«La dialéctica mistificada llegó a ponerse de moda en Alemania, porque parecía transfigurar lo existente. Reducida a su forma racional, provoca la cólera y el azote de la burguesía y sus portavoces doctrinarios, porque en la inteligencia y explicación positiva de lo que existe abriga a la par la inteligencia de su negación, de su muerte forzosa; porque, crítica y revolucionaria por esencia, enfoca todas las formas actuales en pleno movimiento, sin omitir por tanto, lo que tiene de perecedero y sin dejarse intimidar por nada».
Marx, Prólogo de enero de 1873 a El Capital
Hereje, bella acusación. Considerando el nivel de dureza de la actual crisis de acumulación del capital en todas sus formas, podemos resumir las acepciones del término herejía en una sola y básica que las recorre: rechazo práctico y teórico del simple sentido común que no puede o no se atreve a bucear debajo de la superficie y de la forma hasta llegar al fondo, allí donde la unidad y lucha de contrarios provoca el movimiento de las cosas y la aparición de lo nuevo. Treinta años antes de la cita anterior, Marx definió de forma casi idéntica la esencia de lo que en este texto llamamos herejía: «Exigimos de la crítica sobre todo que se comporte de manera crítica respecto de sí misma y que no pase por alto las dificultades de su objeto»1.
Y por no repetirnos, en 1877 escribió estas palabras a G. Bloss: «No soy una persona amargada, como decía Heine, y Engels es como yo. No nos gusta nada la popularidad. Una prueba de ello, por dar un ejemplo, es que, durante la época de la Internacional, a causa de mi aversión por todo lo que significaba culto al individuo, nunca admití las numerosas muestras de gratitud procedentes de mi viejo país, a pesar de que se me instó para que las recibiera públicamente. Siempre contesté, lo mismo ayer que hoy, con una negativa categórica. Cuando nos incorporamos a la Liga de los Comunistas, entonces clandestina, lo hicimos con la condición de que todo lo que significara sustentar sentimientos irracionales respecto a la autoridad sería eliminado de los estatutos»2. En la sociedad del espectáculo, que evalúa a la persona según su cartera y según las horas que aparece en la industria de la alineación, solo herejes irredentos pueden comportarse como Marx y Engels. Por tanto, aquí y ahora, una persona o movimiento hereje sería –es– la que se autocritica a la vez que critica y combate a la burguesía y a sus portavoces doctrinarios. O sea, el comunismo como herejía.
El avance del autoritarismo en la sociedad burguesa es perceptible desde la década de 1970, inmediatamente después del Mayo’68. Esto es obvio. La pandemia fue una excusa perfecta para mejorar, ampliar e intensificar todos los medios de control social, de manipulación psicopolítica de masas, de provocación del miedo aprovechando el temor a la Covid-19 para intentar generalizar la pasividad ante el gran retroceso salarial. Pero la burguesía descubrió que para fines de 2020 resurgían las resistencias y las movilizaciones en claro ascenso a lo largo de 2021 y sobre todo desde verano de 2022 cuando ya es inocultable la feroz sistematicidad de la sobreexplotación capitalista. La guerra imperialista contra Rusia refuerza la represión en la retaguardia de la OTAN en todos los sentidos, también en el de rebelarse contra el sentido común.
Aquí y ahora, criticar los tópicos del sentido común es ya una herejía en sí misma: ¿quién sino un hereje puede atreverse a decir que, en Europa, además de la guerra «clásica» contra Rusia, existe una guerra social contra el proletariado? A lo máximo que llega el sentido común progre es a decir que la Unión Europea es vasalla de EEUU, que vamos a pasar frío y penalidades olvidadas pero que todo sea por la «democracia», que habría que pensar en una especie de blando neokeynesianismo militarizado para lo que se debería compensar generosamente al capital por el «sacrificio» que le supondrá un enano aumento de la carga fiscal, etc. Apenas más.
Ser hereje es más necesario que nunca; siempre lo ha sido, pero hoy lo es más que nunca antes. Esta es la primera herejía que tenemos que practicar. Parafraseando a Marx, la dialéctica –la herejía–, crítica y revolucionaria por esencia, no se deja intimidar por nada. Por algo sigue vigente la ley Mordaza a pesar de las falsas promesas de su anulación, porque el «gobierno más progresista» quiere reprimir todas las expresiones de la lucha de clases, también y sobre todo las de las naciones oprimidas. Ser hereje, por ejemplo, contra el gran poder en la sombra, pero aplastante en la calle, de la facción religioso-militar de la burguesía española. Ser hereje contra la impunidad represiva, contra la casta judicial, contra la…
Si siempre la obtención de ganancia ha necesitado de la sumisión irracional al fetichismo de la mercancía de la clase explotada, tal condición imprescindible se agudiza según se multiplican los obstáculos que ralentizan el circuito entero su producción, distribución, venta y realización. La tendencia a la creciente ralentización del circuito entero de acumulación ampliada de capital, está demostrada por la historia; las crisis parciales no son sino los momentos en los que se detienen una o algunas de las diversas ramas de obtención de ganancia, y las grandes crisis sistémicas surgen cuando se obtura, se frena en proceso entero de modo que cae la tasa media de ganancia.
Pues bien, para engrasar el circuito de la ganancia logrando la mayor velocidad posible ya que «el tiempo es oro», el capital necesita crecientes dosis de irracionalismos, de opiáceos que atontan y alienan al proletariado, le impiden saltar del reformismo economicista adorador del fetichismo a la política revolucionaria, o peor le precipitan al abismo insondable de la extrema derecha y del nazi-fascismo. La exigencia marxista de luchar contra todo lo que signifique sustentar sentimientos irracionales respecto a la autoridad que presiona con sus violencias para acelerar la obtención de beneficio, esta exigencia esencialmente humana de frenar en seco la explotación, es una herejía que jamás obtendrá perdón. En última instancia la civilización burguesa sobrevive con atroces cruzadas anticomunistas: los herejes a las hogueras.
Partiendo de esta primera y fundamental herejía –ser dialécticos– comprendemos por qué debemos avanzar a la segunda: explicar que la teoría marxista de la crisis está siendo de nuevo confirmada en los hechos. No hay ninguna otra teoría que pueda hacerlo, todas las interpretaciones burguesas son elucubraciones ideológicas para ocultar que es el capital el responsable de la crisis, que la utiliza para ganar la guerra social contra el proletariado, uno de cuyos frentes es la guerra contra Rusia. No hace falta decir que el reformismo es la forma más maquiavélica de esa ideología porque la inyecta en el proletariado mediante el sentido común del fetichismo parlamentarista, del paso gradual, sin sustos ni sobresaltos a esos imposibles absolutos que son el «salario justo», la «justicia social», el «reparto equitativo de la riqueza», etc.
Los herejes sabemos que mediante la imploración parlamentaria y político-sindical tolerada por el capital tal vez puedan obtenerse algunas fugaces concesiones burguesas que nunca acabarán con la pobreza relativa ni con la explotación. Sobre todo, sabemos que más temprano que tarde, sufriremos el contraataque del poder que nos arrebatará lo poco que habíamos conquistado. Esta es una de las verdades que nos descubre la teoría de la crisis, como nos descubre también por qué y cómo actúan las diversas formas de sumisión irracional a la autoridad y al sentido común.
Según Marcuse, «el punto de vista del sentido común es el de la «indiferencia» y la «seguridad», «la indiferencia en la seguridad». La satisfacción con la realidad tal como aparece y la aceptación de sus relaciones fijas y estables hace al hombre indiferente a las aún no realizadas potencialidades que no están «dadas» con la misma certeza y estabilidad de los objetos de los sentidos. El sentido común confunde la apariencia accidental de las cosas con su esencia, y persiste en creer que hay una identidad inmediata de esencia y existencia»3.
Entramos así de lleno en la tercera herejía: la crítica a la forma no sirve de nada si no es sobre todo lucha contra el contenido, la crítica de la democracia burguesa no es nada si no es parte subsumida en y sujeta a la lucha contra la dictadura del capital que actúa impunemente bajo la cobertura de su forma parlamentarista. Para los progres es una herejía demostrar que su sometimiento estratégico al PSOE por migajas implica apoyar de facto la dictadura del capital, aunque la demagogia diga lo contrario. Aquí interviene la fuerza paralizante de la crítica marcusiana de que «El punto de vista del sentido común es el de la «indiferencia» y la «seguridad», «la indiferencia en la seguridad». Indiferencia ante los efectos negativos, desmovilizadores y de «normalización», en la conciencia política de sectores explotados cuando ven a sus partidos ser muletas del capital, del imperialismo y de la OTAN. La crítica, en el sentido dialéctico de negación radical del orden, desaparece para dejar paso al consenso, al «acuerdo de emergencia nacional».
Raya Dunayevskaya explicó así una de las características de la herejía tal como la entendemos nosotros: «El modo en que dos movimientos funcionan juntos –el objetivo y el subjetivo, la idea de la libertad y las personas que luchan por la libertad– es lo que vamos a conocer hoy. A esto se llama dialéctica […] ¿Qué es la dialéctica sino el movimiento tanto de las ideas como de las masas en movimiento para lograr la transformación de la realidad?»4. A pesar de sus limitaciones históricas, muchas herejías de la Edad Media exhortaban a las masas en movimiento, y otras exhortaban a la elite intelectual para que luchara contra la teología dogmática, contra el irracionalismo en cualquiera de sus expresiones. Hoy dialéctica, la herejía moderna, sabe que ella es la praxis comunista que ha aprendido la lección de las masas en movimiento son la única fuerza consciente que puede vencer al fascismo, al racismo: no hay otra fuerza que pueda hacerlo, menos acción la inacción e indiferencia parlamentaria.
Llegamos así a cuarta y última característica de la herejía que ahora queremos resaltar: la lucha contra el sentido común de la «normalidad» del chovinismo en primer lugar y luego de la xenofobia creciente en el capitalismo occidental, en la estructura psíquica de las masas trabajadoras. El chovinismo está asentado ya y la burguesía lo propaga con fuerza en estos momentos mediante un patrioterismo imperialista europeo orientado contra Rusia y Eurasia. Pero los sectores más militaristas del imperialismo buscan cómo transformar ese chovinismo en xenofobia anti rusa, en rusofobia con una intensa campaña de guerra psicológica y cultural que llega a lo esperpéntico. Lo peor es que esta deriva de odio irracional se refuerza con el racismo ya preexistente contra otras fracciones de la clase trabajadora de origen migrante. Decir que el racismo crece y está en proceso de normalización en Euskal Herria, es de herejes.
La historia de la lucha de clases muestra que solo las masas en movimiento pueden ir debilitando paulatinamente los profundos anclajes inconscientes del chovinismo, de la xenofobia y del racismo en lo más hondo de la estructura psíquica alienada. Es un combate contra la irracionalidad que requiere una gran conciencia sociopolítica, una base teórica y unos valores morales que, en su enriquecimiento, terminan en la ética comunista, todo ello inseparable de la lucha contra el fascismo. El antifascismo enseña que la integración de las y los migrantes en la lucha de clases, como unos militantes más, es la única alternativa eficaz contra el racismo y el autoritarismo al alza. Integrar a la fuerza de trabajo migrante en la conciencia política organizada es un deber y una necesidad inexcusable de las organizaciones revolucionarias.
No se trata de hacer que algunos migrantes «participen» puntualmente en tal o cual acto o incluso reivindicación; sino que además de extender el antiimperialismo, también y sobre todo hay que lograr su fusión en el pueblo consciente como uno de sus sectores más lúcidos. Argala decía que vasco es todo aquél que vende su fuerza de trabajo en Euskal Herria. La burguesía no va a integrar a las y los migrantes, el reformismo a lo máximo que hace es presionar para que se les reconozcan algunos derechos, pero no quiere que se conviertan en parte de las fuerzas revolucionarias. Bajo su apariencia progre, el artículo de J. Mari Esparza5 es nefasto.
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herría, 26 de octubre de 2022.
Notas:
1 Karl Marx: El Divorcio. En Defensa de la Libertad. Los artículos de la Gaceta Renana 1842-1843. Fernando Torres-Editor, SA. Valencia 1983. Pág.: 153.
2 Karl Marx: Carta a Guillermo Bloss, del 10 de noviembre de 1877. Obras Escogidas. Progreso. Moscú, 1976. T. 3, III, p. 507.
3 Herbert Marcuse: Razón y revolución. Altaya, Barcelona 1994. Pp. 50-51.
4 Raya Dunayevskaya: El poder de la negatividad. Editorial Biblos. Buenos Aires 2010, pp. 179-241.
5 J. Mari Esparza Zabalegi: ¿Migración? No, gracias. 23/10/2022 https://www.noticiasdenavarra.com/opinion/tribunas/2022/10/22/migracion-gracias-6145480.html