🖹 Minskaya Pravda entrevista a Iñaki Gil de San Vicente

Publicada originalmente en rossaprimavera.ru

¿En qué situación se encuentra la izquierda del país Vasco?

Primero debemos definir qué entendemos por «izquierda»; después, en segundo lugar, qué es ser «izquierda» en una nación oprimida por dos Estados imperialistas; y por último, qué «izquierda» hay ahora en el País Vasco, en Euskal Herria.

Brevemente expuesto, la izquierda se diferencia del reformismo en cuatro puntos irreconciliables: uno, la teoría de la explotación social, de la plusvalía, etc.; es decir, hay que acabar con el capitalismo porque mientras subsista existirá la explotación. Dos, la teoría del Estado, de la violencia, de la democracia, etc.; es decir, hay que destruir el Estado burgués que es pieza clave para que subsista el capitalismo, creando el Estado socialista. Tres, la teoría materialista de la historia: desde que existe la propiedad privada el motor de la historia es la lucha de clases; es decir, la «paz» no podrá alcanzarse nunca mientras perviva la propiedad privada. Y cuatro, el método dialéctico: todo está en interacción y cambio permanente debido a la unidad y lucha de sus contradicciones internas, inmanentes y no trascendentes; es decir, hasta que no se hayan superado esas contradicciones no se resolverá el problema al que nos enfrentamos.

Este choque frontal entre la izquierda y el reformismo, ya era incuestionable en la segunda mitad del siglo XIX y se ha confirmado siempre desde entonces hasta ahora. Pese a ello, el reformismo insiste en que la explotación capitalista puede ser gradualmente suavizada mediante la acción legal y parlamentaria. Dice también que el Estado burgués puede ser transformado a favor del proletariado sin ser destruido, que las fuerzas represivas pueden ser democratizadas y que el pacifismo es la única política efectiva. El reformismo dice que la lucha de clases ya no es el motor de la historia, sino que este es el colaboracionismo interclasista dentro de las instituciones «neutrales y democráticas». Y rechaza totalmente la dialéctica marxista sustituyéndola por la dialógica, el consenso y el acuerdo, rechazando la teoría y ética comunista para aceptar el pragmatismo posibilista.

Euskal Herria, el Pueblo que habla la lengua vasca, está dividida y ocupada militarmente por los Estados imperialistas español y francés. Nuestros derechos como nación obrera nos son negados por la alianza política y unidad de clase entre la burguesía vasca y la española y francesa. La burguesía vasca necesita de los Estados ocupantes para explotar, oprimir, dominar, y alienar a “su” proletariado y, a la vez, para proteger su capital en el cada vez más duro y difícil mercado internacional. La explotación capitalista se sostiene en las leyes socioeconómicas, laborales, salariales, impuestas por los Estados ocupantes. La opresión política es ejercida por esos Estados y por la OTAN. La dominación y la alienación se sostienen sobre la ideología burguesa inherente a esos Estados, ideología producida y reforzada además de por la misma realidad del capital por sus burocracias y por la propia burguesía vasca, que combate y censura de mil modos el materialismo histórico y dialéctico.

Bajo esta realidad, el reformismo refuerza la opresión nacional de clase, es decir, la sujeción del proletariado de la nación oprimida al capital internacional, al de los Estados ocupantes y al de “su” burguesía. La teoría marxista de la opresión nacional explica que primero con el colonialismo y luego con el imperialismo los Estados opresores de pueblos obtienen inmensas ganancias económicas, de recursos energéticos de toda índole, además de culturales, sexuales, militares y geoestratégicos que multiplican sus ganancias y a la vez idiotizan, alienan e integran en el orden burgués al proletariado de los países imperialistas. El reformismo es un aliado decisivo en estas tareas porque oculta a las clases obreras imperialistas y a los pueblos oprimidos la esencia explotadora del capital, del Estado ocupante y de su ideología reaccionaria y desmovilizadora.

Al insistir el reformismo en que la única vía posible hacia la libertad es la “democracia” impuesta por el imperialismo, al insistir en que es una “democracia mejorable” sólo por las leyes de los opresores, y al negar el derecho a la autodefensa nacional del proletariado, el reformismo de la nación oprimida refuerza consciente y/o inconscientemente ese sistema de explotación nacional.

Por el contrario, la izquierda de y en un pueblo ocupado se identifica por su permanente combate contra la explotación asalariada que refuerza a los Estados ocupantes y a la burguesía autóctona, al imperialismo franco-español y a la burguesía vasca en nuestro caso. A la vez, se moviliza para destruir esos Estados y el poder autónomo que prestan a la burguesía propia, colaboracionista, porque la izquierda sabe que sin el Estado se hunde la dictadura del capital y por tanto la opresión nacional. Simultáneamente, refuerza la conciencia revolucionaria del pueblo mediante la lucha teórico-filosófica y ética contra la ideología burguesa, explicando qué es el materialismo histórico y la dialéctica, y sobre todo, lo hace desde, por y para la lengua y cultura propia, del pueblo obrero, censurada y perseguida por el imperialismo ocupante, en medio de la desidia colaboracionista. Y todo ello orientado hacia la conquista de la independencia socialista.

Podemos concluir esta respuesta diciendo que en Euskal Herria, en el País Vasco, la izquierda sufrió con más retraso y con formas específicas, la misma autoderrota reformista que sufrieron las izquierdas europeas desde la década de 1980, sin mayores precisiones ahora, cuando se fue agotando la oleada de lucha de clases que estalló desde 1967-1968, hasta ser derrotada a finales del siglo XX. El eurocomunismo, el postmodernismo, el postmarxismo, el laclausismo y otras modas ideológicas justificaron la espectacular aceptación incondicional de la trampa parlamentaria, del cepo legalista y del orden del capital. No podemos alargarnos ahora en las complejas razones de fondo de semejante claudicación que nos remite, en esencia, a la de la II Internacional comenzada a finales del siglo XIX.

En el País Vasco, las primeras izquierdas en descomponerse desde la mitad del siglo XX, fueron las que aceptaban de algún modo u otro el imperialismo francés y español, seguidas luego por las que habían ido abandonando la lucha por la autodeterminación vasca y la teoría de la interrelación de todas las formas de resistencia y lucha. Esta licuación interna en la izquierda vasca ya estaba dándose desde la segunda mitad de la década de 1960 en dos grandes escisiones formalmente de “izquierda”. Hacia finales de los ’70, empezó a gestarse otra gran escisión que culminaría en la integración de un sector de la izquierda en la estructura de dominación capitalista desde mediados de los ’80. Un conjunto de factores que no podemos detallar ahora –implosión de la URSS, neoliberalismo, desindustrialización, empobrecimiento, contrainsurgencia y represión, mucha represión–, más la propia fuerza alienadora del capital, golpearon muy duramente a la izquierda vasca desde comienzos del siglo XXI, logrando que una parte aceptase su autoderrota, entregase armas y pertrechos al opresor y asumiera su dominación: había nacido EH Bildu.

¿Cómo ha sido posible esto? La ideología reformista siempre late en la vida social porque surge de la astucia burguesa para engañar al proletariado. Por esto, la lucha contra el reformismo es una de las exigencias ineludibles de la teoría marxista de la organización. Si esta lucha se debilita el reformismo se refuerza dentro de la organización. Hay una constante en la historia política: las corrientes reformistas insertas en la izquierda van debilitando la formación teórico-filosófica de la militancia hasta anularla, reforzando imperceptiblemente sus tesis en la práctica diaria de modo que, con el tiempo, el reformismo es abiertamente defendido en los documentos y en la propaganda con normalidad porque ya es aplastante en la práctica política. Simultáneamente, la izquierda es marginada, aparcada o expulsada de la organización.

Pero el reformismo no ha podido barrer del todo a la izquierda que, a pesar de su fraccionamiento, empezó a reorganizarse al poco del giro reformista. Aparecieron diferentes organizaciones y, lo que es más importante, otros colectivos de izquierda empezaron a intervenir pero sin proclamarse «vanguardia dirigente», incluso sin nombre o con uno bastante ambiguo porque buscaban y buscan antes que nada arraigar sin dirigismo sectario y prepotente en el interior del pueblo trabajador. Tarde o temprano, estas izquierdas no tendrán más remedio que entablar debates hacia una imprescindible colaboración a diversos niveles. La izquierda vasca empieza a recuperarse de la escisión reformista más dura sufrida en su historia, será un camino largo pero se conseguirá.

¿El sistema Socialista y Comunista es posible aplicar hoy en día?

Sin entrar ahora al debate sobre las relaciones entre socialismo y/o comunismo, hay que decir que siempre ha sido necesario y posible aplicar diariamente el sistema socialista. Esto ya era asumido desde comienzos de la década de 1840, siendo incuestionable tras la derrota de la revolución de 1848 y la publicación simultánea del Manifiesto Comunista. Desde entonces se sabía que la muerte y el horror son la fuerza interna y la cara oculta de la democracia burguesa, de modo que ésta no es sino la forma externa de la dictadura del capital. La aplicabilidad del socialismo y del comunismo es factible de hecho porque surge de las contradicciones objetivas, y dentro de ellas presentes las soluciones que las resuelven. Soluciones basadas en la conciencia y poder revolucionarios. Que se puede aplicar el socialismo y el comunismo, quedó patente en la revolución de 1848, y de manera incuestionable desde la Comuna de París de 1871.

El socialismo era imprescindible y por ello aplicable tal como podía hacerse, a mitades del siglo XIX porque ya entonces estaba desatada la contradicción extrema entre la humanidad trabajadora y el capitalismo. Recordemos que en el Manifiesto Comunista se advertía que la lucha de clases podía tener tres resultados: victoria burguesa, victoria proletaria o destrucción mutua de ambas clases porque, continuaba diciendo, la burguesía es como el brujo que no puede dominar los monstruos que ha desatado con sus conjuros. La veracidad de esta advertencia está hoy definitivamente confirmada, como veremos. Pero ahora nos interesa ver que la teoría marxista se enriqueció a este respecto en sólo una década: Marx mostró en Prefacio del 1859 que el antagonismo entre el desarrollo de las fuerzas productivas y las relaciones de propiedad habían abierto la fase de revolución social, como se acababa de ver en la rebelión india contra la ocupación británica en 1857, por citar un solo ejemplo, y como se vería de forma acelerada desde entonces.

¿Qué es una fase de revolución social? No es una revolución concreta, por ejemplo la bolchevique de 1917, sino el largo período histórico de transición revolucionaria del capitalismo y sus relaciones de propiedad burguesa, al comunismo pasando por su etapa inicial, el socialismo con sus relaciones de propiedad social. Las burguesías aplastan, desactivan e integran muchas luchas que según las condiciones, pueden llegar o no a crisis prerrevolucionarias o revolucionarias. Las derrotan con la contrainsurgencia estatal e internacional, con represiones materiales y morales, con la inestimable ayuda reformista y otros factores que no podemos desarrollar ahora. Pero por muchas derrotas que sufra el proletariado, siempre terminan reapareciendo tarde o temprano nuevas resistencias y luchas porque surgen y resurgen de la naturaleza objetiva del antagonismo entre el avance de las fuerzas productivas y la esencia reaccionaria de la propiedad capitalista. Es decir, por mucho que se quiera negar, desde principios del siglo XIX existe una clara tendencia al alza de las luchas mundiales, al margen ahora de su intensidad, coordinación, objetivos y fuerzas, independientemente de que sean derrotadas.

Ello es debido a que la lucha de clases no responde sólo a la voluntad subjetiva, a la fuerza de la utopía roja, sino también a que se ahondan las contradicciones objetivas y se pudren las condiciones sociales de supervivencia: la síntesis entre las condiciones subjetivas y objetivas es la praxis revolucionaria. Como hemos dicho arriba, la formación teórica y filosófica es fundamental en la praxis porque sólo ella nos permite comprender que durante la larga fase de revolución social el proletariado y los pueblos sufren derrotas pero también victorias. La izquierda debe tener una visión histórica, en profundidad y alcance de la lucha de clases a escala mundial: solamente así sabrá que cada batalla es un momento del proceso mundial, que no es un hecho aislado e inconexo, y que por eso en cada acción es imprescindible desarrollar todos los principios socialistas en la medida de lo posible y de lo deseable.

La intensificación de la praxis revolucionaria en las cuatro diferencias entre la izquierda y el reformismo arriba expuestas multiplica su importancia si vemos la lucha revolucionaria desde la perspectiva de la fase histórica de revolución social, en vez desde la ceguera miope de procesos aislados que flotan a la deriva en un mundo caótico. Desde la teoría marxista, saber que toda resistencia contra el capitalismo tiene una esencia y contenido mundial, aunque con formas concretas estado-nacionales o de nación oprimida, saberlo así permite, en un primer momento, aplicar las lecciones obtenidas anteriormente; en un segundo momento, evaluar la praxis a la luz de la lucha propia y de la mundial; y por último, enriquecer la teoría mundial mediante la experiencia propia.

El marxismo es mundial porque también lo es el capitalismo. La categoría dialéctica de lo universal, particular y singular facilita comprender que en la lucha singular y particular por el socialismo se encierra la universal por el comunismo, y que por tanto es fundamental el valor universal de las luchas particulares y singulares. Esta certidumbre asentada en la experiencia histórica revaloriza la importancia de las lecciones obtenidas en las “pequeñas” luchas particulares y sobre todo singulares para emancipación mundial de la humanidad. Es decir, luchar por el socialismo en cualquier pueblito o aldea contra cualquier explotación, dominación e injusticia “pequeña” es, a la vez, luchar a escala mundial por el comunismo.

Estamos asistiendo a un cambio de paradigma con la consolidación de los BRICS y un mundo multipolar. ¿Piensa que es el principio del fin del imperialismo de EE.UU.?

La respuesta depende de lo que entendamos por «paradigma». Veamos algunas de las principales acepciones. Si por «paradigma» nos referimos al modo de producción dominante a escala mundial, lo sigue siendo el capitalista aunque cada vez más presionado por el avance de economías en transición al socialismo, como China Popular. Si nos referimos al aumento de la competencia por los mercados, es innegable una tendencia al debilitamiento del poder del capitalismo occidental liderado por EEUU. Si nos referimos al cambio en las relaciones de alianzas socioeconómicas, políticas y militares que, con sus contradicciones internas, se están tanteando y realizando, es cierto que avanza un debilitamiento tendencial del poder imperialista frente a otras alianzas en ascenso. Tendencial porque depende del resultado de la lucha de clases.

Vemos que aunque el modo de producción dominante sigue siendo el capitalista, sin embargo van debilitándose factores muy importantes para la fortaleza de decisivos Estados occidentales, es decir y utilizando los conceptos de Lenin: hay formaciones económico-sociales en declive relativo como son EEUU, Unión Europea, Japón, Gran Bretaña, Australia…, mientras que ascienden otras formaciones económico-sociales burguesas como India, Brasil, Rusia y otros Estados capitalistas que impulsan los BRICS. Varias pugnas de estas se han dado en la historia del capitalismo desde los siglos XVI-XVII cuando el eje económico basado en el Mediterráneo e Indo-Pacífico con la conexión África-Rusia mediante Persia, fue superado por el desarrollo capitalista centrado en el eje Atlántico que absorbió la riqueza del primer capitalismo de Italia del norte y lo reforzó en los Países Bajos y otras zonas

Estas pugnas responden a la dinámica de las leyes y contradicciones capitalistas que fuerzan a las burguesías a aumentar la explotación social, saquear los recursos de otros pueblos, canibalizar a otras burguesías para anular la competencia, derrotar y controlar otras monedas, imponer sus propias e interesadas leyes a nivel internacional, etc. El problema de la moneda dominante aparece siempre en estas grandes crisis de hegemonía así como el de las guerras llamadas «mundiales» y a veces el de los acuerdos entre las potencias que sancionan las nuevas relaciones internacionales.

La industrialización agudizó esas tensiones pero fue «el fantasma del comunismo» a mediados del siglo XIX el que forzó un cambio cualitativo en su desarrollo: ya no eran sólo pugnas interburguesas sino que la lucha entre capitalismo y socialismo determinaba todas y cada una de las pugnas interburguesas. Ya en 1871 Marx advirtió que todos los gobiernos burgueses se unen y olvidan sus diferencias para aplastar al comunismo, como se vería de forma irreversible con el imperialismo y desde 1917, antagonismo que no ha desaparecido a raíz de la implosión de la URSS sino que se ha incrementado en, al menos, Cinco niveles:

Uno, y el decisivo en todos los sentidos es el que enfrenta a la burguesía con el proletariado en todo el mundo, una de cuyas expresiones más nítidas es el conjunto de agresiones imperialistas contra China Popular y otros Estados que avanzan al socialismo. Dos, el recurso a la guerra injusta contra Rusia y la propagación de otras “menores” para recuperar su poder, derrotar a los pueblos y atemorizar a las burguesías para endurecer el ataque a China, Tres, frenar las diferentes alianzas entre Estados que se distancian del imperialismo, como el BRICS y otras. Cuatro, disciplinar y dominar totalmente a las burguesías imperialistas de segundo rango: europea, japonesa, australiana y otras. Y cinco, en base a lo anterior, elaborar una estrategia socioeconómica, política y militar a escala mundial dirigida por EEUU que derrote cualquier resistencia a sus intereses, y que atraiga a la mayoría o a las fundamentales burguesías que ahora apuestan por diversos grados de multipolaridad.

Muchas burguesías en ascenso sufren la prepotencia imperialista, sus amenazas y exigencias, sus sanciones y están preocupadas por la marcha de sus negocios y sobre todo por la posible concienciación revolucionaria de sus clases trabajadoras ante su colaboracionismo activo o pasivo con el imperialismo, concienciación que puede radicalizarse al ver su ferocidad ante el avance de los países que quieren seguir construyendo el socialismo.

Naturalmente, dentro de estas burguesías hay tendencias diferentes y peleas de facciones porque unas quieren más rapidez y extensión de los BRICS y de otras alianzas, pero controladas por ellas para que sus posibles logros y mejoras sociales no animen ni radicalicen a las clases trabajadoras. También hay otras como la de India, Arabia Saudí, Turquía, etc., que incluso quieren nadar a dos aguas, es decir, en la multipolaridad enfrentada al imperialismo, y a la vez, participar en los planes contrarios elaborados por EEUU para derrotar la multipolaridad. Pero otras facciones burguesas, las más reaccionarias, quieren seguir bajo la protección del «amigo americano» y de la OTAN porque tienen más miedo al socialismo y al proletariado que al Pentágono.

Estas tensiones internas a los Estados burgueses no imperialistas son innegables y tienden a crecer en la medida en la que empeora el contexto socioeconómico mundial, en que aumenta la efectividad y la fuerza de los Estados más decididos contra el imperialismo y sobre todo de quienes, de algún modo u otro, avanzan hacia el socialismo. Aquí volvemos al punto crítico inicial: el futuro de los BRICS, de la multipolaridad y de otras alianzas así como el declive imperialista hacia su derrota dependen de la interacción de dos dinámicas dialécticamente unidas: por un lado, la capacidad de los Estados que se orientan al socialismo y del movimiento revolucionario en general para dirigir ese proceso en primer lugar hacia la creciente unidad progresista del multipolarismo y de los BRICS, anulando las maniobras de las facciones burguesas conservadoras, dirigiendo esa unidad hacia la derrota del imperialismo; y por otro lado, que es el decisivo a la larga, la marcha de las contradicciones y leyes del capitalismo, influenciadas por el punto anterior.

La revolución socialista es la única fuerza que puede derrotar al imperialismo. No hay que hacerse ilusiones de que la multipolaridad y el BRICS vencerán a la OTAN y a otros ejércitos imperialistas por medios graduales, evolutivos y pacíficos. Según sean los acontecimientos, los BRICS debilitarán más o menos al «occidente colectivo», pero su derrota irrecuperable solamente llegará mediante una revolución socialista y comunista. Más aún, hay sectores de los BRICS que buscan reforzar lo «bueno» del capital desechando los «malo» de la explotación.

¿Qué opina de la operación especial de Rusia en Ucrania? ¿Desde su punto de vista cuál será el desenlace?

La Federación Rusa ha ejercido la necesidad/derecho a la defensa frente a un ataque exterior, y lo ha hecho según la experiencia militar de un ataque preventivo una vez que las provocaciones occidentales anulaban cualquier capacidad de resistencia rusa, porque de haber triunfado el plan yanqui, sus misiles nucleares quedarían a pocos minutos de las ciudades principales de Rusia y de Belarús. Pese a la propaganda de mentiras y manipulaciones imperialistas destinada a presentar a Rusia como país agresor, lo cierto es que ya desde finales del siglo XIX la burguesía alemana quería apropiarse de Ucrania por sus tierras negras y para debilitar estructuralmente a Rusia. Son conocidos los planes británicos de comienzos del siglo XX contra Rusia así como el plan yanqui de 1914 de balcanizar el imperio zarista. Pero fue a partir de la revolución de 1917 con la creación de la URSS cuando se multiplicaron todas las agresiones hasta forzar su implosión.

El imperialismo ha incumplido todas las promesas y acuerdos internacionales de paz firmados con la URSS y luego con Rusia. Washington creía que la destrucción de la URSS en 1991 le iba a permitir el saqueo total de sus inmensos recursos –el 30% de los recursos del Planeta están en Rusia según el Banco Mundial–, de modo que, por fin, podría salir de la profunda crisis que, con altibajos, arrastraba desde finales de la década de 1960. Pero la euforia le duró poco porque a pesar del desarrollo de una burguesía feroz y salvaje dispuesta a vender el país al dólar, comerciando con la piel del oso ruso, la resistencia pasiva o activa al expolio fue creciendo hasta hacer fracasar los planes imperialista, pero el daño estaba hecho.

Para comienzos del siglo XXI el imperialismo sabía que Rusia pretendía recuperarse y que los comunistas era una de las fuerzas sociopolíticas decisivas en ese esfuerzo. EEUU y la Unión Europea no podían permitirlo así que impusieron una serie de medidas contra Rusia y contra otros muchos pueblos que no hicieron sino acrecentar la resistencia rusa desde 2007 y especialmente desde 2011-2013 cuando ya estaba claro que la OTAN quería expandirse por el mundo. El golpe fascista de 2014 en Ucrania para convertirla en base oficial de la OTAN tenía un único objetivo: después de apoderarse de Crimea y del mar de Azov, lanzar un ataque a Rusia desde varios puntos, incluía Belarús como veremos. Para ello debía destrozar las repúblicas populares del Donbass como puerta de entrada a Crimea, e intentó hacerlo asesinando alrededor de 14.000 de sus habitantes y obligando a refugiarse en Rusia a centenares de miles de ellos.

Por tanto, el ejercicio de la necesidad/derecho de la guerra defensiva contra la OTAN es plenamente justificable y defendible porque, además, Rusia no se defiende sólo a sí misma sino que es el frente crítico de batalla en la guerra social y bélica que el imperialismo está lanzando contra muchos pueblos dignos y contra la humanidad trabajadora en su conjunto. Ahora casi nadie duda, aunque no se atreva o quiera decirlo, que después de vencer a Rusia la OTAN irá contra China Popular y el resto de la llamada multipolaridad, de la Ruta de la Seda, del BRICS, etc. Esto se comprueba viendo cómo la mayoría de Estados del mundo se han negado a condenar a Rusia o la apoyan en silencio y sobre todo negocian con ella

¿Cómo ve la situación actual con las relaciones de los gobiernos de Polonia y de los países bálticos contra Bielorrusia? ¿Cómo ves el liderazgo de Aleksandr Lukashenko y su papel en proteger y preservar Bielorrusia?

Bielorrusia es una nación independiente que conserva gran parte de las conquistas sociales logradas durante la existencia de la URSS, lo cual le atrae los odios del imperialismo. Sus logros sociales se mantienen pese a los efectos de las crisis sucesivas, la de la Covid, la guerra contra Rusia, etc. Además, Bielorrusia posee un territorio crucial por su valor militar porque es el camino más corto y rápido para invadir Rusia desde el occidente europeo. Por otro lado, existe una relación cultural muy profunda entre ambos pueblos que les lleva a ser aliados fieles ante el peligro. Estas y otras razones explican por qué el imperialismo preparó una «revolución naranja» en verano de 2022 para apoderarse de Belarús destruir los derechos y libertades imponiendo un sistema político tan autoritario como el ucronazi.

El fracaso de esa «invasión desde dentro» alteró todos los planes imperialistas en la zona. Desde entonces, el Pentágono incrementó la militarización de Polonia y los países bálticos, al margen de problemas en lo relativo a las relaciones entre Ucrania y Polonia, como los refugiados, el trigo, el expansionismo polaco para anexionarse zonas ucranianas, etc. Para la OTAN la extrema derecha polaca y báltica tienen cada día más importancia porque refuerzan su control del mar Báltico, cercan la estratégica ciudad rusa de Kaliningrado pudiendo cortar su cordón umbilical con Rusia y, para lo que nos interesa, amenazan directamente a Belarús obligándola a un mayor gasto militar.

Ya que el imperialismo no ha conquistado Belarús en el ataque de 2020 lo intenta ahora por otros medios más duros previos a un posible ataque militar. Las sanciones económicas y la amenaza militar buscan empeorar la calidad de vida, hundir la legitimidad del gobierno, crear tensiones sociales que sirvan de apoyo a las provocaciones de la CIA, de modo que el Pentágono pueda justificar una intervención militar desde el Báltico y Polonia, para «asegurar la democracia» de la OTAN. Si Belarús es derrotada, la suerte de su pueblo será terrible, será sobreexplotado y su juventud será carne de cañón en la previsible guerra contra Eurasia.

Es en situaciones de crisis cuando se demuestra la importancia de una buena dirección política, de una buena estructura estatal y, en síntesis, de la sólida conciencia nacional de un pueblo decidido a defender su libertad a cualquier precio. Belarús ha demostrado disponer de todo ello y en parte el mérito corresponde a la sabiduría de los equipos formados y dirigidos por Aleksandr Lukashenko.

¿Qué opina sobre el hecho de que Belarús vuelve a tener en su territorio armas nucleares? ¿Qué consejos podrías dar a Belarús tanto en el presente como futuro?

Para responder correctamente a esta pregunta crucial debemos tener en cuenta dos puntos: uno, la razón del antiguo principio romano de que si quieres la paz prepárate para la guerra, y otro, que esta razón es todavía más actual en el presente. Para Belarús, la indefensión militar supone arriesgarse a desaparecer como nación libre, arriesgarse a ser un pueblo esclavizado por el imperialismo. La gravedad de la situación es innegable si partimos del hecho de que estamos en una definitiva fase de revolución social entre el capitalismo y el socialismo, como hemos dicho arriba. Ello quiere decir que, en este contexto irreversible, la independencia nacional de los pueblos se imbrica aún más con el socialismo, revalorizando la advertencia de Lenin tanto para los pueblos libres como, en especial, para los oprimidos nacionalmente.

Conforme se agudizan las contradicciones del capitalismo y según sus leyes tendenciales nos llevan al borde de otra guerra mundial cualitativamente más letal que todas las anteriores, conforme se confirma de nuevo lo que expuesto en el Manifiesto Comunista de 1848, se agiliza aún más dialéctica entre el internacionalismo antiimperialista y el derecho de los pueblos a su libertad. Partiendo de esta realidad objetiva, Belarús debe reforzar su poder defensivo como garantía de su libertad y, a la vez, como aportación a la libertad del mundo sometido a las agresiones imperialistas.

Esta es la única perspectiva histórica posible, no hay otra. Y en base a ella debemos decir que Belarús tiene la necesidad y el derecho de disponer de armamento nuclear, y que tiene además la libertad de hacerlo porque es independiente y quiere seguir siéndolo. Esta libertad está asegurada por el hecho de que Belarús asume la doctrina nuclear defensiva desarrollada por la URSS, que sigue estando activa en su esencia en Rusia. Si no llega a ser por la aplicación de esta doctrina defensiva, el imperialismo habría lanzado armas nucleares contra Corea, China y la URSS, contra Vietnam, contra Egipto y Siria, contra Irak, posiblemente contra Cuba…, que se sepa hasta ahora. La doctrina nuclear soviético-rusa y ahora también de Belarús y de China Popular, ha salvado a la humanidad más de lo que creemos.

Sólo los contrarrevolucionarios y los idiotas suicidas, o ambos a la vez, falsifican e ignoran la historia. El pueblo de Belarús y su sector más consciente, los comunistas, saben que mantener su independencia y calidad de vida exige esfuerzos económicos y alianzas internacionales con naciones que también se yerguen de una u otra forma contra el imperialismo. Los camaradas internacionalistas sólo podemos apoyar esta resistencia y animar a Belarús con todas nuestras fuerzas.

Ideia Zabaldu – Difunde la idea

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