigaciones de inversión y al desarrollo están tomadas en las oficinas del país al que pertenecen» 57.

También hay que considerar el efecto de empuje del complejo industrial-militar que ha relanzado sus inversiones masivas y muy especialmente en la alta tecnología de la guerra espacial denominada NMD 58, y que es un dato más del nuevo militarismo yanki 59. Igualmente, la generalización del crédito-barato que en buena medida se basa en la baratura y en la fuerza del dólar, que a su vez nos remite a la ventaja hegemónica que sigue manteniendo EEUU; el control de la inflación y la capacidad de permitir por ahora el creciente déficit exterior sin temores inmediatos; el apoyo institucional a la introducción de la informática y de las NTC, la subida de los valores tecnológicos, la baratura de las materias primas y energías, factor en el que el imperialismo yanki está dispuesto a presionar todo lo que sea necesario, como se ha visto en la reciente pseudo «crisis energética»; el aumento de la productividad como resultado de las nuevas tecnologías y de la hiperexplotación laboral, y la amplia red de ayuda institucional a la «natalidad empresarial» 60, sobre todo en los servicios y en la proliferación de trabajos asistenciales no incluidos en la seguridad social oficial. Estas y otras causas explican que el capitalismo norteamericano lleve más de ocho años de bacas gordas, con un crecimiento del 7’3% en el último trimestre de 1999, el más alto en los últimos 16 años.

Sin embargo, EEUU es un gigante-enfermo: «La sociedad norteamericana, el estado, los consumidores y las empresas dependen de manera creciente de mercancías y flujos monetarios externos, parasitan sobre el sistema global a través de un doble juego: por una parte el planeta sostiene al mercado norteamericano, motor de la demanda mundial, si el mismo llegara a hundirse arrastraría al desastre a la mayor parte de la economía global, por otra parte este apuntalamiento del gigante-enfermo incentiva, amplifica sus aspectos negativos» 61. ¿Cuáles son, en definitiva, las contradicciones y debilidades internas del actual ciclo corto expansivo yanki? Estas tres: «En primer lugar el conjunto de indicadores económicos, sociales, culturales, institucionales, que alertan acerca de la decadencia de la sociedad norteamericana. Así lo demuestran datos económicos como la desaceleración a largo plazo de las tasas de crecimiento del PBI y de la productividad laboral, la disminución tendencial de la participación de la Inversión Bruta Fija en el PBI, la terciarización excesiva del sistema económico, la casi extinción del ahorro individual, el déficit comercial crónico (y en aumento), el endeudamiento público creciente, la expansión de la especulación financiera. Además existen fenómenos sociales y culturales como el aumento del número de pobres, la concentración de ingresos y alto nivel real de la desocupación y la ocupación precaria agregadas, la criminalización de las cases bajas. En segundo lugar la pérdida de peso relativo internacional del aparato productivo. Sumando las producciones industriales de Japón, Alemania y EEUU, la participación norteamericana pasó del 54% en 1961, al 44% en 1974 y al 40% en 1996. Tercer tema: el fenómeno de «sobredimensionamiento estratégico» 62. Conviene recordar, para no perder perspectiva histórica, que con la muy limitada información entonces disponible Marx lanzó la hipótesis de que los ciclos de rotación del capital variaban de 7 a 10 años, según casos, países y momentos 63.

3.2. Europa: ¿Tarea imposible de Sísifo?

En cuanto a Europa, hay que empezar considerando el carácter estratégico que para el capitalismo del viejo continente tenía y tiene el proceso de unificación. Anteriormente ya analizamos en un texto colectivo 64, el significado histórico de la cuarta reordenación intracapitalista europea, así que ahora nos centraremos en el presente, y en especial en saber por qué las cúpulas empresariales arriesgan la estabilidad de su poder político y económico al aceptar unas políticas duramente antisociales como son las de Maastricht. Y la respuesta es que: «La principal razón quizá se sitúe en la caída de la tasa de beneficio de las economías europeas en las décadas de los setenta y de los ochenta, en un proceso de desindustrialización, pérdida del peso específico del sector industrial europeo respecto a USA, Japón y los NPI, lo que provocó un cambio de estrategia de los centros de poder del capitalismo europeo. Si a ello se le une la necesidad de recuperar el gap tecnológico con esas grandes potencia, la vía para recuperar la tasa de beneficios pasa por la unificación de criterios, reducir los gastos sociales e inclinar la balanza del reparto en beneficio del capital» 65.

Comprendiendo esta necesidad vital, se entiende mucho mejor la muy reciente disputa entre EEUU y Alemania por el control de la presidencia del FMI, impensable hace unos pocos años, es un ejemplo entre otros más de lo que se ha definido como «paz fría» 66 que surge de la contradicción no antagónica entre ambos imperialismos, uno de los cuales, el europeo, es infinitamente más débil en el decisivo asunto militar 67; asunto decisivo porque no sólo se agrava en el interior de la UE, sino que adquiere una importancia clave cuando el capital europeo vuelve a sentir su gran debilidad y dependencia energética debido al aumento del precio del crudo, e incluso el ejército español se pone gallito defendiendo su legitimidad de «intervenir» en el exterior en defensa de la «calidad de vida» de los españoles amenazada por el encarecimiento del suministro de petróleo 68.

El reciente informe de la OCDE sobre las interrelaciones, dependencias mutuas, ventajas y desventajas parciales y superioridad relativa de EEUU sobre la UE 69, es muy ilustrativo al respecto. La unidad entre ambos imperialismos frente al Tercer y Cuarto mundos, y sus discrepancias secundarias en las reuniones Seattle 70, son un ejemplo perfecto de que la hegemonía yanki frente a Europa tiene actualmente más dificultades que en épocas pasadas. En realidad, la interrelación es tan estrecha, excepto en lo bélico y siempre dentro de la supremacía yanki, que Teresa Bouza puede hablar de «hermanos gemelos» al comparar la variación porcentual anual del Dow Jones y del MSCI europeo entre 1980 y el 2000, demostrando el riesgo letal para las finanzas europeas si explotase la burbuja de Wall Street 71. Una de las ventajas ciertas de EEUU sobre Europa es la tecnológica 72, que además tiende a crecer a la espera de que las recientes decisiones europeas tomadas en la cumbre de Lisboa73 empiecen a rendir sus frutos desreguladores y de modernización tecnológica.

Otra ventaja norteamericana por ahora insuperable es la de mayor liquidez y tamaño de sus Bolsas con respecto a las europeas, que también van cediendo terreno frente a las asiáticas, que se recuperan de la catástrofe iniciada en verano de 1997 y que disfrutan en estos momentos de los mayores crecimientos regionales, con subidas del 70% 74. La reciente fusión entre las Bolsas europeas de Amnsterdan, Bruselas y París, que toma el nombre de Euronext 75, muestra todas las dificultades de la UE frente a EEUU y Asia. De un lado, el largo tiempo necesitado para lograr esa alianza, casi dos años; de otro, las dificultades para centralizar y unificar el sistema tecnológico y, por último, las resistencias de otras Bolsas, como la londinense, que sigue siendo la primera de Europa. Un dato significativo, y que confirma la tendencia objetiva al aumento del poder de los grandes corporaciones, empresas y centros de decisión sobre los pequeños accionistas y empresarios, tema al que volveremos luego, es que el Euronext tiene su domicilio legal en Amsterdan, ciudad regida por la ley holandesa que consagra la supremacía del gran burgués sobre el pequeño.

Además de estas dificultades que la UE debe vencer, existen otras como las fuertes diferencias entre el norte y el sur europeo, que tienden a agrandarse en beneficio del norte con la apuesta de las ricas Dinamarca y Suecia por la UE-Norte y de la pobre Grecia por la UE-Sur. No falta autores que insisten en que esta disparidad es, o era a la altura de 1997, la «gran debilidad del proyecto de Europa» 76, confirmando una tendencia que ya fue denunciada a comienzos de la década de los noventa 77. Otra dificultad es la indiferencia o el rechazo de muchos pueblos europeos al actual proceso de unificación, que reproduce en el presente viejos temores y recelos, también rechazos profundos, contra las consecuencias de otra reordenación de la hegemonía burgueso-estatal intraeuropea, que es lo que está imponiéndose. ¿Es pues Euopa como Sísifo, una condenada a ver como la piedra que tan duramente ha subido hasta la cumbre, termina siempre cayendo hasta lo más hondo del barranco?

3.3. Japón: ¿Imperio del sol menguante?

Si hemos carecido de espacio para analizar la situación europea, menos aún lo tenemos para la asiática por su mayor complejidad. Tengamos en cuenta que, aunque los datos recientes indican una recuperación económica en muchos lugares de Asia, las profundas diferencias y tradiciones existentes entre ellos, que se han agravado con la crisis y con las soluciones tomadas por cada uno, no exigen un espacio del que carecemos. Aún así hay que decir que: «Todos reconocen que el ingrediente decisivo de su crecimiento es la mano de obra barata» 78, lo que nos lleva al tema de la fuerte explotación, de la débil o nula defensa sindical y al papel decisivo del Estado. Pero ciñéndonos exclusivamente a Japón, por su hegemonía innegable en el área, vemos que crisis asiática aceleró tanto las debilidades estructurales de su economía palpables desde finales de la década de 1980, que, desde entonces, no se ha recuperado sustancialmente, volviendo a caer en recesión en marzo del 2000.

Todas las medidas implementadas para salir de la crisis resultaron inútiles, sobre todo, por su impacto en la relación histórica de fuerzas clasistas: «Entre todos los cambios que se produjeron a raíz del resquebrajamiento del sistema el más llamativo fue la pérdida del empleo de por vida. Los despidos masivos eran desconocidos en Japón hasta ahora, y es ahora súbitamente se amontonan (…) Para aquellos que conservan sus empleos, la situación no es mucho mejor. Entre junio de 1998 y el mismo mes de este año -1999-, los salarios de la industria (que en las estadísticas de Japón todo más la construcción, minería y energía) cayeron un 8,5% (…) pero en Japón, como señala un experto, nadie se queja por temor a perder su empleo» 79. Una tasa de paro que en febrero del 2000 llegaba ya al históricamente increíble 4’9% de la población activa del Japón, y lo más grave e inquietante es que ese aumento imparable hasta ahora se ha dado incluso en los últimos meses cuando surgían algunos datos prometedores para la recuperación económica.

Además de esta y otras soluciones, también se rompió la histórica barrera a la entrada de inversiones extranjeras. Japón, con 122 millones de habitantes aceptó durante la mayor parte de la década de 1990 menos inversiones extranjeras que las aceptadas por cinco millones de daneses 80. La burguesía nipona destruía así otro factor más de su «capitalismo propio», lo que agudizaba la tensión entre fracciones diferentes de la clase dominante que crecen con el tiempo, algunas de las cuales comienzan a preguntarse por las causas y consecuencias de la dependencia política, tecnológica y militar de EEUU 81. Sin embargo, no pudo detener la segunda recesión en dos años porque: «el gran obstáculo de la segunda mayor economía del mundo es el estancamiento del consumo»; además, «esta situación es muy común en muchos países, incluso desarrollados, pero en Japón es un problema» 82.

¿Cómo superar esta situación?: «A corto plazo, estimular la demanda y reducir la brecha entre producción y consumo para conseguir la reactivación del ciclo económico lo antes posible. A largo plazo, fortaleceremos la producción para volver a ser una potencia exportadora», contesta un alto cargo estatal 83. Recuperar el poder de una potencia exportadora es, sencillamente, recuperar el poder imperialista que se debilitó a lo largo de la década de 1990, y que resulta vital para competir con EEUU y la UE 84, y para controlar mejor las distintas y diferentes economías locales del este de Asia. Se comprende así que Japón haya rechazado tajantemente las pretensiones que abra su estratégico mercado de telecomunicaciones a EEUU y la UE. Una de las razones niponas para negarse a liquidar su independencia en telecomunicaciones es la de asegurar y aumentar su independencia militar. Pero algunos afirman tajantemente que: «El «modelo japonés» ha terminado» 85, mientras que otros en un excelente estudio sobre la crisis global japonesa, concluyen advirtiendo que están formándose las bases objetivas de tensión social que pueden derivar, si surgen también las bases subjetivas correspondientes, hacia un endurecimiento de la lucha de clases con efectos simpáticos en toda la zona asiática y, desde allí, al capitalismo mundial, teniendo en cuenta que estamos hablando de la segunda potencia imperialista del planeta 86.

3.4. Pugnas, disciplinas y corrupciones

Pero, para comprender más profundamente las tendencias en juego y sus fuerzas, debemos tocar dos cuestiones más. Una hace referencia a las dinámicas de atracción-repulsión que caracterizan al modo de producción capitalista. Otra hace referencia a la evolución actual de la economía capitalista en el mundo entero pues estos tres grandes se mueven en un planeta cargado de contradicciones de todo tipo. Es decir, históricamente visto el problema, tanto la evolución que tan minuciosamente analiza Arrighi como la general de las contradicciones espaciales del capitalismo nos remiten, en última instancia, a: «...esa doble determinación inscrita en el concepto simple de capital: su carácter universal, civilizatorio, por un lado, y la realización efectiva de esa determinación general a través de la fragmentación en numerosos capitales particulares (y propietarios de mercancías) en relación de competencia recíproca, por el otro. El espacio socioeconómico, político e ideológico del capital es pues, en primera instancia, universal, pero al mismo tiempo es exactamente lo opuesto ya que se descompone en innumerables capitales particulares. Por lo tanto en el concepto simple de capital anidan dos tendencias encontradas: la tendencia a la universalización y a la homogeneización de la vida social en todos sus aspectos y la tendencia simultánea a la desarticulación y particularización de la misma» 87.

No hace falta decir que esta misma doble determinación azuza las reivindicaciones étnicas, etno-culturales, nacionales y estato-nacionales, de modo que la evolución del capitalismo es, desde esta visión, inseparable de la llamada «problemática nacional», aunque no podemos desarrollar este aspecto crucial ahora. En parte, esta es una de las tesis fuertes de Hobsbawm. Afirma que la globalización tiene características que le llevan a expandirse por todo el planeta, pero también padece restricciones profundas que nacen de la misma forma de la economía y de las relaciones sociales: «El proceso técnico de la globalización requiere un elevado grado de estandarización, de homogeneización, y uno de los grandes problemas del siglo XXI será comprobar cuáles son los límites de la tolerancia de esa homogeneidad, a partir de qué umbral de generan formas de rechazo, hasta qué punto la homogeneidad se puede combinar con la multiforme variedad del mundo» 88. También: «El verdadero problema es el control global. En cierto sentido, cuando empresas globales y gobiernos entran en conflicto, estos últimos deben negociar como si se las tuvieran que ver con otros Estados» 89. Como veremos en su momento, este autor hace especial insistencia en la tendencia al agravamiento en el siglo XXI de las tensiones originadas por el fracaso de los Estados-nación clásicos, los formados según modelos de finales del siglo XIX aunque se hayan desarrollado en el XX, para resolver directa o indirectamente relacionados con las identidades colectivas, étnicas y/o nacionales. Aunque luego volveremos sobre este tema, ahora queremos decir que una tendencia idéntica en el fondo es expuesta con diferentes palabras y más extensamente por M. Castells 90.

Otra de las consecuencias de esa doble determinación que ahora sí nos interesa remarcar es la de la atracción-diferenciación en y de las dinámicas económicas tanto en la formación de las empresas, asunto que Arrighi estudia muy bien, como en la imposición de nuevas técnicas y disciplinas de explotación laboral, aspecto inseparable de la forma-empresa. Por un lado, un profundo estudio sobre la historia de la empresa mundial 91, muestra cómo es imposible separar las características de las empresas concretas de las condiciones objetivas y subjetivas de su contexto sociohistórico. La experiencia de las industrializaciones asiáticas vuelve a confirmar esta realidad, del mismo modo que, por el lado negativo, las terribles dificultades de todo tipo que han frenado y detenido otras industrializaciones, también. Pero, por otro lado, no es posible entender su triunfo o su fracaso fuera del contexto mundial de lucha de clases, o, para expresarlo en los términos de U. Pipitone, fuera de la dialéctica entre los «ciclos reaccionarios» y las sucesivas «revoluciones industriales» 92. Y el desarrollo de la lucha de clases depende, además de otros factores, de las condiciones de introducción de esas nuevas empresas y de sus respectivas técnicas y disciplinas laborales. La expansión de la empresa-red 93, que está integrando y destruyendo a la anterior forma-empresa del capitalismo taylor-fordista, es inseparable de la implatación de la producción flexible y de sus tremendas consecuencias antisindicales y antiobreras. De este modo, impelidos por las necesidades económicas, las empresas concretas de esos tres bloques imperialistas deben proceder más temprano que tarde si quieren seguir compitiendo con solvencia a reformar sus unidades productivas tradicionales –Japón ya avanza en ese camino con los problemas descritos– y a la vez endurecer la explotación laboral y, quiéranlo o no, azuzar tarde o temprano el descontento de la fuerza de trabajo social 94.

Otra fuerza que impulsa ese proceso de atracción-diferenciación, agudizándolo, es la clara tendencia al aumento de la «economía criminal» dentro del capitalismo como una de sus vitales ramas productivas de beneficios gigantescos y muy difilcilmente controlables, con efectos negativos sobre las posibilidades de conocimiento riguroso del capitalismo realmente existente 95, tema al que volveremos más adelante. Ahora nos interesa profundizar un poco en los terribles efectos destructores que tiene la economía criminal: «Podríamos describir una suerte de «secuencia lógica» que parte de la desviación de fondos originados en la esfera productiva (con rentabilidad decreciente) hacia las operaciones financieras «clásicas» (compra de títulos públicos de acciones, etc.) y de allí (a medida que estas últimas eran saturadas) hacia formas de especulación cada vez más veloces y enmarañadas (productos «derivados», etc.) para finalmente desembocar en negocios ilegales, los saqueos, etc., (desde el desmantelamiento de empresas públicas periféricas hasta el narcotráfico) (…) A casi tres años del derrumbe de los ex tigres asiáticos han pasado a un segundo plano los pronósticos acerca del progreso indefinido del capitalismo liberal, la sucesión de recesiones y colapsos periféricos. El estancamiento prolongado de Japón, el crecimiento débil de Europa Occidental (con desequilibrios sociales y económicos en ascenso) y el inminente fin de la prosperidad norteamericana podrían anunciar próximas crisis mucho más graves que las conocidas hasta ahora. Muy lejos y casi olvidada ha quedado la imagen del joven empresariado liberal transitando por un mundo pacificado sin fronteras que los gurús nos pintaban a comienzos de los 90s, ahora aparece el rostro de Al Capone dominando el ciberespacio financiero sobre la degradación de la economía productiva» 96.

3.5. Situación mundial: ¿Hacia la depresión?

La evolución de estas fuerzas tendencias y contradictorias se produce, empero, dentro de una totalidad envolvente y definitoria que la economía mundial en su conjunto. En las página anteriores hemos visto frecuentes referencias al contexto real de la economía planetaria, aunque no hemos podido hacer referencias concretas a China Popular y a Rusia, importantes desde cualquier punto de vista, porque la situación de la primera es complicada y compleja de definir, dependiendo el análisis de la perspectiva teórico-política que se tenga y de la posibilidad de acceder a datos fiables. La segunda está en una situación mucho más preocupante desde cualquier punto de vista que se tome. En cuanto al Tercer y Cuarto mundos hay que ser todavía más pesimistas, y no sólo por el terrible presente que padecen y el futuro que se les ha escapado ya, sino también por el fracaso estrepitoso de las estrategias del FMI y BM, es decir, de EEUU, para ayudarles a salir del pantanal: «La razón por la que muchas naciones recurren al FMI es que los Gobiernos están en bancarrota a causa de la excesiva deuda exterior. Cancelando la deuda, estos países pueden recuperar su salud económica sin el control contante del FMI. El Gobierno de los EEUU y los directores del FMI y del Banco Mundial se oponen a sus recomendaciones. En su arrogancia, creen que ellos son los que tienen que decidir el destino del mundo en vías de desarrollo a pesar de que sus programas fracasan» advierte un profesor nada sospechoso de radicalismo 97.

Visto así el panorama lo primero que hay que decir es que los anuncios triunfalistas de que tal o cual áreas económica o Estado empieza ya a «recuperarse», estos anuncios tan frecuentes, ocultan tres hechos alarmantes. El primero es que: «El progreso de ciertos indicadores macroeconómicos aclamados por los gobiernos de Brasil y de Asia son esenciales para atraer a los inversores tanto extranjeros como locales. Pero como corolario está el declive de los indicadores macrosociales para las clases asalariadas. Los recortes en gastos sociales, la reestructuración de empresas, los altos índices de interés, los salarios bajos y los programas de privatización extensos hacen «progresasr» los indicadores macroeconómicos a expensas de los trabajadores asalariados» 98.

El segundo hecho es que esa desproporción creciente tiene causas materiales estructurales, ancladas en la marcha endógena de la economía capitalista, por mucho que ahora como en 1973, se busquen culpables circunstanciales como el encarecimiento del crudo. De hecho, si algo demuestra ese encarecimiento periódico es, de un lado, su inseparabilidad como efecto de la marcha general de la economía capitalista como causa, algo que ya fue demostrado teóricamente hace tiempo 99, y de otro lado, actualmente, su empeoramiento cara al futuro 100. Por eso, cuando leemos que: «después de 20 años la tasa de crecimiento de la economía mundial pierde tendencialmente 0,1 puntos por año» 101, reforzando así afirmaciones anteriores sobre la desaceleración tendencial de la economía capitalista, debemos preguntarnos: ¿qué quiere decir esto? Pues que visto el problema a escala planetaria y en tiempo de larga duración, como hay que analizar estas cuestiones, ocurre que la economía decrece a escala mundial aunque tenga repuntes en islotes muy contados, y que, además, ese crecimiento parcial se va concentrado en determinadas áreas, las ricas, abandonando a las pobres a su suerte. Proceso es tan abrumadoramente cierto que no nos extendemos en él Como también es incuestionable el hecho tercero: el agravamiento desquiciante de la crisis ecológica que está ya a punto de transformarse en pavorosa catástrofe.

Lo segundo que tenemos que hacer es preguntarnos por las causas de fondo de lo anterior, y que no es otra, a nuestro entender, que el desarrollo de las contradicciones inherentes al modo de producción capitalista, y de entre éstas las que anidan en la llamada ley de caída tendencial de la tasa de beneficio, a la que luego volveremos, y, como corolario suyo, la tendencia objetiva a suprimir trabajadores, lo que se llama «trabajo vivo» por máquina, lo que se llama «trabajo muerto». Esta tendencia es objetiva porque responde a la doble necesidad de, por un lado, atemorizar, vigilar y vencer periódicamente al movimiento obrero, expulsando a los trabajadores más concienciados o simplemente expulsando a un montón de ellos y, por otro lado, mantener la competitividad en el mercado capitalista y si es posible obtener durante un tiempo sobreganancias al haber introducido una tecnología punta poco o nada masificada. Por ambas razones, que se sintetizan en la necesidad ciega del capital para asegurar su acumulación y su valoración, se produce lo que A. Gorz ha estudiado tan detenidamente 102, y que confirma la visión histórica de Marx a la que volveremos posteriormente.

La tendencia a suprimir trabajo vivo se acelera con las innovaciones tecnológicas actualmente en curso, y todo indica que asistimos a una impresionante aceleración exponencial del instrumental tecno-científico capaz de ahorrar fuerza de trabajo Según algunos autores, no se trata sólo de simple desarrollo cuantitativo de la innovación tecno-científica, sino de que nos encontramos ya inmersos en una cualitativa transformación de nuestros esquemas praxeológicos debido a la subsunción de la materia, la vida y la mente 103 en el proceso productivo capitalista. La pregunta es entonces la siguiente: ¿creará más puesto de trabajo o los destruirá? Naturalmente dejamos de lado otras preguntas tan importantes como la anterior, como ¿qué es lo que decide si se crean o no esos puestos de trabajo? ¿cómo son esos puestos de trabajo? ¿quién decide cómo son? ¿cómo impactarán sobre la vida y la naturaleza?, etc., etc. Así que ciñéndonos sólo a la primera pregunta, y desde dentro de la dictadura capitalista -dictadura, se ha leído bien- hay que desmitificar radicalmente la falsa esperanza de que el progreso tecno-científico burgués resolverá el problema. De hecho, lo agravará, como indica B. Cassen 104 al desmentir las promesas oficiales de que el comercio electrónico por Internet -¡la pócima milagrosa!- no solamente beneficiará a las grandes empresas sino también a los pequeños comerciantes, a los tenderos de barrios, a los pequeños negocios familiares y que, por ahora, aún mantienen activos a millones de personas.

Para acabar: «La riqueza está ahí, se nos dice a veces, pero está mal repartida. El diagnóstico es insuficiente: la inversión mundial es profundamente inestable. Nunca se ha vuelto a alcanzar su tasa máxima histórica de 1973. Lentamente se va reduciendo con saltos de humor brutales que descubren una inestabilidad creciente. Se acrecienta el contraste entre un aparato tecnológico con rendimientos técnicos puntuales sin precedente y resultados económicos decepcionantes. A pesar de la rápida modernización de todos los sectores, en los años 1980 y 1990 la productividad por persona en activo aumenta dos veces menos que en los años ’60. El motor tecnológico se acelera pero la máquina económica se atasca» 105.

Y además: «Hay que poner nuestras esperanzas en la diversificación y en la emergencia de nuevos sectores? La creencia en un futuro de puros servicios desmaterializados e informacionales está desquiciada, incluso ante sus partidarios más acalorados de antaño. La expansión de estas actividades no ha aportado el oxígeno económico prometido por los profetas de la era post-industrial, y menos aún la remesa de empleos que, sin embargo, algunos persisten en hacer creer. La venta a bajo precio de una serie televisiva ya amortizada, ¿tiene efectos menos depresivos que la de los juguetes de plástico? Las cifras, en su sequedad, lo dicen claramente: en los servicios, el valor añadido real por persona ocupada no cesa de disminuir a lo largo del tiempo en todos los grandes países. El alza anual de precios de éstos ha pasado de ser del más del 3% a finales de los sesenta a menos del 1,5% en los años ochenta. El empleo en los mismos sectores, según los expertos, sigue a medio plazo la curva del empleo industrial. Más aún, el comercio internacional se refiere en más del 80% a mercancías; los servicios se contentan con el resto. Los servicios humanitarios y sociales, las actividades ecológicas, alrededor de las cuales algunos buscan una tabla de salvación, no están a cubierto ni de la competencia, ni de las penurias presupuestarias de los períodos de recesión. Los años recientes así lo demuestran: los campos de competencia innovadores están lejos de crear funciones en la medida de las que por el avance de las tecnologías y de las inversiones quedan obsoletas. Parece, por lo tanto, particularmente imprudente tomar como argumento los progresos en curso en las ciencias y en los sistemas de producción para predecir nuevas auroras de la coyuntura económica» 106.

Sin embargo, desde otra perspectiva, y tras debatir y analizar cómo fue la crisis desencadenada en verano de 1997, hay quien sostiene que: «nos estamos dirigiendo hacia una época de expansión global masiva hecha posible por la globalización de la industria. Nadie esperaba la crisis final del capitalismo o la catástrofe. No obstante –y no tenga dudas sobre eso– la crisis que acabo de mencionar fue una grave crisis. En Occidente tendimos a infravalorar su gravedad. Pero del mismo modo que todos hablamos de globalización, debemos ver también aquella crisis en términos globales, no sólo juzgándola por el efecto que haya tenido en los europeos o en los norteamericanos. Y, globalmente hablando, ha sido un hecho dramático. Ha habido países del sudeste asiático en los que la crisis produjo efectos por lo menos tan graves como los que azotaron a los Estados Unidos tras el ‘crash’ de 1929. ¿Qué la crisis ha sido superada? Perfecto, me alegro, Pero eso no significa que se pueda volver a creer, de forma totalmente acrítica , en una expansión sin controles. Advierto, por otra parte, que en estos momentos, a despecho de la retórica del libre comercio, asistimos a una reaparición del proteccionismo y de las disputas ligadas a él entre los Estados Unidos y la Unión Europea, y también entre los Estados Unidos y China» 107.

4. Sobre el método

Arrighi se pregunta si ¿puede el capitalismo sobrevivir con éxito? Tras advertir de las limitaciones de su texto y de que la respuesta hay que buscarla en «las estructuras subyacentes de la economía de mercado», presenta tres «posibles resultados de la actual crisis del régimen de acumulación estadounidense para el capitalismo como sistema-mundo»: Uno, «los viejos centros pueden detener exitosamente el curso de la historia capitalista» empleando sus superiores recursos de todo tipo y «concluir la historia capitalista mediante la formación de un imperio-mundo verdaderamente global». Dos: «el capital del este de Asia puede llegar a ocupar los puestos de mando en los procesos sistémicos de acumulación de capital», pero, al ser un capitalismo más débil que el estadounidense en recursos estatales y militares, al disponer de menores recursos intervencionistas, «el capitalismo (…) ‘concluiría’ como resultado de las consecuencias inesperadas de los procesos de formación del mercado mundial. El capitalismo (el «antimercado») se extinguiría con el poder estatal que ha conformado su destino durante la era moderna, y el estrato subyacente de la economía de mercado se retrotraería a algún tipo de orden anárquico»·. Y tres: «la historia capitalista concluiría instalándose permanentemente en el caos sistémico en el que se originó hace seiscientos años y que se ha reproducido a una escala cada vez mayor en cada una de sus transiciones. Resulta imposible decir si esto significaría únicamente el fin del capitalismo o el de toda la humanidad» 108.

4.1. Dudas y pregunta de fondo

Sin embargo, hay una cosa que nos llama la atención de este muy interesante párrafo, y podríamos expresarlo diciendo que trasluce una cierta ambigüedad epistemológica, teórica y conceptual a la hora de emplear términos como «el capitalismo se extinguiría», «concluiría»,»el estrato subyacente de la economía de mercado se retrotraería a algún tipo de orden anárquico», «caos sistémico»… Bien es cierto que Arrighi busca realizar una síntesis creativa de Smith, Marx, Weber, Braudel, Vallerstein y otros. Y precisamente aquí surge la duda que nos lleva a desarrollar este capítulo. Hay que empezar diciendo que el autor es consciente de las fuerzas y debilidades de su constructo teórico de «ciclo sistémico de acumulación», por ese mismo intento de crear una teoría propia recurriendo a otros proyectos complementarios y «no alternativos». Así Arrighi busca integrar tres niveles o estratos de investigación teórica: el de Marx, o estrato de fondo, profundo, que se centra en la esfera de la producción; El de los «teóricos de la dependencia y del sistema mundo» que investigan «el estrato intermedio de la economía de mercado para comprobar cómo sus «leyes» tiende a polarizar los lugares ocultos de la producción en áreas centrales y periféricas». Y el de Braudel que explora: «el hogar real del capitalismo localizado en el estrato superior del edificio del comercio». Pero la interrelación de diferentes escuelas y niveles le lleva a Arrighi a exponer un poco abstractamente este enunciado: «La lógica del estrato superior es tan sólo relativamente autónoma respecto a las lógicas de los estratos inferiores, y puede comprenderse únicamente tan sólo en relación con estas otras lógicas» 109.

Decimos abstractamente porque ¿qué relación de autonomía relativa guardan los «estratos inferiores» entre sí? O con otras palabras ¿tienen la misma influencia sobre el estrato superior estudiado por Braudel, el estrato profundo estudiado por Marx y el intermedio estudiado por los otros investigadores? Más aún ¿qué relación existe entre la teoría de Marx y la del sistema-mundo y la de la dependencia, o sea, entre el estrato profundo y el intermedio? Para acabar y dado que el superior sólo se comprende relacionándolo con los inferiores ¿también el intermedio es relativamente autónomo con respecto al profundo?

Estas interrogantes se mantienen a lo largo del libro, como sucede al leer que: «El capitalismo histórico como sistema-mundo de acumulación llegó a ser un «modo de producción», es decir, internalizó los costes de producción, únicamente en su tercera etapa de desarrollo (británica). Y, sin embargo, el principio de que la barrera real del desarrollo capitalista sea el capital mismo, el hecho de que la autoexpansión del capital existente se halle en tensión constante y entre de modo recurrrente en contradicción abierta con la expansión material de la economía-mundo y la creación de un mercado mundial apropiado… todas estas pautas de comportamiento ya se hallaron operativas en las dos primeras etapas del desarrollo, a pesar de la continua externalización de la producción agrícola e industrial efectuada por las agencias líderes de la acumulación de capital a escala mundial» 110. O al leer poco después cómo utiliza Arrighi las versiones de Adam Smith y Marx de la ley de la caída tendencial de la tasa de beneficio, como si sus diferencias no fueran cualitativas sino secundarias, a pesar de los sistemáticos esfuerzos realizados por el segundo para expresarlas nítidamente en el plano teórico y en un aspecto tan decisivo para la tasa de beneficio 111 como es la plusvalía, criticando la confusión de Smith al reducir la plusvalía no sólo a la ganancia, sino también a la renta del suelo 112. Más tarde, al final de este capítulo, volveremos sobre Arrighi, pero ahora nos interesa repasar muy superficialmente lo que dicen varios autores más para disponer así de una panorámica más amplia del tema que tratamos.

4.2. Wallerstein y el sistema-mundo

De cualquier modo Arrighi se mueve en un plano de precisión conceptual superior a lo que algunos autores achacan a los teóricos del sistema-mundo y de la dependencia. Por ejemplo, Samir Amin dice que: «las teorías desarrolladas dentro del marco de la dependencia o del sistema-mundo adolecen a veces de mecanicismo, economicismo y determinismo» 113. Otros autores son más explícitos y se refieren a las aportaciones de Wallerstein a la teoría del sistema-mundo. Por ejemplo, Eric Hobsbawm, que no critica el método del sistema-mundo, pero sí uno de sus pilares como es la «Escuela de los Annales» francesa, de la que Braudel era uno de los maestros claves: «Yo tuve una considerable simpatía hacia la escuela de los «Annales», pero con una diferencia: ellos creían en una historia que no cambia, creían en las estructuras permanentes de la historia; yo creo en la historia que cambia» 114. Por ejemplo, O. Coggiola, hablando de quienes sostienen que Marx es un «pensador del siglo XIX», dice que: «Compárese así el preciso y vivo análisis del ‘Manifiesto? sobre la ruptura ‘cualitativa’ impuesta por la era del capital en la historia universal, sus raíces diferenciadas de los modos de producción precedentes, abriendo el período de la historia ‘mundial’ propiamente dicha, con las concepciones de un Immanuel Wallerstein acerca del «capitalismo histórico», para quien el capital siempre existió, siendo el capitalismo el «sistema» en el cual «el capital vino a ser aplicado (invertido) de forma muy específica». El «capitalismo histórico» significaría «la mercantilización generalizada de los procesos …que anteriormente habían recorrido vías que no eran las de un mercado». Un retroceso de un siglo y medio en relación a la superación de la producción mercantil por la producción capitalista, y a la concepción dialéctica de la historia (que incluye las ‘rupturas históricas’) ya expuestas en el ‘Manifiesto’» 115.

Pero la crítica más acabada que nosotros hemos podido estudiar hasta ahora, a la teoría del sistema-mundo y en concreto de Wallerstein, sin por ello negar sus méritos y logros incuestionables, sino al contrario, aparece en la imprescindible obra de E. R. Wolf: «No han faltado autores que hayan visto en estos comerciantes medievales europeos los antecedentes directos de capitalismo. En esta tesis, el paso de la riqueza mercantil al capital es continuo, lineal y cuantitativo; se ve el desarrollo del capitalismo como una expansión de procesos ya en operación en el modo tributario. Tal es esencialmente la postura adoptada por Weber, Wallerstein y Frank. Si, no obstante, se ve al cambio de riqueza mercantil a capital como algo que lleva en sí no nada más crecimiento cuantitativo, sino más bien una gran alteración en los procesos determinantes, entonces el capitalismo aparece como un fenómeno cuantitativamente nuevo, como un nuevo modo de movilizar el trabajo social en el curso de la transformación de la naturaleza. Tal fue la posición que adoptó Marx. Desde este punto de vista, la historia del dinero engendrando-dinero no es más que la «prehistoria del capital». La riqueza mercantil no funcionó como capital mientras la producción estuvo dominada o por relaciones de parentesco o por relaciones tributarias. Lo que no era consumido por los productores o los tomadores de tributos podía ser llevado al mercado de otro lugar y cambiado por productos excedentes, lo que permitía a los comerciantes quedarse con las diferencias de precio obtenidas en la operación» 116. Y más adelante: «Para Wallerstein, la forma en que se despliega el trabajo social en la producción de excedentes es cosa secundaria, pues para él todos los productores de excedente que operan bajo las relaciones capitalistas son «proletarios» y todos los tomadores de excedente, «capitalistas». Estos modelos disuelven el concepto de modo de producción capitalista en el concepto de mercado mundial capitalista» 117.

Wallerstein ha precisado recientemente que: «En los sistemas históricos («civilizaciones») más importantes ha existido siempre un cierto nivel de mercantilización y, por tanto, de comercialización. En consecuencia, siempre ha habido personas que buscaban beneficios en el mercado. Pero existe una diferencia abismal entre un sistema histórico en el que existen algunos empresarios o mercaderes o «capitalistas», y otro en el que domina el ‘ethos’ y la práctica capitalista. Antes del sistema-mundo moderno lo que ocurría en cada uno de estos otros sistemas históricos es que en el momento en que un estrato capitalista se hacía demasiado rico o tenía demasiado éxito o adquiría demasiada influencia sobre las instituciones existentes, otros grupos institucionales, culturales, religiosos, militares o políticos lo atacaban, utilizando tanto su importante cuota de poder como sus sistemas de valores para afirmar la necesidad de contener y refrenar al estrato orientado hacia el beneficio. El resultado es que estos estratos vieron malogrados sus intentos de imponer sus prácticas en el sistema histórico como una prioridad. En ocasiones, se les arrebató cruel y brutalmente el capital acumulado y, en cualquier caso, se les obligó a obedecer a los valores y prácticas que les mantenían a raya» 118.

¿Qué importancia tienen estas discusiones para nuestro tema? Mucha. Si planteamos el debate sobre el futuro del capitalismo desde una perspectiva en la que prima más el mercado, la esfera de la circulación, los estratos superiores e incluso intermedios anteriormente vistos, la indeterminación conceptual de las clases sociales, la relativización del proceso de extracción de plusvalor y su continuidad hasta convertirse en plusvalía y ganancia, la suavización de la crítica al Estado y a su papel regulador estratégico, etc., desde esta perspectiva, tan común por otra parte, el debate sobre el futuro del capitalismo se empantana dentro en el propio horizonte epistemológico del pensamiento burgués. Desde luego que Wallerstein no plantea así las cosas, y menos Arrighi. Hemos planteado el tema en su extremo derechista por el peligro cierto de malinterpretación que surge de las interpretaciones un tanto ambiguas en el tema que tratamos.

Leyendo a Wallerstein, esa ambigüedad es llamativa al leer las tres grandes fórmulas -reconoce que hay más pero tienen menos posibilidades- que plantea para el futuro del sistema-mundo en el próximo medio siglo: «Una es una especie de neofeudalismo que reproduciría de un modo más equilibrado el desarrollo de los tiempos de desorden: un mundo dividido en soberanías parceladas, en regiones considerablemente más autárquicas, de jerarquías locales. Esto puede hacerse compatible con el mantenimiento, aunque no probablemente con el fomento, del actual nivel relativamente alto de tecnología. La acumulación incesante de capital ya no podría funcionar como la fuente principal de tal sistema, pero sería ciertamente un sistema desigualitario, ¿Qué le legitimaría? Tal vez un retorno a la creencia en las jerarquías naturales» 119. ¿Cómo se puede entender el «neofeudalismo»? ¿Símplemente por la forma geográfica de parcelación del poder y de legitimación jerárquica? ¿Cómo puede engarzarse el mantenimiento del nivel tecnológico con ese «neofeudalismo» y con la pérdida de importancia de la acumulación de capital en cuanto «fuente principal de tal sistema»? Aunque aquí no podemos extendernos en este realmente crucial y decisivo problema de las relaciones entre tecnología, capital y estructura sociopolítica y cultural, sí tenemos que decir que así expuesto, sin ninguna precisión siquiera de matiz, estamos ante un vacío conceptual inquietante 120. También debemos dejar de lado lo de que la acumulación de capital dejaría de ser «la fuente principal del sistema»: ¿Quiere decir Wallerstein que la explotación de la fuerza de trabajo social dejaría de ser «la fuente principal del sistema»? De ser así, ¿qué es un «sistema desigualitario»?

La segunda fórmula «podría ser una especie de fascismo democrático (…) una división del mundo en dos estratos, casi dos castas, una de las cuales, la de arriba incorporaría tal vez a un quinto de la población mundial. Dentro de este estrato podría haber un alto nivel de distribución igualitaria. Basados en tal comunidad de intereses en el interior de un grupo tan grande, habría fuerza suficiente como para mantener al resto del 80 por cierto en la posición de un proletariado trabajador totalmente desarmado. El nuevo orden mundial que Hitler tuvo en mente era algo parecido. Fracasó, pero es que entonces se definió a sí mismo en términos de un estrato superior demasiado escaso» 121. Necesitamos un espacio considerable para razonar las preguntas que haríamos al Wallerstein sobre el «fascismo democrático», porque entender el fascismo exige, no sólo una «teoría restringida» 122, sino además una «teoría ampliada» con subteorías del Estado y de las clases sociales, de la estructura psíquica de masas y del irracionalismo fascista y, por no extendernos, de la crisis social revolucionaria y contrarrevolucionaria. Desistiendo de tal exposición, sí queremos preguntarnos sobre si ¿acaso no sucede ya, ahora mismo y prácticamente desde la década de 1950 cuando el llamado «Tercer Mundo» comenzó a ser expoliado y empobrecido con una intensidad y una extensión muy superiores a las del colonialismo y primeras fases del imperialismo, iniciando su caída al abismo? ¿Acaso ya, ahora mismo, Africa no es un «continente prescindido», y no un «continente prescindible» como hace tan sólo una década? ¿El «alto nivel de distribución igualitaria» reduciría el altísimo y creciente nivel de desigualdad en la apropiación privada de los medios de producción? ¿Acaso no es el mismo proceso de «reparto de migajas» a las clases trabajadoras occidentales de parte de las sobreganancias coloniales e imperialistas, ya criticado por sus efectos alienadores por Engels, Marx y otros revolucionarios?

La tercera y última fórmula «podría ser un orden mundial más radicalmente generalizado, muy descentralizado y altamente igualitario (…) prefigurado en numerosas meditaciones intelectuales de los siglos pasados. La sofisticación política y la pericia tecnológica creciente que ahora tenemos la hacen factible, pero no segura. Requeriría aceptar ciertas limitaciones reales a los gastos de consumo. Pero no significa meramente la socialización de la pobreza porque entonces sería políticamente imposible de llevar a cabo» 123. Para desarrollar ese nuevo orden ¿sólo sería necesario «aceptar ciertas limitaciones reales a los gastos de consumo» o también una socialización radical de la propiedad privada? La factibilidad de ese orden nuevo ¿sólo viene asegurada por la «sofisticación política y la pericia tecnológica» o también por el desarrollo de las fuerzas productivas existentes y las posibilidades que ofrecen? Ahora bien, ¿sólo es cuestión de las fuerzas productivas o también de la dialéctica de estas fuerzas socioeconómicas con el llamado «factor subjetivo»? ¿Qué es eso de «sofisticación política? Además del sistema parlamentario burgués ¿también los terribles instrumentos de dominación del imperialismo? ¿Qué responsabilidad han tenido y tienen estos instrumentos y esa «sofisticación política» en el fracaso del socialismo, en el cerco criminal y contrarrevolucionario contra todos los logros emancipadores de las masas, acogotándolos, asfixiándolos y «abriéndoles las venas» 124 para vampirizarlos mejor? Ese nuevo orden ¿necesita de la lucha revolucionaria paciente, sistemática y mundial para desarrollarse o simplemente puede llegar a triunfar por el convencimiento político, el uso de la tecnología y la extensión de otro concepto de consumo?

4.3. ¿Crisis civilizacional o tercer imperialismo?

La tesis de que la crisis desencadenada a finales de los sesenta y comienzos de los setenta es algo más que una crisis estructural del capitalismo pues atañe al corazón de la civilización burguesa, no es nueva, y quien esto escribe ya defendió la existencia de una «crisis civilizacional» a finales de los setenta siguiendo con las reflexiones críticas iniciadas desde finales de los sesenta y que tuvieron en J. Herbig 125, y que nada tienen que ver con las estupideces reaccionarias sobre supuestas «luchas de civilizaciones». La tesis de Jorge Beinstein es que asistimos a una crisis múltiple del capitalismo que no es sino expresión de la crisis de fondo de la civilización burguesa, la cual es, a su vez, la etapa superior del imperialismo occidental: «La experiencia histórica del siglo XX nos permite acceder a una visión del mundo más amplia, de largo plazo, menos «europea», e ir más allá de la afirmación de la especificidad capitalista-financiera del capitalismo contemporáneo para incluirla en la trayectoria multisecular de Occidente, desde la Cruzada en el nacimiento del pasado milenio hasta los bombardeos sobre Irak y Yugoslavia al borde del año 2.000, pasando por la conquista de América, de la India, de Africa, de la guerra de Vietnam, etc. En ese caso, la idea del «imperialismo» como etapa superior, final de la civilización burguesa es reemplazada por un enfoque donde el imperialismo occidental aparece en el parto de la civilización burguesa (hacia la Baja Edad Media europea) que en su prolongado camino de depredación planetaria terminó por generar hacia finales del siglo XIX una forma parasitaria, que devino hegemónica bloqueando toda posibilidad de superación capitalista, la victoria del cáncer sella el destino del sistema que lo generó. Dicho de otra manera, podríamos formar la siguiente hipótesis: la civilización burguesa es la etapa superior del imperialismo occidental y la hegemonía total del capital financiero (económica, cultural, etc,) inauguró el último capítulo, senil, de la civilización burguesa» 126.

La gravedad del problema, desde esta perspectiva de largo alcance que nos remite a los inicios de la recuperación de la economía dineraria precapitalista allá por el siglo XIII, es innegable porque, según esto, no es sólo el modo de producción capitalista el que está tocado sino también bases productivas precapitalistas que lo sustentaron históricamente y que han sido decisivas, mediante su superación, integración y desintegración, para llegar al atolladero actual. Podemos entender mejor así las cinco líneas de trabajo teórico-prospectivo de largo plazo que ofrece el autor. La primera considera la prolongación durante cerca de una década de la situación actual, donde EEUU podría sufrir un paulatino desgaste y las otras potencias se desgastarían por detrás. Se trata de una visión conservadora que olvida el contenido acumulativo de las contradicciones del sistema. El autor insiste en que hay que desmitificar esta posible tendencia, denunciándola y combatiéndola teórica y prácticamente. La segunda considera el pudrimiento del sistema capitalista y de su civilización debido a la culminación de sus «tendencias entrópicas» extendiéndose las «zonas grises» y la degradación de amplísimas áreas del planeta. La tercera, con muchos puntos de contacto con la anterior, considera el lanzamiento por la burguesía de durísimas ofensivas antipopulares que generarían importantes resistencias sociales en medio de la proliferación de sistemas represivos feroces. La cuarta considera la posibilidad de que en vez del brutal ataque al Trabajo previsto en el punto tercero, el Capital opte por un ataque blando, neokeynesiano, destinado a evitar la excesiva conflictividad social y a recomponer el sistema de manera menos traumática mediante la supeditación consciente de las burguesías débiles al poderoso capital financiero globalizado. Pero el autor advierte de las enormes dificultades de este reformismo.

La quinta línea de trabajo: «basada en la inviabilidad de las opciones anteriores y focalizada en la periferia (aunque no restringida a ella) y en las dificultades crecientes del capitalismo, financierizado, cada vez más excluyente, aproximándose a una etapa de reproducción ultraparasitaria. Este esbozo de escenario se articula en torno de la resurgencia del fantasma que la ola neoliberal de los 90s creía haber eliminado para siempre: el socialismo, como bandera de sistemas de sobrevivencia asentados en la rebeldía de grandes mareas humanas cuyo horizonte no sería la sociedad lujosa del Primer Mundo sino la construcción de formas solidarias, igualitarias, capaces de satisfacer sus necesidades de base. Formas heterogéneas, plurales, correspondientes a espacios culturales y socioeconómicos muy diversos. Modelos de consumo austero y de recomposición, desde abajo, del tejido social» 127.

No hace falta comparar las diferencias entre Wallerstein y Beinstein que, a nuestro entender, en esencia giran alrededor del papel central del proceso productivo pues, mientras este casi no aparece en las tesis del primero, en las que prima más el proceso de la circulación del capital, en el segundo la dialéctica entre producción y circulación aparece directa o indirectamente actuante en las cinco líneas de trabajo. Ninguna construcción teórica sobre la civilización burguesa y occidental y sus conexiones sustantivas con el proceso de expoliación de valor que desencadenaron los bloques de clases dominantes europeas en la Baja Edad Media y multiplicaron posteriormente para, entre otras cosas, detener unos la descomposición del sistema medieval y otros acelerar el triunfo del sistema burgués. Romper la dialéctica entre producción y circulación y sobrevalorar la segunda sobre la primera, cuando si algo demuestra la historia vista en perspectiva larga es la primacía en última instancia de la primera sobre la segunda, esa rotura lo único que hace es precisamente reducir el proceso civilizatorio a la simple evolución idealista de los mercados carente de sustentación material de producción.

J. Petras, que también comprende la supremacía última de la producción material de valor, sostiene, sin embargo, la tesis de que el sistema capitalista vive ya en una tercera fase imperialista que, como las anteriores, está cargada de contradicciones que le harán entrar en declive: «Las contradicciones múltiples de los imperios euro-americanos vienen después de otros conflictos, conflictos que siempre acompañan el alza y declive de los imperios. La primera fase en la construcción de imperios capitalistas y modernos terminó con la guerra inter-imperialista de 1914, la Revolución rusa de 1917, la Depresión de 1929 y el efímero imperialismo fascista de los años 30 y 40. La segunda fase de los imperios empezó después de la segunda guerra inter-imperialista de 1940-45, y estaba dominada por los Estados Unidos. Entre 1945-y 1973 el imperio americano se expandió, mientras que el imperio europeo estaba parcialmente desmantelado. Este período estaba lleno de contradicciones porque el imperio norteamericano se había construido sin «las estructuras coloniales formales». Su expansión se enfrentó a las revoluciones antiimperialistas más importantes del siglo -China en 1949, Corea en 1950, Cuba en 1959, y, finalmente, Indo-China desde 1954 hasta 1973-. El concflicto entre un imperio en expansión y los movimientos de liberación también en una fase de crecimiento conducía a la derrota en Indo-China y un declive relativo en la construcción del imperio americano durante el período de 1973 y 1980″ 128.

Muchos autores 129, además del que ahora tratamos, han insistido en que desde los años ochenta del siglo XX se desencadenó una contraofensiva devastadora norteamericana para recuperar su poder. De hecho, la inició el presidente Carter antes de que Reagan le sucediera en la Casa Blanca y que algunos han pretendido reducir o minimizar tapándola con el nombre de «neoliberalismo». Petras sostiene que: «La tercera fase de la construcción de los imperios empezó a mitad de los años 80. El triunfo del capitalismo sobre la Unión soviética y las sangrientas guerras mercenarias y golpes de Estado militares en el Tercer Mundo, preparaban el escenario para la aparición del período contemporáneo de la construcción de imperios» 130. El futuro de este tercer período imperial del capitalismo depende de las resistencias y luchas que contra él mantengan las masas oprimidas del planeta. Petras sostiene que existen ya las condiciones objetivas que impulsan esas luchas, condiciones objetivas formadas por las inaguantables situaciones de explotación y miseria en el Sur y por su empeoramiento en el Norte; pero las condiciones subjetivas, es decir, el conjunto de fuerzas autoorganizadas independientemente de las estructuras del poder, y dispuestas a fusionar en la praxis la acción con la teoría, este factor decisivo es aún débil. Por eso Petras afirma que: «La cuestión clave es cómo estos centros de expresión y de crítica pueden conectarse con el descontento popular masivo, cómo transformar el descontento privado en asuntos públicos y en movilización política. Sin una subjetividad revolucionaria la lógica perversa del imperio va a seguir adelante, interrumpida de vez en cuando por explosiones de protesta. Las condiciones para un nuevo ciclo de resistencia anti-imperialista están presentes; las condiciones subjetivas están, todavía, madurando» 131.

4.4. ¿Mercado y/o modo de producción?

Jean-Louis Gombeaud y Maurice Décaillot, autores de un brillante texto que hemos citado varias veces, «El regreso de la Gran Depresión», tienen, empero, la particularidad de que evaporizan el concepto de modo de producción y sólo hablan de economía de mercado. Su tesis central es nos acercamos a una nueva Gran Depresión siguiendo el largo ciclo histórico que ya comenzó con la desintegración del Imperio romano, continuó hundiendo al feudalismo y, para no extendernos volvió a aparecer varias veces en la era moderna. Ello es debido a que la economía de mercado tiene unas contradicciones que le llevan al estancamiento primero y después a la depresión si no se toman determinadas precauciones. La más importante de estas es la de mantener siempre un nivel de proteccionismo y regulación estatal adecuado al desarrollo de esa economía de mercado concreta para evitar caer en el círculo vicioso según el cual: «Los tiempos del crecimiento moderado tienen como marco una competitividad de intensidad reducida. A medida que ésta se incrementa y que las barreras se eliminan, el equilibrio anterior se pierde. Sobreviene un período de aceleración comercial que ve a cada uno tentar a su suerte en los espacios de intercambio de nuevo despejados. La expansión de los negocios puede, en un primer momento, hacer creer en un aumento de la prosperidad, pero se revela pronto preñado de peligros de inflación, de desaceleración, de desórdenes» 132.

Conforme este proceso avanza, surgen las tensiones y las disputas y: «vemos abatirse las barreras, no por las ventajas que procura su desaparición, sino porque, en la confusión general, cada uno se dedica a derribar las murallas que protegían a los demás, con el riesgo de exponerse a una represalia peligrosa» 133. En una situación as: «como antaño, muchos creen encontrar la salvación en el endeudamiento, haciendo crecer la pirámide de las deudas, alimentando los riesgos financieros y el poder de negociación de los préstamos, avivando después la competitividad comercial. En la época de Teodosio, en la gran Florencia, los tipos de interés tendían a ser difícilmente soportables para los prestatarios; igual que hoy, superaban lo que permiten los ritmos de crecimiento. La inquietud se observa en todos los mecanismos de la vida económica. Préstamos arriesgados, crédito caro: la ley inmemorial» 134. Ahora bien, incluso por muchas medidas proteccionistas y reguladoras que se tomen para controlar los peligros inherentes a la economía del mercado, la experiencia confirma que: «Dos mil años de historia sugieren con insistencia que la economía de mercado no es el perpetuo salvador que nos describen con ligereza» 135. Esta larga experiencia permite a los autores advertir que la actual economía de mercado se precipita hacia otra gran depresión porque «si los acontecimientos de la historia no se repiten, sus grandes movimientos sí coinciden con frecuencia» 136.

Dicen: «Las dificultades presentes, perceptibles tras la reciente reactivación, podrían por lo tanto ser archivadas como un paréntesis. Abren, al contrario, una fase declinante de un largo ciclo de crecimiento, iniciado a mediados del siglo XVIII con la revolución industrial, y que la apertura tecnológica y económica del mundo ha llevado a la maduración. Los síntomas de esta inflexión, verdadera antesala de una degradación duradera, son claramente convergentes: fase de aceleración comercial que endurece los enfrentamientos y las tensiones inflacionistas, crecimiento limitado que desemboca en el empobrecimiento de los sectores menos favorecidos, huida de los recursos hacia refugios financieros que incrementan los riesgos de una crisis de la deuda. Luego llega la baja global de los precios, el endurecimientos de la competencia que empuja al recurso creciente de la mano de obra a bajo coste, a la concentración de actividades, que extiende el campo de exclusión social y de marginalización y que va acompañada de contrastes económicos crecientes y desequilibrios de intercambios, los peligros de fracturas a gran escala entre zonas y categorías, los efectos depresivos acumulativos de movimientos de precios y de fluctuaciones de producción, los conflictos establecidos entre presión fiscal y debilidad de la coyuntura, la inadaptación de las instituciones, el comienzo de perturbaciones de todas clases y la fragilidad de la sociedad entre plagas diversas (…) Ante nosotros se inicia, muy probablemente, uno de esos grandes períodos de reflujo de los que el pasado nos ilustra» 137.

Ahora bien, ¿qué proponen los autores para contener ese muy probable período de reflujo? ¿De qué nos sirven las experiencias acumuladas durante dos mil años de coincidencia de grandes movimientos de ascenso y caída, flujo y reflujo? ¿Son meras «coincidencias», es decir, movimientos azarosos y fortuitos carentes de conexiones internas, de regularidades tendenciales que se mueven siempre dentro de la dialéctica entre lo casual y lo causal, lo contingente y lo necesario? Los autores dan suficientes muestras de que admiten la existencia histórica dentro de la economía de mercado de regularidades tendenciales. Entonces ¿podemos aprender del pasado? Hacemos esta pregunta porque su respuesta nos permite constatar los dos grandes vacíos de esa obra por demás tan valiosa. Veamos su respuesta: «Es cierto: la economía de mercado ha vencido. El comunismo, tan rechazado, se ha derumbado él sólo en algunos años, dejándole el campo libre» 138. Más adelante nos explican qué quieren decir con lo de que el «comunismo» «se ha derrumbado él sólo», y es esto: «El colectivismo estatal en el que han vivido los países del Este ha presentado su candidatura durante varias décadas. Se ha derrumbado bajo el peso de sus fracasos económicos, sociales, políticos, técnicos y culturales y de los fallos de sus intercambios exteriores. Se acabó par él» 139. Sorprende la pobre visión unilateral y mecanicista , que no tiene en cuenta las impresionantes agresiones externas y las corrientes y discusiones internas, de la compleja y mundial experiencia del «comunismo». Más aún, a la altura del conocimiento actual resulta increíble que se siga definiendo como «comunismo» al régimen exsoviético estando a disposición de quien quiera leerlos cientos de estudios rigurosos y diversos sobre ese período decisivo para la humanidad, a no ser por miope ignorancia o vulgar dogmatismo teórico-político.

Visto esto no nos sorprenden ya las soluciones que ofrecen: «el éxito económico no se circunscribe al comercio salvaje, que llama a la complementariedad entre todos los que concentran las herramientas modernas; que la reciprocidad, esa compañera inmemorial de las sociedades humanas, deberá encontrar entre nosotros un espacio más grande: intercambiar menos, intercambiar dando a cada uno su lugar, tal es sin duda, para mañana, una de las claves (…) Habrá que recrear, lo más cercano posible de los hombres, espacios fuera de la competitividad, recursos fuera de la banalización comercial, playas de vida que escapen a la obsesión de la porción de mercado y de los tipos de cambio, centros para la estabilidad y el intercambio igualitario, lugares y tiempos para la autonomía responsable, de oxígeno para las solidaridades y el futuro» 140. Dejando de lado la romántica palabrería que sería válida si reflejase contenidos factibles, hay que decir que las propuestas nos remiten a modelos típicos del socialismo utópico, modelos sentsimonianos, owenistas, fourieristas, etc, que, con sus diferencias, se caracterizaban desconocer el proceso de explotación de la fuerza de trabajo para extraer un plusvalor y luego transformar una parte en plusvalía. La palabrería de los autores nos recuerda a los sueños utópicos de superar el capitalismo mediante la educación del pueblo, la creación de cooperativas de producción y consumo que creen islas que funciones sin dinero y que se interrelacionen en red, etc. No hace falta aquí decir una sola palabra más sobre el fracaso histórico de estos sueños bonitos pero imposibles dentro del modo de producción capitalista.

Hemos llegado ya al problema crucial. Los autores en ningún momento hablan de la existencia de modos de producción dentro del largo período de economía de mercado, que por cierto tiene más de dos mil años de antigüedad. Más aún, salvo error nuestro, no usan la palabra «capitalismo» y sí la de «comunismo» -¿cómo se entiende eso?- con lo que se acrecienta la sensación de vacío teórico ya que, por mucha referencia histórica que se haga, sirve de poco si no existe una malla teórica que sostenga toda la estructura conceptual. Desde esta debilidad se comprende la total ausencia de cualquier alusión al problema del valor, de la producción de valor, y, por el contrario, la sobreabundancia de términos como mercado, comercio, consumo, precio, inflación y otros. No negamos su utilidad, sólo decimos que el claro desequilibrio al que nos referimos confirma la visión parcial de los autores. Desde ella es imposible superar el marco conceptual del socialismo utópico, e incluso el marco de esa indicadora cita al autoritario, jacobino y reaccionario Charles De Gaulle, advirtiendo de los «peligros del mercado» 141.

¿Qué importancia tiene pensar desde el paradigma teórico que se estructura a partir del concepto de modo de producción? Dejando de lado por ausencia de espacio todo lo relacionado con el debate sobre antropología, etnografía, cultura, etc., siempre en sus relaciones con el género, el racismo y la opresión nacional 142, hay que decir que, a nuestro entender, no es posible construir una alternativa factible a las contradicciones capitalistas y cara al futuro, si no se parte de un conocimiento histórico solamente accesible, y construíble, mediante el empleo de las herramientas disponibles y mejorables existentes en el arsenal teórico que ofrece, a escala amplia, la teoría del materialismo histórico, a escala media la del modo de producción, y a escala corta la de la formación económico-social concreta. Pensamos que las dificultades que hemos constatado en Wallerstein, y las incoherencias utópicas en J-L Gombeaud y M. Décaillot, así lo demuestran. Pero no son los únicos ni los peores, por cierto. B. Buzan y G. Segal han publicado un texto en el que sin rubor intelectual alguno se atreven a dedicar más de veinte páginas a lo que pensarán de la sociedad de finales del siglo XX historiadores del mediato año 2500 y del remoto año 7000 de la era cristiana 143. No hace falta ser un lince para cerciorarse de la vacuidad de ese libro. Basta releer ahora, con algo más de seis años de envejecimiento bastantes de las ideas que se expusieron en un libro sobre el mundo que venía en 1994 144, escrito cumpliendo casi todos los cánones de la superficialidad burguesa, para comprender qué rápidamente envejecen los tópicos pero también las ideas que no se sustentan en una concepción materialista y dialéctica de la especie humana. Significativamente, Arrighi no comete ninguno de estos errores, aunque su pretensión de sincretismo teórico nos plantee dudas que no podemos desarrollar más aquí porque nos obligaría a profundizar en Smith, Weber, Braudel y otros autores tan dispares, ricos y sugerentes.

4.5. Capitalismo y crisis estato-nacional

Hemos comentado anteriormente que a consecuencia de las fuerzas contradictorias inherentes a la definición simple de capital elaborada por Marx, se producía una tensión permanente entre la dinámica expansiva y la necesidad de autoprotección del capital ya instalado. En términos teóricos, podemos definir a esa esencial dinámica como la contradicción expansivo-contractiva inherente a la definición simple de capital. Para nosotros es una de las bases que permiten comprender no sólo la evolución concreta de las formaciones sociales capitalistas, sino que también y tras proceder a convenientes retoques, explicar contradicciones similares en sociedades que viven en y de la economía de mercado como cimiento sobre el que se levantarán luego determinados modos de producción, así como, en parte, la correspondiente imbricación de esos modos con las formas históricamente dadas de explotación de género y etno-nacional. En este sentido y antes de seguir, convendría recordar el válido repaso histórico que E. Mandel hace, demostrando la inseparabilidad de la aparición rudimentaria de la mercancía y del dinero, desde luego hace más de sólo dos mil años, y el desarrollo posterior cargado de tensiones y conflictos en los que, dependiendo del nivel de asentamiento de la economía mercantil aparecen las primeras nociones sobre economía política y muy significativamente, sobre la ley del valor-trabajo 145, tema al que por su importancia decisiva volveremos más adelante. G. Childe aporta una visión rigurosa de cómo ya en los rudimentos de la economía mercantil abstractamente definida operaba embrionariamente, muy cortocircuitada e interferida por las limitaciones objetivas y subjetivas de la época, la contradicción entre la necesidad de expandir el comercio de mercaderías y la necesidad de asegurar un espacio en el que ese comercio pudiera guarecerse de la competencia exterior 146. El desarrollo capitalista ulterior ha llevado a una escala cualitativamente superior, que no sólo cualitativamente, esta dialéctica espansivo-contractiva de modo que, en determinadas condiciones, puede ser uno de los factores que ayuden a desencadenar una crisis y, desde luego, siempre está presente en la evolución general de sus tensiones.

D. Harvey nos ha dejado una de las mejores profundizaciones teóricas al respecto: «Los linderos regionales invariablemente son borrosos y están sujetos a perpetuas modificaciones porque las distancias relativas cambian con los adelantos en el transporte y las comunicaciones. Las economías regionales nunca están cerradas. La tentación de los capitalistas de dedicarse al comercio interregional, de obtener ganancias con el intercambio desigual y de colocar los capitales excedentes donde quiera que sea más alta la tasa de ganancia, a la larga es irresistible. Además, los trabajadores seguramente sentirán la tentación de trasladarse a cualquier lugar en en que los niveles de vida sean más altos. Además, la tendencia hacia el exceso de acumulación y la amenaza de devaluación., obligará a los capitalistas de una región a extender sus fronteras o simplemente a llevar el capital a pastos más verdes. El resultado es que el desarrooolo de la economía espacial del capitalismo se ve asediada por tendencias contradictorias. Por un lado hay que derribar las barreras espaciales y las distinciones regionales, y por otro lo medios para lograr esto provocan nuevas diferenciaciones geográficas, que forma nuevas barreras espaciales que hay que superar. La organización geográfica del capitalismo absorbe las contradicciones dentro de la forma valor. Esto es lo que quiere decir el concepto de desarrollo, inevitablemente poco uniforme, del capitalismo» 147.

La bibliografía sobre esta contradicción es muy abundante y rica, pero ahora nos interesa insistir en las relaciones de esa contradicción con la dinámica de poder, es decir, con el proceso de producción de valor y su monopolización por una minoría. En este proceso es vital la intervención del Estado no sólo como máquina de violencia, sino fundamentalmente como máquina que centraliza estratégicamente la reproducción ampliada del poder existente, haciendo especial insistencia en la utilización programada de todos sus recursos, que no sólo el del monopolio de la violencia 148. Es desde esta perspectiva que: «desde la óptica de las relaciones de poder, lo que interesa no es tanto la mercancía en su corporeidad, sino el valor, y más exactamente el plusvalor o el excedente –según el momento en que sea considerado–, lo que podría ser la geografía de la producción de excedente. Lo importante será aquí el circuito del valor, y la distribución, tanto social como territorial. De esta forma el espacio adquiere una doble importancia: como lugar de producción, pero también como ámbito y posibilidad de desplazamiento de excedente, de forma tal que pueda consumarse la distribución social gracias a la posibilidad de distribución territorial, y superpuesta a aquella. Así, la condición necesaria para el expansionismo territorial será la posibilidad de desplazamiento (movilidad) territorial del excedente, sea en la forma de mercancía o en la forma monetaria, hacia aquellos lugares que los expropiadores/gestores hayan decidido -bien sea para su apropiación directa, bien para su (re)inversión. Es por ello por lo que los conflictos territoriales tendrán muchos de lucha territorial como poder sobre la producción de valor, sobre el excedente y sobre la movilización del excedente» 149.

Periódicamente, esa contradicción objetiva que vive en la definición simple de capital, tiende a acelerarse y agravarse coincidiendo con saltos de una fase a otra del sistema económico, o lo que es cualitativamente decisorio, al traumático salto histórico de un modo de producción a otro. Cuando M. Castells se pregunta «¿El Estado impotente?» 150, no hace sino exponer con otra terminología la fuerza de esa contradicción desatada, confirmándola con múltiples ejemplos. R. Hobsbawm tampoco cita abiertamente esa dinámica pero sí presta especial atención a uno de sus efectos fundamentales como es la agudización de las tensiones entre quienes por razones históricas no fueron dominados por los Estados y mantienen sus identidades preestatales y esos mismos Estados que les dominaron pero no les alienaron. Hobsbawm también habla de las tensiones crecientes entre los ciudadanos que ya no aceptan a sus Estados y la obcecaión de estas burocracias para seguir dominándoles.

Ambos nos interesan y empezaremos por el primero. Hobsbawm afirma refiriéndose al las resistencias de los pueblos a la colonización occidental: «fueron muy pocos los pueblos que se resistieron, y pos supuesto de ningún modo los que ya estaban habituados a vivir bajo un gobierno de un tipo u otro. Los únicos que no se plegaron a la férula colonial fueron los pueblos que vivían en sociedades sin estado; tal es el caso de Afganistán, de las sociedades tribales del salvaje Oeste, de los kurdos, de los bereberes de Marruecos. Pero, fundamentalmente, los pueblos que opusieron resistencia fueron lo que se habrían resistido a cualquier gobierno. A su gobierno, o a un gobierno extranjero, daba igual» 151. Sería interesante discutir ahora un poco sobre si fue tan reducida la resistencia de los pueblos como sostiene el autor , o si hubo realmente más guerras de las reconocidas por la historiografía occidental. No tenemos ahora espacio para desarrollar las tesis que argumentan lo contrario 152, haciendo referencia a la interrelación de factores sociales, económicos, políticos y culturales de los pueblos agredidos como detonantes de resistencias más o menos prolongadas a las agresiones extranjeras, pues lo que queremos es insistir, aceptando parcialmente lo que opina Hobsbawm, que los pueblos que por avatares sociohistóricos se han librado de la disciplinarización psicosomática necesaria para aceptar el orden exterior impuesto por el Estado, el que fuera, esos pueblo se han caracterizado por una larga oposición a las agresiones externas.

En realidad, este problema a debate nos remite a la composición social interna del pueblo afectado, a sus diferencias clasistas y a sus relaciones internacionales, es decir, al conjunto de intereses que pueden motivar, ante una agresión externa, el comportamiento unitario de todas las clases y sectores, o , lo que es mucho más frecuente en la historia, la opción de las clases ricas y dominantes del pueblo agredido por algún tipo de alianza, pacto o simplemente colaboracionismo pasivo con el invasor para, de algún modo, seguir obteniendo un mínimo de beneficio de la explotación. Comparada esta opción con la contraria, con la de la unión de todas las clases, dominantes y dominadas, contra el invasor, ésta segunda es mucho menos frecuente. Sorprende un poco, en este sentido cómo Hobsbawm tiende a sobrestimar el comportamiento resistente de las burguesías europeas bajo los nazis en 1939-45, y hace una referencia muy genérica al comportamiento de Pétain y el gobierno de Vichy, cuando es sabido que: «Durante el primer año de ocupación, los resistentes partidarios de Degaulle o probritánicos no eran más que una ínfima minoría, a lo máximo el 5% de la población (…) la mayoría de los franceses, en 1940-1941, tenían confianza en Pétain» 153. Sin embargo, sí está en lo cierto cuando a continuación explica la experiencia somalí y concluye en sentido general como una lección extraída de los últimos decenios y válida para el siglo XXI: «Es decir que en muchos países del mundo la gente ya no está dispuesta a aceptar el principio según el cual no vale la pena combatir contra los ejércitos de ocupación» 154.

Hobsbawm nos pone como ejemplo, con razón, la resistencia del IRA y su efectividad para superar año a año las inmensa desproporción de medios comparado con el poder de la Gran Bretaña: «El IRA, por ejemplo, ha significado la coexistencia, en Irlanda del Norte, durante treinta años, de una administración estatal regular con elementos de gobierno del territorio que actuaban fuera de su control. Y ello a pesar de que el IRA haya contado, en relación al Estado, con un número de hombres incomparablemente menor y haya dispuesto de un armamento también incomparablemente inferior» 155. ¿Qué relación puede existir entre la resistencia de los bereberes o de los kurdos, o de los afganos, y la resistencia del IRA? ¿No puede ser que al carecer todos esos pueblos de una «obediencia estatalizada» han mantenido una conciencia nacional, una identidad colectiva, una memoria militar, una estructura psíquica de masas no alienada por la disciplinarización estatalista? ¿Puede existir entre esos y otros pueblos que han vivido historias similares en cuanto a no haber sufrido esa contaminación desnacionalizadora, por ejemplo euskaldunes, corsos, bretones, tamiles, saharauis, palestinos, etc., una menor predisposición a la obediencia que el extranjero quiere imponerles? Incluso ¿no puede ocurrir que en determinados momentos críticos esos componentes que dormitan en la memoria colectiva se reactiven aunque ese o esos pueblos sí hayan tenido una experiencia estatal, como, por ejemplo, los chinos contra los japoneses, por poner un caso?

Pensamos que, en efecto, las transformaciones acaecidas en los últimos años sí presionan en este sentido, en el de reactivar las conciencias nacionales independentistas de muchos pueblos. Y no somos pocos los que opinamos así: «La periferia es hoy mucho menos maleable que hace un siglo, durante más de siete décadas una superpotencia periférica, la URSS, desafió a Occidente, resistió un largo asedio, incluida una tentativa de exterminio y aunque finalmente sucumbió a su propio anquilosamiento burocrático, el mundo de la postguerra fría no significa el retorno a la situación colonial de comienzos del siglo XX. Las descolonizaciones y revoluciones desatadas a partir de la Revolución Rusa y luego de la Segunda Guerra Mundial, más allá de sus éxitos y fracasos, han dejado una herencia perdurable que no puede ser eliminada de un soplido. La proliferación nuclear (India, Paquistán, China, Corea del Norte…), la existencia de numerosos ejércitos relativamente bien armados en las zonas subdesarrolladas, de culturas periféricas emergentes que expresan voluntades de independencia muy fuertes y por otra parte las dificultades que han tenido hasta ahora los gobiernos del G7 para arrastrar a sus poblaciones en aventuras militares con alto costo en vidas propias, bloquean la alternativa de reconstitución de vastos protectorados militares en las áreas pobres del planeta» 156.

La tendencia para el siglo XXI que anuncia Hobsbawm, con la que muchos estamos de acuerdo aunque desde posiciones muy diferentes 157, se refuerza al estudiar el segundo caso, el de el creciente rechazo de los ciudadanos a sus propios Estados, que no solamente a los extranjero: «nos encontramos ante la inversión de una tendencia secular, de una onda larga de la historia que se movía en la dirección de la construcción y el fortalecimiento progresivo de los estados territoriales, los estados-nación en el asentido político del término» 158. «Esta tendencia parece detenerse. No sé si se ha invertido, pero lo que es cierto es que se ha agotado el impulso que la movía» 159. Son varias las razones que cita el autor para sostener esta tesis pero insiste en que es: «Un problema tanto más difícil de afronta por nuevas razones que tienen que ver con el problema a que antes aludía: la obediencia voluntaria de los pueblos a sus gobiernos. Durante buena parte de la historia, la suposición de que si el gobierno es eficaz, el ciudadano, en general, obedece fue válida. Sea cual fuere el gobierno, gustase o no. Es cierto que en algunos casos se acataba porque era fuerte, pero en otros era aceptado por la teoría de que un gobierno eficiente es mejor que la falta de gobierno, según la idea expresada por Hobbes» 160.

Pensamos nosotros que la crisis del Estado-nación responde, en primer lugar, a la periódica agudización de las contradicciones inherentes a la definición simple de capital, es decir, a las consecuencias diversas que se derivan de la pugna expansionista y protectora analizada arriba; en segundo lugar, sobre esta base genético estructural del capitalismo como modo de producción, se levantas las contradicciones concretas en cada formación social específica, en este caso, y por los ejemplos que cita Hobsbawn, la Unión Europea y, en tercer lugar, que entre ambos niveles existe una conexión en y mediante la esfera de la personalidad colectiva de los pueblos que se materializa en sus culturas y lenguas, de modo que bajo la presión de las condiciones materiales de producción, las tensiones que se acumulan en la pugna por el control del territorio como espacio de producción y conservación de valor -el excedente simbólico-material colectivo acumulado- puede terminar tanto en una guerra abierta o práctica de violencia defensiva contra el Estado agresor o bien en una guerra civil interna. También, y es una experiencia muy frecuente, en una síntesis de ambas. Lo valioso de la tesis de Hobsbawm, para nuestros objetivos teóricos, es la ideas de que esas contradicciones no han desaparecido sino que aumentan y se perpetuarán durante un tiempo en el siglo XXI.

5. Sobre el futuro

Estas y otras interpretaciones sobre el conjunto de instrumentos teóricos empleados para estudiar los problemas humanos, nos llevan a un debate estratégico sobre cuatro interrogantes decisivas: ¿qué es el capitalismo?, ¿se puede conocer el capitalismo desde dentro de su mismo modo de pensar o hay que hacerlo desde fuera, críticamente? ¿existe el derrumbe capitalista? y ¿cómo repercute todo ello sobre Euskal Herria? Obviamente, no podemos responder aquí a la primera, aunque ya hemos insinuado algunas ideas al respecto. La segunda pregunta es decisiva, y por eso vamos a responderla con una rotundo no.

5.1. Falsa conciencia necesaria

La denominada «ciencia económica» supuestamente neutral y aséptica, no deja de ser una técnica de optimización del beneficio burgués ayudada por otras técnicas disciplinadoras, legitimadoras, planificadoras y represivas de la fuerza de trabajo social. P. Deane sostiene que: «El hecho de que los avances en el conocimiento económico no son típicamente más que tentativos, exploratorios o conjeturales, que sus explicaciones raramente son sólidas, y que sus predicciones más logradas sólo son casi correctas, no es objeto de discusión entre los profesionales» 161. No debe sorprendernos entonces el desconcierto de muchos estudiosos burgueses ante lo que está pasando: «Nunca se había hecho tan evidente como hoy la dificultad que se presenta cuando se quiere aplicar a una realidad completamente nueva los esquemas interpretativos del pasado. Así , resulta difícil de entender cómo pueden ser compatibles los signos de la (extrema y creciente) fragilidad macroeconómica de la gran economía estadounidense con una expansión tan fuerte y continuada como jamás se había visto con anterioridad» 162.

Tampoco debe sorprendernos entonces el fracaso estrepitoso de todos aquellos que profetizaban una nueva edad de oro si se cumplían sus «teorías científicas». Pero ¿quiénes eran?: «los numerosos Premios Nobel de economía que han predicado los milagros de la «apertura»; los profesores universitarios neoclásicos que «ocupan» los puestos claves en la enseñanza superior y los comentaristas económicos que «martillean» todos los días –desde los medios– los mismos mensajes sobre la cabeza de la gente común. Los universitarios tienen menos excusas que los «subcontratistas», pues no pueden ignorar que muchos trabajos científicos han destrozado numerosas de las imposturas relativas al proteccionismo y al librecambio» 163. Es, por tanto, la estructura entera misma que sustenta, produce y valida a la «ciencia económica» la que muestra su estrepitoso fracaso en medio de la indiferencia de sus burócratas, empleados y ayudantes, sean intelectuales funcionarios, autónomos o simples asalariados.

Las razones de esa mezcla de despreocupación, desconcierto e ignorancia por los resultados prácticos y la verosimilitud, criterio de verificación o simplemente falsación de la «ciencia económica», nacen tanto de intereses crudamente económicos destinados a falsificar datos para evadir impuestos, blanquear dinero, etc., como descubrió Victor Perlo al estudiar estadísticas reales a fín de demostrar la corrección de la ley de caída tendencial de la cuota de ganancia 164, confirmando la razón de quienes sostienen que el capitalismo tiene , como mínimo, dos sistemas de contabilidad , uno de los cuales es sistemáticamente ocultado a los investigadores críticos. Como del interés preciso para ocultar todos los datos sobre la explotación real de la fuerza de trabajo, como denuncia T. Andréani al estudiar todas las limitaciones conceptuales y vacíos epistemológicos que dificultan extremadamente estudiar qué es, cómo se forma y cómo es explotada una clase social por otra, considerando que esa explotación es total y supone sus correspondientes instrumentos de dominación y opresión 165. ¿Y qué decir del rechazo del sistema patriarco-burgués a que su economía integre las estadísticas de la explotación de la fuerza de trabajo sexo-económica de la mujer? 166. Y si relacionamos las dificultades para conocer la explotación en general con la explotación de las mujeres, nos encontramos con las dificultades para descubrir a los ricos en las estadísticas que ellos mismos escriben 167, y consiguientemente y por el lado antagónico, las dificultades para medir realmente la pobreza 168. Tampoco podemos olvidar el altanero desprecio de la «ciencia económica» hacia los costos inmensos que supone internalizar en dinero las destrucciones medioambientales externalizadas de la economía, inexistentes en las estadísticas y en la contabilidad, aunque no en la salud humana 169.

Significativamente, estas «ausencias» tienen una directísima consecuencia en la ocultación de las condiciones de vida y trabajo de las clases oprimidas, de las mujetes y masas empobrecidas. Muy recientemente se ha hecho una investigación crítica de las «estadísticas del PP» y del gobierno español. Se ha descubierto que tienen tres grandes vacíos: la ocupación y el empleo, el sector exterior y el déficit del sector público, «tres áreas decisivas para entender la situación actual de la economía española». Nosotros diríamos que para entender, también, la situación política interna y la fortaleza del propio Estado español cara al futuro, pero de este tema ya hablaremos en el capítulo siguiente. Ahora nos interesa insistir en la notoria intencionalidad política del PP para ocultar la verdadera situación socioeconómica: «la información mensual sobre la evolución del Presupuesto ha dejado de difundirse con asiduidad; la Memoria de la Administración Tributaria ha desaparecido; los datos de la Agencia Tributaria cambian de criterio con cada comparecencia del secretario de Estado de Hacienda en el congreso; y hoy es el día, cuatro meses despuésde acabar el año, que la opinión pública no sabe cuanto recaudó el Estado en 1999. En enero del 2001estará disponible la nueva Encuesta de Presupuestos Familiares que permitirá fabricar un nuevo IPC (Índice de Precios al Consumo). Los estadísticos -incluídos algunos del Instituto Nacional de Estadística- empiezan a temerse lo peor, que es, ni más ni menos, que el cambio se produzca sin facilitar la información suficiente a la opinión pública y a las instituciones que estudian las cifras; y que el cambio de ponderaciones en el índice carezca del mínimo contraste o explicación» 170.

A estas presiones contrarias al conocimiento crítico hay que unir el propio límite filosófico de la «ciencia económica», esencialmente mecanicista y kantiana, incapaz de estudiar la dialéctica inherente al concepto marxiano de valor: «el más controvertido de todo su pensamiento» 171, y que sigue sin ser entendido ni rebatido por la economía oficial pese a toda la palabrería pseudocientífica en contra de la teoría del valor. A. Barceló está en lo cierto cuando afirma que la corriente teórica hoy hegemónica «es heredera de la «contrarrevolución marginalista» de los años 70 del siglo pasado» 172. Recordemos que esta contrarrevolución buscaba, de un lado, desviar el objeto de la investigación económica no hacia los problemas inquietantes advertidos por Smith, Ricardo y Sismondi, nada agradables para la burguesía europea atemorizada por las luchas obreras, sino hacia problemas individuales y subjetivos, como la utilidad, la preferencia personal, etc; y de otro lado, buscaba simultáneamente desacreditar las tesis de Marx que aunque muy pocos conocidas eran ya el enemigo antagónico del capital. La «escuela marginalidata», precursora del actual neoliberalismo, se presentaba con un altivo aire de cientificidad, neutralismo y sentido común. Por eso, Barceló tiene toda la razón cuando dice que: «Contra lo que pudiera parecer, los descubrimientos importantes en ciencias sociales se caracterizan por contraponerse a la intuición y al sentido común. Los saberes propiamente científicos consisten en mostrar algo que no se veía hasta entonces, y no en facilitar disfraces de respetabilidad al conocimiento vulgar» 173.

Por su importancia es conveniente aclarar que esa incapacidad intelectual, que ese dominio del sentido común es una forma falsa pero necesaria de conocimiento de la realidad, que A. Sohn Rethel define así: «La falsa conciencia necesaria es falsa no por defecto de la conciencia, sino por defecto del orden histórico de la existencia social que hace que sea falsa. La solución está en un cambio de este orden, un cambio que elimine las poderosas y enraizadas características sobre las cuales puede demostrarse que reposa esta causación. Marx hace mucho hincapié en que en el hecho de que su exposición crítica del carácter fetichista del concepto de valor no elimina el hechizo de este concepto que la producción de mercancías ha de provocar en tanto exista. El hombre, en un sentido social, no está en un error, está engañado. Es inocente de su falsa conciencia necesaria (…) (que) tiene sus raíces, no en la lucha de clases, sino en aquellas condiciones históricamente necesarias que producen el antagonismo de clase» 174. Interesa ahondar un poco más en este sencillo hecho de que las raíces de la falsa conciencia necesaria son más hondas y profundas que las de la lucha de clases, anteriores si se quiere, porque explica no sólo que la ideología burguesa sea reaccionaria en la lucha de clases, sino sobre todo, que está previa y necesariamente falseada, siendo incapaz de superar la apariencia y bucear a las causas.

Según Rieser: «En el análisis marxiano, el sistema social capitalista (al igual que los sistemas que le precedieron) tiene un modo particular de «aparecer» ante los grupos sociales que actúan en él, así como ante los científicos que lo estudian. Esta «apariencia» oculta o deforma la esencia íntima del sistema, y debe por lo tanto ser «quitada» para poder comprenderlo realmente. Sin embargo, ella no es reductible a un error en el ‘análisis’ del sistema social, pues tiene una dimensión ‘objetiva’ (…) la realidad social capitalista está estructurada de modo tal que pone de relieve algunas característica, ocluyendo otras que están en las raíces de las primeras y que son las únicas que pueden explicarlas. Las primeras constituyen la «apariencia» del sistema; son características objetivas, reales, pero al mismo tiempo conducen a una interpretación del sistema que se funda sólo sobre ellas y que no tiene en cuenta otras características fundamentales, que constituyen la ‘esencia’ del sistema y son por tanto indispensables para su ‘definición’» 175.

5.2. Ley del valor-trabajo

La «ciencia económica» burguesa se enfrenta, desde el análisis marxiano, a una apariencia creyendo que es la esencia. Y lo hace, además, sin superar el efecto fetichista que nace de esa apariencia. No es casualidad, así, que el intelectualismo oficial esté lleno de textos burdos y superficiales sobre historia económica que incitarían a la hilaridad si el tema no fuera tan grave 176. Esta mezcla de fetichismo, apariencia y falsedad necesaria es la que hace, a su vez, que la historia de las ideas económicas oficiales sea inseparable de la alienación de los sujetos que las han elaborado 177. También por eso mismo, un clásico como Rubín inicia su imprescindible investigación hablando del fetichismo de la mercancía y ascendiendo de la apariencia abstracta a la esencia concreta, critica a los economistas que no han comprendido el salto cualitativo de Marx y, dentro de éste, la necesidad de diferenciar la magnitud del valor, la forma del valor y la sustancia del valor 178. Igualmente, otro profundo conocedor de la obra marxiana como es Korsch, afirma que: «Efectivamente rige en la producción burguesa de mercancías una ley no escrita del valor, la ley del intercambio de mercancías del mismo valor, pero no como ley natural eterna e inmutable, sino como «ley natural social», válida sólo en determinadas condiciones sociales, para una determinada época histórica (…) También ha demostrado Marx detalladamente que la «ley del valor» no se realiza, ni siquiera en la producción de mercancías plenamente desarrollada, sino en medio de constantes roces, oscilaciones, pérdidas, crisis y ruínas» 179.

Estas precisiones teóricas son necesarias porque, en realidad, la ley del valor-trabajo cumple una función clave en la concepción materialista de la historia. Todos sabemos empíricamente aunque no lo racionalicemos teóricamente que, más temprano que tarde, nos traerá funestas consecuencias incumplir una cosa tan simple como la llamada «ley del mínimo esfuerzo». Por inapelables exigencias objetivas de la naturaleza relacionadas con el funcionamiento de la entropía o segunda ley de la termodinámica, con sus variantes especiales para el contexto social humano como indica Martínez Lizarduikoa 180, el sobregasto de energía más allá de lo permitido por la ley del mínimo esfuerzo termina al irresponsable despilfarrador de sus recursos energéticos. Pero la sociedad humana asciende mediante el desarrollo de las fuerzas productivas y sus relaciones sociales de producción, a un nivel tal en el que aparece la ley de la productividad del trabajo, , y más adelante, cuando nace y se extiende la producción de mercancías y ésta se generaliza, sobre ambas leyes anteriores, la del mínimo esfuerzo y la de la productividad del trabajo, se impone la ley del valor-trabajo, que es la forma más acabada en la sociedad dividida en clases de medir la explotación de una mayoría por la minoría.

Trotsky dice que: «El ascenso histórico de la humanidad está impulsado por la necesidad de obtener la mayor cantidad posible de bienes con la menor inversión posible de fuerza de trabajo. Este fundamento material del avance cultural nos proporciona también el criterio más profundo en base al cual caracterizar los regímenes sociales y los programas políticos. La ley de la productividad del trabajo es tan importante en la esfera humana como la de la gravitación en la de la mecánica. La desaparición de formaciones sociales que crecieron hasta desbordar sus marcos no es más que la manifestación de esta cruel ley, que determinó elk triunfo de la esclavitud sobre el canibalismo, de la servidumbre sobre la esclavitud, del trabajo asalariado sobre la servidumbre. La ley de la productividad del trabajo no se abre camino en línea recta sino de manera contradictoria, con esfuerzos y distensiones, saltos y rodeos, remontando en su marcha las barreras geográficas, antropológicas y sociales. De aquí que haya tantas «excepciones» en la historia, que no son más que reflejos específicos de la «regla» 181.

Desde luego que las muy penosas condiciones en las que Marx tuvo que desarrollar su militancia praxeológica le dificultaron sobremanera la realización de los objetivos que él mismo se había marcado e incluso le impidieron físicamente concluir bastantes e iniciar otros muchos. Aun y todo así, la teoría del valor-trabajo, que culmina cognoscitivamente el proceso de elaboración del materialismo histórico, de la que emerge la teoría de la plusvalía y toda la crítica revolucionaria al capitalismo, puede ser estudiada en todas sus versiones más o menos «ortodoxas» en el sentido lukacsiano o «revisionistas» en el sentido gramsciano 182. De cualquier modo, nosotros ofrecemos ahora esta definición de E. Mandel sobre la ley del valor-trabajo: «el mecanismo económico de una sociedad de productores privados que distribuye la fuerza de trabajo total a disposición de la sociedad (y por ende todos los recursos materiales necesarios para la producción) entre sus diversas ramas de la producción, a través de la mediación del intercambio de todas las mercancías a sus valores (en el modo de producción capitalista, a sus precios de producción). Bajo el capitalismo, esta ley determina las pautas de inversión, es decir, el flujo y el reflujo de los capitales hacia las diferentes ramas de la producción, de acuerdo con la desviación de su tasa de ganancia específica con respecto a la tasa general de ganancia» 183.

Estas explicaciones son necesarias porque, se quiera o no reconocerlo, las tres grandes corrientes de teoría económica, que nacieron al son de las exigencias de la lucha de clases en los siglos XVIII-XIX y han dado vida a todas las variantes posteriores, giran alrededor del valor. Así, las dos burguesas basadas, una, en la subjetividad del valor y, otra, en el valor del coste de producción, y la antagónica e irreconciliable con ambas, la marxista, basada en la teoría del valor-trabajo- , todas ellas giran alrededor del problema del valor 184.

Para concluir esta respuesta contundentemente negativa a la interrogante sobre la supuesta cientificidad de la «ciencia económica» burguesa, permítasenos citar la ‘paradoja’ de D. Harvey: «El valor, en primer lugar, es «un modo social definido de existencia de la actividad humana» logrado bajo las relaciones capitalistas de producción e intercambio. Por tanto, Marx no está interesado principalmente en dar forma a una teoría de los precios relativos, o incluso en establecer reglas fijas de distribución del producto social. Está interesado más directamente en contestar a esta pregunta: ¿cómo y por qué asume el trabajo en el capitalismo la forma que en él adopta. La ‘disciplina’ impuesta por el intercambio de mercancías, las relaciones monetarias, la división social del trabajo, las relaciones de clase en la producción, la enajenación de los trabajadores del contenido y el producto del trabajo, y el imperativo de «acumular por el afán de acumular» nos ayudan a entender los logros y limitaciones reales del trabajo humano bajo el capitalismo. Esta disciplina contrasta con la actividad del trabajo humano como «el fuego viviente que da forma», como «la transitoriedad de las cosas, su temporalidad» y como la libre expresión de la creatividad humana. La paradoja que hay que entender es cómo la libertad y la transitoriedad del trabajo humano como un proceso es ‘objetivada’ en una ‘fijación’ de ambas cosas e intercambia proporciones entre las cosas. La teoría del valor trata de la encadenación de las fuerzas y restricciones que disciplinan al trabajo como si fueran una necesidad impuesta externamente; pero lo hace reconociendo claramente que en el análisis final el trabajo produce y reproduce las condiciones de su propia dominación. El proyecto político es liberar al trabajo como un «fuego viviente que da forma» de la disciplina de hierro del capitalismo» 185.

5.3. Teoría marxista de la crisis

Precisamente porque la teoría del valor ataca directamente la disciplina de hierro del capitalismo, por eso, de un lado, fue ferozmente vituperada desde su misma enunciación y, de otro lado, es imprescindible para entender cualquier debate y cualquier práctica que pretenda superar el modo de producción capitalista. No es casualidad que cuando la burguesía quiere recuperar rápidamente su tasa de beneficios y salvar al sistema de una crisis más o menos peligrosa, recurre de un modo u otro a alguna de las variantes parciales de las dos grandes corrientes antagónicas al marxismo. Entramos así de lleno a la respuesta a la tercera pregunta: ¿existe una teoría marxista de la crisis? Desde luego, como hemos indicado varias veces, las serias dificultades económicas que tuvo Marx, las exigencias ineludibles y prioritarias de sus tareas militantes cotidianas, los obstáculos a la hora de acceder a datos fidedignos sobre los problemas que estudiaba, su propio rigor y meticulosidad investigadora, estas y otras razones explican el que haya dejado una especie de «teoría blanda» de las crisis capitalistas, aunque, como veremos, su núcleo básico estaba enunciado en dos grandes textos y en los demás abundan toda serie ideas importantes y sugerencias válidas sobre las dinámicas parciales que van generando subcrisis concretas que, según las circunstancias, van confluyendo hacia una gran crisis capitalista, que puede abrir la puerta al reino de la libertad o que puede hundir a la sociedad en lo más hondo de la injusticia burguesa. Estas ideas, más el desarrollo posterior del capitalismo y de sus contradicciones, han permitido a otros desarrollar un rico debate sobre las crisis 186.

Como una muestra tenemos la duda de si ¿existe el derrumbe capitalista?, planteada, a grandes rasgos 187, por R. Luxembur, Bujarin y Varga, y Grosmann, con diversos autores pululando alrededor suyo. Antes de responder y decir que es mejor hablar de crisis social, hay que precisar qué entendemos por derrumbe: «La utilización que aquí hacemos del término «derrumbe» se encuentra sustancialmente alejada de la acepción que el mismo presenta en las formulaciones catastrofistas de la crisis. Cuando hablamos de «derrumbe» de la acumulación no lo hacemos en un sentido último y definitivo, sino para referirnos, en línea con el sentido que Grosmann le dio al término, al momento en el que como consecuencia de la sobreacumulación de capital se paraliza y disloca el proceso de acumulación, y el curso de la economía se precipita hacia la crisis. Estos «derrumbes» periódicos de la acumulación forman parte de la lógica de la reproducción del capital y evidencian la tendencia secular de ésta hacia la sobreacumulación, asó como sus límites lógico.históricos, pero no implican en sí mismos, un «derrumbe» a plazo fijo del sistema» 188.

Para comprender más plenamente los periódicos derrumbes o crisis del capitalismo, hay que entender, en primer lugar, la dialéctica entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción, entre las fuerzas endógenas y las exógenas, o si se quiere, entre los factores objetivos y los subjetivos. En segundo lugar, hay que entender la ley del desarrollo desigual y combinado y, dentro de esta, la teoría de las ondas, fases o ciclos del sistema largas 189, a la que ya nos hemos referido anteriormente. En tercer lugar, hay que entender que hoy mismo, pese a la palabrería sobre la globalización, etc., sigue siendo válido lo dicho por E. Mandel: «la economía capitalista mundial es un sistema articulado de relaciones de producción capitalistas, semicapitalistas y precapitalistas, vinculadas entre sí por relaciones capitalistas de intercambio y dominadas por el mercado mundial capitalista» 190. En cuarto lugar, hay que introducir en ese complejo el impacto desestructurador de la catástrofe ecológica, o si se quiere, y para utilizar la tesis de O’Connor, la agudización de la «segunda contradicción» del capital, la que le enfrenta a la naturaleza, y que se ha enriquecido desde finales de los ’80 hasta abarcar ahora una masa bibliográfica de imposible reseña aquí 191.

La dialéctica entre estos cuatro factores globales, que se deben subdividir en muchos subfactores particulares, de entre los que hay que destacar el contradictorio desarrollo tecnocientífico, es la que hace que sea mucho más correcto hablar de teoría de las crisis sociales, y no solamente de teoría del derrumbe porque, a nuestro entender, se hace más insistencia en la importancia de la praxis revolucionaria. De todos modos, ni una ni otra dan pie al mecanicismo y al determinismo histórico condenado al ineluctable progreso ascendente, y se mantienen fieles a la concepción estratégica que Marx enunció en una fecha tan temprana como la de 1844: «Otro tanto ocurre con el «progreso». Pese a las pretensiones «del progreso», se aprecian constantes ‘regresiones y movimientos en círculo’. La crítica absoluta, muy lejos de vislumbrar que la categoría «del progreso» es totalmente carente de contenido y abstracta, hace tal alarde de ingenio, por el contrario, que reconoce «al progreso» como absoluto para poder suponer, como explicación de la regresión, un «antagonista personal» del progreso, ‘la masa’. (…) Todos los escritores comunistas y socialistas han partido de la observación de que, por una parte, incluso los hechos más brillantes y favorables parecen quedar sin resultados brillantes y desembocar en trivialidades, y por la otra, de que ‘todos los progresos del espíritu’ han sido, hasta el presente, ‘progresos contra la masa de la humanidad’, a la que han empujado a una situación cada vez más ‘deshumanizada’» 192. Luego, en el Manifiesto Comunista insistía en que, en un momento preciso, la sociedad puede precipitarse al desastre: «opresores y oprimidos siempre estuvieron opuestos entre sí, librando una lucha ininterrumpida, ora oculta, ora desembozada, una lucha que en todos los casos concluyó con una transición revolucionaria de toda la sociedad o con la destrucción de las clases beligerantes» (193)193. Después esta constatación reapareció varias veces en las obras de Marx y Engels, y fue elevada al rango teórico por Rosa Luxemburg cuando creó el lema de «socialismo o barbarie», y posteriormente, a raíz de los debates desde mediados de los ’60 del siglo XX sobre el futuro capitalista, la realidad de la URSS, el agravamiento de la catástrofe ecológica, el debate sobre el exterminismo al que antes hemos aludido, etc., se generalizó el lema «comunismo o caos».

Regresiones, movimientos en círculo, progresos contra la masa de la humanidad, trivialidades, destrucción de las clases en lucha, barbarie, caos…, posibilidades que sólo se entienden desde la concepción materialista de la historia y desde la teoría de los modos de producción. Por poner un ejemplo y ya que hemos hablado de fascismo, la barbarie fascista, la destrucción implacable de las fuerzas revolucionarias, democráticas y progresistas, etc., fue resultado de una crisis social irresuelta por la derrota anterior del movimiento obrero revolucionario internacional y, a la vez, por la incapacidad de sus organizaciones para combatir el ascenso de la irracionalidad autoritaria, genocida, racista y patriarcal de la estructura psíquica de masas, a la escena pública. El que en esta segunda cuestión sí existiera una previsión teórico-política que advertía de la realidad innegablemete objetiva de la subjetividad humana, de la psicología profunda con sus miedos y terrores inconscientes, y de sus efectos sociales prácticos y materiales 194, y que fuera despreciada por las izquierdas, este cúmulo de factores sólo se entiende si comprendemos el papel crucial de la subjetividad humana organizada antes y durante las crisis sociales. Pero esa acción está siempre dentro de unas estructuras determinantes que son las que impiden que la destrucción mutua, la barbarie o el caos degeneren hacia una forma social abstracta, ni capitalista ni tributaria o feudal -sin entrar al debate sobre los modos históricos realmente existentes 195– por no hablar de «neofeudalismo» o de «fascismo democrático».

Porque entre los varios objetivos del fascismo uno de ellos jugaba el papel cohesionador y cimentador invisible pero vital: el de recuperar los beneficios de la clase dominante. No se entiende nada de la historia fascista, y de la capitalista en general de la que el fascismo es únicamente un capítulo sangriento y brutal, pero capítulo, sin ese objetivo prioritario. Estas reacciones feroces del capital, las destrucciones masivas que generan, las derrotas en el movimiento obrero organizado y en general en la clase trabajadora en su conjunto, las presiones sobre otras burguesías según los casos, inciden masiva e inmediatamente en revertir la caída de la tasa de beneficio iniciando su recuperación. También lo hacen, pero a menor escala y más despacio, las permanentes decisiones de todo tipo que impone el Estado o las organizaciones burguesas privadas y la banca. Es así como se comprende que: «La caída de la tasa de beneficios no se desarrolla en términos lineales y constantes. La tasa de ganancias desciende gradualmente en los períodos de acumulación acelerada; se hunde repentinamente con los desencadenamientos de la crisis; se recupera sustancialmente una vez que culmina la destrucción de capitales, y se relanza el ritmo de acumulación; a partir de esta fase del ciclo, la tasa de ganancia reinicia su descenso gradual, hasta que, una vez más, no puede ser contrarrestada por medio de la elevación de la tasa de acumulación» 196.

Llegamos así al punto crucial de la problemática de las crisis sociales, cuando se agudizan los problemas y los bandos en luchan pasan de aplicar las armas de la crítica a aplicar la crítica de las armas. Pero antes de eso, se han ido acumulando los síntomas, los datos cada vez más serios y alarmantes que indican que los procesos de acumulación y valoración se resienten pese a todas las medidas tomadas o impuestas para detener y revertir esa caída. Estamos hablando de la ley de la tendencia decreciente de la cuota de ganancia ya descubierta por los economistas clásicos burgueses, especialmente estudiada por D. Ricardo 197, pero abandonada después por la «ciencia económica» por su inquietante contenido. Hay que advertir que Marx no entiende por «ley» lo mismo que la ciencia natural, sino que advierte que: «En toda la producción capitalista ocurre lo mismo: la ley general sólo se impone como una tendencia predominante de un modo muy complicado y aproximativo, como una media jamás susceptible de ser fijada entre perpetuas fluctuaciones» 198.

Pues bien, esa naturaleza tendencial se agudiza en las «leyes» fundamentales del capitalismo, en las que la intervención humana en general y en concreto la lucha de clases la acelera, estanca o hacer retroceder. Cada capitalista, obligado por la resistencia de los trabajadores, la competencia de otros capitalistas y el permanente desarrollo tecnológico en general, ha de sustituir trabajadores por máquinas o ha de aumentar la productividad de las máquinas manteniendo a los mismos trabajadores. Esa necesidad de supervivencia le obliga a aumentar más el capital constante, el inmovilizado en máquinas, instalaciones, etc., y el dedicado a pagar materias primas, recursos energéticos, etc.; y a la vez a reducir el capital variable, el dedicado a los sueldos, bien de forma absoluta bien de forma relativa, según los casos, pero debe reducirlo. Por eso crece la composición orgánica de capital, es decir, el total del capital inmovilizado de algún modo. Y como resulta que sólo el capital variable lleva a la producción de plusvalor , y este capital tiende a disminuir en relación al capital constante, que no lleva a la producción de plusvalor, por eso mismo, tiende a descender la cuota de ganancia que el capitalista obtiene al transformar el plusvalor en plusvalía.

Las distintas escuelas burguesas de «ciencia económica» usan diverso conceptos y términos para describir la «diminución de la rentabilidad», evitando así coincidir con Marx y a la vez hablar de explotación. Dan también diversos nombres a las medidas que sirven para contrarrestar esa caída tendencial y que Marx enumeró en este orden: aumento del grado de explotación del trabajo; reducción del salario por debajo de su valor; abaratamiento de los elementos que forman el capital constante; superpoblación relativa; comercio exterior y aumento del capital-acciones 199. Un estudio de las condiciones necesarias para la aplicación práctica de estas medidas contratendeciales nos demuestra de inmediato, además de otras cosas como son la necesidad de que la burguesía como clase disponga de sus propias organizaciones, también la decisiva importancia del Estado como centralizador estratégico sin el cual esas medidas tendrían muchas dificultades para ser aplicadas. Esta constatación nos lleva a un debate central en la teoría marxista de la crisis, cual es el de si ésta es sólo producto de las contradicciones endógenas del capitalismo, por ejemplo, las que existen entre la tendencia a la superproducción de bienes y sobreacumulación de capitales, por un lado, y por otro la tendencia al subconsumo de bienes y frenos a la inversión en bienes de producción. Esta contradicción que aparece expuesta directamente por Marx en El Capital 200, o también producto de otra contradicción que Marx ya analizó en profundidad pero no expuso en El Capital sino en otra obra, en los famosos Grundrisse 201, imprescindibles para saber cómo trabajaba Marx en su «cocina teórica».

202. Pero también, entre las muchas cosas que Marx dice, como la de que la crisis es una desvaloración o destrucción general de capital 203, con las implicaciones que ello supone para su esquema de la lucha de clases como, simultáneamente, causa-efecto y efecto-causa de la crisis, debemos destacar ahora mismo su definición de capital como «trabajo objetivado como dominio o poder sobre el trabajo vivo» 204, es decir, el capital como poder que ha subsumido realmente que sólo en la forma e integrado y desintregrado simultáneamente al trabajo vivo. De aquí surgen tremendas consecuencias políticas de absorción que se plasman, entre otras cosas, en el poder alienador y enajenador inherente al capitalismo. De esta forma, la teoría de la crisis se imbrica directamente en el núcleo del desenvolvimiento del capital.

Es obvio que, ya en este nivel, Marx insiste en la dialéctica de la enajenación que: «contiene en sí, aun cuando de forma invertida, apoyada sobre la cabeza, la disolución de todos los presupuestos limitados de la producción y, más bie, produce y crea los presupuestos no condicionados de la producción y, por ello, las condiciones materiales plenas para el desarrollo universal, total, de las fuerzas productivas de los individuos» 205. Pero estas ideas básicas, que nos remiten a la importancia clave de la conciencia desalienada para entender la teoría de la crisis, se desarrollan aún más hasta llegar más adelante a dos criterios decisivos que luego analizaremos: el carácter histórico transitorio de la ley del valor-trabajo y la importancia clave de la maquinaria y en concreto del aumento del capital constante y del descenso del capital variable -vuelve así la ley de la caída tendencial de la tasa de beneficio- para el futuro del modo de producción capitalista, que no sólo de sociedades capitalistas concretas.

Pero antes nos interesa leer lo que nos dice U. Cerroni sobre los objetivos diferentes que buscaba su autor al escribir los Grundrisse y El Capital. Se trata de un tema importante para la teoría de la crisis del capitalismo porque Marx , al extenderse en sus manuscritos en exploraciones teóricas libres, sin la autocensura de rigor máximo que se imponía en las obras destinadas a ser publicadas, desarrolla en los Grundrisse todas las potencialidades expansivas del capitalismo tal cual él ya comprendía teóricamente de manera bruta y poco refinada al carecer de la suficiente contratación empírica. De este modo, pudo en sus manuscritos adelantarse mucho a su época y plantear cuestiones básicas del modo de producción capitalista que sólo se desarrollarían con el tiempo, incluso con casi un siglo de retraso. Según Cerroni, aunque no solamente él, en esos manuscritos Marx se explayó en el capitalismo maduro: «donde el mecanismo de valoración es esencialmente la percepción de la plusvalía relativa y en el que, por tanto, aparece en primer plano la posibilidad de un desarrollo productivo del capitalismo y de un incremento de la productividad del trabajo» 206. En la época en que escribía estos manuscritos no existían los datos suficientes para confirmar plenamente esa tendencia que, sin embargo, ya estaba operando lenta pero crecientemente en el interior del sistema. Es desde esta perspectiva de enriquecimiento y ampliación de su teoría, ya asentada en bastantes aspectos esenciales a mediados del siglo XIX, como se comprende que en lo concerniente a la ejemplificación práctica de su teoría de la crisis, Marx pudiera avanzar de manera impresionante en cuestiones decisivas como la composición de clases en el capitalismo maduro que se avecinaba, la importancia clave del desarrollo de las contradicciones sociales en el imperio zarista, etc., aportaciones éstas deliberadamente silenciadas por la dogmática reformista y la censura burguesa 207.

Desde esta perspectiva, por tanto, la teoría marxista de la crisis, tal cual se va enriqueciendo a lo largo de los ensangrentados conflictos sociales, crisis socioeconómicas y políticas, integra varios factores que interactúan de formas específicas según las características de la formación económico-social en la que esa crisis se agudiza, pero, siempre, esa interacción mantiene una relación genético-estructural con la esencia del modo de producción capitalista. Impelido por la caída tendencial de la tasa de beneficio, por los problemas sociales que eso genera, por el carácter acumulativo de los desequilibrios que esa caída provoca y por los efectos destructores de trabajo vivo que tiene la innovación tecnológica, además de otras cuestiones como la multiplicación de los gastos debido a la catástrofe ecológica planetaria, por todo ello, el capitalismo tiende a agotar su propia capacidad de crecimiento, de acumulación y valoración, porque a diferencia cualitativa de todos los modos de producción anteriores al capitalista, éste debe acumular permanentemente, no puede estancarse, no puede detenerse un segundo porque ese segundo de estancamiento es en sí mismo, por la irracionalidad global del sistema, el primer segundo de su descenso al infierno de la desacumulación. Es por esta dinámica contradictoria consigo misma y siempre activa, por lo que las tres posturas post-marxianas sobre el derrumbe -la luxemburguista, la de Bujarin y Eugen Varga y la de Grosmann- coinciden con la apreciación de Marx de que el capital, al desarrollar ciegamente el trabajo muerto y expulsando al trabajo vivo, está matando su futuro porque ¿cómo podrán las masas depauperadas activar la economía capitalista con sus gastos y sus compras si su poder adquisitivo disminuye por el paro estructural creciente? Antes de analizar la respuesta parcialmente válida que encuentra la burguesía, veamos el encadenamiento de los factores genético-estructurales.

E. Mandel lo resume así: «la extensión de la automatización más allá de un dintel determinado lleva, primero, a una reducción global del valor producido, y luego a una reducción del volumen global del plusvalor producido. Eso a su vez desencadena una «crisis de derrumbe» cuádruple combinada;: una enorme crisis de baja de tasa de ganancia; una enorme crisis de realización (el aumento de la productividad del trabajo que implica el robotismo expande la masa de valores de uso producidos en proporción aún mayor que la proporción en que reduce los salarios reales, y una creciente parte de esos valores de uso queda invendible); una enorme crisis social; y una enorme crisis de «reconversión» (o dicho de otro modo, de la capacidad del capitalismo para adaptar) a través de la desvalorización, las formas específicas de destrucción que amenazan no sólo la supervivencia de la civilización humana sino hasta la supervivencia física de la humanidad o de la vida en el planeta» 208.

Cuando la sociedad llega a una crisis así se asiste a una polarización de antagonismos durante la cual es decisiva la autoorganización de la conciencia de las masas pues el capital ya dispone de sus instrumentos de poder. En estos momentos cruciales y decisivos para el futuro humano, relativamente escasos pero más abundantes de lo que admite la historiografía burguesa, las medidas que el capital toma para detener la caída de la tasa de beneficio, antes vistas, pretenden operar a un nivel superior, más duro e implacable. Pero su efectividad e incluso su puesta en marcha depende más que en una situación normal de la fuerza de la lucha de clases y del nivel de debilidad y desorganización del Estado. Ahora bien, si por razones que no vienen a cuento ahora, el capital logra la colaboración del reformismo político-sindical, una situación mundial favorable y una debilidad de las fuerzas revolucionarias, entones puede imponer brutales medidas de incremento de la explotación relativa y absoluta, de reducción drástica del salario directo, social e indirecto, de privatización de ramas enteras antes públicas o nacionalizadas, de imposición de nuevas disciplinas laborales, de aumento del paro y de la precarización, de aumento de la sobreexpltación imperialista, etc., etc., de modo que, junto a la propia depuración de empresas obsoletas y centralización y concentración de capitales, juntas todas estas condiciones, el capitalismo puede comenzar otra fase u onda expansiva. Lo ha logrado sin recurrir a la guerra mundial, pero es muy probable que haye recurrido a guerras locales y, desde luego, a una devastadora guerra social.


5.4. Crisis, ley del valor-trabajo y socialismo

Sin embargo, no tardará mucho tiempo sin que, de nuevo, las contradicciones internas del modo de producción capitalista empiece, como el viejo topo, su tarea de zapa de los cimiento del orden. Rosdolsky ha definido a este proceso como «la barrera histórica de la ley del valor» haciendo referencia a su desenvolvimiento en el capitalismo pero, sobre todo, a su necesaria superación histórica en el socialismo. ¿Qué relación guarda esto con la teoría de la crisis? Toda. Para Marx cualquier crisis capitalista, por pequeña que fuera, lleva ya un gérmen de las fuerzas emancipadoras que pueden avanzar hacia el socialismo, aunque también a lo contrario. Un reaccionario muy lúcido como Bismarck comprendió exáctamente lo mismo cuando sostuvo que dentro de cada pequeña huelga obrera palpitaba la revolución.

Semenjante contradicción es, para Marx, nueva en la historia humana pues los modos de producción anteriores son cualitativamente diferentes al capitalismo en varias cosas, pero la esencial y las que resume a todas es su universalidad. Como dice Rosdolsky: «Es, pues, su carácter universal, su impulso hacia una constante revolución de las fuerzas productivas materiales, lo que distingue fundamentalmente a la producción capitalista de todos los modos de producción anteriores» 209. En otras palabras: «mientras que todos los modos de producción anteriores eran compatibles con un estado de las fuerzas productivas que avanzaba sólo muy lentamente, o que incluso permanecía estacionario durante prolongadas épocas, el capital parte precisamente del ‘constante revolucionamiento de sus premisas existentes como premisas de su reproducción’» 210.

Toda la historia del capitalismo confirma apabullantemente este principio marxiano, y el libro de Arrighi es una brillante confirmación de ello. Sin embargo, Marx no se detiene ahí, aun siendo ya mucho teniendo en cuenta las limitaciones de los borradores y, en especial, el nivel teórico alcanzado en su tiempo por otros. En 1857-1858 la necesidad capitalista de suprimir trabajo vivo mediante la introducción de maquinaria era lenta pero objetiva y aceleradamente impulsada también por el Estado burgués y no sólo por los empresarios. Semejante revolucionarización permanente de las fuerzas productivas es incomprensible sin el potencial de la maquinaria desestructurando la vieja sociedad y estructurando la nueva. Por eso Marx estudió de manera tan original el problema del maquinismo, de la tecnología en general, con su «poderosa eficacia», que llegó a la conclusión de que, por un lado, se multiplicaba el tiempo disponible de las masas debido al desarrollo tecnoc-científico pero, por otro y debido a la necesidad del capital de crear valor para sí mismo, esta tendencia debía ser convertida en proceso de explotación para producir plusvalor. Dado que esta contradicción irresoluble afecta a la vigencia de la ley del valor-trabajo, vital para transformar el plusvalor en valor y beneficio burgués, por ello mismo la permanente revolucionarización de las fuerzas productivas inherente al capitalismo va acercando el final histórico de la misma ley del valor-trabajo. Esta es la contradicción esencial tal cual Marx la desarrolla en sus manuscritos y que se agudiza a diario.

Rosdolsky sintetiza así lo dicho hace algo más de un siglo por Marx: «Solo hoy está dadas, gracias al desarrollo de la técnica moderna, las condiciones para la supresión total y definitiva del «robo de tiempo de trabajo ajeno»; y sólo hoy pueden impulsarse tan poderosamente las fuerzas productivas de la sociedad que, de hecho, y en un futuro no demasiado lejano, la medida de la riqueza social no sea ya el tiempo de trabajo sino el tiempo disponible, el tiempo de reposo. Mientras que hasta el presente todos los métodos en virtud de los cuales se elevaba la productividad del trabajo humano se revelaron al mismo tiempo, dentro de la práctica capitalista, como métodos de una degradación, subordinación y despersonalización cada vez mayores del obrero, actualmente el desarrollo tecnológico ha llegado a un punto en el cual los obreros podrán ser finalmente liberados de la «serpiente de sus tormentos», de la tortura de la cinta sin fin y del trabajo a destajo, y convertirse de meros apéndices del proceso de producción en sus verdaderos directores. Por lo tanto, nunca estuvieron tan maduras las condiciones para una transformación socialista de la sociedad, nunca fue el socialismo tan imprescindible y económicamente viable como hoy» 211.

Esto está escrito hace un tercio de siglo, cuando el capitalismo no había lanzado su brutal contraofensiva neoliberal destinada a detener en seco la oleada de luchas revolucionarias y reivindicativas que desde mediados de 1960 recorría el mundo, y también a relanzar la tasa media de beneficio claramente descendente. Tampoco conocía el autor las portentosas innovaciones tecnocientíficas que se multiplicaron en los años siguientes que afectaban ya al interior mismo de la materia, la vida y la mente humana. En este tercio de siglo han madurado aún más las condiciones para la transformación socialista. Sin embargo hemos visto la proliferación de las crisis. Pues bien, tanto en la implosión de la URSS, como en el aumento de la explotación de la fuerza de trabajo y, por no extendernos, en el ahondamiento de la catástrofe ecológica, recorriendo estos y otros acontecimientos ha actuado como detonante la estrategia capitalista por aumentar el «robo de tiempo de trabajo ajeno» y por subsunción real de la naturaleza en la lógica ciega de la ley del valor-trabajo, mercantilizándola. Uno de los objetivos prioritarios del capital en estos momentos -siempre pero ahora más- es el de imponer su control férreo, privatizado y defendido incluso con las armas, de la producción tecnocientífica porque es consciente de su contradictorio poder, es decir, de su efectividad opresora y alienadora pero, por el lado opuesto, liberadora y desalienadora.

Como hemos comentado anteriormente sobre el proceso que va de la ley del mínimo esfuerzo a la ley del valor-trabajo pasando por la ley de la productividad del trabajo, este proceso, que exige la intervención humana para realizarse, está actualmente llegando a su punto máximo de tensionalidad a escala planetaria. Y ésta llegará no cuando todos los continentes sean sometidos al expolio generalizado de sus recursos naturales y de sus mercados, sino fundamentalmente cuando las masas humanas hayan sido expulsadas de sus relaciones sociales de producción precapitalista, campesina y/o artesanal, y, como sucedió con las masas del actual capitalismo «desarrollado», sean expropiadas de cualquier recurso de subsistencia, trabajo o vida no asalariada ni mercantilizada. Cuando el capital expulse del campo a miles de millones de campesinos, y de sus talleres precapitalistas a cientos de millones de artesanos, y a cientos de millones de trabajadores autónomos, etc, entonces, es decir, cuando la ley del valor-trabajo dicte ciega y atrozmente su voluntad sobre el planeta entero, dictadura que si no lo impedimos llegará tarde o temprano, entonces la contradicción irreconciliable habrá llegado a su total poder destructivo o emancipador. Y en esos momentos será vital para la humanidad optar prácticamente por el caos o por el comunismo. Hasta entonces, si no lo hemos impedido, aumentarán los desastres, sufrimientos y ruinas, por un lado, y por otro la acumulación de inmensas sobreganancias, suntuosidades y lujos inhumanos.

Contra esta concepción se han opuestos multitud de pegas y argumentaciones que, en síntesis, buscan desautorizar la ley del valor-trabajo en concreto. La que más ha calado ha sido la de la supuesta «sociedad pst-industrial», lanzada entre otros por el sociólogo refosmista Alain Touraine y después recogida, ampliada y repetida hasta la saciedad. Pero como sistiene entre otros muchos, Hobsbawm: «es un error hablar de la era postindustrial, porque los bienes y servicios que se producían en la era industrial se siguen produciendo también hoy. Y si bien son productos que se fabrican en mayores cantidades y con una distribución más extensa, se hacen con menos empleo de trabajo. La novedad reside en que, entre los factores de producción, los seres humanos son cada vez menos necesarios. Porque, hablando en términos relativos, no producen lo que cuestan: los seres humanos no son adecuados para el capitalismo» 212. Si, como resulta obvio, los humanos no somos adecuados para el capitalismo, alguno de los dos sobramos, o nosotros o el capital. Y esta es, con otras palabras, la teoría marxista de la crisis.

Esta concepción materialista de la historia humana no se ha creado en el interior de lujosos despachos universitarios sino en la áspera lucha revolucionaria, aprendiendo de los errores y rompiendo moldes de todo tipo. Trotsky lo explicó así al definir al marxismo como «la menos dogmática y la menos formal de las doctrinas, en cuyo marco de generalizaciones resaltan la carne viva y la sangre caliente de las luchas sociales y de sus pasiones» 213. En esta dialéctica entre la acción y la teoría, las pasiones y la frialdad autocrítica e innovadora, la ensangrentada lucha y los objetivos que se tienen, la recuperación del tiempo propio, libre y creativo, aparece como el secreto último de la desalienación, De hecho, y no disponemos aquí en absoluto de espacio para explicar nada más, la razón última de la degeneración burocrática de la URSS y de ahí en adelante, su involución hacia el desastre bajo las agresiones imperialistas y la obsesión de la casta burocrática por convertirse en «nueva burguesía», ese secreto no es otro que la opción de la casta burocrática en proceso de formación por mantener la vigencia de la ley del valor-trabajo dentro del socialismo, negando total y absolutamente la teoría de Marx 214.

Eugen Varga, coautor junto a Bujarin de una de las tres grandes versiones de la «teoría del derrumbe», como hemos dicho, renombrado economista oficial en la URSS hasta su muerte en 1964, dejó amargada, entristecida y autocrítica constancia en su testamento secreto de los demoledores efectos alienadores producidos en las masas soviéticas por el fracaso del partido monopolizado por esa «aristocracia burocrática» a la que él mismo pertenencia, a la hora de controlar democráticamente, en las duras condiciones rusas, el desenvolvimiento de la ley del valor-trabajo: «El ciudadano soviético normal se preocupa, fuera de su trabajo, de conseguir la máxima cantidad de bienes de consumo, de tener un bonito piso, un terreno para su dacha, televisor, ropas, etc. Guarda su dinero, presume delante de sus parientes y vecinos. Los individuos con tal mentalidad representan de hecho la pequeñaburguesía soviética» 215. Las reflexiones críticas al respecto no se circunscriben a la experiencia rusa y europea, también en Cuba esta cuestión fue debatida entre un minoritario y progresivamente aislado Che Guevara consciente de los peligros que anidan en el «uso socialista» de la ley del valor-trabajo, y una burocracia convencida de su escaso riesgo ante la «pronta e inevitable victoria del socialismo» transplantado de la URSS 216.

Volviendo a Rosdolsky: «En el socialismo la actividad humana creadora, el trabajo, tendrá importancia decisiva. Por cierto que experimentará inmensas modificaciones cualitativas y cuantitativas. En el aspecto cualitativo se diferenciará de la forma capitalista del trabajo –que Smith concibió tan acertadamente como un «sacrificio de libertad y dicha»– por la circunstancia de que, en primer lugar, convertirá al obrero en director consciente del proceso de producción, limitando su trabajo cada vez más a la mera supervisión de las gigantescas máquinas y fuerzas naturales intervinientes en la producción; y en segundo término, en virtud de su carácter de trabajo colectivo, directamente socializado, cuyo producto ya no enfrentará al productor en la forma de objeto alienado y que lo domina. De esta manera, en el socialismo, el trabajo, liberado de las escorias del pasado, perderá las características repelentes del trabajo forzado para convertirse en ‘travail attractif’, en el sentido que le daban Fourier y Owen. Por su parte, en aspecto cuantitativo, esta transformación del trabajo se manifestará en una limitación fundamental del tiempo de trabajo y en la consecuente creación y extensión del tiempo disponible. Pues aunque tampoco la sociedad socialista podrá renunciar en modo alguno al «plustrabajo», estará no obstante en condiciones –gracias al pleno despliegue de las fuerzas productivas– de reducir a un mínimo la cantidad de trabajo para cada uno de los miembros de la sociedad. Pero con esto no sólo caducará la tradicional división del trabajo, con su separación de los hombres en trabajadores «manuales» e «intelectuales», sino que la diferencia entre tiempo de trabajo y tiempo de esparcimiento perderá el carácter antitético que posee en la actualidad, puesto que el tiempo de trabajo y el tiempo libre se acercarán y complementarán cada vez más en forma recíproca» 217.

Naturalmente, este proceso depende del desarrollo desigual y combinado de las contradicciones sociales. No todos los pueblos caminan a la misma velocidad hacia su emancipación, y dentro de las clases trabajadoras existen muchas diferencias –introducidas premeditadamente por el capital- en las condiciones de explotación para, entre otras cosas, generar muchas diferencias en los niveles de conciencia. Pues bien, según sean los procesos y según sean las capacidades productoras de los pueblos emancipados, según sea el contexto mundial de lucha de clases y de internacionalismo solidario, así como, por no extendernos, la marcha mundial de la economía capitalista, dependiendo de esta compleja relación de fuerzas objetivas y subjetivas, resulta que el «uso socialista» de la insalubre y cancerígena ley del valor-trabajo: «podrá cumplir, evidentemente, dos funciones diferentes. En primer lugar, servirá dentro del propio proceso de la producción, para establecer la cantidad de trabajo vivo necesario para la producción de diversos bienes, y poder administrarla en forma tanto más económica; y en segundo lugar, esta medición también puede tenerse en consideración como un medio de distribución, con cuya ayuda se adjudicarían a los diversos productores individuales participaciones en el producto social destinado al consumo» 218.

Obsérvese que hablamos del principio organizador y distribuidor pre-comunista que dice: «De cada cual según sus capacidades, a cada cual según su trabajo». Es decir, esa sociedad se mueve todavía dentro de las formas de distribución determinadas por la desigualdad en la producción, lo que, a la fuerza, tiende a generar nuevas tensiones sociales y a regenerar las viejas heredadas del capitalismo y que se recuperan tal cual constató muy apesadumbrado E. Varga y tanto temía Che Guevara. No podemos extendernos aquí en las medidas estructurales de democracia socialista -dictadura del proletariado- que son imprescindibles para combatir las fuerzas oscuras que bullen en el interior de la mercantilización de las cosas y de las personas. Sin la democracia socialista, que debe abarcar a la totalidad de la estructura social, es inevitable la descomposición burocrática interna de la que nacerá, tarde o temprano, otra nueva dictadura capitalista –democracia burguesa– sobre las cenizas de la victoria popular. Recordemos que Yeltsin inauguraba monumentos a Lenin en Moscú a finales de los ochenta, y que Putin era un «fiel comunista» formado en la KGB. Solamente la democracia socialista y la práctica consciente de extinguir el Estado obrero a la par de la extinción histórica de la ley del valor-trabajo, se sentarán las bases subjetivas y objetivas para que se pueda desarrollar el principio comunista de la distribución: «De cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades».

6.- Sobre Euskal Herria

6.1. Pensar por nosotros mismos

Somos una nación pequeña atrapada entre dos grandes estados que destilan sangre por todas sus cuadernas. Ambos estados se ha formado expoliando y machacando a sus correspondientes clases oprimidas, pero también a las naciones periféricas que tuvieron la desgracia de ocupar territorios ambicionados por esos Estados. Tampoco debemos olvidarnos de los pueblos y de las culturas, de las naciones, que habitaban los amplios territorios ultramarinos objetos de rapiña y ferocidad esquilmadora que esos estados han realizado a lo largo de los últimos cinco siglos. Nuestra historia, por tanto, es incomprensible al margen de esas realidades históricas que han ido dejando posos de dolor, amargura y sacrificio. De esos posos han nacido luego generaciones de euskaldunes que de un modo u otro se han defendido como han podido, pero también que han permanecido pasivos e incluso que conscientemente han colaborado con los estados y sus agentes en nuestra tierra. No podemos negar la estrecha imbricación, a lo largo de estos siglos, entre los intereses de las clases dominantes vascas y sus bloques sociales de apoyo y las clases dominantes extranjeras y sus estados.

Así, cuando ahora nos enfrentamos al debate sobre el futuro del sistema capitalista, las diversas tendencias que pugnan en su interior y los efectos que tendrán sobre -contra- nosotros, en esta reflexión, lo primero que pensamos, incluso antes de comenzar a ordenar nuestras ideas, es en el arsenal conceptual, teórico y estadístico que podemos tener a nuestra disposición. Porque ¿acaso no es un arsenal realizado, en grandísima medida, desde y para la lógica y los intereses de poder de los estados que nos dominan? ¿No reflejan la mayoría de esas teorías, conceptos y listados estadísticos los intereses materializados ya en estructuras de poder de los estados que ocupan? Pero esta es la primera parte de dicha reflexión porque igualmente de inmediato nos surge otra duda más inquietante: ¿en qué medida nuestro propio pensamiento está ya previamente moldeado, condicionado o determinado por la lógica implícita de sumisión al orden epistemológico que se expresa en español y francés? Porque de la misma forma en que la «ciencia económica» burguesa está pensada para resaltar determinadas cosas y ocultar y tergiversas otras, y de la misma forma en el que pensamiento patriarcal está para negar la explotación de género, también los complejos lingüístico-culturales del estado dominante están para machacar o dominar las identidades de los pueblos dominados.

Para nosotros, obviamente, no es un tema baladí como, a una escala infinitamente más pequeña, tampoco es para los españoles el que la letra Ñ de su alfabeto tenga problemas para aparecer en los teclados de los modernos ordenadores, o que para los franceses sus películas apenas puedan competir con la gigantesca industria cultural anglosajona. Nosotros, desde nuestra pequeñez pisada, vemos cómo las clases dominantes española y francesa están activando con todos sus medios disponibles el nacionalismo racista antieuskaldun. Lo hacen con naturalidad, con sentido de orgullo, progresismo y civilidad. Convencidos de su razón aprietan las tuercas de la maquinaria política, institucional, administrativa, cultural y represiva para imponer una exacta y precisa definición de Euskal Herria. Por tanto, antes de cualquier debate, los euskaldunes hemos de resolver una desventaja previa y que no tienen quienes pertenecen a una nación opresora, aunque no deseen oprimir a nadie y se sientan avergonzados por ello. Esa desventaja es la de nuestra incapacidad para pensar por y mediante nuestros propios esquemas y datos. Es triste pero es verdad. De hecho, la mayoría de los movimientos emancipadores han sido conscientes de esa desventaja, al igual que en la emancipación individual los sujetos, las mujeres, las personas de etnias explotadas que quieren liberarse individualmente, etc., han conocido los sinsabores de lo que es pensarse a uno mismo con las categorías de la persona que les domina, sea el marido o el vecino blanco o payo, o el profesor o el sacerdote.

Esta desventaja es, lógicamente, negada o ridiculizada por el poder extranjero que llega incluso a la hiriente e insultante ignominia de sostener que son sus miembros, los hablantes en español y francés, quienes sufren segregación y marginación. Quieren darle la vuelta al calcetín esperando así ocultar su pútrido hedor. Por nuestra parte, empezamos a independizarnos en nuestro propio pensamiento y planteamos las dudas y los interrogantes no según lo que se nos ha dicho que es el «orden lógico» sino según nuestras necesidades como pueblo trabajador oprimido.

6.2. Nuestras prioridades

De las tendencias tan dispares que hemos podido analizar, y sabemos que sólo hemos rascado una parte de la superficie del problema, extraemos, en primer lugar, la idea básica de que como pueblo negado en sus elementales recursos de autogobierno lo prioritario y urgente ante lo que se avecina, sea lo que sea, es constituirnos como poder independiente. ¿Por qué parece que es secundario saber con cierta precisión qué es lo que se acerca? Pues porque nosotros nos colocamos en nuestra situación y no en la de los estados extranjeros. Un símil, para una mujer diariamente golpeada por su marido lo prioritario es independizarse de su agresor y para ello los pasos que ha de dar le llevan a obtener la independencia personal, psicológica y afectiva, y a la vez económica. Esa mujer no puede permitirse el lujo de perder el tiempo discutiendo sobre si las perspectivas del paro estructural, de la precarización y de la feminización de la pobreza le van a dificultar y en qué grado el logro de su urgente independencia. Su marido, borracho y pendenciero pensará lo contrario, e incluso le insultarán llamándole ignorante por desconocer lo que sucede en la calle: «¿de qué vas a comer sin mi sueldo? le preguntara orgulloso de su poder.

Es así, quieran o no entenderlo los estados dominantes. Por tanto, para nosotros lo decisivo ahora mismo de todas las tendencias tan rápidamente vistas es constatar si realmente aumentan o decrecen las posibilidades de independizarnos. Ya discutiremos entre nosotros qué Estado queremos y como vamos a tratar a nuestras clases dominantes, las que siempre se han aliado con las españolas y francesas. Pero no perderemos el tiempo discutiendo abstractamente sobre temas que sólo nos afectan muy secundariamente. En este sentido, las múltiples ideas de que los estados pierden algunas de sus atribuciones por efecto de la contradicción expansivo-contrativa inherente a la definición simple de capital, cosa cierta por demás, esas ideas deben ser a su vez reequilibradas con las contrarias, con las que sostienen que a su vez los estados refuerzan y amplían sus instrumentos de opresión interna y externa en todo lo relacionado con la explotación de la fuerza de trabajo social, y con la expoliación del excedente simbólico-material acumulado por las naciones dominadas. Tal contradicción la sufrimos a diario en todas las medidas que los estados imponen para detener el ascenso de las fuerzas abertzales, fortalecer las suyas propias en Euskal Herria e intentar dividir a los sectores autonomistas que habían comenzado un acercamiento al abertzalismo impelidos por razones que no podemos exponer ahora.

Esta contradicción recorre, además, las grandes líneas estratégicas de todos los estados que de un modo u otro se encuentran zarandeados por los cambios capitalistas. Consiguientemente nosotros hemos de estudiar con más profundidad las contradicciones que corroen los cimientos estatales, acelerándolas, así como neutralizando las tendencias que les fortalecen. En este sentido, entendemos como básico demostrar que la existencia de la opresión nacional va indisolublemente unida al capitalismo y que, por tanto, su superación debe ir pareja a la extinción histórica de este modo de producción. ¿Qué debemos hacer entre tanto? ¿Esperar, aceptar pactos y componendas? Desde luego que no. Como en otras muchas cuestiones, el movimiento se demuestra andando. Es decir, debemos tender una perspectiva inmediata, mediata y lejana.

La primera pasa por lo que ya hemos comentado, la urgencia por construir nuestros propios marcos de autogobierno nacional para, con y mediante sus recursos, navegar en el huracanado océano capitalista. Que ese océano se calme, que entre en otra onda larga expansiva, tanto mejor para nosotros, pero ahora, sin ni siquiera disponer de una txalupa, lo primero que debemos hacer es construirla y además pensando que debe ser lo suficientemente sólida como para sortear las galernas del Cantábrico, no vaya a ser que nos hundamos casi inmediatamente.

La segunda es el proceso de liberación nacional en su pleno sentido, es decir, en el sentido radical de emancipación del pueblo trabajador vasco de todas las cadenas que le someten. No es posible, desde luego llegar a esta fase sin haber dado anteriormente, en la primera, pasos necesarios por cuanto diseñan qué lugar han de ocupar las clases sociales, las mujeres, etc., en ese barquito que construímos para romper amarras con España y Francia, pero ahora no podemos alargarnos en esta cuestión. Lo que nos interesa es, de un lado, comprender que no hay que confundir las fases y que, de otro lado, pese a ello, ya ahora mismo debemos empezar a diseñar y aplicar proyectos materiales básicos de la emancipación de las clases oprimidas euskaldunes.

La tercera es la también consciente lucha por la superación y extinción histórica del capitalismo en nuestra nación y en todas las áreas en las que se pueda lograrlo, aunque exista en otras y aunque el modo de producción capitalista en cuanto tal siga vigente a escala planetaria. Se trata de la lucha práctica por, en síntesis, la recuperación del tiempo propio que como nación y como sujetos individuales no es arrebatado por el capital. Naturalmente hablar de tiempo propio exige hablar de tiempo de trabajo y, por tanto, de trabajo asalariado, alienación, producción generalizada de mercancías, leyes del sistema de producción capitalista y propiedad privada de los medios de producción. Es inevitable, necesario y virtuoso luchar contra todo eso.

6.3. Nuestros medios

También aquí surge la incomprensión de quienes viven fuera de la realidad del oprimido, sea éste quien sea. Los abertzales llevamos demasiados años escuchando que dentro de las leyes españolas y francesas hay cabida para nuestras reivindicaciones. Que mientras respetemos «la democracia» -su democracia- no hay ningún impedimento ni obstáculo para decir lo que se quiera. «La» democracia consiste en «decir». Es una democracia ensalivada. Pero otra cosa son los hechos. Peor incluso, se tiende ya a generalizar el silencio, a prohibir el «decir» e imponer el «escuhar». Con razón se dice que estamos ante un democracia de pabellón auditivo. Es más y mejor demócrata quien tiene mayores orejas. ¿Qué podemos hacer nosotros, sordos e indiferentes a las bellas palabras de la democracia?

Simplemente organizarnos como estimemos más convenientes y sin pedir permiso a nadie. ¿Descortesía? Puede ser para quien crea que tiene derecho a saber todo sobre nosotros. Por nuestra parte pensamos que de vez en cuando no viene mal un poco de descortesía para con quien exclusivamente organiza las cosas en función del aumento del beneficio material y simbólico que extrae de la ocupación de Euskal Herria.

IÑAKI GIL DE SAN VICENTE.

EUSKAL HERRIA 11-IV-2000.

  1. Georg Lukács. «El asalto a la razón». Instrumentos 8, Edic.. Grijalbo 1975, especialmente el capítulo VII, págs 538-618, en el que critica el darwinismo social, el racismo y el fascismo, por, entre otras cosas, su obsesión en anular la historia. ↩︎
  2. Giovanni Arrighi: «El largo siglo XX». Akal Ediciones, Madrid 1999. ↩︎
  3. Michael Savas: «Globalización y Socialismo». Revista «En Defensa del Marxismo», n° 18, Octubre 1997. Buenos Aires, Argentina. ↩︎
  4. Robin Blackburn: «La economía capitalista se desarrolla sobre una base global; así, sólo con el capitalismo se originó una economía mundial; además, mediatiza la producción y las relaciones de intercambio de un modo altamente abstracto. La ley del valor, el mercado, la tasa de ganancia y todos los mecanismos económicos operan de un modo opaco y misterioso. Se pone en contacto a vastas poblaciones, pero sólo a través de mecanismos complejos e indirectos. La característica fundamental de las relaciones económicas existentes está parcialmente encubierta por una ideología que insiste en unas pocas y simples relaciones directas: entre el trabajador y el amo, entre el comprador y el vendedor, entre un grupo de obreros y otro que compite con él, etc. Pero, en cada caso, la verdad acerca de tales relaciones tan sólo puede ser desenmascarada aludiendo al contexto económico global». En «La teoría marxista de la revolución proletaria». Ediciones Rojas, n° 47, Barcelona, enero de 1978, pág 18. ↩︎
  5. Antxon Mendizabal: «La globalización. Perspectiva desde Euskal Herria». Hiru Argitaletxea. Hondarribia 1998. James Petras: «Informe y escritos» Hiru Argitaletxea. Hondarribia 1999. Nekane Jurado: «Globalización económica y Euskal Herria». Herria Eginez n°76, Donostia, febrero 2000. Págs 29-34. ↩︎
  6. Shepard B. Clough: «La evolución económica de la civilización occidental». Ediciones Omega, Barcelona 1970, especialmente capt° XVII págs 404-436. Joaquín Estefanía: «La nueva economía. La Globalización». Temas de Debate. Madrid 1996. John Browning et alii: «Claves de la nueva economía». APD. 2000; Bernard Wysocki: «Dos economías en pugna dentro de EEUU», en «Cinco Días» del 11-I-2000 y, por no extendernos, Joaquim Muns: «¿Existe una nueva economía?» Diario La Vanguardia. 6-III-2000. ↩︎
  7. Para el informe de la OCDE, véase a Joaquin Estefanía: «La economía mundial crecerá hasta el 2020», en El País del 2-I-2000, y para el informe del G-7, véase El País del 23-I-2000. ↩︎
  8. Samir Amin: «La crisis mundial de los 80». En «Monthly Review», nº 1, Editorial Revolución, Madrid, mayo-1983, págs: 35-48.Ernest Mandel: «Teoría marxista de las crisis económicas». Revista «Inprecor»nº 42, Madrid, marzo-abril 1985. Págs 4-9. ↩︎
  9. Ignacio Cembrero: «Europa crecerá «a la americana». La OCDE cree que la expansión de EEUU se traslada a parte del Viejo Continente». El País. 5-III-2000. ↩︎
  10. Ignacio Cembrero: «Europa crecerá «a la americana». La OCDE cree que la expansión de EEUU se traslada a parte del Viejo Continente». El País. 5-III-2000. ↩︎
  11. Gara-Ekonomia, 2000 otsaila, 22 asteartea; Justo de la Cueva Alonso: «Comunismo o Caos: La depauperación absoluta de la juventud vasca». Basque Red Net. Txabi Etxebarrieta Taldea, marzo de 1998, y Nekane Jurado: «Diagnóstico socioeconómico de la desigualdad social. Bases para una alternativa». En «Soberanía económica y política: el caso vasco». AA.VV. Ipes, n°26. Bilbo, diciembre-1999. ↩︎
  12. Jean-Louis Gombeaud y Maurice Décaillot: «El Regreso de la Gran Depresión» El Viejo Topo, 2000. ↩︎
  13. Eric Hobsbawm: «Entrevista sobre el siglo XXI», Crítica, Barcelona 2000. ↩︎
  14. Immanuel Wallerstein: «El futuro de la civilización capitalista», Icaria, Barcelona 1997. ↩︎
  15. Jindrich Zeleny: «La estructura lógica de «El Capital» de Marx». Edicciones Grijalbo. Barcelona 1974. ↩︎
  16. Henri See: «Orígenes del capitalismo moderno». Fondo de Cultura Económica, Mexico, 1972. ↩︎
  17. Robert L. Heilbroner: «La formación de la sociedad económica». Fondo de Cultura Económica. Mexico 1972, primera edición en inglés en 1962. ↩︎
  18. Shepard B. Clough, ops. Citada, páginas 122-135 y 204-230. ↩︎
  19. Pierre Vilar et alii: «Estudios sobre el nacimiento y desarrollo de capitalismo». Editorial Ayuso. Madrid 1971. Tom Kemp: «La Revolución Industrial en la Europa del siglo XIX» Martínez Roca, Barcelona, primera edición en inglés en 1969. D. S. Landes et alii: «La Revolución Industrial». Editorial Critica, Barcelona 1988. Manuel Cazadero: «Las revoluciones industriales». Fondo de Cultura Económica, Mexico 1995. ↩︎
  20. Michel Beaud: «Historia del capitalismo. De 1500 a nuestros días». Editorial Ariel. Barcelona 1986, y Angus Maddison: «Historia del desarrollo capitalista. Sus fuerzas dinámicas. Una visión comparada a largo plazo». Editorial Ariel. Barcelona 1991. ↩︎
  21. G. Arrighi: ops citada . Páginas 18-19. ↩︎
  22. Arrighi, ops citada, págs 360-390. ↩︎
  23. Susan Strange: «Dinero Loco. El descontrol del sistema financiero global». Paidós. Barcelona 1999. Página 208. ↩︎
  24. Arrighi: ops citada, página 109. ↩︎
  25. Arrighi: ops citada, página 125. ↩︎
  26. Arrighi: ops citada, página 193. ↩︎
  27. Rosa Luxemburg: «La acumulación del capital». Edit. Orbis, Barcelona 1985, II Volúmenes y en especial, el capítulo XXXII. También, Tadeusz Kowalik: «Teoría de la acumulación y del imperialismo en Rosa Luxemburg», Ediciones ERA, Mexico 1979. C.Palloix: «La cuestión del imperialismo en Lenin y Rosa Luxemburg». Castellote Editor. Madrid 1977. AA.VV: «Sobre el imperialismo» Alberto Editor. Serie Comunicación, Madrid 1975. ↩︎
  28. Fritz Sternberg: «La revolución militar e industrial de nuestro tiempo». Fondo de Cultura Económica. Mexico 1961. Ernest Mandel: «El capitalismo tardío». Ediciones Era, Mexico 1979, primera edición en alemán en 1972, especialmente, capítulo IX. ↩︎
  29. Jean Louis Michel: «¿Quién es el responsable de la carrera de armamentos?» en Inprecor n° 19, Madrid febrero 1981. E. Thompson: «Notas sobre el exterminismo, último estadio de la civilización» y J.Albarracín: «Crisis económica, austeridad, rearme y peligro de guerra», ambos en «Cuadernos de Comunismo» n° 8, Barcelona 1982. E. Mandel: «La amenaza de la guerra y la lucha por el socialismo», en Inprecor n° 30, Madrid, octubre-1982. Roy Medvedev y Zhores Medvedev: «La URSS y la carrera armamentistica» en «Cuadernos de Comunismo», n°9, Barcelona 1983. Dan Smith y Ron Smith: «La economía del militarismo». Editorial Revolución, Madrid 1986. M. A. Cabrera et alii: «EEUU 1945-1985 Economía Política y militarización de la Economía». Edit, Iepala , Madrid 1985. Henri Viguier: «La industria de las armas. Desarme y reconversión» Inprecor n°64, Barcelona noviembre 1988.
    ↩︎
  30. Luis Oviedo: «Un nuevo papel para la OTAN». Revista «En Defensa del Marxismo»,n° 22, Buenos Aires enero-1999. Oswaldo de Rivero: «Las entidades caóticas ingobernables»; Paul-Marie de La Gorce: «OTAN: La Alianza Atlántica en el marco de la hegemonía norteamericana», y Gilbert Achcar: » Cada vez más al Este», los tres textos en «Le Monde Diplomatique. Edición española», año IV, n° 42, Madrid abril-1999. Francis Pisani: «Las guerras cibernéticas», en «Le Monde Diplomatique», Julio-agosto , Nº 45,1999. ↩︎
  31. James Petras: «Las estrategias del imperio». Hiru Argitaletxea, Hondarribia, año 2000. ↩︎
  32. Arrighi, ops citada págs 427-428. ↩︎
  33. E. Palazuelos: «La globalización financiera. La internacionalización del capital financiero a finales del siglo XX». Editorial Síntesis. Economía, Madrid 1998, págs 205-207. ↩︎
  34. Jorge Beinstein: «La declinación de la economía global», texto presentado en el Encuentro Internacional sobre Globalización y Problemas del Desarrollo. La Habana, Cuba, 18-22 de enero de 1999, y editado por «Rebelión. Noticias» del 5-V-2000. ↩︎
  35. Jorge Beinstein: «Escenarios de la crisis global. Los caminos de la decandencia», La Habana, 29 enero 2000, «Rebelión Noticias», del 5-V-2000. ↩︎
  36. J. M. Naredo: «Decálogo de la globalización. Las principales mutaciones del mundo financiero». En «Le Monde Diplomatique» Edición española, nº 52. Febrero-2000. ↩︎
  37. El País-Negocios, Redacción, 9-IV-2000, págs 5-9. ↩︎
  38. Emilio Ontiveros: «Nueva economía, nuevas finanzas». El País, Negocios/3, 30-I-2000. ↩︎
  39. Greg Ip: «Los mercados, en la cuerda floja». Cinco Días, 24-I-2000. ↩︎
  40. D. A. Morgan. El País, Negocios/16, 5-marzo-2000. ↩︎
  41. Joaquin Estefanía: «La segunda revolución capitalista». El País-Lectura. 5-marzo-2000. ↩︎
  42. Bernard Cassen: «El dudoso éxito de la «ortodoxia» económica liberal». En «Le Monde Diplomatique. Edición española», nº 49, diciembre 1999. ↩︎
  43. Lester Thurow: «La guerra del siglo XXI. La batalla económica que se avecina entre Japón, Europa y Estados Unidos». Vergara Editor, Buenos Aires 1992, págs 299. ↩︎
  44. Paul Kennedy: «Auge y caída de las grandes potencias», Plaza & Janés, Barcelona 1989, págs 537-639, y «Hacia el siglo XXI», Plaza & Janés, Barcelona 1993, págs 425-449. ↩︎
  45. Pablo Bustelo: «El Japón y los ‘dragones’: un nuevo polo de prosperidad en Asia oriental», en Carlos Berzosa (coord.): «La economía mundial de los 90. Tendencias y desafíos». Icaria. Madrid 1994, pág 359. ↩︎
  46. Bennett Harrison: «La empresa que viene. La evolución del poder empresarial en la era de la flexibilidad». Edit. Paidós Empresa, Barcelona 1997, primera edición en inglés en 1994. ↩︎
  47. Richard J. Barnet y John Cavannagh: «Sueños globales. Multinacionales y el Nuevo Orden Mundial». Edic. Flor del Viento, Barcelona 1995 PÁGS 415-425. ↩︎
  48. Carlos Berzosa, Pablo Bustelo y Jesús de la Iglesia: «Estructure económica mundial». Editorial Síntesis. Economía, Madrid 1996, págs 486-488. ↩︎
  49. José Luis Groizard Cardosa: «Industrialización y ajuste estructural en el sudeste d. e Asia», en «Crisis sajuste de la economía mundial», ops citada, págs 333-375. ↩︎
  50. Manuel Castells: «La era de la información. Vol. 3. Fin de milenio». Alianza Editorial, Madrid 1998, págs 235-341. ↩︎
  51. Ulrich Beck: «¿Qué es la globalización». Editorial Paidós, Barlona 1998, pág. 92. ↩︎
  52. Mikel Orrantia: «Los centros de poder. La Trilateral». Hordago, Donostia 1979. Luis Capilla: «La Comisión Trilateral», ACC, Madrid 1993. ↩︎
  53. Philipe Rivière: «El sistema «Echelon»». Le Monde Diplomatique, nº 40. Julio-agosto 1999. ↩︎
  54. Christian De Brie: «Estados, mafias y transnacionales: agentes asociados». Le Monde Diplomatique en español, nº 54, abril-2000, pág 15. ↩︎
  55. José María Zufiaur: «EEUU y el ‘dumping’ social». Cinco Días, 9-XI-1999. Luis Oviedo: «Dónde se encuentra hoy el movimiento sindical norteamericano». Revista «En Defensa del Marxismo», Buenos Aires, nº 21, octubre-1998. C. Mitchel, F. Y P. Barta: «‘Estados Desunidos’ por la creciente disparidad entre pobres y ricos» en The Wall Street Journal Edición Española, Cinco Días, 19-I-2000. Y también sobre el distanciamiento salarial y el aumento de la pobreza y precariedad en EEUU: Diario Cinco Días 10-I-2000 y 20-I-2000. ↩︎
  56. J.L Gombeaud y M. Décaillot: «El Regreso de la Gran Depresión», ops., cit., pág. 45. ↩︎
  57. James Petras: «El imperialismo resurgente», Hiru Argitaletxe, Hondarribia, 1999, págs 158-159. ↩︎
  58. Andrés Ortega: «EEUU confía en poder desplegar el año que viene los nuevos sistemas contra misiles balísticos». El País, Internaciona/8, 13-II-2000. ↩︎
  59. Michael T. Klare: «La necesidad de vencer en todos los frentes». «Le Monde Diplomatique». nº 43, mayo 1999. James Petras y Steve Vieux: «Bosnia y la hegemonía de los Estados Unidos». En «New Left Reviev», nº, Madrid 2000. ↩︎
  60. Emilio Ontiveros: «Incubadoras». El País, Negocios/3, 27-II-2000. ↩︎
  61. Jorge Beinstein: «Escenarios de la crisis global. Los caminos de la decadencia», ops. Cit. Pág, 5. ↩︎
  62. Jorge Beinstein: «Escenarios de la crisis global. Los caminos de la decadencia», ops. Cit, pág 6. ↩︎
  63. Karl Marx: «El Capital», FCE, México 1973, tomo II, págs., 140-168. ↩︎
  64. AA.VV: «Maastricht, la polémica de Europa». Ediciones Vosa, Madrid 1992. ↩︎
  65. Xavier Vence y Xosé Luis Outes (Editores): «La Unión Europea y la crisis del Estado del Bienestar». Editorial Síntesis, Madrid 1998, pág. 18. ↩︎
  66. Nelson Roque Valdés: «Paz fría entre EEUU y la UE». Gara, 22/ Mundua.1999 azaroa-8 astelehena. ↩︎
  67. Ignasi Ramonet et alii: «Guerra en los Balcanes», y Bernard Cassen: «La inexistente defensa europea», ambos el «Le Monde Diplomatique», nº 44, junio 1999. AA.VV: «Los Balcanes: Reflexiones para después de una guerra». «Le Monde Diplomatique», nº 45, Julio-Agosto 1999. ↩︎
  68. Miguel González, sobre «El Libro Blanco de Defensa», El País, nº 1426, 29-iii-2000. ↩︎
  69. Guillermo de la Dehesa: «Estados Unidos frente a Europa», El País, nº 1415. 18-III-2000. ↩︎
  70. Rosa Townsend: «La ‘cumbre alternativa’ de Seattle». El País, 28-XI-1999. ↩︎
  71. Teresa Bouza: «Si los cimientos de la Bolsa neoyorquina se tambalean, Europa no vivirá para contarlo». The Wall Street Journal, Edición España, 24-I-2000. ↩︎
  72. Ignacio Cembrero: «Europa pierde terreno frente a Estados Unidos». El País, Negocios/21, 19-III-2000. ↩︎
  73. Véase Cinco Días, 24-III-2000. ↩︎
  74. M. Jiménez, en Cinco Días, 24-I-2000. ↩︎
  75. El País, nº 1.418, 21-III-2000. ↩︎
  76. Vicenç Navarro: «Neoliberalismo y Estado del Bienestar». Ariel, Barcelona 1997, pág. 174. ↩︎
  77. Pedro Montes: «La integración en Europa», Edit, Trotta, Madrid 1993, págs, 145-154. ↩︎
  78. J-L. Gombeaud y M. Décaillot: «El regreso de la Gran Depresión», opos cit pág 196. ↩︎
  79. Fernando Gualdoni: El País, 14-XI-1999. ↩︎
  80. P. Landers y M. M. Phillips, en The Wall Strret Journal, en Cinco Días, 25-I-2000. ↩︎
  81. Bruce Cuming: «Las relaciones Japón-EEUU a revisión en la era de las sospechas», y Philip S. Golub: «El «Modelo occidental» cuestionado», ambos en «Le Monde Diplomatique», nº 42, abril 1999. ↩︎
  82. Fernando Gualdoni: El País, nº 1.411, 14-III-2000. ↩︎
  83. Fernando Gualdoni: El País, nº 1.417, 20-III-2000. ↩︎
  84. Agencia, El País, nº 1.421, 24-III-2000. ↩︎
  85. J.L. Gombeaud y M. Décaillot: «El Regreso de la Gran Depresión», ops, Cit, pág. 47. ↩︎
  86. Luis Oviedo: «Japón: la depresión económica y la economía mundial!. Revista «En Defensa del Marxismo», nº 25, Buenos Aires, noviembre 1999. ↩︎
  87. Leopoldo Mármora: «El concepto socialista de nación», PyP, México 1986, pág. 100. ↩︎
  88. E. Hobsbawm: «Entrevista sobre el siglo XXI», ops, cit, pág. 88. ↩︎
  89. E. Hobsbawm: «Entrevista sobre el siglo XXI», ops, cit, pág. 104. ↩︎
  90. Manuel Castells: «La era de la información», ops, cit, Vol. 2: «»El poder de la identidad». ↩︎
  91. José Luis García Ruiz (Coordinador): «Historia de la empresa mundial y de España». Editorial Síntesis. Madrid 1998. ↩︎
  92. Ugo Pipitone: «La salida del atraso: un estudio histórico comparativo». FCE, México 1994, pág. 466. ↩︎
  93. B. Harrison: «En la nueva economía mundial, los pequeños y múltiples competidores (…) son socialmente ‘ineficientes’, profundamente ‘inestables’ y tienden a ser tecnológicamente ‘poco evolutivos’. En su lugar, las ‘redes’ de producción (y de distribución) se están convirtiendo en el principio organizativo dominante», en «La empresa que viene», ops citada, pág. 160. También: Manuel Castells: «La era de la información», Ops citada, Vol. 1, «La sociedad en red», pág 179-358. ↩︎
  94. Andrés Bilbao: «Modelos económicos y configuración de las relaciones industriales», Talasa Ediciones, Madrid 1999. Juan José Castillo (Editor): «El Trabajo del Futuro», Editorial Complutense , Madrid 1999. Ignasi Brunet y Angel Belzunegui: «Estrategias de empleo y multinacionales», Icaria, Barcelona 1999. ↩︎
  95. Susan Strange: «Dinero Loco», ops. Cit. Págs145-161. M. Castells: «La Era de la Información», Vol.3, ops cit. Págs: 193-233. Barnet y Cavanagh: «Sueños globales», ops, cit. Págs 384-386. J-L Gombeaud y M. Décaillot: «El regreso de la Gran Depresión», ops, cit, págs 174-175. ↩︎
  96. Jorge Beinstein: «La gran mutación del capitalismo. Narcotráfico, centro y periferia». En «Rebelión. Noticias», 3 de mayo del 2000. ↩︎
  97. Jefrey D. Sachs: «Bajar los humos», El País-Negocios, 9-IV-2000, pág. 3. ↩︎
  98. James Petras: «El imperialismo resurgente», ops, cit, pág 162. ↩︎
  99. M. Massarat: «Crisis de la energía o crisis del capitalismo». Edit. Fontamara, Barcelona 1979. ↩︎
  100. Nikolas Sarkis: «Petróleo: ¿el tercer shock?». Le Monde Diplomatique, nº nº 53, marzo-2000. ↩︎
  101. J-L-Gombeaud y M. Décaillot: «El regreso de la Gran Depresión», ops. Cit, pág. 212. ↩︎
  102. Andre Gorz: «La metamorfosis del trabajo», Edit. Sistema Madrdi 1995. ↩︎
  103. Michio Kaku: «Visiones». Temas de Debate , Madrdi 1998. Xabier Durán: «Las encrucijadas de la utopía», Labor, Barcelona 1993. ↩︎
  104. Bernard Cassen: «Inventar colectivamente un «proteccionismo altruísta», Le Monde Diplomatique, , nº 52, febrero-2000. ↩︎
  105. J-L Gombeaud y M. Décaillot; «El regreso de la Gran Depresión», ops, cit, pág. 17. ↩︎
  106. J-L Gombeaud y M. Décaillot, ops, cit, pág. 184. ↩︎
  107. E. Hobsbawm: «Entrevista sobre el siglo XXI», ops, cit, págs, 94-95. ↩︎
  108. Arrighi, ops citada, págs 428-429. ↩︎
  109. Arrighi, ops. Cit. Págs 38-41. ↩︎
  110. Arrighi, ops, cit, pág. 264. ↩︎
  111. Arrighi, ops. Cit. Pág 265-263. ↩︎
  112. Karl Marx: «Historia crítica de la teoría de la plusvalía», Ediciones Venceremos. La Habana, Cuba, 1965, Volumen I, págs 73-224. ↩︎
  113. Samir Amin: «El capitalismo en la era de la globalización», Paidós, Barcelona 1998, pág.171. ↩︎
  114. Eric Hobsbawm: «Entrevista sobre el siglo XXI», ops, cit, pág.19. ↩︎
  115. Osvaldo Coggiola: «150 años del Manifiesto Comunista», Revista «En defensa del marxismo», nº 19, Argentina, marzo 1998. ↩︎
  116. Eric R. Wolf: «Europa y la gente sin historia», FCE, México 1994, pág 111-112. ↩︎
  117. Eric R. Wolf, ops, cit. Pág 360, también véase pág 38. ↩︎
  118. Immanuel Wallerstein: «El eurocentrismo y sus avatares», NLR, nº 0, ops cit, pág 111. ↩︎
  119. Immanuel Wallerstein: «El futuro de la civilización capitalista», ops. Cit, pág. 94. ↩︎
  120. Benjamin Coriat: «Ciencia, técnica y capital», H. Blume, Madrid 1976. Paola M. Manacorda: «El ordenador del capital». H. Blume Ediciones, Madrid 1982. AA.VV: «Ciencia y tecnología». Editorial Revolución, Madrid 1990. Sebastián Dormido et alii: «Sociedad y nuevas tecnologías», Edit. Trotta, Madrdi 1990. Jon Elster: «El cambio tecnológico», Gedisa Editorial, Barcelona 1990. Merrit Ros Smith y Leo Marx (eds.): «Historia y determinismo tecnológico». Alianza Editorial, Madrid 1996. Guillermo Avendaño Cervantes: «El mito de la tecnología», Diana, México 1995. Montserrat Galcerán Huguet y Mario Domínguez Sánchez: «Innovación tecnológica y sociedad de masas», Editorial Síntesis, Madrid 1997. Alicia Durán y Jorge Riechmann: «Genes en el laboratorio y en la fábrica», Edit. Trotta, Madrid 1998. ↩︎
  121. Immanuel Wallerstein: «El futuro de la civilización capitalista», ops cit, pág. 94. ↩︎
  122. Siendo elementales: Angelo Tasca: «El naciomiento del fascismo», Ariel Edit. Barcelona 1969. Gilbert Badia: «Introducción a la ideología nacional socialista», Edit. Ayuso, Madrid 1972. Daniel Guerin: «Fascismo y gran capital», Edit. Fundamentos. Madrid 1973. Ernest Nolte: «Fascismo», Plaza y Janés, Barcelona 1975. Ernest Mandel: «El fascismo». Akal , Madrid 1976. Manuel Pastor: «Ensayo sobre la dictadura (bonapartismo y fascismo)». Tucar Ediciones, Madrid 1977. Carlos M. Rama: «La ideología fascista», Jucar, Barcelona 1979. Robert Paris: «Los orígenes del fascismo», Sarpe, Madrid 1985. Franz Neumann: «Behemoth. Pensamiento y acción en el nacional socialismo». FCE, Madrid 1983. ↩︎
  123. Immanuel Wallerstein: «El futuro de la civilización capitalista», ops. Cit. Pág.94-95. ↩︎
  124. De entre muchísimos, simplemente un único y bellísimo libro zarandea toda la construcción de Wallerstein, el de Eduardo Galeano: «Las venas abiertas de América Latina». Siglo XXI, Madrid 1985. ↩︎
  125. Jost Herbig: «El final de la civilización burguesa», Edit. Crítica, Barcelona 1983. ↩︎
  126. Jorge Beinstein: «Escenarios de la crisis global. Los caminos de la decadencia». Ops. Cit, pág 18. ↩︎
  127. Jorge Beinstein: «Escenarios de la crisis global. Los caminos de la decadencia», ops, cit, págs 19-21. ↩︎
  128. James Petras: «Las estrategias del imperio», ops, cit, págs 219-220. ↩︎
  129. Véase Juan Torres López: «Desigualdad y crisis económica» Edit. Sistema, Madrid 1995. ↩︎
  130. James Petras: «Las estrategias del imperio», ops, cit, pág 220. ↩︎
  131. James Petras: «Las estrategias del imperio», ops, cit, pág,210. ↩︎
  132. J-L Gombeaud y M. Décaillot: «El regreso de la Gran Depresión», ops. Cit. Pág. 146. ↩︎
  133. J-L Gombeaud y M. Décaillot, ops, cit, pág. 117. ↩︎
  134. J-L Gombeaud y M. Décaillot, ops, cit, pág, 172. ↩︎
  135. J-L Gombeaud y M. Décaillot, ops, cit, pág. 205. ↩︎
  136. J-L Gombeaud y M. Décaillot, ops. Cit, pág 109. ↩︎
  137. J-L Gombeaud y M. Décaillot, ops, cit, pág. 209. ↩︎
  138. J-L Gombeaud y M. Décaillot, ops, cit, pág. 218. ↩︎
  139. J-L Gombeaud y M. Décaillot, ops, cit, pág. 222. ↩︎
  140. J-L Gombeaud y M. Décaillot, ops, cit, págs 224-225. ↩︎
  141. J.L Gombeaud y M. Décaillot, ops, cit, pág . 218. ↩︎
  142. Maurice Godelier: «Racionalidad e irracionalidad en la economía», Siglo XIX, México 1967. Tony Andreani: «Marxismo y antropología», Anagrama, Barcelona 1974. Marcel Mauss: «Introducción a la Etnografía»Istmo, Madrid 1974. Isidoro Moreno: «Cultura y modos de producción». Nuestra Cultura, MaDRID 1978, Umberto Melotti: «En hombre entre la naturaleza y la historia», Península 1981. Luis F. Bate: «Arqueología y materialismo histórico», ECP, México 1979. AA.VV: «Antropología y feminismo», Anagrama, Barcelona 1979. Marvin Harris: «El desarrollo de la teoría antropológica», Siglo XXI, Madrid 1987. Henrietta L. Moore: «Antropología y feminismo». Feminismos, Madrid 1991, Ernest Gellner: «Antropolía y política», Altaya, Madrid 1999. ↩︎
  143. Bany Buzan y Gerald Segal: «El futuro que viene», Edit., Andrés Bello, Barcelona 1999, págs 331-358. ↩︎
  144. Jordi Nadal (coordinador): «El mundo que viene», Alianza Editorial, Madrid 1994. ↩︎
  145. Ernest Mandel: «Tratado de economía marxista», ERA, México 1977, 3 Volúmenes, especialmente Vol. 3º, págs 218-289. ↩︎
  146. V. Gordon Childe: «Qué sucedió en la Historia», Plantea-Agostini, Barcelona 1985. ↩︎
  147. David Harvey: «Los límites del capitalismo y la teoría marxista». FCE, México 1990, pág 420. ↩︎
  148. E. Mandel: «La teoría marxista del Estado», Anagrama, Barcelona 1976. Omar Guerrero: «La administración pública del Estado capitalista», Edit. Fontamara, Barcelona 1981. Charles Tilly: «Coerción, capital y los Estados europeos 990-1990». Alianza Universal, Madrid 1992. W. H. McNeill: «La búsqueda del poder. Tecnología, fuerzas armadas y sociedad desde el 1000 d.C.», Siglo XXI, Madrid 1988. ↩︎
  149. Joan-Eugeni Sánchez: «Espacio, economía y sociedad», Siglo XXI, Madrid 1991, págs 114-115. ↩︎
  150. M. Castells: «La era de la información», ops, cit, Vol. 2º, págs 271-339. ↩︎
  151. E. Hobsbawm: «Entrevista sobre el siglo XXI», ops, cit, pág. 55. ↩︎
  152. Geoffrey Parker: «La revolución militar», Crítica, Barcelona 1990. Daniel R. Headrick: «Los instrumentos del imperio», Altaya, Barcelona 1998. ↩︎
  153. Henri Bernad: «Historia de la resistencia europea», Orbis, Barcelona 1986, págs 129-130. ↩︎
  154. E. Hobsbawm: «Entrevista sobre el siglo XXI», ops, cit, pág. 56. ↩︎
  155. E. Hobsbawm: «Entrevista sobre el siglo XXI», ops, cit, pág. 52. ↩︎
  156. Jorge Beinstein: «Escenarios de la crisis global. Los caminos de la decadencia», ops, cit., pág 17. ↩︎
  157. Véase el congreso sobre «El siglo XX: balance y perspectivas», celebrado en Valencia, El País, n´º 1464, 6-v-2000. ↩︎
  158. E. Hobsbawm: «Entrevista sobre el siglo XXI», ops, cit, pág. 47. ↩︎
  159. E. Hobsbawm: «Entrevista sobre el siglo XXI», ops, cit, pág. 50. ↩︎
  160. E. Hobsbawm: «Entrevista sobre el siglo XXI», ops, cit, pág. 54. ↩︎
  161. Phyllis Deane: «El Estado y el sistema económico». Edit. Crítica, Barcelona 1993, pág. 205. ↩︎
  162. Anselmo Calleja: «Nueva economía ¿nuevos valores?», Cinco Días, 7-IV-2000. ↩︎
  163. Bernard Cassen: «El dudoso éxito de la «ortodoxia» económica liberal», ops. Cit. ↩︎
  164. J.A. Moral Santin y Henry Raimond: «La acumulación del capital y sus crisis», ops cit, pág 171. ↩︎
  165. Toni Andréani: «¿Qué es una clase social?», En «¿Todavía hay clases?», Revista Viento Sur, Madrid nº 12, 1993. ↩︎
  166. AA.VV: «Las mujeres y el trabajo. Rupturas conceptuales». Icaria, Barcelona 1994. AA.VV: «Emakumea eta ekonomia», IPES, 23 zkia, 1998 Bilbo. D.Comas D’Argemir: «Trabajo, género, cultura», Icaria, Barcelona 1995. ↩︎
  167. AA.VV: «Los ricos, una incógnita en las estadísticas», Le Monde Diplomatique, nº 43, mayo-1999. ↩︎
  168. M. Mangenot y G. Engbersen: «Criterios y definiciones respecto a las nuevas formas de pobreza». Le Momde Diplomatique, nº 47, septiembre-1999. ↩︎
  169. L. Jiménez Herrero: «Medio ambiente y desarrollo alternativo», IEPALA, Madrid 1989. J. Martínez Alier: «De la economía ecológica al ecologismo popular», Icaria, Barcelona 1992. R. Bermejo: «Manual para una economía ecológica», Bakeaz, Bilbao 1994. AA.VV: «Desarrollo, pobreza y medio ambiente», Talasa, Madrid, 1994. J. Martínez Alier: «Introducción a la economía ecológica». Rubes, Barcelona 1999. ↩︎
  170. Jesús Mota: «Estadísticas sin valor de diagnóstico», El País-Negocios, 9-IV-2000, pág. 23. ↩︎
  171. Simon Mohun: «Valor», en «Diccionario del pensamiento marxista», Tom Bottomore (dict.), Tecnos Edit. Madrid 1984, pág 774-778. ↩︎
  172. Alfons Barceló: «Filosofía de la economía», Icaria, Barcelona 1992, pág 74. ↩︎
  173. A. Barceló: «Filosofía de la economía», ops. Cit. Pág 78. ↩︎
  174. Alfred Shon Rethel: «Trabajo manual y trabajo intelectual». El Viejo Topo, Barcelona 1979, pág 196. ↩︎
  175. Vittorio Rieser: «El problema de la apariencia en el análisis marxiano de los sistemas sociales», en AA.VV: «Estudios sobre El Capital», Siglo XXI, Madrid 1973, pág 103. ↩︎
  176. Veáse, Francisco Bustelo: «Quince ensayos de historia económica». Edit. Síntesis. Madrid 1999, en especial págs 87-99. ↩︎
  177. Manuel Montalvo Rodriguez: «Historia y alienación de las ideas económicas». Editorial Hesperia, Madrid 1979. ↩︎
  178. Isaak Illich Rubin: «Ensayos sobre la teoría marxista del valor», PYP, Buenos Aires 1974. Pág 127. ↩︎
  179. Karl Korsch: «Karl Marx», Ariel, Barcelona 1975, págs, 134-135. ↩︎
  180. Alfontso Martínez Lizarduikoa: «Entropía y diversidad», Gara, 1999-abendua-24. ↩︎
  181. León Trotsky: «El nacionalismo y la economía», en Escritos, Edit. Pluma, Bogotá 1976, Tomo V, 1933-34, Volúmen 1, pág. 242-243. ↩︎
  182. Samin Amin: «La ley del valor y el materialismo histórico». FCE, México 1981. Pierre Salama: «Sobre el Valor». ERA México 1978. Rodolfo Banfi: «Un pseudoproblema: la teoría del valor-trabajo como base de los precios de equilibrio», en «Estudios sobre El Capital», ops, cit, págs 141-167. Ernest Mandel: «La teoría del valor y el capitalismo monopolista», en «Ensayos sobre el neocapitalismo», ERA México 1976, págs 36-51. P.Walton y A. Gamble: «Marx, Adam Smith y la economía política», en «Problemas del marxismo contemporáneo», Edit. Grijalbo, barcelona 1976, págs 191-256. AA.VV: «Sobre la vigencia de la teoría del valor en Marx», en «Cien años después de Marx», Akal, Madrid 1986, págs 227-388. G.A. Cohen: «La teoría de la historia de Karl Marx. Una defensa», Siglo XXI, Madrid 1986. Jon Rlster: «Una introducción a Karl Marx», Siglo XXI, Madrdi 1991. ↩︎
  183. Ernest Mandel: «El capitalismo tardío», ops, cit, pág. 570. ↩︎
  184. K. Cole, J. Cameron y C. Edwards: «¿Por qué discrepan los economistas?», IEPALA, Madrid 1990, pág 435. ↩︎
  185. David Harvey: «Los límites del capitalismo y la teoría marxista», ops cit, pág 48. ↩︎
  186. Suzanne de Brunhoff: «La concepción monetaria de Marx». Ediciones del Siglo, Buenos Aires 1973, primera edición en francés en 1967. Andrew Gamble y Paul Walton: «El capitalismo en crisis. La inflación y el Estado». Siglo XXI, Madrid 1977, primera edición en inglés en 1976. James O’Connor: «Crisis de acumulación». Ediciones PenínsulaBarcelona 1987. Enrique Palazuelos (Corrd.): «Dinámica capitalista y crisis actual». Akal, Madrid 1988. AA.VV: «Las crisis del capitalismo». Revista Contrarios, nº 1, Madrid, abril 1989. David Harvey: «Los límites del capitalismo y la teoría marxista» Fondo de Cultura Económica. México 1990, primera edición en inglés en 1982. Jesús Albarracín: «La economía de mercado». Editorial Trotta, Madrid 1991. AA.VV: «La larga noche neoliberal», Icaria, Barcelona 1993. Juan Torres Lopez: «Desigualdad y crisis económica», Editorial Sistema, Madrid 1995. J. Vidal Villa: «Mundialización», Icaria, Barcelona 1996. Xabier Arrizabalo (Editor): «Crisis y ajuste en la economía mundial», Editorial Síntesis, Madrid 1997. ↩︎
  187. Ernest Mandel: «El Capital. Cien años de controversias en torno a la obra de Karl Marx», Siglo XXI, México 1985, págs 231-237. ↩︎
  188. J.A. Moral Santín y Henry Raimond: «La acumulación del capital y sus crisis», ops cit. Pág 9. ↩︎
  189. León Trotsky et alii. «La ley del desarrollo desigual y combinado». Editorial Pluma. Bogotá 1977. Mandel y Nicolaus: «Debate sobre Norteamérica». Cuadernos Anagrama Barcelona 1972. Barceló y Samir Amin: «Sobre el desarrollo desigual de las formaciones sociales». Cuadernos Anagrama. Barcelona 1976. Kondratieff et alii: «Los ciclos económicos largos». Akal Editor Madrid 1979. E. Mandel: «Las ondas largas del desarrollo capitalista». Siglo XXI. Madrid 1986. L. Moscoso y J. Babiano (comps.): «Ciclos en política y economía». Siglo XXI. Madrid 1992. ↩︎
  190. Ernest Mandel: «El capitalismo tardío», ops, cit, pág 49. ↩︎
  191. Véase: J. O’Connor: «Las condiciones de producción. Por un marxismo ecológico. Una interpretación teórica», en «Ecología y Política», nº 1, Icaria, Barcelona 1990, págs 113-130. J. O’Connor: «Socialismo y ecologismo: mundialización y localismo», «Ecol., y Pol.,» nº2; AA.VV: «Debate», «Ecol., y pol.» nº 3. AA.VV: «Debate sobre la segunda contradicción», «Ecol., y Pol.,», nº 4. Carla Ravaioli: «Sobre la segunda contradicción del capitalismo», «Ecol., y Pol.,» nº 4. ↩︎
  192. K. Marx: «La Sagrada Familia», en OME, Tomo 6, pág , 94. Edit. Crítica, Barcelona 1978. ↩︎
  193. K. Marx: «Manifiesto del Partido Comunista», en OME, Tomo 9, pág. 137, Edit. Crítica, Barcelona 1978. ↩︎
  194. AA.VV: «Marxismo, psicoanálisis y sexpol», Granica Editor, 2 Volúmenes, Buenos Aires 1972. AA.VV: «Reich ante Marx y Freud», Akal, Madrid 1978. W. Reich: «Psicología de masas del fascismo», Edit. Ayuso, Madrid 1972, W. Reich: «La revolución sexual», Ruedo Ibérico, 1970. S.Bernfeld: «El psicoanálisis y la educación antiautoritaria», Barral, Barcelona 1972. ↩︎
  195. K. Marx: «Formaciones económicas precapitalistas», Edit, Ciencia Nueva,.Madrid 1967. Godelier: «El modo de producción asiático», Eudecor, Argentina 1966. G. Sofri: «El modo de producción capitalista. Historia de una controversia marxista», Edic. Bolsillo, Barcelona 1971. J. Chesnaux et alii: «El modo de producción asiático», Edit, Grijalbo, Barcelona, 1975. Samir Amin: «Clases y naciones en el materialismo histórico», El Viejo Topo, Barcelona 1979. ↩︎
  196. J.A. Moral Santín y H. Raimond: «La acumulación del capital y sus crisis», ops. Cit. Pág 82. ↩︎
  197. David Ricardo: «Principios de economía política y tributación», Edit. Orbis, Barcelona 1985, 2 Volúmenes. Para un conocimiento exhaustivo de la crítica de Marx a Ricardo: «Historia crítica de la teoría de la plusvalía», ops, cita, Vol. I, pgs, 227-566, y Vol II págs 9-93. ↩︎
  198. K. Marx: «El Capital», FCE, México 1973, Vol. III, pág. 167. ↩︎
  199. K. Marx: «El Capital», ops, cit, págs 232-239. ↩︎
  200. K. Marx: «El Capital», ops, cit. Págs 240-263. ↩︎
  201. K. Marx: «Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (borrador) 1857-1858». Siglo XXI, Madrid 1972. 3 volúmenes. ↩︎
  202. Roman Rosdolsky: «Génesis y estructura de El Capital de Marx», Siglo XXI, México 1978, págs 416-423. ↩︎
  203. K. Marx: «Elementos fundamentales para la crítica…», Volumen I, ops. Cit, pág. 406. ↩︎
  204. K. Marx: «Elementos fundamentales para la crítica…», Volumen I, ops, cit, pág. 414. ↩︎
  205. K. Marx: «Elementos fundamentales para la crítica…», Volumen I, ops, cit, pág.479. ↩︎
  206. Umberto Cerroni: «La teoría de las crisis sociales en Marx», Alberto Editor, Madrdi 1975, pág. 224. ↩︎
  207. Martin Nicolaus: «El Marx desconocido. Proletariado y clase media en Marx», Anagrama, Barcelona 1972. Teodor Shanin (editor): «El Marx tardío y la vía rusa. Marx y la periferia del capitalismo», Edit. Revolución Mdrid 1990. Enrique Dussel: «El último Marx (1863-1882) y la liberación de América Latina», Siglo XXI, México 1990. ↩︎
  208. E. Mandel: «El Capital…», ops, cit,. Pág. 235. ↩︎
  209. R. Rosdolsky: «Génesis y estructura de El Capital de Marx», ops, cit, pág. 467. ↩︎
  210. R. Rosdolsky: «Génesis y estructura de El Capital de Marx», ops, cit, pág. 468. ↩︎
  211. R. Rosdolsky: «Génesis y estructura de El Capital de Marx», ops, cit, pág. 472. ↩︎
  212. E. Hobsbawm: «Entrevista sobre el siglo XXI», ops, cit, pág. 111. ↩︎
  213. León Trotsky: «Perfiles políticos», Edit, Ayuso, Madrid 1981, pág,. 130. ↩︎
  214. E. Preobrazhenski: «Por una alternativa socialista», Edit. Fontamara, Barcelona 1976. Bujarin y Preobrazhenski: «La acumulación socialista», Alberto Editor, Madrid 1971. Trotsky: «La revolución traicionada» Edit, Fontamara, Barcelona 1977. AA.VV: «El Gran Debate (1924-1926)», Siglo XXI, Madrid 1975, 2 volúmenes. E. Mandel: «La economía del período de transición», Ediciones Rojas,nº 14, Barcelona 1977. Catherine Samary: «Planificación, mercado y democracia. La experiencia en los llamados países socialistas». IIIF, Cuadernos nº 7/8, Amsterdan, 1989. Carlos Taibo: «La disolución de la URSS», Ronsel, Barcelona 1994. C. R. Aguilera de Prat: «La crisis del Estado Socialista», PPU, Barcelona 1994. Andrés Romero: «Después del estalinismo», Edit, Antídoto, Argentina 1995. Ted Grant: «Rusia. De la revolución a la contrarrevolución», FFE, Madrid 1997. Marie Levigne: «Del socialismo al mercado», Edic. Encuentro, Madrid 1997. ↩︎
  215. Eugen Varga: «Testamento», Icaria, Barcelona 1977, págs 32-49. ↩︎
  216. Ernesto Che Guevara: «Escritos económicos», PYP, Argentina 1971. Che Guevara, Bettelheim y Mandel: «El debate cubano. Sobre el funcionamiento de la ley de valor en el socialismo». Edit, Laia, Barcelona 1974. Carlos Tablada Pérez: «El pensamiento económico de Ernesto Che Guevara», Casa de las Américas, La Habana, 1987. Roberto Massari: «Che Guevara. Grandeza y riesgo de la utopía». Txalaparte, Lizarra 1992. Gary Tennant: «El Che Guevara y los trotskystas cubanos», Revista «En Defensa del Marxismo», nº 18, Argentina octubre 1997. ↩︎
  217. R. Rosdolsky: «Génesis y estructura de El Capital de Marx», ops, cit, págs 475-476. ↩︎
  218. R. Rosdolsky: «Génesis y estructura de El Capital de Marx», ops, cit, pág. 478. ↩︎
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