Formación de la militancia comunista y revolucionaria

Prólogo del libro «Manual de militancia dentro y fuera de la cárcel: Georges Ibrahim Abdallah». Boltxe Liburuak, 2022; traducido del francés por Beatriz Morales Bastos.

Sin duda, la tarea de presentar esta obra –Manual de militancia dentro y fuera de la cárcel: Georges Ibrahim Abdallah–publicada por Boltxe Liburuak y cuyo autor es Saïd Bouamama, es una de las que más me ha impactado, porque es una de las que más me ha gustado escribir y porque, sobre todo, es una de las más necesarias que he leído en los últimos tiempos. ¿Por qué? Porque trata de las lecciones que nos aporta la vida militante de Georges Ibrahim Abdallah, de nacionalidad libanesa encarcelado desde 1984 en el Estado francés por ser comunista, antiimperialista, internacionalista y antisionista.

Boltxe ha editado nada menos que un Manual, precisamente cuando existe una injustificada e interesada creencia de que los manuales, sobre todo los revolucionarios, anulan la eficacia pedagógica de los grandes libros, inculcan el mecanicismo tosco y el dogmatismo cegato. Peroel gran valor estratégico de Manual de militancia dentro y fuera de la cárcel: Georges Ibrahim Abdallahradica en que es un aporte vivificador, una lluvia vital en el desierto reseco de las debilitadas izquierdas eurocéntricas. Antes de seguir debemos salir en defensa de los despreciados manuales de formación de la militancia de izquierdas. Sin menospreciar a los intelectuales académicos, sí existe en muchos de ellos un aire de docta superioridad del academicismo progre que siempre ha mirado desde arriba a la formación militante, sobre todo desde que las ideologías reformistas se han rendido al postmodernismo, han huido ante el poder praxístico de la dialéctica marxista y se han refugiado en la cueva de Platón.

Por su parte, la gran mayoría de organizaciones y partidos que fueron de izquierda, por no decir la totalidad, han anulado, han abandonado la formación teórica fuerte, los debates políticos radicales en sus bases, limitándose a cortos cursillos generalmente veraniegos de capacitación tecno-institucional de corto vuelo que más que otra cosa son listados de órdenes a cumplir en la fase político-parlamentaria inmediata. Volvemos a denunciar el demoledor efecto contra el pensamiento crítico que tiene el abandono por las organizaciones que fueron de izquierda de la formación filosófica materialista y atea, de la dialéctica de la unidad y lucha de contrarios, como necesidad y como derecho de la militancia.

Un abandono deliberado porque la ignorancia de las bases militantes es el requisito previo sin el cual a la dirección le resulta extremadamente difícil imponer el giro al centro-reformista, para que lo que le queda de militancia termine viendo como normal y hasta «democrático» el nuevo paraguas ideológico redactado por miembros de la elite intelectual post o antimarxista. Mientras se critica al «manualismo» se silencia el aumento de la ignorancia teórica y del analfabetismo funcional de las bases del centro-reformismo. Una de las excusas es la del impacto de internet y de los nuevos medios de comunicación que terminarían, según dicen, por dar la puntilla al hábito de la lectura de textos largos y exigentes, e incluso de manuales.

Sin embargo, no existe contradicción alguna entre el gran libro, el manual e internet porque deben utilizarse simultáneamente según un plan de formación de la militancia en lo colectivo y en lo individual. Por aislado, cada uno pierde mucha efectividad, pero integrados en un programa sistemático, su efectividad es exponencial. Todo depende de la interacción de, al menos, cuatro niveles dentro de un único plan de formación. Primero, el objetivo histórico comunista por el que se lucha, pues no es lo mismo la formación orientada a la destrucción del poder del capital y a la formación simultánea del poder obrero y popular, más aún en una nación oprimida, que la formación orientada a la pesca del voto en el mercado electoral para aumentar las poltronas parlamentarias necesarias para consensuar algunos derechos menores que no afecten al poder del capital.

Segundo, la estrategia a largo y mediano plazo que ese objetivo requiere: hay que formar a la militancia en el papel decisivo de la teoría de la crisis y de la explotación asalariada, del papel del Estado del capital como centralizador de todas las violencias burguesas, del papel del fetichismo parlamentarista como pantanal laberíntico que anula todas las demandas si no están impulsadas por la lucha de clases fuera del parlamento, de la estructura de las clases en lucha a muerte, del impulso de la autoorganización del contrapoder obrero y popular como antesala de situaciones de doble poder y por fin del poder revolucionario, del papel de las reivindicaciones parciales en la acumulación de fuerza revolucionaria, del papel del internacionalismo y del antiimperialismo, y así un largo etcétera. Es obvio que el objetivo histórico comunista es contrario al reformista por lo que también lo ha de ser la formación de su militancia.

Tercero, partiendo de aquí, de la estrategia, la elaboración de diversos niveles de estudio, formación y debate debe responder a las necesidades organizativas tal cual las determina el objetivo histórico por el que se lucha, del nivel de avance, estancamiento o retroceso estratégico a largo y medio plazo, de las diferentes tácticas que hay que aplicar en cada situación novedosa, de las respuestas y reacciones de la burguesía, y así un largo etcétera.

Y cuarto, la propia forma de realizar los debates, la formación interactiva y simultánea con la militancia diaria, según la teoría pedagógica marxista. La forma de educar ética, teórica y políticamente a la militancia depende, obviamente, de qué objetivo histórico nos guíe, de la estrategia y de las tácticas, pero la formación también tiene su propia especificidad porque lucha diariamente contra la alienación capitalista prefigurando en la medida de lo posible la personalidad comunista sin la cual no existirá futuro alguno.

Lucha comunista, antiimperialista, internacionalista y antisionista

Pues bien, los manuales son imprescindibles en estas cuatro áreas, como lo son el uso crítico de internet y de los grandes libros. Los manuales, sobre todo cuando son muy buenos como el que tienes en tus manos, sirven para presentar de forma esencial y muy asequible lo básico de la teoría revolucionaria. Tienen además la virtud de que pueden ser estudiados en cualquier parte y momento por ser fácilmente transportables: a estas alturas del siglo XXI podemos llamar al Manifiesto del Partido Comunista de 1848 como el mejor manual de su época para saber cómo era el capitalismo, cuáles eran sus contradicciones, cómo y por qué se agravarían y, en especial, qué debía hacer el movimiento revolucionario. A partir de aquí, el Manifiesto se convirtió y sigue siendo un «manual profético» de obligado estudio.

Comprenderemos mejor el alcance actual y futuro de las lecciones que nos ofrece la praxis comunista de Georges Ibrahim Abdallah, tan bien sintetizada por Saïd Bouamama, si hacemos una muy breve exposición del abismo insondable que enfrenta a la ideología reformista con la teoría revolucionaria. Un abismo entre reforma y revolución que aparece en cada página del Manual y, en su totalidad, sobre todo cuando expone los puntos nodales de la praxis deGeorges Ibrahim Abdallah.

Primero: la teoría revolucionaria se basa en la existencia de la explotación del capital por el trabajo en base a la propiedad burguesa de las fuerzas productivas y reproductivas, sostiene que el capital destruye la vida y la naturaleza porque lo necesita para seguir existiendo y por ello insiste en la necesidad objetiva de acabar con el capital y con la dictadura del salario. Por el contrario, el reformismo suaviza esa explotación, dice que puede ser recortada, que puede acabarse con lo «malo» dejando lo «bueno» del sistema y que, por tanto, no hace ya falta la lucha revolucionaria. Es pura necesidad humana acabar con la propiedad privada de las fuerzas productivas, por el contrario, el reformismo sostiene que esta propiedad privada controlada por la democracia es imprescindible para la existencia de la paz.

Segundo, la teoría revolucionaria sostiene que el Estado es instrumento decisivo en la acumulación de capital, también es el centralizador estratégico de todas las violencias y la forma político-militar del capital, por lo que no hay más remedio que destruirlo; por el contrario, el reformismo sostiene que el Estado burgués puede ser transformado paulatinamente, expurgado y limpiado de sus cloacas, mediante la acción pacífica de la mayoría parlamentaria, porque de la misma forma en que hay que coger lo «bueno» del capital también hay que desarrollar lo «bueno» del Estado del capital.

Tercero, la teoría revolucionaria sostiene que es la producción social la que determina la conciencia social y que esta incide sobre la primera; que desde que existen documentos fiables, la historia de la humanidad es la historia de la lucha de clases que puede terminar en victoria de una clase sobre otra o en el exterminio mutuo de las clases en conflicto, por lo que la historia es un proceso abierto, con retrocesos y avances según esa lucha; pero el reformismo dice que la lucha de clases no es el motor de la historia, que tanto o más importante es la cultura y la moral –siempre en abstracto–, y que por tanto la «economía» puede estar sujeta a la «democracia», sin definir a ninguna de las dos, de modo que llegará el momento en el que la minoría explotadora decida regalar pacífica y alegremente sus incalculables propiedades a la humanidad explotada.

Y cuarto, la teoría revolucionaria dice que todo está en cambio, en interacción mutua, y que es la unidad y lucha de sus contrarios la que impulsa su movimiento y la aparición de lo nuevo, por lo que es decisivo conocer esa lucha de contrarios e intervenir en ella para dirigirla en bien de la humanidad: la dialéctica es ese pensamiento y esa acción. El reformismo dice que la realidad no puede conocerse del todo y que por tanto no puede intervenirse radicalmente sobre ella, siendo lo mejor optar por lo «bueno» según lo dice el sentido común, el pragmatismo y el posibilismo.

Recorriendo las cuatro incompatibilidades encontramos una lucha a muerte que se libra en cada una de ellas y en las cuatro partes de una totalidad superior determinante sobre todas ellas: la «guerra ética» que es pugna frecuentemente sangrienta entre el derecho a la rebelión de la humanidad oprimida y el derecho a la represión de la minoría opresora. Ambas tienen sus éticas correspondientes. Marx dijo que cuando chocan dos derechos iguales pero contrarios, decide la fuerza. La fuerza proletaria, con todas sus deficiencias, no es solo material, política, también lo es ético-moral, cultural, subjetiva. Y viceversa pero al contrario por parte del capital, aunque el Moloch disfruta de una amplia ventaja de medios para generar terror paralizante, sumisión acobardada y colaboracionismo egoísta e individualista.

Este abismo quedó definitiva e irrevocablemente establecido en lo teórico en la segunda mitad del siglo XIX y desde entonces la cada vez más sangrienta existencia del capital lo ha confirmado a diario: el imperialismo, la militarización, la industria de la matanza humana; el crecimiento del capital ficticio y del «capitalismo criminal» (¿?); la catástrofe socioecológica o capitaloceno; hambrunas, empobrecimientos y pandemias. La tercera Gran Depresión de 2007 que, con sus altibajos, se ha agudizado desde 2022 eleva estas sub-crisis a un nivel cualitativamente más destructivo. Estamos en el filo de la navaja de una nueva guerra mundial de letalidad difícilmente imaginable.

La actualidad del Manual y su carga de futuro se basa en esta situación que si bien apenas era previsible al detalle en 1984 cuando fue detenido Georges Ibrahim Abdallah, sí venía ya anunciada en lo esencial por la teoría marxista de la crisis, desde sus inicios balbuceantes allá por 1845-1848, hasta sus más recientes mejoras. No existe ninguna otra teoría que no solo explique por qué y cómo el capitalismo nos ha llevado al borde del Holocausto, sino que además demuestre que puede evitarse la hecatombe con la intensificación de la lucha comunista, antiimperialista, internacionalista y antisionismo.

En realidad, el internacionalismo, el antiimperialismo y el antisionismo son formas de lucha integradas en la praxis comunista como totalidad que las subsume: no se puede ser comunista sin luchar contra el imperialismo y el sionismo, sin ser internacionalista en todo momento.

Y es aquí, en esta síntesis de todas las luchas que es el comunismo, donde la verdadera izquierda tiene dos de sus mayores limitaciones: una, cara al futuro: ¿cómo prefigurar en las luchas del presente siquiera algunos destellos tenues pero esperanzadores de lo que podrían llegar a ser formas y contenidos del socialismo futuro? Ahora no podemos extendernos en esta importante autocrítica de la izquierda. La otra limitación es parte de la anterior pero es la que mira al pasado, a la memoria de las luchas, a la memoria que está encarcelada y reprimida, a la necesidad por tanto de liberar a los y las presas políticas para integrar en la lucha por el futuro su memoria y su presente. Porque, como veremos al final: «La memoria colectiva de la opresión y la resistencia no es una simple cuestión de recordar ni una simple mirada al pasado sin efecto sobre el presente. Participa de las luchas del presente y del futuro».

Si nos fijamos, los avances en la lucha contra la propiedad privada y por el desarrollo de la propiedad comunista siempre han sido abortados, derrotados por las clases dominantes usando las violencias más atroces posibles en cada época; y siempre ha derrotado a las fuerzas internacionalistas, antiimperialistas y antisionistas recurriendo a las dosis de violencias represivas adecuadas a esos espacios de lucha. La vida entera de Georges Ibrahim Abdallah es una permanente resistencia a esos ataques y, a la vez, una contraofensiva personal después de cada agresión represiva, hasta llegar a ser uno de los presos políticos más influyentes en el plano teórico y en el plano ético por su formación y coherencia, y el Manual de militancia dentro y fuera de la cárcel: Georges Ibrahim Abdallah lo demuestra.

«Dadnos vuestros aviones y os daremos nuestras cestas»

En efecto, en esta obra Saïd Bouamama ha llevado al nivel de obra maestra lo que es la impresionante praxis revolucionaria del revolucionario libanés. Una obra minuciosa, con un rigor analítico exquisito que progresivamente se va sintetizando en las lecciones decisivas que nos aporta la praxis de Georges Ibrahim Abdallah, cuyos hitos decisivos son presentados al comienzo de la Introducción y en el capítulo I del libro, con especial atención a la guerra de liberación nacional palestina, al gran papel jugado por el Frente Popular de Liberación de Palestina (FPLP) del que también fue miembro Georges Ibrahim Abdallah.

En este capítulo I especial valor tiene el desarrollo de la respuesta a la pregunta «¿Quiénes son los terroristas?» realizada el 7 de abril de 1982 por las Fracciones Armadas Revolucionarias Libanesas (FARL), en las que también militaba Georges Ibrahim Abdallah:

En la historia de los pueblos abundan situaciones similares en las que la desigualdad de las fuerzas enfrentadas llevó a este tipo de acciones o a esta forma de lucha. A la pregunta de un periodista sobre la práctica de atentados con bombas colocadas dentro de cestas de amas de casa, Larbi Ben M’Hidi, uno de los dirigentes del Frente de Liberación Nacional de Argelia, resumió la situación con la siguiente respuesta: «Dadnos vuestros aviones y os daremos nuestras cestas».

Desde la concepción del mundo que vertebra la praxis militante de Georges Ibrahim Abdallah, que se sintetiza en la unidad del antisemitismo, antiimperialismo e internacionalismo en la totalidad del comunismo, el significado de esta frase: «Dadnos vuestros aviones y os daremos nuestras cestas», abarca el cosmos entero de las múltiples formas de la vida de las clases y naciones explotadas. Por totalidad entendemos desde las aparentemente insustanciales e individuales acciones y pensamientos aislados, de esas que llaman «privadas» pero que tienen innegables contenidos políticos públicos que pueden llegar a ser determinantes según las circunstancias, hasta las más crudas y desesperadamente colectivas, aquellas que se expresan mediante huelgas, motines, rebeliones, insurrecciones, guerras de liberación nacional de clase, o lucha clandestina contra las peores dictaduras.

Para la burguesía, para el imperialismo, por el contrario, la frase de los y las oprimidas que los amos quieren escuchar, debe ser esta: «Os damos nuestros cestos y os quedáis además con vuestros aviones», o dicho con palabras más directas y humillantes: «arrodillados e indefensos aceptamos vuestras armas y vuestra ley». Insistiremos y explicaremos por qué las palabras de Larbi Ben M’Hidi, autor de la frase que tanto valoramos, van a la raíz del proceso entero de sumisión y dominación de los y las explotadas, es decir, de la victoria de la contrarrevolución sobre la humanidad. Antes de seguir, es bueno que sepamos que Larbi Ben M’Hidi murió en febrero de 1957 torturado por las fuerzas francesas de ocupación a las órdenes del general Paul Aussaresses y a los pocos días también el bogado Ali Boumendjel, por citar solo a dos de los centenares de héroes y heroínas asesinadas mediante el tormento practicado por el democrático y civilizado Estado francés.

El Frente de Liberación Nacional de Argelia cifra en alrededor de un millón de muertos los causados por los crímenes franceses durante la guerra de liberación. Su sacrificio no fue inútil, como no lo fue el de Vietnam y no está siendo el de Palestina, por nombrar algunas de las guerras justas que más enseñaron a Georges Ibrahim Abdallah en su aprendizaje de la inhumanidad del imperialismo. Pero su evolución sociopolítica, ética y cultural ya venía formándose por la realidad de la lucha de clases en su Líbano natal, la supuesta «Suiza de Oriente Próximo» según la mentirosa propaganda francesa. En su país, las movilizaciones populares contra el expolio y la opresión iban en aumento, desde la década de 1970, en respuesta a la pobreza creciente, a las pésimas condiciones de vida en las barriadas y al chabolismo donde malvivía casi la mitad de la población libanesa.

Pero la realidad se volvería aún más dura en pocos años debido a la confluencia de al menos cuatro dinámicas que explican la evolución de Georges Ibrahim Abdallah: el estallido de contradicciones múltiples en el Líbano, el contexto mundial de luchas de liberación de los pueblos, los ataques de la aviación y del ejército sionista, desde agosto de 1969 en adelante, y la eficacia teórica y argumentativa del marxismo para explicar qué es el imperialismo y cómo vencerlo. Todo ello y más hizo que la cuestión del poder volviera a aparecer como el punto crítico cuya conquista o pérdida decide la suerte, la vida y el sufrimiento de clases y de pueblos explotados. Esto y no otra cosa es lo que se esconde dentro de las palabras de Larbi Ben M’Hidi, de la historia universal de la humanidad explotada y de la praxis vital de Georges Ibrahim Abdallah: «Dadnos vuestros aviones y os daremos nuestras cestas».

Bien estudiada esta frase descubrimos que sirve para la militancia en la cárcel y en la calle, en la vida llama individual y en la colectiva. Desde el instante en el que cualquier persona o colectivo empieza a erguirse contra la opresión que sufre, desde ese momento es objeto de amenazas sutiles, sobornos, propuestas de cooptación, amenazas más directas que conllevan grados de violencia psicológica, primeras medidas represivas de muchas formas, y así en una espiral progresivamente dura que puede dar saltos bruscos a golpes más precisos, por un lado, pero también más amplios, dirigidos a colectivos que se han sumado a esa lucha.

Si existe entonces una suficiente preparación teórica, o una experiencia organizativa mínima que se ha aprendido con los años, descubrimos cuánta razón tiene el marxismo cuando afirma que el Estado burgués es el centralizador estratégico de todas las violencias del capital, físicas y morales, que ya empiezan a golpearnos colectiva o individualmente. De las internas en la cárcel y de las externas en la calle, en las fábricas, talleres, campos, barriadas empobrecidas, escuelas y universidades, hospitales y centros sanitarios. Cuando las movilizaciones se realizan en contexto de crisis entre potencias burguesas, o de ataques e invasiones a pueblos para saquearlos, o de severas crisis de acumulación del capital, o en todas ellas a la vez como ahora, entonces el Estado aparece directamente como la forma político-militar del capital ya que, en esos momentos, la industria de la matanza de seres humanos es parte de la destrucción de fuerzas productivas y de la intervención del Estado en la explotación social con el objetivo único de intentar abrir una nueva fase de acumulación.

Durante el inicio y desarrollo de estas luchas se producen infinidad de pequeños choques y represiones concretas de conflictos precisos, especialmente en los comienzos de las luchas, y una vez que han aumentado y avanzado hasta atacar pilares estratégicos del poder, es cuando se aprecia el contenido de la frase «Dadnos vuestros aviones y os daremos nuestras cestas», como hemos dicho arriba. Llegados a este punto es cuando debemos empezar el estudio y el debate del Manual.

Independencia político-estratégica

Georges Ibrahim Abdallah se defendió a sí mismo en el juicio-farsa al que fue sometido por el imperialismo en París. La autodefensa de un revolucionario no es nada nuevo ni raro en la historia de la lucha de clases. En el Manual se exponen con mucho detalle cómo se autodefendieron Gracchus Babeuf, Augusto Blanqui, André Marty, Karl Liebknecht, George Dimitrov, los militantes del FLN argelino… El Manual recoge estas palabras de 1916 de K. Liebknecht ante la justicia burguesa: «Estoy aquí para acusar, no para defenderme». Antes de seguir, es necesario adelantarnos un poco al texto porque, para todo lo que sigue, conviene saber cómo define Abdallah al sistema carcelario leyendo lo que sigue en y desde su tremenda profundidad:

Y el otoño pasado el Parlamento aprobó el estado de emergencia para sofocar la revuelta de los hijos de las banlieues e instaurar el alto el fuego en ellas y en los barrios populares. Siguiendo el modelo neoconservador estadounidense, los gobernantes han optado por encarcelar a grandes sectores de la población desestabilizados por la precarización y que se resisten a ella rebelándose o creando una economía de supervivencia. Los gobernantes disminuyen las ayudas sociales y aumentan los fondos penitenciarios. Se construyen nuevas cárceles y que se llenan inmediatamente. En algunos lugares las condiciones de encarcelamiento son una pesadilla y solo una represión de guardianes encapuchados y con porras mantiene en ellos un orden precario. Cuanto más avanza la sociedad hacia un control militarizado de las poblaciones empobrecidas y sobreexplotadas, más se convierte la cárcel en el centro del domino social.

Sobre este proceso de lucha de clases y de fascistización, proceso al que volveremos, comprendemos en su explosivo potencial revolucionario que desarrolla la interacción entre las palabras de K. Liebknecht: «Estoy aquí para acusar, no para defenderme», y la de Larbi Ben M’Hidi antes de ser asesinado por la tortura francesa, de cambiar los aviones de bombardeo imperialistas por las cestas con bombitas de la resistencia argelina. Las dos tienen identidades esenciales: reafirman la voluntad de seguir luchando, la voluntad de mantener la ofensiva táctica en cuanto a los medios y la estratégica en cuanto a los fines, la denuncia inmisericorde de los aparatos jurídico-policiales del capital y, en especial, reafirman la independencia política de ambos revolucionarios frente a la simbología básica de la democracia burguesa de la que se reivindicaba el imperialismo alemán en 1916 y el francés en 1956.

No se puede negar la actualidad de esta postura en un momento en el que el grueso de la «izquierda» –recordemos el cuádruple choque entre reforma y revolución visto anteriormente– ha cedido en los objetivos históricos y en la estrategia para alcanzarlos. Ahora, cuando bordeamos la catástrofe y el imperialismo diversifica y amplía las represiones, debemos reafirmar la valía de los objetivos históricos y por tanto de la voluntad de seguir luchando por ellos. Esos objetivos se sintetizan en el comunismo, y tienen sus puntos centrales en el antiimperialismo, el internacionalismo y el antisionismo.

¿Por qué el antisionismo cuando, por ejemplo, en Europa, creemos estar libres de los tentáculos del ente sionista? Pues porque no estamos libres de esos tentáculos, sino que cada día nos asfixian más tanto por la penetración del subimperialismo sionista, como por su papel creciente en el imperialismo occidental liderado por Estados Unidos. Paramos aquí nuestro argumento porque más adelante saldremos en defensa de Palestina, del Líbano y de todos los países atacados directa o indirectamente por el ente sionista.

Pero los objetivos históricos también se prefiguran en la medida de lo posible en las pequeñas conquistas sociales, obreras, populares, democrático-radicales, que muestran, aunque sea pálidamente lo que sería una sociedad socialista en tránsito al comunismo. En este sentido, ahora, bajo la crisis actual, debemos mantener la voluntad ofensiva táctica en cuanto a los medios y estratégica en cuanto a los fines. Dicho de otro modo, no debemos rebajar ninguna reivindicación que moleste al capital porque queramos sumar votos, aumentar fuerza parlamentaria y acceder a algunas escalas bajas de las instituciones burguesas. Con la excusa de que si no votamos o apoyamos al centro será la derecha la que acceda a las instituciones, sobre todo al gobierno, las «izquierdas» han devenido en muletas del gobierno. Además, siempre debemos explicar que esas reivindicaciones solo tienen efectividad política si son parte de la estrategia que nos guía a los objetivos históricos.

De igual modo, debemos realizar la crítica inmisericorde de los aparatos jurídico-policiales del capital porque se han convertido en una fuerza represiva incontrolada por la supuesta «soberanía popular» que supuestamente reside en el parlamento. Ya era así en la situación de guerra imperialista de 1916, aumento en 1984 como se vio en la impunidad del imperialismo para aplastar «democráticamente» las resistencias de los pueblos oprimidos. Pero ahora, en Nuestramérica, por ejemplo, los «golpes blandos», judiciales, teledirigidos por los Estados Unidos son una realidad. Es legendaria la impunidad de la derecha española para controlar la judicatura. Este giro es imparable desde la pandemia de 2022, pero el mayor problema radica en que la «izquierda» no lo combate, no lo denuncia radicalmente y, lo que es peor, no abre el debate sobre la necesidad urgente de otro sistema judicial no capitalista.

Llegamos así a la necesidad de practicar la independencia política revolucionaria frente y contra la simbología de la democracia burguesa. Del mismo modo que debemos avanzar a la justicia socialista, también debemos hacerlo hacia la democracia socialista. Debemos intentar prefigurarla en la medida de lo posible en cualquier movilización, en cualquier reivindicación y en toda la praxis cotidiana. «Estoy aquí para acusar, no para defenderme» y «Dadnos vuestros aviones y os daremos nuestras cestas», nos conducen a lo mismo: la independencia político-estratégica necesaria para conquistar los objetivos históricos.

Praxis política

Saïd Bouamama resume así la autodefensa ante los jueces de Georges Ibrahim Abdallah:

Basándose en un texto de Lenin de enero de 1905 que describe las actitudes que las personas militantes deben adoptar ante los jueces, propone la siguiente síntesis: «Defender tu causa y no tu persona; ocuparte tú mismo de tu defensa política; mostrarse física y políticamente valiente; no informar al enemigo de lo que debe ignorar; atacar al régimen acusador; dirigirse, por encima de la cabeza del juez, a las masas».

Cuando las cosas se ponen feas y la derrota parece posible, algunas personas empiezan a dudar. Es muy frecuente que entonces el poder ofrezca aparentes vías de diálogo con determinadas condiciones previas; en la inmensa mayoría de los casos se trata de una trampa destinada a medir la decisión de lucha, de resistencia, las posibles deserciones y divisiones. Muchos inicios de movilizaciones han sido destrozados con estos y otros trucos. Luego, muchas huelgas han sido derrotas de la misma forma. La burguesía sabe cómo azuzar el individualismo burgués o pequeño-burgués introyectado que pudre la conciencia del proletariado. Por esto, «defender tu causa y no tu persona» es un deber elemental.

«Ocuparte tú mismo de tu defensa política» es otro principio elemental de la praxis diaria, cotidiana, que trasciende al momento del juicio. No debe interpretarse en el sentido de que hay que rechazar la ayuda, el consejo de abogados u otras personas que sepan más que nosotros del sistema represivo en su vertiente jurídica, penal. No, sería política y pedagógicamente suicida, sería desaprovechar medios de denuncia y de combate muy necesarios para vencer a la opresión. De lo que se trata es de, por un lado, mostrar siempre la prioridad de la política revolucionaria sobre el tecnicismo legalista; de otro lado, desarrollar la capacidad intelectual, teórica y filosófica de la militancia para que sepa argumentar por qué y para qué milita, y pueda hacerlo siempre en su praxis diaria; y, por último, para superar la escisión mano/mente, la supeditación «al que sabe», al especialista en algo e ignorante en casi todo: la división práctica/teoría consustancial a la ideología burguesa, es una de las grandes armas del capital, solo superable por la praxis de la dialéctica entre acción y pensamiento, praxis política.

«Mostrarse física y políticamente valiente» es, además de un requisito para «ocuparte tú mismo de tu defensa política», también una exigencia lógica de la praxis crítica y libre, no solo en la acción sino también en el pensamiento. No existe valentía física si no existe dignidad ni ética, ni tampoco decisión de resistencia y capacidad psicológica de dominar el instinto del miedo. Sin estos fundamentos la valentía física termina retrocediendo si no se sustenta en la valentía política, es decir, en la conciencia teórica y éticamente asentada en el principio de que la vida no tiene otro sentido que el de la libertad, el de la superación de la injusticia inherente a la propiedad privada de las fuerzas productivas y reproductivas. Estos principios son vitales en la diaria militancia cotidiana, en la que en todo momento debemos optar por la valentía de la lucha o por la cobardía pasiva o activamente colaboracionista con la explotación. La ideología reformista, arriba expuesta, es una de las mejores excusas para ocultar el miedo y la pasividad sumisa bajo la demagogia de la «necesidad táctica» de apoyar al explotador, al que incluso se le llega a calificar de «izquierda».

«No informar al enemigo de lo que debe ignorar» parece un principio obvio, pero tiene una carga revolucionaria apenas comprendida porque atañe al debate eterno en la permanente guerra de éticas antagónicas sobre la mentira y la verdad. No atañe a la relación entre el error y la ignorancia socialmente determinada, por un lado, y la verdad científica históricamente alcanzada por otro, sino a la exigencia justa y a la necesidad de «mentir» al amo, al explotador, al empresario, al torturador, al juez. Entrecomillamos aquí lo de «mentir» para recalcar la incompatibilidad entre la «verdad» opresora, la de la ética capitalista, y la «verdad» oprimida, la de la ética comunista: un trabajador que avisa al empresario de que se está preparando una huelga, es un traidor, y su deber ético es «mentir», engañar al explotador.

Como se aprecia, estamos ante un problema que recorre la historia humana desde el surgimiento de la propiedad: ¡cuán felices seríamos si Adán –un delator que traicionó a Eva– y Eva hubieran «mentido» a dios diciéndole que no habían comido la manzana del árbol de la ciencia del bien y del mal, intentando impedir así que dios les expulsara del paraíso condenando eternamente a la humanidad! Somos ateos marxistas y sabemos que la Biblia es una mentira en el sentido lato, opio espiritual y social por sus terribles efectos, pero la dialéctica de la verdad concreta, relativo/absoluta y objetiva nos dice que dentro de ese «mentir» necesario se oculta la verdad de la rebeldía humana.

«Atacar al régimen acusador» es una necesidad incompatible con las amonestaciones superficiales de los reformistas al opresor en todas partes. Atacar al acusador quiere decir, primero, criticar radicalmente la «verdad» que acusa de toda la maldad, según la ética capitalista, a las resistencias de los y las explotadas; segundo, argumentar esa denuncia crítica descubriendo las violencias y brutalidades sobre las que se sostiene la democracia burguesa gracias, entre otras cosas, a la alienación masiva y al miedo de fondo que destruyen la valentía política y física; y, tercero, proponer soluciones radicales a los problemas radicales, porque ningún ataque es efectivo si no presenta una vía de solución a los problemas que denuncia. Si no ofrece una alternativa radical, facilita que el reformismo lo haga, peor aún, que lo haga el capital.

«Dirigirse, por encima de la cabeza del juez, a las masas» es lo mismo que dirigirse al pueblo trabajador por encima del parlamento, de las instituciones, del reformismo político-sindical, de la industria cultural alienante, lo que exige tener una formación teórico-filosófica radical ya que es, en la práctica, destruir el férreo monopolio de la «verdad» por el capital. Hablar directamente al proletariado, saltando por encima del juez, del poder, es lo mismo que hablar en las asambleas populares y obreras, en la vida diaria en la barriada popular, en la escuela y entre las amigas y amigos. Ahora bien, esto exige que sea la realidad exterior al juez, al parlamento, a la prensa, la que dirija el contenido y la dirección de la crítica.

La realidad exterior es la fuerza popular que lucha en la calle, la que hace que la crítica al juez, al parlamento y a las instituciones, sea una parte supeditada a la estrategia de destrucción del poder mediante la lucha de clases. Si generalizamos este criterio a escenarios más diversificados y pequeños de respuestas individuales y de grupos sociales que se mueven a nivel inmediato, vemos que es imprescindible para ellos dirigirse directamente a los sectores explotados sin perder tiempo y contenido al tener que pasar por los filtros tergiversadores de las instituciones del capital –el juez—u otros poderes. Hablar directamente con las y los oprimidos es imprescindible, y es algo que la burguesía intenta impedir.

Derechos humanos burgueses versus derechos humanos socialistas

El Manual dedica el impresionante capítulo 5 a denunciar una amarga realidad que en parte debe achacarse al colaboracionismo de la «izquierda» del Estado ocupante con su burguesía imperialista, con los intereses generales del capitalismo:

A pesar de la movilización ejemplar de un grupo pequeño de personas militantes que desde hace más de quince años no escatiman ningún esfuerzo para obtener la libertad de Georges, esta «izquierda» permanece silenciosa. Utilizamos a propósito el término vago «izquierda» en la medida en que es todo el espectro de esta «izquierda» el que se caracteriza por la ausencia de movilización para modificar la relación de fuerzas y conseguir la puesta en libertad de Georges Ibrahim Abdallah.

Los pueblos antiimperialistas sabemos que las «izquierdas» estatales no apoyan nuestra lucha, al contrario, la boicotean de mil modos y ayudan a reprimirla. Exceptuando izquierdas minoritarias, coherentes con el antiimperialismo, la «izquierda» estatalista defiende a su burguesía. El Manual que presentamos nos dice que ya en 1957 Frantz Fanon denunciaba la debilidad de la movilización de la «izquierda» francesa contra la guerra de Argelia. Podríamos poner muchos más ejemplos como el del nacionalismo burgués de la «izquierda» del Estado español en contra de los pueblos que oprime, pero nos ceñimos al Manual: «Lo que se pone en tela de juicio aquí es el compromiso internacionalista de esta “izquierda” desde el inicio del imperialismo francés. Aparte de algunos momentos históricos precisos, como el apoyo a la insurrección anticolonial del Rif después de la revolución bolchevique y de la creación del Partido Comunista Francés, el internacionalismo es el gran punto débil de esta “izquierda”».

Las luchas de liberación nacional de clase de los pueblos oprimidos son absolutamente inaceptables por cuanto muy peligrosas para las «izquierdas» y para el reformismo en sí porque, en primer lugar, sacan a la luz la verdad histórica que destruye las falsedades sobre las que descansan las «naciones» francesa y española, para ceñirnos a nuestra realidad; en segundo lugar, descubre la fusión de la burguesía autóctona con el Estado ocupante y su tarea en la represión del independentismo socialista; en tercer lugar, son peligrosas porque, al atacar los mitos reaccionarios del nacionalismo opresor, endurecen el fascismo consustancial al imperialismo sacudiendo la tramoya democraticista tan alabada por la «izquierda» y el reformismo, pero también pueden introducir conciencia crítica en el proletariado estatal radicalizándolo contra su Estado imperialista.

Lógicamente, el Manual insiste en la lucha anticolonial de la praxis de Georges Ibrahim Abdallah y, con plena razón, muestra cómo el colonialismo es «una herencia incómoda desde el punto de vista ideológico» para la «izquierda» del Estado colonizador, crítica radical absolutamente justa e imprescindible. Tras repasar experiencias anteriores, Saïd Bouamamaañade: «Son tantas las constantes entre el pasado y el presente que nos parece necesario buscar sus causas ideológicas y materiales. Existen herencias molestas que conviene hacer visibles y nombrar, de lo contrario se reproducen las mismas trampas ideológicas y llevan a la misma ceguera y a los mismos callejones sin salida políticos».

La colonización mental y la hegemonía cultural someten a las naciones oprimidas a las mismas presiones básicas, aunque varían las formas por los diferentes contextos sociohistóricos y sus resistencias. Los pueblos oprimidos dentro de Europa, no colonizados en el sentido clásico del término, también sufrimos la colonización mental y la hegemonía cultural impuestas por los Estados ocupantes, dependencia que solo empezamos a superar cuando deja de darnos vergüenza ser bretones, catalanes, andaluces, galegos, occitanos, vascos…, en comparación con la supuestamente superior cultura franco-española. Es esta máquina político-cultural y socioeconómica imperialista franco-española la que nos impone un sentimiento de inferioridad únicamente entendible en su siniestro poder alienador adaptando la brillantez de Frantz Fanon a las condiciones franco-españolas.

Hace más de cuarenta años, una generación de militantes vascos y de otros pueblos de Europa estudiamos detenidamente a Fanon, reforzando así nuestra certidumbre de la importancia clave del llamado «factor subjetivo» tal cual es vivido por las clases explotadas del pueblo que sufre una especial colonización mental y hegemonía cultural franco-española. Saïd Bouamamahace muy bien al recordarnos que:

Fanon no reprocha a la «izquierda» que minusvalore el colonialismo y no lo denuncie. Critica que no se asuma el trabajo de masas para descolonizar las mentalidades, lo que tendrá graves consecuencias cuando la persona colonizada decida utilizar la violencia como arma de liberación. Fanon pone de relieve que, en efecto, en ese momento el poder impone el marco del debate ideológico: «Una propaganda ultrachovinista, nacionalista y patriótica, que moviliza los elementos racistas implícitos de la conciencia colectiva del pueblo colonialista […] A partir de entonces se hace evidente que ya no es posible apoyar al colonizado sin oponerse al mismo tiempo a la vía nacional. La lucha contra el colonialismo se convierte en una lucha contra la nación. […] La acusación de traición que acecha a quienes se oponen a la guerra de Argelia se convierte en un arma temible en manos del gobierno francés. Así, a principios de 1957 se pudo ver que gran cantidad de demócratas callaban o eran acribillados por la ola revanchista».

El estudio de Fanon realizado por el independentismo socialista fue, junto a otros desarrollos teóricos, decisivo para la independencia político-estratégica sostenida hasta no hace mucho y que ahora empieza a recuperarse con lentitud y superando muchos obstáculos. Uno de ellos es la profundidad de la ideología estatalista e imperialista franco-española que se mantiene en sus «izquierdas». Saïd Bouamamanos recuerda cómo ese nacionalismo francés penetró desde la década de 1920 en las estructuras político-sindicales, culturales y psicológicas del «comunismo oficial» francés, y como siguen vigentes. Otro tanto debemos decir sobre eso que llaman «marxismo español», que tiene varias caras incluida la «internacionalista».

Viviendo bajo la dominación cultural franco-española, la lectura de Fanon más las ideas de Gramsci y de otros marxistas no eurocéntricos, comprendemos cuánta razón tiene Saïd Bouamamaal denunciar el «racismo respetable» de las «izquierdas», del que no se libra el «marxismo español» y parte de su corriente «internacionalista» que asume como intocable el dogma de la «universalidad» creado por el capitalismo occidental. Este dogma y su «racismo respetable» frecuentemente invisible, tiene uno de sus más eficaces medios de alienación en los derechos humanos burgueses: «Los discursos sobre los derechos humanos, sobre la misión civilizadora, sobre el deber de colonizar, etc., caracterizaron a todas las potencias coloniales y anteriormente a las esclavistas. Fueron los acompañantes ideológicos del sometimiento a la dependencia de las periferias por parte del nuevo centro capitalista que se desarrollaba en Europa con la emergencia del modo de producción capitalista».

Los derechos humanos burgueses justifican y legitiman sanciones de cualquier índole, guerras económicas, saqueos, agresiones, injerencias múltiples y hasta invasiones sanguinarias calificadas como «intervenciones humanitarias»: «Para justificar el “deber de injerencia” civilizador hay que construir al otro como “salvaje”, como “bárbaro”, como “fanático”, como “impulsivo”, etc.». Saïd Bouamamatranscribe una respuesta crítica deGeorges Ibrahim Abdallah a los jueces sobre este particular, y añade: «Con su postura intransigente respecto a los principios Georges Ibrahim Abdallah recuerda a una parte de la “izquierda francesa” sus compromisos y renuncias, su permeabilidad a los grandes temas de la ideología dominante, su porosidad al culturalismo».

Las izquierdas independentistas contra el imperialismo español podemos citar multitud de ejemplos de ese «racismo respetable» tan normalizado y masivo en la vida cotidiana que pasa inadvertido excepto para quienes los sufrimos. Los derechos humanos burgueses en su versión española, que en la práctica están siendo desmontados con la pasividad de las «izquierdas», son masivamente utilizados para justificar el incremento de las represiones. Las «izquierdas» y el reformismo asumen incondicionalmente la ideología de los derechos humanos burgueses, y las izquierdas revolucionarias no se atreven a dar la batalla ético-política en favor de los derechos humanos socialistas, en los que el derecho a la resistencia, a la revolución va dentro de la categoría de la totalidad dialéctica entre derecho, necesidad, deber y libertad, o en palabras de Saïd Bouamama:

Como Fanon y Mandela, Abdallah considera el «terrorismo» un acto de guerra y el resultado de un «terrorismo» más vasto, más sistémico, más mortífero, etc., que se lleva a cabo no por medio de atentados, sino por medio de flotas aéreas y navales, de invasiones militares, de masacres reiteradas. Como ellos, lo considera «legítima defensa», por retomar la expresión de Nelson Mandela. Durante su juicio interroga así a sus jueces: «¿Con qué serenidad y qué independencia pretendéis juzgar unos actos de guerra aislándolos del proceso general de la agresión imperialista perpetrada contra nuestro pueblo?» […] Según las circunstancias históricas y contextuales, y según la relación de fuerzas que las caracterizan, la lucha puede adoptar una forma pacífica o armada, puede incluir la práctica de atentados o no, de precisión o no, etc.

Ante el fascismo y la fascistización: resistencia y lucha de los pueblos

Recordemos estas palabras de Larbi Ben M’Hidi antes de morir bajo torturas: «Dadnos vuestros aviones y os daremos nuestras cestas» porque sintetizan perfectamente la cuestión crítica en la historia humana desde que existe la propiedad privada: la creación del Estado socialista defendido por el pueblo en armas, lo que requiere mucha preparación teórica. La función de los y las presas políticas es muy importante en este proceso emancipador porque ayudan a impulsarlo con sus investigaciones teóricas. Hablando sobreAbdallah, Saïd Bouamama dice: «Como marxista da gran importancia al trabajo y a la reflexión teórica, por lo que invierte parte de su tiempo en leer libros y otros escritos sobre la evolución del capitalismo y su crisis sistémica, el imperialismo y sus mutaciones geoestratégicas, las ideologías dominantes y sus evoluciones, la represión y sus nuevas configuraciones».

Leamos al propio Abdallah: «Todos y todas sabemos lo crucial que es esta época. La crisis general del sistema es cada vez más profunda y la burguesía prepara sus sempiternas recetas ultrarreaccionarias. Sacrifica la mera supervivencia de la mitad de la humanidad en el altar de sus beneficios. La reacción avanza unas veces enmascarada y cada vez con más frecuencia a rostro descubierto ahí donde se produce particularmente el proceso de fascistización. Y los conservadurismos alardean del aumento de las discriminaciones sociales y raciales. No pasa un mes sin que un Estado europeo anuncie que se ha aprobado una ley de seguridad, unos decretos referentes a normas sociales más restrictivas, la creación de una brigada especial y su intervención contra un pueblo oprimido. En todo el continente unos partidos que ayer se autoproclamaban fascistas se institucionalizan para aspirar a recuperar la virginidad y participar en los nuevos gobiernos».

Como nos avisa Saïd Bouamama es necesario comprender la diferencia que estableceAbdallah entre fascismo y proceso de fascistización: el fascismo es un régimen de terror dictatorial ya establecido, uno de cuyos objetivos centrales es destruir hasta sus raíces, extirpándolas, las organizaciones, sindicatos y partidos revolucionarios, pero también los democrático-burgueses. El proceso de fascistización es el avance a la victoria del fascismo, lo que depende de la lucha de clases: «El proceso de fascistización se desarrolla siempre que las luchas sociales de las personas dominadas y la ira social aumentan de forma significativa, aunque sin amenazar todavía al sistema dominante. Según Abdallah, los períodos se caracterizan por dos procesos contradictorios: una combatividad cada vez mayor de los dominados y una movilización reaccionaria de los dominantes. Destaca la preparación metódica y legal de la clase dominante para enfrentarse con las clases dominadas, que se radicalizan debido al deterioro generalizado de sus condiciones de vida».

La fascistización que avanza en el capitalismo está favorecida por los efectos nefastos del postmodernismo, como ideología creada para romper la unidad dialéctica de la praxis comunista, destruyendo así la conciencia revolucionaria. Abdallah es un crítico feroz del postmodernismo, como también lo es de la demagogia de T. Negri y M. Hardt sobre la «nueva fase» mundial creada desde finales del siglo XX por la nueva relación internacional centrada en el «Imperio», idea que Abdallah define como «extravagante […] Su base es que las naciones están en vías de desaparición y, en lugar de ellas, el individuo se ha convertido en el agente activo en la historia. […] Es, simple y llanamente, ideología liberal».

La ideología liberal duramente rechazada por Abdallah ha ido penetrando aún más en el reformismo y en las «izquierdas». Es muy interesante para nosotros en estos momentos, conocer la postura de Abdallah presentada así por Saïd Bouamama: «El análisis del imperialismo que hace Georges Ibrahim Abdallah es una valiosa contribución en un momento en el que en una parte de la izquierda se multiplican las actitudes de renegar de las ideas, actitudes que llegan incluso a apoyar ciertas guerras imperialistas bajo la forma de la lógica del “ni-ni”: “Ni Saddam ni Bush”, “ni Trump ni Assad”, etc.». Ahora mismo, el «ni-nismo» se expresa en «Ni OTAN ni Rusia».

Pero mientras el «ni-nismo» reformista perdía el tiempo, el imperialismo yanqui avanzaba en la balcanización de Oriente Medio, que se «despliega en forma de una estrategia del caos. En el caso de Estados Unidos se trata de mantener una fuerza militar considerable en la zona, lo que supone crear una situación duradera de inestabilidad. “Todo deja suponer que la pacificación estadounidense de Oriente Medio con la guerra prevista contra Irak será más bien la instauración de un estado de guerra permanente en la zona que justifique, si no garantice, una presencia militar estadounidense bastante importante. En ningún sitio como aquí resulta tan evidente y cierta está afirmación: ‘Washington no quiere una solución, solo quiere un problema de larga duración…’”». Después de esta cita, Saïd Bouamama termina diciendo que «la guerra en Siria y la intervención israelí en este país vienen a confirmar estas previsiones políticas de Georges Ibrahim Abdallah».

Palestina aparece como uno de los frentes decisivos en la lucha antiimperialista y en la práctica del internacionalismo, porque, con su resistencia titánica, además de otros efectos menores, obliga a la entidad sionista a gastar una enorme fuerza económico-militar que le es muy necesaria para reducir su crisis interna y fortalecer su expansión mundial. Muy en especial, le debilita en su objetivo fundamental de destruir Irán y Siria, de quedarse con un buen trozo de Líbano y de impedir el fortalecimiento de Irak; por último, su terrorismo sistemático contra Palestina, inhumano, le aísla mundialmente pero también aumenta el ya gran descrédito de Estados Unidos y de Occidente en el mundo.

Estas grandes consecuencias y otras menores de la resistencia heroica del pueblo palestino son insoportables para el imperialismo en su conjunto y en especial para Estados Unidos, ya que le dificulta poder saquear tranquilamente los grandes recursos de Oriente Medio. Si hasta hace unos años esto era totalmente cierto, se ha ido volviendo una pesadilla insoportable para el imperialismo desde 2006 con la derrota sionista en el Líbano, desde 2011-2015 con el comienzo de la derrota imperialista en Siria, desde la demostración de la capacidad iraní para reponerse tras el endurecimiento de los ataques económicos yanquis en 2018 al romper unilateralmente los acuerdos de París de 2015, desde el avance de la resistencia yemení, desde la derrota yanqui en Afganistán, desde que en Pakistán una creciente mayoría opta por acercarse a Eurasia y distanciarse de Estados Unidos, desde que empieza a suceder lo mismo en África, desde que la OTAN tiene cada vez más problemas en Ucrania…

Lucha revolucionaria en la cárcel y solidaridad política

Hemos visto arriba que una de las mayores debilidades de las izquierdas revolucionarias es no integrar plenamente la memoria del pasado y las lecciones del presente encarcelado en la lucha del ahora por prefigurar áreas del socialismo futuro en la medida de lo posible. Es una debilidad que impide aprender de las lecciones del pasado, del saber acumulado y, lo que es muy importante, que facilita que sea la historia opresora la que dicte qué podemos y debemos pensar e imaginar, que la historia opresora refuerce la ética de la sumisión y del colaboracionismo con el poder.

Además de estas bazas fortísimas en manos de la reacción, aunque sea «democrática», también tenemos que saber que la desmemoria, la amnesia histórica, es incapaz de crear cultura en el pleno sentido marxista: la forma de producir y repartir horizontalmente valores de uso creados desde ideas y pensamientos críticos y colectivos, enemigos de la propiedad privada, del fetichismo de la mercancía y del valor de cambio. Esta cultura, la verdaderamente comunista, y por tanto humana, necesita siempre del saber emancipador que se conserva en parte de la memoria colectiva, en parte de la cultura popular.

Casi al final del Manual aparecen estas impresionantes palabras: «Los momentos en los que se desarrollan las luchas de las masas populares van acompañados de un endurecimiento del arsenal legislativo de represión, que afecta también a las personas militantes que ya están en la cárcel, como si se quisiera evitar el encuentro entre la memoria de las luchas pasadas y los actores de las luchas presentes. Para el orden dominante hay que mantener a toda costa en la cárcel a estas personas portadoras de la memoria colectiva. También hay que desvitalizar la voz de las y los presos políticos revolucionarios psiquiatrizándola».

Se trata de destruir la personalidad, la conciencia y la dignidad del militante encarcelado para que deje de luchar dentro de la cárcel, para que no estudie, no debata dentro con sus compañeros, por un lado, y sobre todo para que se deshumanice como arrepentido, implorando perdón por sus «culpas», renegando de sus ideas y jurando que jamás volverá a ser lo que fue. Las opciones que deja el sistema carcelario se reducen a tres: ser humano en las peores condiciones represivas, deshumanizarse arrepintiéndose y hasta colaborando activa o pasivamente, y ser psiquiatrizado, desvitalizado, muerto en vida, como los zombis de aquel cómic de izquierdas: «¡Calla y vota, idiota!»

El sistema carcelario también busca que la militante no se relacione con el exterior de manera creativa, es decir, aportando ideas críticas para ayudar a la lucha de clases extramuros, para ayudar a su pueblo al menos en la forma en la que pueda hacerlo. La prisionera debe estar aislada de su entorno y no debe ayudar a su pueblo obrero. Tampoco nos olvidemos de que el sistema carcelario dice ser un medio de «inserción en la democracia», en los Estados en los que la dictadura del capital actúa bajo la forma legal. La «inserción» es pura y simple «normalización», es decir, asumir ser parte de la norma, de la ley, del sentido común, de los códigos que imponen lo que no se debe pensar ni hacer y lo que sí hay que obedecer y cumplir: normalizar quiere decir eso: «ser normal» como «normal» es la explotación y la propiedad privada.

El sistema carcelario que impregna la sociedad burguesa se perpetúa de mil formas después y fuera de la cárcel en sí misma; las represiones que son la sal y el aceite de la «democracia» continúan después de haberse disuelto las organizaciones revolucionarias perseguidas con saña: «Veinte años después ya no les interesan nuestras organizaciones de lucha, que ya no existen, sino nuestra memoria colectiva y, más allá de ello, una parte del patrimonio de la izquierda revolucionaria internacionalista. El objetivo es aniquilar la experiencia de lucha que se desarrolló durante dos décadas en Europa y Oriente Medio».

La crítica de la cárcel, que es en sí misma crítica del orden del capital, solo puede ser crítica política, radical y acompañada siempre de la defensa de la justicia socialista tal cual debe irse autoorganizando en el presente en la medida de lo posible. El lloriqueo democraticista y leguleyo sobre sus «mejoras», su «humanización» abstracta, no sirven para nada efectivo, sino para repintar sus muros. De la misma forma en que es urgente abrir el debate sobre la inconciliabilidad entre los sin-derechos humanos burgueses y los derechos humanos socialistas, también lo es el debate entre la in-justicia burguesa y la justicia socialista. Naturalmente, estos debates sobre derechos y justicias antagónicas exigen el combate inmisericorde contra los miles de formas de tortura y malos tratos, contra las condiciones de aislamiento, contra el uso y abuso de drogas y psicofármacos, contra la suciedad y falta de higiene, contra el racismo y el machismo, etcétera, en el régimen carcelario total, dentro y fuera de sus muros.

Georges Ibrahim Abdallah y Saïd Bouamama recuerdan que es mucho lo que está en juego: «Y es que el encarcelamiento político en las cárceles francesas y europeas es un libro abierto sobre las crónicas de la opresión y la resistencia, tanto más cuanto que la memoria viva de las luchas pasadas abre perspectivas para las luchas futuras. El poder ha entendido perfectamente la importancia de lo que está en juego aquí, por eso mes tras mes endurece el chantaje que ejerce sobre las últimas personas presas y su experiencia revolucionaria. Espera un encarcelamiento político cuya única política sería el punto de vista de los opresores. ¡Lo rechazamos y siempre lo rechazaremos! Resistiremos al poder como le hemos hecho frente, ¡siempre colectivamente!».

Una vez destrozado el mito de la justicia burguesa, Saïd Bouamama escribe lo siguiente: «Aunque haya que utilizar todas las posibilidades que ofrece la justicia burguesa, la lucha jurídica no es la fundamental. A fin de cuentas, un sistema de dominación solo conoce la ley de la relación de fuerzas. Por las mismas razones, la argumentación humanitaria tampoco es la fundamental. Cuando se produce una puesta en libertad por razones “humanitarias”, generalmente no es sino la cobertura de una relación de fuerzas que está cambiando. Para no desacreditarse ante una nueva relación de fuerzas, la justicia burguesa puede poner en libertad a un preso o presa política basándose en este argumento. En definitiva, la solidaridad que se necesita solo puede ser política».

La solidaridad con las presas y presos políticos solo será efectiva si es política, si va a la raíz de la opresión de la mayoría por la minoría, lo que origina que siempre haya militantes que se subleven contra ella en defensa de esa mayoría oprimida. Abdallah es el preso político con más años de cárcel de Europa, y uno de los más antiguos del mundo. Sin embargo, las movilizaciones solidarias para liberarlo, para acabar con las innumerables trampas y artimañas legales del imperialismo para mantenerlo preso, no son todavía lo suficientemente fuertes, de masas amplias y decididas, como para lograrlo.

Saïd Bouamama ofrece una explicación cierta de las razones de esa debilidad: «Lo lógico es que esta situación hubiera provocado una movilización masiva por su liberación. No fue el caso ni lo es tampoco ahora. En nuestra opinión, es debido a la ofensiva ideológica masiva que constituye el tema de la “lucha contra el terrorismo”, un tema ideológico que en el pasado, desde la guerra de Argelia a Guantánamo, sirvió para justificar y encubrir las peores violaciones de los derechos humanos más elementales. Hoy sirve para justificar las guerras imperialistas en Oriente Medio y en África, las injerencias y golpes de Estado en América Latina, la represión y el encarcelamiento de personas militantes en todo el mundo».

La «lucha contra el terrorismo», el mito de los derechos humanos burgueses unido al de la «imparcialidad» de la justicia burguesa, la propaganda sobre el inexistente «Estado del bienestar» (¿?), el racismo eurocéntrico más, especialmente, la eficacia intimidadora de la pedagogía del miedo, y la irracional adoración a la autoridad caprichosa e invisible que genera el fetichismo de la mercancía, todo esto, en síntesis muy apretada, explica en buena medida esa insolidaridad.

Saïd Bouamama ha añadido otra razón más con la que estamos plenamente de acuerdo, que asumimos como nuestra pero pensamos que él la expone mejor: «El miedo a ser acusado de complicidad con el terrorismo ha provocado durante mucho tiempo un silencio atronador de los “demócratas”, “progresistas”, defensores de los “derechos humanos” y de una parte mayoritaria de la izquierda europea».

Conclusión

Tal vez ahora, después de leer estas últimas palabras de Saïd Bouamama, se comprenda mejor por qué nos hemos detenido un instante en exponer el antagonismo cuádruple entre reforma y revolución, y por qué hemos hablado de la «guerra ética» que los recorre a los cuatro y que es inherente a la totalidad de la unidad y lucha de contrarios. La colaboración activa o pasiva de la «izquierda europea» en la «lucha contra el terrorismo» es un ejemplo espeluznante de cómo el capital ha ganado la «guerra ética» a esa «izquierda compatible» con el poder, con la propiedad privada y con la explotación consustancial a ella; del mismo modo que otro ejemplo de victoria burguesa lo tenemos en el hecho de que se haya negado el elemental derecho humano recogido en la frase «Dadnos vuestros aviones y os daremos nuestras cestas», entrando voluntariamente en el agujero negro del pacifismo siempre fracasado de la frase: tomad nuestras cestas y quedaros con vuestros aviones. Y la pregunta es ¿hubiera sido Argelia independiente sin aquella guerra de liberación nacional iniciada con cestas? La respuesta extensa y profunda la encontraréis en el Manual de militancia dentro y fuera de la cárcel: Georges Ibrahim Abdallah.

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