La obra de Carlos Marx y Federico Engels frente al siglo XXI

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¿Por qué vuelve a estar de actualidad la obra marxista cuando, según la propaganda burguesa, la evolución y el presente del mundo la contradicen totalmente? Transcurridos 120 años de la muerte de Marx, y 108 de la de Engels –un revolucionario al que se le vuelven a reconocer sus grandes méritos en muchas cosas, incluida la filosofía de la ciencia–, la obra común de ambos amigos aparece hoy como el núcleo básico de la crítica radical del capitalismo realmente existente. Desde la mitad de la década de los ’90 el siglo XX asistimos a una nueva oleada, onda o fase –que no ciclo– de lucha de clases, de lucha del Trabajo contra el Capital, lucha que tiene su razón directa e inmediata en el terrible empeoramiento de las condiciones de vida y trabajo de las masas, y su razón mediata en que, como veremos, la contraofensiva capitalista lanzada desde la década de los ’70, y en algunos sitios antes, este devastador ataque que con el paso del tiempo se le conocería como neoliberalismo no ha logrado plena y definitivamente la totalidad de los objetivos designados en su momento. Aunque las derrotas del Trabajo han sido enormes y estremecedoras en muchos casos, a escala planetaria no ha sido estratégica ni definitiva. Incluso, como veremos, la implosión de la URSS y de su bloque, la victoria más espectacular del capitalismo, ha sido debida antes al pudrimiento de las contradicciones internas que la minaban desde la mitad de la década de los ’20 que a la estricta y exclusiva presión agotadora del imperialismo, acentuada desde la «era Reagan».

Conforme la URSS aceleraba su agotamiento durante los ’70 y se endurecía la contraofensiva capitalista, a lo largo de estos años iban entrando en crisis las sucesivas modas intelectuales que habían pretendido ocupar el sitio del marxismo crítico y del stalinismo. Recordemos el auge y la caída del estructuralismo y del eurocomunismo para finales de los ’80; recordemos cómo el bloque de ideas faucaultianas y similares derivaban hacia el postestructuralismo; recordemos que para ocupar su lugar surgió el postmodernismo que pareció que iba a comerse el mundo intelectual, y que el marxismo analítico y la «teoría crítica» habermasiana, gozaron de un corto fulgor que se apagó bien pronto, nada más reaparecer la lucha de clases. El reformismo blando de la socialdemocracia no sirvió para nada pese a su «tercera vía» y los sucesivos esfuerzos postkeynesianos. Por su parte, los diversos anarquismos volvieron a mostrar sus limitaciones intrínsecas ante la avalancha de acontecimientos. Tampoco olvidemos que esta proliferación de modas intelectuales no impidió que algunas de sus figuras señeras terminaran apoyando abiertamente a la burguesía, mientras que otras muchas se apartaban de la vida pública.

Semejante fracaso práctico de dichas modas –bastantes de las cuales hicieron aportaciones parciales válidas y positivas– se hizo definitivamente patente cuando, por un lado, era ya manifiesta la oleada de luchas a la que nos hemos referido arriba, dejando así un gran espacio libre para la vuelta del marxismo critico; y, por otro lado, cuando también se hundía la legitimidad ideológica de la contraofensiva burguesa que se había sustentando primero en el neoliberalismo y después en el conglomerado formado por mitos como el de la «nueva economía», «economía de lo inmaterial», etc., crisis manifiesta a finales de los ’90 y total en la actualidad. Así que el marxismo, que parecía un corcho a la deriva o un muerto flotante, surgió en la mitad del temporal mundial como la única salvación para muchas personas, colectivos y organizaciones que se preguntan sobre cómo vencer al monstruo capitalista.

Ahora bien, si en la actualidad quiere servir de algo la obra conjunta de Marx y Engels antes ha de responder exitosamente a tres interrogantes prioritarias e inexcusables: Una, ¿cuál es el secreto y el misterio de su efectividad? Otra, ¿sirve para explicar los límites y las contradicciones de las experiencias socialistas conocidas a partir del siglo XX o debe recurrir a componentes de la ideología burguesa para lograrlo? Y última, ¿sirve para explicar los límites y las contradicciones del capitalismo contemporáneo, o también debe recurrir a la ideología burguesa? De una u otra forma, las restantes preguntas que podamos hacernos dependen y/o están relacionadas con estas tres, sobre todo con la primera. Es obvio que me resulta imposible explayarme en una respuesta algo extensa a cada una de las tres interrogantes, teniendo en cuenta el poco tiempo disponible, así que seré muy breve en la primera y segunda, y algo más extenso en la tercera. De cualquier modo, insisto en que debemos partir de una visión dialéctica que integre las tres, y las restantes, en una totalidad explicativa superior que aquí no se puede exponer, y que espero surja como síntesis en el debate colectivo ulterior.

En la primera cuestión, el secreto y el misterio del marxismo tal cual lo dejaron in nuce Marx y Engels estriba en su impresionante capacidad de, primero, realizar una integración crítica de lo mejor del pensamiento occidental entonces existente; y de, segundo, y fundamentalmente, su capacidad de síntesis cualitativa superior, de crear algo nuevo, una totalidad nueva pero a la vez integradora de las aportaciones valiosas analizadas críticamente en la fase anterior e inicial del proceso creativo. Estamos ante el ejemplo más brillante del desarrollo de la facultad de emergencia de algo nuevo a partir de la previa acumulación de componentes viejos hasta llegar a un momento o punto crítico de no retorno, de aparición de lo nuevo a partir de varios componentes viejos. Eso nuevo es el materialismo histórico y su malla interna vertebradora es la dialéctica materialista. Cronológicamente, ese momento de salto a lo nuevo en su sentido pleno empieza a darse a comienzos de la década de los ’60 del siglo XIX y no se detiene hasta la muerte de Marx y, a otro nivel, de Engels.

Inicialmente, el marxismo aprendió, en primer lugar y antes que nada de la lucha de clases real, práctica, de las huelgas y de los conflictos sociales que estaban endureciéndose desde el último tercio del siglo XIX en Reino Unido y posteriormente en todo Europa. De entre todas las enseñanzas destaca la importancia dada a la autoorganizacion del Trabajo como requisito esencial tanto para su toma de conciencia como para la lucha de clases y el avance en sus conquistas sociales.

En segundo lugar, sobre esta base material y a la vez moral, aprendió del estudio critico de la dialéctica hegeliana y del grueso de la filosofía alemana, la más desarrollada de su época, pero sin olvidarse de los clásicos griegos y de los principales filósofos burgueses. En este campo, además de la importancia clave de la dialéctica materialista, destaca también la importancia no menos clave de la alienación y, por tanto, de la desalienación.

En tercer lugar y con unos efectos globales que no han sido valorados en todas sus lecciones, aprendió de la práctica política crudamente revolucionaria, violenta y armada, también de la clandestina y semiclandestinidad mantenida durante largos años y de los exilios sufridos en diferentes momentos. Durante este período tan largo y decisivo, la lección básica que desde entonces siempre ha caracterizado al marxismo consiste en la importancia decisoria de la praxis, de la coherencia ético-política y de su papel crucial en el proceso de valoración y validación de la teoría, o sea, del papel epistemológico y axiológico del criterio de la práctica.

En cuarto lugar, apoyándose en esta experiencia vital que cala hondo en las personalidades sinceramente revolucionarias, la obra de Marx y Engels aprendió del estudio del socialismo político francés, el más desarrollado de su época, pero extendiéndose prácticamente a la totalidad de la teoría política entonces existente incluido el socialismo utópico en todas sus ramas y variantes. De este modo el marxismo absorbió lo mejor del pensamiento crítico antiburgués tal cual surgió en los momentos del más salvaje y brutal capitalismo, lo que es de suma oportunidad en estos momentos.

En quinto lugar, aprendió del estudio sistemático de la economía política inglesa, la más desarrollada de su época, estudio que ya venia previamente enriquecido y seleccionado subjetivamente por la experiencia ético-política revolucionaria objetiva. Muy en síntesis, lo básico de este campo es la teoría de la plusvalía; la ley del valor-trabajo; la ley de caída tendencial de la tasa de beneficio y la diferencia entre valor de uso y valor, diferencia que confirma la historicidad del modo de producción capitalista y, por tanto, la posibilidad de construcción de otra sociedad no basada en el valor y en la mercancía, sino en el valor de uso.

En sexto lugar, aprendió del estudio analítico de las grandes masas de estadísticas, estudios e investigaciones oficiales del parlamento, de los gobiernos británicos y de multitud de medios y empresas privadas sobre la realidad social del capitalismo más desarrollado del momento. De esta faceta, el marxismo ha aprendido la importancia central, científica, de la prioridad del análisis concreto de la realidad concreta, en vez de la divagación abstracta sobre generalidades metafisicas.

En séptimo y ultimo lugar, conforme enriquecían el método en su madurez, ambos amigos estudiaron los avances más recientes de la etnografía e historia no occidentales del momento. Como resultado, profundizaron mucho en la opresión nacional, en la complejidad dialéctica y no mecánica ni lineal del transito al socialismo, la complejidad de la evolución histórica, el alejamiento del eurocentrismo y, en síntesis, la insistencia en que el marxismo no es una filosofía de la historia.

Simultáneamente, el marxismo en formación permanente siguió muy de cerca los avances científicos de todo signo; del mismo modo defendió lo más radical del feminismo obrero y popular, como la obra de Flora Tristán; también siguió las cada vez más alarmantes noticias acerca de las primeras consecuencias de la intervención humana y del capitalismo contra la Naturaleza. De estas y otras muchas cosas ambos amigos dejaron abundantes y voluminosos apuntes, algunos de los cuales se han publicado muy recientemente y otros siguen sin conocerse. Por ejemplo, sabemos que Marx aun habiendo ideado un plan de seis libros sobre El Capital, solamente pudo editar personalmente el primero, y Engels los dos siguientes, quedando otros tres sin empezar. Además, cuestiones fundamentales como la ética, la estética, la psicología, la pedagogía, etcétera, emergen en sus obras como puntas que sobresalen por encima de la mar, porque en la realidad están macizamente presentes en el interior de las obras, bajo su línea de flotación, como los icebergs.

El secreto de la obra de Marx y Engels no es otro que su capacidad de, primero, superar analíticamente a cada una de las corrientes vistas tomadas por separado, y, después, sintetizar todas las aportaciones en un método sistemático y totalizante que es mucho más que la simple mezcla ecléctica de sus componentes. De este modo, no solamente se integra lo mejor del pensamiento sino que se crea algo nuevo que abre unas posibilidades impresionantes de desarrollos concretos. Esta dialéctica entre, por un lado, centralidad y lógica interna coherente y, por otro lado, capacidad de apertura a todos los problemas, estudiándolos en su concreción y a la vez integrándolos en su método, es la que explica el secreto del marxismo para superar a todas las variantes de la ideología burguesas y a todas las sucesivas modas intelectuales. Más todavía, no se trata de simple capacidad de apertura a todos los problemas, como si fuera una mera cuestión de voluntad o capricho intelectualista de un sujeto curioso, sino de una necesidad profunda inserta en el método mismo, una necesidad de investigación de la realidad que viene exigida en el proceso material y espiritual de existencia humana.

Ahora bien, esta efectividad del marxismo le supone por pura dialéctica la coexistencia de determinados riesgos que no puedo analizar ahora porque seria salirme del tema. Sin embargo, sí necesito citar dos por su importancia explicativa para el objetivo de esta ponencia. Uno de los problemas del marxismo surge precisamente del interior del secreto de su efectividad teórica. Como se trata de un método de transformación de la realidad que exige una considerable seriedad y rigor escrupuloso en el estudio de las contradicciones concretas, por ello mismo y por un lado, resulta relativamente difícil su dominio en comparación a la simpleza de la ideología burguesa y al parloteo fácil de las superficiales modas intelectuales, y, por otro lado, esto abre la puerta a la falsa solución de las vulgarizaciones, resúmenes, síntesis, breviarios, introducciones, etc.; solución falsa que sin embargo ha sido muy frecuente y cuyos resultados han sido justo lo opuesto de los buscados en la inmensa mayoría de los casos.

Si dejamos de lado la experiencia del socialismo utópico y nos centramos en la de los socialismos que más relación han tenido con la obra de Marx y Engels –socialdemocracia, stalinismo y eurocomunismo– vemos cómo en los tres casos la vulgarización y empobrecimiento teórico del marxismo, sobre todo su contenido dialéctico, han ido unidos a su burocratización y reformismo. En los tres casos, y en sus variantes, el marxismo originario concluyó siendo un perfecto desconocido y, lo que es peor, un enemigo a batir, una peligrosa referencia práctica que había que ocultar o desnaturalizar. Peor, en los tres casos, la vulgarización del marxismo ha sido el primer paso para ulteriores y hasta simultaneas medidas en contra de la democracia interna, de la democracia socialista, del funcionamiento horizontal y asambleario dentro de las organizaciones populares, obreras, socialistas, etc., por no hablar de la represión pura y dura en algunos casos.

La dogmatización de un marxismo muy desconocido y muy tergiversado, y la degeneración política de los proyectos socialistas iniciales, ha dado alas en estos y otros casos para que, por el centro y por la derecha, surgieran diferentes «alternativas», «adecuaciones», «interpretaciones», etc. Esta proliferación es normal y creciente por la simple dinámica de producción intelectualista en una sociedad burguesa que va integrado cada vez más la producción ideológica en la producción de beneficios, y la ciencia en el capital constante. Pero además de esto, también hay que tener en cuenta la especificidad única del marxismo y su lógica dificultad para una fácil y rápida apropiación teórica, algo en lo que Marx y Engels advirtieron más de una vez. Resultado de todo ello, vivos aún ambos amigos tuvieron que hacer frente a diversas «interpretaciones» de su método que no hacia sino licuarlo y debilitar su potencial transformador.

Llegamos así al segundo problema del marxismo que nace dialécticamente de su propia fuerza, necesario para comprender el desarrollo posterior. La amplitud de las expectativas potenciales de desarrollo teórico concreto que ofrece el método marxista, por su misma contenido de totalidad, permite que cualquiera pueda desarrollar su especifica investigación particular, tomando como base alguna de las múltiples aperturas conceptuales existentes en su núcleo dialéctico y materialista. Esto es muy bueno y es una demostración de lo excelente del método básico. Pero en determinadas condiciones sociales, esta polivalencia permite también que cualquiera pueda amputar, trocear, elegir a su gusto tal o cual parte y porción del método para, negando directa o indirectamente la coherencia lógica del sistema como totalidad con sus leyes propias, derivar hacia tesis que tienen que ver poco o nada con el marxismo. No hace falta recortar que la primera situación así ya se produjo en vida de Marx y Engels, lo que le llevó al primero a decir que, visto lo visto, no era «marxista».

Posterior y reiteradamente, se han sucedido algo parecido a oleadas de interpretaciones de esta índole que pretendían «mejorar», «ampliar», «adaptar» y hasta «explorar» el contenido del marxismo en determinados problemas. Significativamente, una característica común a todos los esfuerzos realizados desde el centro reformista ha sido la de cuestionar, primero, la crítica económica mediante negar la validez de la ley del valor-trabajo, o de la ley de la caída tendencial de la tasa de beneficio, o la misma teoría de la plusvalía, etc.; segundo, la teoría marxista del Estado burgués, su papal central y la necesidad de acabar con esa máquina mediante la revolución, y, tercero, la filosofía dialéctico-materialista como componente esencial del método, sustituyéndola por cualquier variante neokantiana, o por nada. Desde luego que hay más «mejoras» pero, por un lado, son de menor importancia y, por otro lado, frecuentemente, se relacionan de un modo u otro con estas críticas básicas.

En determinadas circunstancias, y al amparo de la crisis de legitimidad de la socialdemocracia, del stalinismo y del eurocomunismo, aprovechándose de ese vacío, algunas de estas «mejoras» llegaron a adquirir bastante fuerza, como el estructuralismo en años setenta, por citar una. En todos los casos, los marxistas han reaccionado recuperando creativamente la centralidad sistémica de su método, respondiendo con especial insistencia en los temas más cuestionados en esos momentos. Recordemos, sin volver a Marx y Engels, los esfuerzos de Plejanov, Lenin y Rosa Luxemburgo al respecto. Y como hilo conductor de estos esfuerzos, con más o menos rotundidad, siempre ha aparecido el debate sobre la valía de la dialéctica. Tanto, implícitamente, en los debates sobre economía y sobre el Estado, con todas sus vastas implicaciones en todos los problemas sociales, como explícitamente en los de filosofía y epistemología, en estos debates siempre políticos ha estado presente la cuestión dialéctica. Hoy también, como veremos al analizar la crisis del capitalismo y la nueva oleada de luchas.

Sin ir muy lejos, recordemos el redescubrimiento de Hegel por Marx cuando empezó a dar cuerpo a El Capital, y también los esfuerzos del Engels maduro por explicar la dialéctica entre economía y política, ideología, cultural, etc., en los últimos años de su vida, combatiendo el mecanicismo y la linealidad determinista que habían tergiversado el método de ambos amigos. Recordemos a Lenin estudiando con titánica intensidad a Hegel en un momento especialmente decisivo para el bolchevismo como la guerra de 1914. Recordemos a Lukacs y a Korsch en su esfuerzo por mantener la llama dialéctica en medio de la lucha de clases. Recordemos a Mao estudiando la dialéctica y enseñándola a sus compañeros en un momento tal crucial como 1937. Recordemos a Trotsky, también por esa época, reivindicando la dialéctica en sus debates con los norteamericanos. Recordemos al Che Guevara y sus esfuerzos en la segunda mitad de los ’60 por recuperar la dialéctica marxista del dogmatismo stalinista. Recordemos la defensa de la dialéctica que hicieron marxistas al criticar la moda estructuralista tan implantada en los ‘70, y el esencial contenido dialéctico y materialista de la critica marxista del postmodernismo. Y no se entiende nada del debate sobre la «globalización» si olvidamos la dialéctica y en concreto, ese muy actual y vivo articulito de Lenin Sobre la dialéctica, de 1915.

La obra de Marx y Engels, para concluir esta primera parte, abre tantas expectativas de investigación que, por ello mismo, muchas, todas, pueden volverse contra el marxismo si se las aísla y separa de la totalidad, si se las reduce a modas intelectuales que han roto su conexión interna con la majestuosa coherencia lógica de la critica comunista del capitalismo y si, por tanto, esas modas derivan en simples interpretaciones de la realidad, muy brillantes y con aportaciones validas en algunos casos pero sin el poder revolucionario del marxismo. Tras dos décadas de dominio de esas modas en el mercado cultural burgués, el marxismo vuelve a estar presente cuando la lucha de clases, nunca totalmente desaparecida, vuelve con más fuerza. . Ahora bien, antes de pasar a analizar sus aportaciones en estos momentos, debemos detenernos un instante en la prueba del fuego de las experiencias socialistas del siglo XX.

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Marx y Engels se negaron reiteradamente a adelantar cómo sería la sociedad socialista. Incluso en un tema vital como el problema de la comida y de la vivienda, que resume en sí mismo buena parte de las causas materiales de la lucha de clases y adelanta problemas decisivos de la futura sociedad socialista, incluso aquí rechazaron explícitamente divagar sobre utopías. Por ejemplo, en «Contribución al problema de la vivienda«, terminado en enero de 1873, y en su Prefacio a la segunda edición de 1887, o sea, en los años de madurez y máxima creatividad intelectual, Engels rechaza el método utópico y reivindica la dialéctica una y otra vez a lo largo de las intensas y extensas páginas. Empieza afirmando que: «Quien se dedique con cierto detalle al estudio del socialismo moderno, debe también conocer los «puntos de vista superados» del movimiento«. No hace falta decir que aquí Engels nos recuerda uno de los postulados básicos de la dialéctica materialista. Continua definiendo la utopía como: «La utopía no consiste en afirmar que la liberación de los hombres de las cadenas forjadas por su pasado histórico no será total sino cuando quede abolida la oposición entre la ciudad y el campo. La utopía no surge sino en el momento en que se pretende, «partiendo de las condiciones presentes», prescribir la forma en que esta oposición o cualquier otra de la sociedad actual han de ser superadas«.

Más todavía: «No se trata, en general, de saber si el proletariado, cuando esté en el poder, entrará violentamente en posesión de los instrumentos de producción, de las materias primas y de los medios de subsistencia, o bien si pagará indemnizaciones inmediatamente en cambio, o rescatará la propiedad mediante y lento reembolso a plazos. Querer responder por anticipado y para todos los casos a tal pregunta, sería fabricar utopías. Y yo dejo a otros esta tarea«. Incluso: «¿Cómo regulará la sociedad futura el reparto de la alimentación y de las viviendas? El especular sobre este tema conduce directamente a la utopía. Podemos, todo lo más, partiendo del estudio de las condiciones fundamentales de los modos de producción hasta ahora conocidos, establecer que con el hundimiento de la producción capitalista, se harán imposibles ciertas formas de apropiación de la vieja sociedad. Las propias medidas de transición habrán de adaptarse en todas partes a las relaciones existentes en tal momento. Serán esencialmente diferentes en los países de pequeña propiedad y en los de gran propiedad territorial, etc.».

¿Quiere decir Engels que el movimiento obrero carece de cualquier guía o método de aproximación al problema? No, porque: «Nadie se halla más cerca «de las relaciones concretas determinadas de la sociedad» que Marx en El Capital. Dedicó veinticinco años a estudiarlas desde todos los ángulos, y los resultados de su crítica contienen siempre los gérmenes de las llamadas soluciones, en cuanto sean en general posibles hoy«. Antes de seguir, hemos de recordar que, primero, Engels está analizando el problema de la alimentación y de la vivienda pero que, segundo, en respuesta crítica a los reformistas, también está defendiendo la coherencia global de la obra de Marx. Desde esta doble y dialéctica visión, podemos comprender la importancia de esta cita. El Capital, por un lado, contiene «siempre» los gérmenes de las llamadas soluciones a la explotación capitalista pero, por otro lado, siempre que sean posibles en el momento histórico dado en el que se malvive esa explotación. Engels está diciendo que el método marxista es una dialéctica entre su poder teórico sustantivo y su aplicabilidad histórica concreta en cada momento de desarrollo de las contradicciones capitalistas. Además, insinúa abiertamente que El Capital tiene soluciones que –en 1873 y en 1887, pues no suprime esta parte en la revisión para la segunda edición– iban por delante de su época.

¿Cómo se desenvuelve esta dialéctica hasta su resolución siempre transitoria? Desde luego que no mediante recetas y cavilaciones «inventadas de antemano y aplicables a todos los casos«. Nada de esto, insiste Engels, sino que: «El socialismo práctico reside en el conocimiento exacto del modo capitalista de producción en sus diversos aspectos. Una clase obrera preparada en este orden cosas, no tendrá jamas dificultades para saber, en cada caso dado, de qué modo y contra qué instituciones sociales debe dirigir sus principales ataques«. La contundente negativa de Marx y Engels a ofrecer respuestas utópicas sobre el futuro va unida, como vemos, a la exigencia de un estudio concreto de la realidad concreta de cada situación histórica. Semejante exigencia va acompañada, a la vez, de la advertencia engelsiana de que si bien en El Capital están «siempre» los gérmenes de las soluciones, estas solamente serán aplicables gracias a su concreción y ubicación espaciotemporal por parte de la clase trabajadora que exista en ese momento.

La importancia de este texto, y de toda la obra de ambos amigos en el tema que tratamos, radica en que en esas y las demás paginas insistieron en que, primero, su método no es una pócima mágica; segundo, que las contradicciones nuevas, histórico-genéticas, van surgiendo con la evolución del capitalismo aunque en El Capital ya está criticada su esencia genético-estructural; tercero, que si bien su método tiene «siempre» los gérmenes de las soluciones por cuanto ha buceado hasta las raíces de los problemas, aquellas han de ser concretadas y aplicadas en su caso y momento por los trabajadores cuando esos gérmenes se hayan materializado, hayan surgido a la superficie; cuarto y último, lo que exige que la clase trabajadora disponga de esa capacidad praxeológica de transformar aprendiendo y de aprender transformado. Hemos de recordar que este texto está escrito tras las lecciones aprendidas de la heroica derrota de la Comuna de París de 1871; lucha que marcó decisivamente, como no podía ser menos, toda el desarrollo marxista posterior, confirmando puntos anteriores y añadiendo contenidos nuevos que iluminan, con una luz más potente, la inicial preocupación de ambos amigos por la autoorganización de las masas y en su desalienación.

La pregunta es, por tanto, obligada ¿en qué medida las experiencias socialistas del siglo XX han cumplido con esta especie de «garantía de seguridad» permanentemente expuesta en la obra de Marx y Engels? La respuesta a esta interrogante tiene, al menos, cuatro partes sucesivas, de las que solamente desarrollaremos con algún detalle la tercera.

La primera parte no es otra que salir al paso de la deducción falsa consistente en decir que si el movimiento obrero no está preparado para la revolución, no conoce exactamente el capitalismo al que se enfrenta, no cumple las «garantías de seguridad» aludidas, si es así, ¿para qué hacer la revolución? ¿Por qué no esperar a que se hayan satisfecho las condiciones objetivas, la acumulación de fuerzas, etc.? Fue en 1917 cuando definitivamente tomó cuerpo práctico esta postura que ya estaba enunciada teóricamente en Bernstein y otros reformistas. Se afirmó que la Revolución Bolchevique no podría vencer porque «no existían las condiciones objetivas». No me refiero ni al brillante texto de Gramsci ni a la posterior idea de Rosa Luxemburg. Me refiero a la crítica fundamentalmente de los mencheviques y socialdemócratas. Si la revolución rusa tuvo lugar fue precisamente por la dialéctica entre el endurecimiento de las contradicciones objetivas del capitalismo de la época, tal cual las habían estudiado los marxistas, y la extensión de las contradicciones subjetivas, principalmente gracias a la corrección de las tesis de Lenin pero también de otros revolucionarios. De este modo, cuando la cadena imperialista se tensaba al máximo, en el interior de su eslabón más débil –el agotado imperio zarista, como habían insinuado Marx y Engels– actuaba el «factor subjetivo», la conciencia revolucionaria autoorganizada como fuerza independiente fuera del reformismo, que era por ello mismo parte activa de las contradicciones objetivas del sistema.

La segunda parte de la respuesta me exigiría analizar cómo se ha desarrollado dicha dialéctica en cada revolución concreta desde 1917, incluidos los estallidos prerrevolucionarios y también las revoluciones derrotadas, exterminadas en sangre, experiencias decisivas en el aprendizaje de la clase trabajadora internacional, como una y otra vez insistieron Marx y Engels. Por ejemplo, la revolución de 1905 en Rusia, la oleada europea entre 1917 y 1923, la revolución en el Estado español de 1936, la oleada insurreccional y prerrevolucionaria de 1944-48 en gran parte de Europa, y así una larga lista imposible de constreñir aquí y menos si queremos superar la perspectiva eurocéntrica. Teniendo en cuenta la imposibilidad de hacerlo paso a la tercera parte, no sin antes proponer al lector el texto «Cooperativismo obrero, consejismo y autogestión socialista«, disponible en su versión definitiva en la www.basque-red.net y en forma de borrador en www.rebelion.org, www.lahaine.org, e www.indymedia.org.

La tercera parte, en la que sí me extenderé algo más, consiste en sintetizar algunas constantes reiteradas en los procesos revolucionarios victoriosos en el siglo XX; procesos socialistas en los que, sin embargo, se repiten con más o menos intensidad y en un orden diferente según los casos al menos cinco grandes crisis y sus correspondientes debates teórico-políticos que, a mi entender, sirven para explicar el origen último endógeno antes que exógeno, interno antes que externo, de la implosión de socialismo llamado soviético. No niego con ello, es imposible hacerlo desde el método marxista, el efecto demoledor de las presiones y agresiones permanentes del imperialismo, muchas de ellas brutales y atroces, pero sí sostengo que el última y definitiva instancia las razones del fracaso hay que buscarlas en las limitaciones y errores internos, agudizados por los ataques externos.

Una, la crisis socio económica estructural, con sus fases de mayor o menos intensidad, que nos remite al problema de la dialéctica entre el plan socialista y el irracionalismo inherente a la vigencia de la ley del valor-trabajo. Si bien es cierto que en Marx y Engels justo aparecen teorizados los ejes irrenunciables del proceso de superación histórica de la ley del valor-trabajo, de la forma-valor y de la mercancía, no es menos cierto que estos textos eran poco conocidos. Y si es verdad que en los primeros tiempos de la revolución rusa, durante el «comunismo de guerra» y la primera fase de la revolución alemana, se pensó en avanzar rápidamente hacia la superación incluso del dinero, bien pronto surgió un decisivo y premonitorio debate sobre cómo acelerar la suplantación del capitalismo por el socialismo. En síntesis la pregunta era, y es: ¿pueden compaginarse el socialismo con la ley del valor-trabajo? O si se quiere, para ser más actual ¿puede existir indefinidamente y sin contradicciones antagónicas e irreconciliables el llamado «socialismo de mercado»?

Dos, la crisis de la democracia socialista, del poder soviético inicialmente surgido al amparo de la lucha revolucionaria pero también como fuerza autoorganizada impulsora de dicha lucha. Significativamente, una de las víctimas decisivas de la burocratización fue el debate sobre política económica, pero también cualquier otra reflexión crítica sobre la marcha de la URSS. Es imposible avanzar en la desalienación social y en la superación de la mercancía y de la ley del valor-trabajo si, de entrada, es prohibido el debate colectivo que debe preceder y garantizar la participación de las masas. El fortalecimiento y alejamiento del Estado con respecto a las masas trabajadoras, dinámica inseparable de la pervivencia de viejas cadenas capitalistas y precapitalistas incluso, contradice y niega al marxismo; y no se puede, en el plano teórico, comprender la pervivencia de la alienación en el socialismo sin tener en cuenta la reificación del Estado y el implacable pudrimiento de lo social que siempre realiza la forma-valor y la mercancía.

Tres, la crisis del internacionalismo proletario en su aplicación democrática al interior del Estado ya en proceso de degeneración burocrática. El fracaso en la solución de las injusticias nacionales, pese a los esfuerzos que el marxismo había dedicado teórica y prácticamente desde la segunda mitad del siglo XIX, abrió una brecha creciente ya desde comienzos de la segunda década del siglo XX. Rusia, que había sido una autentica cárcel de pueblos, comenzó a ser un fantasma vuelto del pasado para muchas etnias, pueblos y naciones no rusas, fortaleciéndose un racismo ruso oficialmente «socialista». Periódicamente, cuando las contradicciones internas y los ataques imperialistas externos sacaban a la superficie los fallos estructurales de la URSS, entre ellos destacaba la irresuelta «cuestión nacional», y conforme la crisis global de la burocracia bresneviana superaba todas las censuras y contenciones, las diferentes burocracias nacionales y/o regionales iniciaban su despegue de la URSS.

Cuatro, la crisis del internacionalismo proletario en su aplicación consecuente en las relaciones exteriores del Estado con las clases y naciones oprimidas. Se trata de un comportamiento coherente con la crisis del internacionalismo interior, pero que surgió un poco más tarde, hacia 1927 con el debate sobre la revolución china, y que no hizo sino crecer desde entonces. La URSS no aplicó el internacionalismo proletario en el sentido marxista, sino una «realpolitik» según los intereses coyunturales de la burocracia. Aunque algunos pueblos del mal llamado tercer mundo se beneficiaron relativamente de la «realpolitik» rusa, lo cierto es que a escala de la lucha de clases mundial y sobre todo el centro imperialismo, la URSS sacrificó el internacionalismo proletario al nacionalismo burocrático de su casta dirigente. Una de las razones del agotamiento político-electoral del stalinismo en Europa capitalista fue el desprestigio causado por la propaganda socialdemócrata y burguesa contra la corrupción y burocracia interna y la imagen externa del nacionalismo burocrático.

Cinco, la crisis de legitimidad del socialismo en cuanto proyecto que exige la opción consciente no solo en lo político y social, sino también en lo antipatriarcal y ético-moral. Pero la opción consciente puede ser facilitada e impulsada por la democracia socialista, por el control popular del Estado en autoextinción, por la estrategia equilibrada de desalienación y desmercantilización, etc., o al contrario, esa consciencia choca contra la burocracia y se desorienta, desanima y cansa, cayendo en la indiferencia y hastío. Con el tiempo, las generaciones que han olvidado y/o no han vivido los sacrificios y logros revolucionarios, innegables ambos, solamente tienen como «realidad socialista» la situación en la que viven, un vacío incoherente entre un socialismo mitificado que no termina de materializarse y un capitalismo mitificado pero muy próximo, al menos en las ondas televisivas que llegan de fuera. Llenar ese incoherente vacío exige, dentro de un régimen burocrático, o la militancia clandestina o los peores vicios burgueses, alcoholismo, robo y delincuencia, prostitución, corrupción y mercado negro, indiferencia hacia el prójimo e individualismo egoísta…

Estas cinco crisis, además, fueron agravadas por un bloque de experiencias liberadoras drásticamente cortadas y reprimidas, y que podríamos definir como sexta crisis. Me refiero a la explosión de creatividad de las masas y de las mujeres en formas alternativas de vida cotidiana, comunas, arte y literatura, filosofía y ciencia, relaciones entre marxismo y psicología y psicoanálisis, pedagogía progresista, relaciones entre socialismo y ecología, debate entre marxismo y anarquismo, y un largo etcétera. Recordemos incluso los brillantes adelantos en estrategia militar que, de no ser purgados brutalmente, habrían salvado varios millones de vidas en 1941-42, y muy seguramente habrían adelantado mucho la derrota del nazi-fascismo. Como vemos, este bloque afecta a cuestiones muy importantes para la creatividad, autoconfianza y felicidad de las masas en los decisivos temas cotidianos y personales, imprescindibles para un buen funcionamiento objetivo y subjetivo del socialismo como proceso consciente que tiene que demostrar su viabilidad diaria en la mejora de los problemas cotidianos.

Incluso en un país como Rusia, en el que el campesinado superaba ampliamente al obrero industrial, la clase trabajadora, pese a su minoría cuantitativa, demostró una impresionante capacidad creativa y de comprensión teórica de los gigantescos problemas legados por la irracionalidad zarista. En este sentido, decisivo para Engels, la primera experiencia revolucionaria confirmó, en primer lugar, lo esencial del marxismo. El Trabajo demostró una capacidad creativa sorprendente teniendo en cuenta las difícilmente imaginables condiciones concretas de su triunfo. Otro tanto hay que decir de las posteriores victorias revolucionaras, como China, Cuba, Vietnam… en los que incluso era menor en peso cuantitativo de la clase trabajadora. La razón del marxismo se ha confirmado, en segundo lugar, al acertar en el peso cualitativo irremplazable del proletariado en la emancipación humana. También, en contra de lo que se dice, la razón del marxismo se ha demostrado, en tercer lugar, al confirmarse que en todas y cada una de esas crisis, incluido el bloque sexto, hubo un debate en el que se confrontaron tesis e hipótesis enunciadas con anterioridad. Es como si la teoría se hubiera adelantado en algunas cuestiones a la realidad. Y el resultado de estos debates se decidieron por la dialéctica de la lucha interna y las agresiones externas, en un contexto objetivo no elegido por los sujetos participantes, lo que, en cuarto lugar, vuelve a confirmar lo esencial del marxismo.

Efectivamente, la teoría marxista, que es un sistema en el que una de sus partes, la lógica dialéctica, integra la inducción y la deducción siempre bajo los dictados del criterio de la práctica, había adelantado puntos de reflexión más o menos definidos y siempre abiertos a enriquecimientos posteriores, sobre estas crisis. Desde los iniciales textos de Marx y Engels hasta las más recientes aportaciones en los debates sobre, por ejemplo, la psicología humana en los años veinte y treinta, pasando por la poesía y la emancipación sexual, sin olvidar la ley del valor-trabajo y tantos otros, en este universo de discusiones e investigaciones, siempre estuvo activo el método marxista. Siempre demostrando que pese a lo muy limitado de su conocimiento y a su mayor dificultad de aprendizaje y uso, comparado con la simplicidad del anarquismo y con el simplismo demagógico del reformismo, pese a ello, fácilmente demostraba su superioridad práctica. En contra de lo que se cree, no podemos ni debemos sobrestimar el asentamiento del marxismo, tal cual lo dejaron asentado los clásicos a finales del siglo XIX. En 1919, por dar una escueta cifra, solamente el 5% del partido bolchevique había recibido instrucción superior y únicamente el 8% enseñanza secundaria. ¿Y qué decir del inmenso océano de analfabetismo ruso?

Que el marxismo en sí era conocido para una reducida minoría culta no hace sino demostrar sus méritos y confirmar las advertencias al respecto de sus clásicos. Lo que ahora interesa es, en primer lugar, dejar sentado que dicha capacidad nacía y nace del método mismo y, en segundo lugar, que el hecho históricamente cierto de que las cinco crisis más el sexto bloque, reaparezcan con diferencias más o menos importantes según los casos, pero se repitan en todas las experiencias socialistas del siglo XX e incluso del XIX en cuestiones premonitorias, plantea la actualidad de un criterio decisivo en los revolucionarios del pasado y que se ha perdido desde los años ’30. Me refiero a que aquellos siempre habían entendido el marxismo como la parte más desarrollada y coherente del amplio movimiento socialista mundial, con sus diversidades internas. En este sentido, hay que hablar de «socialismos», lo cual nos permite comprender mejor que, hasta ahora, han fracasado cuatro socialismos concretos y específicos, que son como ramas agotadas y secas de un árbol que siempre se repone de sus perdidas y podas. La savia que alimenta al árbol es la dialéctica de las contradicciones entre el Capital y el Trabajo, y el marxismo es la forma consciente de esa dialéctica. No puedo desarrollar aquí esta interpretación así que remito al lector al texto ¿Ha fracasado el socialismo? parte de uno más amplio «4 textos de análisis para reflexión sobre el socialismo en el MLNV» a disposición en la www.basque-red.net.

Exceptuando, obviamente, el socialismo utópico, y sin poder precisar las relaciones con respecto a estas cinco crisis, más la sexta, en las causas del fracaso de la socialdemocracia, todos los modelos socialistas centrados en la estrategia stalinista asentada definitivamente desde los años ’30, han tropezado en las mismas piedras. Por último, el socialismo eurocomunista, mezcla vergonzosa de socialdemocracia, stalinismo y nacionalismo burgués en cada Estado, ha derivado hasta su desintegración sin poder ni querer resolverlas. Quiere esto decir, sencillamente, que estas crisis no son fortuitas ni secundarias, accidentales, causadas por los «errores personales» de un líder al que se le ha rendido «culto a la personalidad», por recordar la excusa burocrática al uso. Según mi interpretación y uso del método marxista, tanta reiteración solamente es comprensible si aceptamos, primero, que saca a la luz problemas genético-estructurales de la transición al socialismo y, por tanto, de la extrema gravedad de las contradicciones capitalistas; y, segundo, que a la vez ilumina el desenvolvimiento del grueso de las futuras luchas.

Llego así a la cuarta y última parte de mi respuesta a la pregunta anterior. Que el marxismo sea minoritario, que los socialismos hayan fracasado y que el capitalismo haya evolucionado hasta su actual situación, aparte de confirmar la «muerte del marxismo» ¿no demuestra la imposibilidad de todo intento revolucionario? Una pregunta mil veces planteada y usada más como afirmación que como interrogante, y que choca con dos objeciones decisivas como son, una, que desde que existe la explotación ha existido el intento de acabar con ella, y que nada indica a comienzos del siglo XXI que se haya producido un cambio tan trágico e irreversible en la esencia social de la especie humana como para haberla degradado en una «especie esclava». Por el contrario, asistimos a una nueva oleada de luchas. Y otra, que solamente gracias a estas luchas, la humanidad ha logrado mejorar sus condiciones de vida y trabajo, forzando a las clases explotadoras a realizar concesiones; más todavía, las victorias revolucionarias, por cortas y transitorias que hayan sido, han significado siempre impresionantes saltos hacia delante, mejoras sustanciales en la felicidad humana. Nadie nos ha regalado nada y una de las fuerzas del marxismo radica en demostrar que solamente la lucha puede conseguirlo. No existe ningún dato histórico que demuestre lo contrario.

El método marxista explica coherentemente esta evolución, y lo hace utilizando sus propios instrumentos teóricos, sin tener que recurrir a las interpretaciones de la ideología burguesa. Sin embargo, el dogma vulgarizador impuesto por el stalinismo, unido al exterminio físico de miles de comunistas, esta represión se sumó a la tarea de desprestigio del marxismo realizada por la socialdemocracia y la burguesía, resultando de todo ello una falsa identificación del marxismo con stalinismo. Durante décadas, la ideología burguesa apenas tuvo serios enemigos en el plano del debate teórico. No nos debe extrañar, por tanto, que conforme la URSS dejaba de ser un ejemplo para las clases trabajadoras occidentales y el eurocomunismo aceleraba la acomodación al sistema en plena ola de lucha de clases de los ’70, surgieran modas intelectuales supuestamente alternativas al marxismo mientras que la socialdemocracia empezaba a pudrir y detener esa oleada. No nos debe extrañar tampoco que sobre este panorama inmediatamente después la versión neoliberal de la ideología burguesa se impusiera con pasmosa facilidad, ridiculizando a unos intelectuales que corrieron a refugiarse en el postmodernismo.

Sin embargo, la ideología burguesa ha vivido de rentas, de la debilidad insostenible del dogmatismo de la URSS y de la sopa ecléctica del eurocomunismo. El simplismo demagógico burgués ha podido, frente a tales oponentes, elevar sus tópicos sobre la libertad del consumidor individual, la excelencia del mercado, la ineficiencia de lo planificado, el egoísmo de los trabajadores, la iniciativa empresarial, etc., al rango de conceptos omnipotentes, validos para toda situación histórica. Tal palabrería ha fortalecido los anclajes clasistas profundos de la ideología burguesa como es el supuesto derecho individual a la propiedad privada de las fuerzas productivas; el derecho burgués a apropiarse del grueso del producto social de la fuerza de trabajo; el derecho burgués a dejar en herencia familiar esas gigantescas masas de capital expropiado al pueblo trabajador; el derecho burgués a que su Estado aniquile al Trabajo cuando este se pone en pie; el derecho burgués a destrozar la naturaleza con su mercantilización, etc. Estos son los principios sustanciales de la ideología burguesa, que sostienen a los secundarios sobre el individuo, la libertad, la justicia, la democracia, etc., siempre en abstracto.

El marxismo no tiene nada que aprovechar de los principios secundarios, y menos aun de los primarios, esencialmente inhumanos. El marxismo precisamente ha surgido para luchar contra ellos; contra los secundarios en el plano sociopolítico y democrático, y contra los primarios, en el crucial plano de la socialización de las fuerzas productivas, básicamente. Nada de lo acontecido en el siglo XX y la segunda mitad del siglo XIX se entiende recurriendo a las lucubraciones del segundo nivel de la ideología, pero sí se comprende esa historia analizando la cruel ferocidad práctica del Capital para seguir siendo eso, propietario exclusivo y excluyente de los medios de producción.

3

La obra de Marx y Engels aparece en la actualidad como el único método que, además de explicar coherentemente el pasado, permite comprender qué está sucediendo a escala mundial y, lo que es más importante, cuáles son las tendencias fuertes ante el futuro. Estas son las razones que explican la actual «vuelta al marxismo», y también las que explican que este reaparezca, renazca de sus cenizas, cada vez que, tras haberlo dado por muerto, las exigencias de la lucha de clases a escala mundial imponen su vuelta a escena. Ahora bien, cada vez que el marxismo es dado por muerto se produce en su interior una verdadera autocrítica creativa, un repaso de las causas que le han llevado a esa situación y, a la vez por su mismo contenido dialéctico, un enriquecimiento de su método para responder a las nuevas formas que adquieren las contradicciones esenciales del capitalismo. Lo más significativo de estos resurgimientos radica en que se producen tras grandes convulsiones sociales que han demostrado el creciente distanciamiento entre la realidad y la teoría.

Ya hemos visto anteriormente cómo en estos momentos los marxistas –Marx, Engels, Lenin, Mao, Trotsky, Che…– han realizado un especial esfuerzo en el estudio de la dialéctica y en su aplicación a una teoría que cada vez quedaba más retrasada con respecto a la rapidez evolutiva de la realidad. También ha habido momentos de auge y gloria de investigación marxista en economía y en política, por ejemplo, con el estudio del imperialismo cuando la economía burguesa no le prestaba ninguna atención. Sin embargo, y sin minusvalorar la extrema importancia de las aportaciones de Bujarin, Rosa Luxemburg, Trotsky y Lenin sobre el imperialismo, pienso que lo decisivo para el método marxista es la capacidad de recuperación de su instrumental dialectico-materialista, que permite, por un lado, demostrar la esencia, el fondo y el contenido del capitalismo; por otro lado, aprender nuevas aportaciones e integrarlas en el sistema general del método, enriqueciéndolo, y, por último, partiendo de esa base, descubrir las nuevas manifestaciones de los fenómenos, la superficie y el continente del capitalismo, siempre en movimiento. Esto es lo que está sucediendo en la actualidad es algo tan básico como la comprensión del proceso de explotación de la fuerza de trabajo global de la especie humana por una minoría explotadora.

Inicialmente, la teoría marxista se concentró en algo tan elemental como demostrar que ha historia se mueve por la lucha por el control del plusproducto, del excedente social colectivo, por la lucha de clases, en suma. Esta base irrenunciable del marxismo, expuesta y teorizada desde sus primeros textos, fue, sin embargo, abierta a una visión más amplia cuando se ciñó a la fase conocida por la documentación escrita. Posteriormente fue enriquecida por la comprensión teórica de la explotación de la fuerza de trabajo emigrante, étnica, etno-nacional y nacional, etc., es decir, por los beneficios globales que el sistema dominante extrae de todas las formas de explotación que de un modo u otro se basan en las diferencias de identidad colectiva; y, también, de la explotación sexo-económica de la mujer por el hombre, es decir, por la lucha contra los beneficios económicos, sexuales, psicológicos, etc., que el hombre extrae de la mujer. Mientras que primero surgió la opresión sexual, luego la etno-nacional y por último, en la secuencia histórica, la clasista, el marxismo captó primero la lucha de clases, luego la nacional e inmediatamente después la de sexo-género. También captó algunos aspectos importantes de la contradicción entre el capitalismo y la naturaleza.

Pues bien, como veremos, la mejora del método e integración de nuevos descubrimientos –características inmanentes al materialismo histórico– ha sido decisiva para que el marxismo pueda responder a las nuevas necesidades de lucha que, en síntesis, responden a la dialéctica de agudización y modernización de la lógica del máximo beneficio como respuesta inexcusable para desatacar las crisis capitalistas. Dejando sin precisar la línea que conecta explotación, opresión y dominación en la dinámica de producción de plusvalía material y simbólica, hay que decir que conforme se expande y dificulta la acumulación capitalista, debe aumentar la explotación intensiva y extensiva del Trabajo por el Capital. Esto es lo que buscaba la contraofensiva mundial burguesa lanzada desde mediados de la década de los ’70 y que se conoce más superficialmente como «neoliberalismo», destinada a derrotar estratégicamente al Trabajo que se lanzó entre finales de los ’60 hasta finales de los ’80 del siglo XX a una tenaz oleada de luchas de sexo, nacional y de clase. Mas grave todavía, en la medida en que el neoliberalismo no ha logrado esa victoria decisiva, aunque sí ha obtenido victorias muy importantes y hasta desastrosas para sectores concretos del Trabajo, para naciones y pueblos, etc.; pese a estas grandes victorias parciales pero no una victoria histórica como fue, por ejemplo, en nazi-fascismo, por ello, en la actualidad el capitalismo está endureciendo y mejorando su ataque para responder a la nueva oleada de luchas iniciada a finales del siglo XX.

Afirmar que asistimos a una nueva oleada quiere decir que defiendo la existencia de otras oleadas o fases u ondas de luchas globales entre el Trabajo y el Capital. Pienso que hasta ahora podemos apreciar cuatro grandes oleadas al menos en el capitalismo occidental: la de 1770-1849, la de 1865-1914, la de 1917-1939 y la de 1945-1990, y estimo que desde mediados de esta década estamos en una quinta oleada. Para un debate más detallado remito al lector al texto: «Aproximación sintética a la nueva oleada de luchas en el centro capitalista«, sito en la www.basque-red.net. No utilizo la palabra «ciclo» –ciclo de luchas– porque me parece inapropiada para la especificidad de los conflictos humanos. Puede valer, y con algunas restricciones, para la ciencia newtoniana y determinista, pero en absoluto para la naturaleza social, abierta a la incertidumbre y la intervención humana, y por ello a la irrupción de lo nuevo, a la emergencia de nuevas realidades en momentos de crisis de no retorno. Debemos comprender que existen diferencias de una fase u onda a otra, que nos remiten a cuestiones políticas, organizativas, de experiencia más o menos traumáticas de las masas de aprendizaje obrero y popular de nuevas formas de resistencia y autoorganización, etcétera.

Por ejemplo, el impacto de la represión posterior a la oleada de revoluciones de 1848, y la pasividad durante la crisis posterior hasta el comienzo de las luchas en la mitad de 1860; por ejemplo, el impacto del patrioterismo burgués de 1914 y los costos de la guerra posterior, unido a las lecciones de las luchas de 1917; el impacto del terror nazi-fascista y de la segunda guerra mundial entre la oleada que concluye en 1939 y la que empieza en 1945. Hay que tener en cuenta en cada oleada los cambios en las formas organizacionales, en la psicología colectiva, en la misma estructuración interna de la clase trabajadora, en las nuevas presiones burguesas y una larga lista de otras circunstancias que van variando. También va variando la coyuntura y el contexto en cada Estado o región amplia de lucha nacional e internacional, y el contexto mundial. No es lo mismo la lucha de clases en el capitalismo preimperialista de 1770-1849, que el del capitalismo de finales del siglo XIX comienzos del XX, por no analizar el de la mitad del siglo XX.

Quiero decir que hay que volver a la dialéctica, no aplicar la solución de Procusto a la historia y menos aun a las nuevas experiencias sociales sino, como insistiera machaconamente Lenin, hacer análisis concretos de circunstancias concretas, en sus interacciones con los demás procesos y siempre descubriendo el movimiento de sus contradicciones internas. Y volver a la dialéctica exige también integrar lo nuevo en lo permanente en cuanto esencia; es decir, rastrear en lo profundo del modo capitalista de producción hasta encontrar las grandes líneas de intereses sociales irreconciliablemente enfrentados, de modo que, en el caos actual, muchas veces propiciado por la industria propagandística burguesa y los intereses del reformismo, podamos mantener recta la brújula revolucionaria. En este sentido, remito al lector interesado al texto: «Cuadro explicativo de las dos teorías antagónicas sobre el contexto mundial: la burguesa neoclásica, marginalista y neoliberal, y la marxista«, disponible en www.basque-red.net, www.lahaine.org, www.rebelion.org, y www.lafogatadigital.org.

Utilizando esta metodología marxista, podemos comprender que, por una parte, a lo largo de estas oleadas aparecen embrionariamente al principio, incluso en la critica radical del socialismo utópico inglés a la economía política burguesa, las bases esenciales, posteriormente ya desarrolladas, de debate de las cinco crisis que luego, durante todo el siglo XX, preocuparán a los sucesivos socialismos. Y, por otra parte, también aparecen en la fase actual, pero con lo aprendido del fracaso del stalinismo más los cambios introducidos por la contraofensiva capitalista de finales del siglo XX. Incluso, aparecen las bases del sexto bloque de crisis, bastantes de las cuales también están presentes en el socialismo utópico y que llegan a tomar cuerpo definitivamente a finales del siglo XIX. Del mismo modo, un siglo más tarde, las experiencias inscritas en este sexto bloque de contradicciones adquieren una importancia cualitativa por la simple razón de que el capitalismo no ha tenido otro remedio que mercantilizarlas, subsumirlas, alienarlas, introducirlas en la dinámica de la acumulación, lo que ha supuesto la movilización en su contra de los sectores sociales afectados.

Analizando esta problemática desde la perspectiva aquí empleada, el potencial de la obra de Marx y Engels aparece claramente porque, si bien es en su madurez cuando llegan a desarrollarlo plenamente, no es menos cierto que son las prácticas de las masas y de las organizaciones las que abren los horizontes que confirman y superan dialécticamente a la teoría; y al superarla dialécticamente la enriquecen y la preparan para nuevos retos. De este modo, por ejemplo, el debate sobre el imperialismo «supera» las limitaciones temporales objetivas del marxismo de Marx y Engels, pero confirma y enriquece su método. Pues bien, lo mismo hay que decir con respecto a los restantes problemas descubiertos en las cinco crisis y en el sexto bloque de crisis. El problema, entonces, se nos plantea a nosotros, que debemos agilizar dicha dialéctica, del mismo modo que lo hicieron los revolucionarios en los momentos cruciales. Ahora es un momento crucial porque la contraofensiva capitalista tiene unos objetivos feroces.

Hay que tener en cuenta que, a diferencia de las formas de salida de las crisis estructurales anteriores, desde comienzos de los ’70 las burguesías imperialistas no pueden desencadenar otra guerra mundial. Las múltiples guerras locales provocadas por el imperialismo no han logrado iniciar otra oleada larga de expansión sostenida como la de 1948-1973, por poner las fechas más consensuadas. Además, el capitalismo no encuentra otra rama productiva que haga de locomotora de otra revolución industrial, como fueron, por ejemplo, la química científica y las guerras napoleónicas; la máquina de vapor, el tren y los barcos de hierro; el motor de explosión interna, la electricidad, el militarismo y el coche utilitario, todo ello dentro de los cambios en las disciplinas laborales y en los sistemas de regulación estatal, etc. Comparado esto con el fracaso anunciado del bluff de la «nueva economía», financierización, teléfonos portátiles, juegos electrónicos, ofimática, y, en suma, con los límites de la «revolución tecnológica», es manifiesto que actualmente el recurso básico para aumentar los beneficios sigue siendo el aumento de la explotación.

Además, a diferencia de otros ataques burgueses al Trabajo, el que se inició a mediados de los ’70 y se está mejorando y ampliando en la actualidad, se caracteriza de abarcar una serie de objetivos y finalidades que si bien algunas de ellas ya aparecían en ataques precedentes, ahora aparecen, por un lado, mucho más desarrollados y precisados; y, por otro lado, dentro de una estrategia más coherente y unitaria que antes porque el capitalismo de comienzos de los ‘70 disponía de un mando jerárquico superior al de otras fases históricas de este modo de producción. No hace falta comparar el poder disciplinario y hegemónico de los EEUU desde 1945 hasta 1975, fecha de su derrota en Vietnam, con el que habían tenido las ciudades del norte de Italia, los Países Bajos y el Reino Unido, respectivamente, en sus momentos de auge. Además, el poder de los EEUU era reforzado por instituciones internaciones totalmente fieles a sus dictados que nacieron en 1944 precisamente bajo dirección de los EEUU. Tampoco debemos olvidar otras instituciones como la tétricamente celebre Trilateral y sus «recomendaciones» e informes de aquellos años, por no hablar de otras organizaciones no publicas y hasta secretas mediante las cuales el capitalismo mundial dirigido por los EEUU respondió a la potente oleada de luchas iniciada a finales de la década de 1960.

Utilizando estos recursos, el imperialismo lanzó una contraofensiva que, en síntesis, ha llevado al extremo la explotación en cinco grandes áreas cruciales para entender la actual situación de la Humanidad. En primer lugar, por su importancia no solo cuantitativa por abarcar algo más de la población humana como es el sexo femenino, sino cualitativamente sobre todo por su decisiva función en la recomposición psicosomática de la fuerza de trabajo social; en las nuevas disciplinas de explotación laboral flexible, desarreglada, sumergida e impune, y también por su directa relación con la producción social de las identidades de los pueblos, de las naciones, sobre todo de las oprimidas por el capitalismo, por todo esto, la opresión de la mujer es un objetivo prioritario del imperialismo desde los ’70. Para más información remito al lector a mis textos «Modos de producción, patriarcado y triple opresión«, «Capitalismo y emancipación nacional y social de género«, y «FMI y opresión de las mujeres«, colgados en www.basque-red.net y «Algunas tesis sobre la producción social de identidades nacionales«, colgado en www.lahaine.org.

En segundo lugar, el capitalismo también está llevando al punto de no retorno el antagonismo de la lógica del máximo beneficio con la capacidad de carga del planeta, que algún marxista ha definido sugestivamente como «segunda contradicción» del capitalismo, la que le enfrenta con la Naturaleza, siendo la primera la que le enfrenta con el Trabajo. Además, y es necesario insistir en ello, esta «segunda contradicción» tiene una muy directa y estrecha conexión con la explotación de sexo-género, como intento exponer en «Ecología y feminismo en Euskadi«, también en www.basque-red.net, y con la opresión nacional para apropiarse de las reservas materiales y energéticas vitales para abaratar costos y aumentar los beneficios del Capital. En tercer lugar, el capitalismo fuerza la subsunción de la capacidad humana de pensamiento racional y científico en el capital constante y en el capital fijo, como simples componentes de las fuerzas productivas y como un paso más en el proceso objetivo de asalarización del trabajo intelectual como trabajo complejo disciplinado para la producción mercantil. La subsunción en el capital constante y fijo del trabajo intelectual, de la «ciencia», para decirlo con terminología al uso, multiplica los focos de tensión, lucha y reivindicación social y abre perspectivas que no puedo exponer aquí, por lo que remito al lector a «Emancipación nacional y práxis científico-crítica«, y «Algunas consideraciones sobre ciencia, tecnología y emancipación«, ambas en www.lahaine.org y «Algunas relaciones entre capitalismo, globalización y tecnociencia» en www.basque-red.net.

En cuarto lugar, la ya brevemente analizada implosión de la URSS y de su área de influencia europea, tema al que no volvemos ahora. Y en quinto lugar y como expresión central y definitivamente grave del objetivo último de la contraofensiva imperialista iniciada en la segunda mitad de los ’70, el inmisericorde ataque no solamente a la centralidad del Trabajo como elemento imprescindible para asentar materialmente el transito de la conciencia-en-sí a la conciencia-para-sí, sino al esencial significado del trabajo propio y libre, no alienado, como cualidad definitoria del ser humano genérico, según lo entendían Marx, Engels y toda la filosofía marxista. Siempre ha existido en la ideología burguesa un rechazo absoluto del componente epicúreo que forma parte de la filosofía marxista, pero sobre todo la ideología dominante rechaza la posibilidad –por no hablar de la necesidad– de que exista otra capacidad de trabajo cualitativamente diferente a la impuesta por la burguesía al proletariado. Con el neoliberalismo se ha llevado al extremo la obsesión burguesa por reducir el trabajo a simple mercancía, impidiendo toda posibilidad de que sea reconocido como la distintiva cualidad humana de crear valores de uso y disfrute colectivo, y por ello esencialmente unido a la creación de la cultura y al disfrute del placer.

Estos cinco objetivos centrales hacen que la actual contraofensiva capitalista tenga una gravedad y una profundidad extremas, sobre todo cuando está siendo mejorada en la actualidad, como veremos. La única diferencia importante que le puede poner por detrás de otras es que, en esta, no existe una guerra mundial al estilo de la de 1940 y la de 1914; o de las guerras napoleónicas o de las guerras entre los Países Bajos y el Reino Unido en el siglo XVII, por citar verdaderas «guerras mundiales» decisivas para la historia capitalista. Es cierto que el imperialismo, sobre todo el yanki, compensa esa solución histórica tan frecuente como brutal con un sinfín de guerras locales no menos estremecedoras. De todos modos, hay que insistir en que la contraofensiva capitalista lleva al extremo ataques ya realizados con anterioridad porque corresponden a la lógica interna del sistema pero, tales ataques, además de ser más duros, también generan nuevas formas de lucha tradicionales que deben adaptarse a los cambios; y hasta de nuevas luchas, con nuevos sujetos que expresan los cambios en la centralidad del Trabajo. Comprender que la lucha entre el Trabajo y el Capital es una permanente dialéctica de continuidades y cambios que siempre se desenvuelve dentro de los parámetros impuestos por las contradicciones del modo de producción capitalista, es vital para, primero, captar correctamente la dialéctica de lo nuevo y lo viejo en la actual oleada de luchas; y, segundo, no caer así en los tópicos reaccionarios que sostienen la «desaparición de la lucha de clases», o en los reformistas que plantean cosas tan estrambóticas como la «sociedad civil mundial», por ejemplo.

Que el Capital no ha logrado su objetivo central fijado hace dos décadas, destrozar al Trabajo e iniciar otra larga fase histórica de intensa ganancia, pese a las importantes victorias tácticas obtenidas, se demuestra, por un lado, por el rápido inicio de otra oleada de luchas y, por otro lado, por la no menos rápida respuesta reaccionaria. Conviene que nos detengamos un poco en esta cuestión porque nos da una idea muy aproximada de la situación actual. Conviene recordar qué buscaba el imperialismo cuando, por ejemplo, impuso allí donde pudo, que no solamente contra los pueblos amerindios, los dictados del Consenso de Washington como resumen oficial del neoliberalismo: salvaguarda de la propiedad privada burguesa y del modelo neoliberal de desarrollo volcado en la exportación; privatización de las empresas públicas y cesión a la burguesía de grandes masas de capital social; apertura total de mercados e indefensión ante los capitales internacionales; supremacía del mercado, debilitamiento del Estado y drástica reducción de los servicios sociales; liberalización financiera y de tipos de cambio.

No olvidando estas tácticas feroces y los objetivos que buscaban, comprendemos mejor la importancia de la resistencia del Trabajo, capaz de mantener mal que bien y muchas veces con el aliento casi agotado, una suficiente capacidad de reacción para lanzarse a otra oleada de luchas. Es decir, nos encontramos en medio de una fuerte y celérica agudización de la lucha de clases, que apenas ha tenido un tiempo corto de estancamiento. Por ejemplo, si comparamos el triunfalismo capitalista por la implosión del stalinismo con la situación actual, vemos que la burguesía no ha logrado en modo alguno todos sus objetivos. Si comparamos la situación del Cono Sur latinoamericano durante las dictaduras de los ’70 y ’80, con su presente vemos que pese a todos los ataques de los EEUU actualmente el panorama es muy diferente al que se imaginaban los criminales yankis. Si comparamos la euforia del «modelo japonés» de los ’80 con su situación actual, en parte debida al miedo de su burguesía a arremeter brutalmente contra sus trabajadores, a pesar de los ataques ya realizados, también vemos las limitaciones de la segunda burguesía del planeta. ¿Y qué decir de la real situación interna en los EEUU, que no en su falsa imagen propagandística?

Podríamos poner una larga lista de ejemplos idénticos que confirman que el capitalismo no solamente no obtuvo la victoria decisiva que buscaba sino que, a pesar de las serias derrotas tácticas infligidas al Trabajo, este ha logrado en medida recuperarse e iniciar una nueva oleada de luchas. Pero, antes de pasar a analizar las constantes y las novedades de y en esta oleada, interesa repasar rápidamente las direcciones y objetivos del ataque generalizado del Capital contra el Trabajo. Solamente conociendo la extrema dureza y gravedad de la embestida burguesa podremos, en primer lugar, elaborar los métodos para vencerla y, en segundo lugar, comprender la constancia historia de la lucha de clases, en contra de tanta palabrería reaccionaria sobre su extinción. Por ahorro de tiempo, me he permitido el lujo de transcribir los siete puntos más característicos de dicho ataque, que aparecen en el texto sobre el «Cooperativismo obrero, consejismo y autogestión socialista«, del 16 de diciembre de 2002, que aparece en la www.basque-red.net y en las otras ya citadas:

Uno, el ataque implacable a la centralidad unitaria del trabajo en cuanto totalidad e integralidad psicosomática de la especie humana, rompiendo esa unidad psicofísica para imponer sólo una parte, la del trabajo supuestamente desmaterializado, la del llamado trabajo intelectual o del conocimiento, negando el carácter y contenido de trabajo al otro componente de la unidad dialéctica, el del esfuerzo y el sudor. La supuesta «economía del conocimiento» expulsa así a una creciente masa humana de los sistemas de salario menos injusto –nunca existe salario justo y menos aún digno, por definición– condenándolos a la precariedad y al empobrecimiento socioeconómico, pero sobre todo hundiéndolos en el abismo de lo subhumano, de la reducción a simples bestias de cargas. El Capital busca, en síntesis, excluir de lo humano al trabajo bruto, animal, sudoroso, condenándolo a lo subhumano, y, a la vez, reducir lo humano sólo a la elite y casta intelectual propietaria de conocimiento. De esta forma, se abarata enormemente el precio de la reproducción de la fuerza de trabajo social, por ello se abarata la mercancía, y muy posiblemente se aumenta la tasa de ganancia. Se deshumaniza al Trabajo para aumentar el beneficio del Capital.

Dos, la multidivisión de la clase trabajadora en varios niveles y fracciones, reduciendo la cuantía del obrero industrial taylor-fordista y ampliando las escalas de técnicos bajos y medios, de servicios, de asistencia y mantenimiento, e incluso dentro mismo de los trabajadores industriales al potenciar artificialmente las escalas de salario. Se busca al final la total individualización de las relaciones contractuales entre el patrón como unidad de clase, con múltiples instrumentos de planificación y centralización, sobre todo el Estado burgués, y el trabajador como unidad individual aislada y carente de cualquier referencia colectiva y clasista.

Tres, la reducción al máximo de la efectividad sindical aunque manteniendo una mínima presencia sindical para activarla como apagafuegos en momentos críticos. A la vez, la potenciación de además de la individualización contractual, también del trato directo y exclusivo entre los grupos de trabajo del toyotismo y de la producción flexible con la administración patronal, enfrentando a los grupos entre sí, cuando no se puede enfrentar a los trabajadores individuales entre sí. Simultáneamente se busca el corporativismo o a lo sumo el sindicalismo amarillo, empresarial y colaboracionista, pero como mal menor.

Cuatro, la precarización de la existencia de la clase obrera y del pueblo trabajador, aumentando su debilidad e indefensión ante la dictadura del salario, imponiendo condiciones laborales brutales, multifraccionadas y carentes de derechos elementales. Se trata de crear un ejército industrial de reserva invertebrado, atemorizado y pasivo. La feminización del precariado es una de las más incontrovertibles realidades, y hacen de las mujeres una fuerza de trabajo abundante, barata, dócil y muy apta para la explotación intensiva y extensiva no en capital y en tecnología sino en puro y duro esfuerzo físico agotador. Igualmente, dentro de la precarización y agravándola se incluyen la sobreexplotación de los jóvenes y la exclusión de la tercera edad, y, sobre todo, la reinstauración del esclavismo bien mediante los inmigrantes bien mediante el trabajo infantil clandestino.

Cinco, la imposición de una tecnociencia productiva incompatible con el trabajo en cooperación liberadora, destinada a aumentar la explotación del trabajo y asegurar además de la insolidaridad obrera, también a acelerar la expropiación del saber obrero y su inmediata subsunción en la producción capitalista, como un componente más de la tecnociencia burguesa. La patronal es consciente de que las actuales innovaciones técnicas son ambivalentes y pueden facilitar la cooperación liberadora del trabajo contra el Capital, y para impedirlo depura esa técnica al someterla a la tecnología y la tecnociencia burguesa, autoritaria y jerárquica, que sólo admite la producción flexible y el toyotismo como única cooperación burguesa posible.

Seis, la ruptura de la unidad vivencial de la geografía productiva y del espacio de recuperación de la fuerza de trabajo, separando lo más posible la fábrica y/o lugar de trabajo asalariado del domicilio, y ambos del lugar de compras, de sanidad, de educación, de papeleo administrativo, de diversión, etcétera. La destrucción del espacio material y cultural de recomposición de la fuerza de trabajo supone; sobre todo, el debilitamiento extremo de la capacidad de pensamiento crítico y creativo, de autoorganización y de socialización colectiva del saber obrero y popular. A su vez, el aumento del tiempo de transporte y de tramitación cotidiana, a la vez que agota psicosomáticamente también aumenta los costos y reduce la autonomía económica, sobrecarga a las mujeres, multiplica las tensiones intrafamiliares y debilita o rompe las redes de solidaridad, ayuda mutua y cooperación obrera y popular.

Y siete, la separación lo más posible de los focos y lugares de poder y de administración de los espacios de cooperación obrera y popular, para evitar que se repitan las experiencias anteriores, cuando el poder obrero llegaba a controlar gran parte de los instrumentos del poder burgués. Esta es una práctica estratégica que no debemos menospreciar o tener como superada e imposible de repetirse. Las concentraciones, manifestaciones, huelgas con presencia en la calle, revueltas, motines y estallidos urbanos, pertenecen por código genético de la autodefensa obrera y popular al proceso ascendente que tiene a concluir en las insurrecciones por espontáneas que sean. No existe dato alguno en los últimos ciento cincuenta años de historia de la geografía social y del espacio urbano que permita pensar que esta tendencia ha quedado definitiva e irreversiblemente superada. Al contrario. La burguesía internacional es cada día más consciente del peligro potencial que se acumula en las urbes sometidas a crisis múltiples e interrrelacionadas.

Frente y contra semejante ataque, que aquí hemos resumido muy sucintamente, el Trabajo está respondiendo con una amplia gama de opciones. No debemos sobrestiman ni magnificar esta respuesta. Tampoco debemos subestimar ni minimizar la fuerza del Capital, de sus impresionantes instrumentos de sorda coerción, de control y represión, que tienen en el Estado burgués la pieza clave, la oficina que centraliza estratégica y hasta tácticamente la compleja red y múltiples brazos y tentáculos del pulpo represivo. Sobre este decisivo tema, tan superficialmente despreciado por muchos «ultraizquierdistas» que, desde un cierto anarquismo, parte del estructuralismo y del postmodernismo, desde todas estas y otras corrientes tan distantes en apariencia, incluido un supuesto «marxismo» que entierra componentes esenciales del marxismo, desprecian el fundamental papel del Estado de la burguesía, remito al lectora a ¿Podemos hablar solo de represión cuando hablamos de represión? en www.basque-red.net y «Relaciones entre control social y estrategia represiva» en www.basuqe-red.net, www.lahaine.org y www.nodo50.org/kolectivolientur.

Tomando, por tanto, las precauciones necesarias, partiendo de aquí, sí podemos apreciar seis características que de un modo u otro y con diversas intensidades y relaciones mutuas variables, aparecen en la actual oleada de luchas.

La primera es la vuelta de las practicas de apoyo mutuo, de autoorganización defensiva en la base popular, en los barrios, escuelas, fabricas, etc., para desarrollar sistemas de apoyo social, de solidaridad en problemas cotidianos vitales que van desde las cocinas colectivas a las asociaciones de todo tipo, pasando por colectivos culturales y grupos de ayuda. En cada zona del planeta, el Trabajo se autoorganiza según sus tradiciones y necesidades, pero siempre superando ampliamente el individualismo burgués. Aunque las relaciones con los aparatos institucionales son siempre complejas y frecuentemente tensas, los grupos autoorganizados mantienen una clara voluntad de independencia operativa y teórica hacia el institucionalismo. El fracaso de las ONGs y la capacidad de recuperación de las múltiples formas del apoyo mutuo, desde las barriadas del centro capitalistas hiperdesarrollado hasta las del capitalismo dependiente, aplastado y estrujado, es una experiencia que preocupa sobremanera a la burguesía. No se puede negar la muy directa conexión de estas practica con las de la democracia socialista en las luchas revolucionarias del siglo XX, y sobre todo con el debate sobre las causas de la crisis de burocratización del stalinismo.

La segunda es la reaparición de la economía de trueque directo por parte de las masas depauperadas pero conscientes y sabedoras del funcionamiento del capitalismo. Históricamente, la alternativa de la economía de trueque concatena en directo con las tesis del socialismo utópico y con las alternativas de acabar cuanto antes con el dinero. La creación de vales, de boletos, de cheques no oficiales, de «dinero» que no es dinero en el sentido capitalista, es una constante en la historia de la autoorganización del Trabajo, pero también de grupos y colectivos alternativos dentro del capitalismo desarrollado. La economía de trueque está muy directamente conectada con el apoyo mutuo, pero supone un paso más consciente ya que es una alternativa no mercantil que compite abiertamente con el sacrosanto mito del mercado. Naturalmente que la economía de trueque, si quiere sobrevivir, necesita de una socialización más amplia y profunda, de unas conquistas políticas que, por un lado, minen esencialmente el poder del viejo Estado burgués y, por otra parte, aceleren el proceso de autoextinción consciente del Estado obrero. No hace falta decir que ni una ni otra es irrealizable sin la paulatina superación histórica de la ley del valor-trabajo, de la foma-valor y de la mercancía. Esto nos lleva directamente a otro de los debates estratégicos de la historia del socialismo.

La tercera es la iniciativa popular para acceder al control de pequeños pero interesantes micropoderes de base, de ayuntamientos y barrios, de comunidades y de municipios, de instituciones sociales y asistenciales. Poderes que pese a su pequeñez y por sus estrechas y cotidianas relaciones con la vida de las masas, con sus problemas más cercanos, pueden permitir y de hecho permiten un acercamiento, contacto y conocimiento mutuo y práctico entre las masas y los colectivos, grupos y organizaciones revolucionarias. Poderes pequeños pero importantes que la burguesía necesita controlar de cerca pero que no puede hacerlo siempre, ya que, según la acción popular, se abren grietas y fisuras que permiten la iniciativa del Trabajo. El Estado burgués reacciona de muchos modos coercitivos, represivos, administrativos, burocráticos, etc., destinados a controlar o, en su defecto, destruir la autonomía municipal, supeditándola a las grandes empresas, al propio Estado y/o a otras instituciones. En esta lucha se confirma el antagonismo entre la democracia burguesa y la democracia socialista, la primera con el poder del Estado y la segunda muy embrionaria y débilmente asentada en inseguros espacios sociales relativamente liberados de la dictadura del Capital.

La cuarta es la tendencia al ascenso de la autoorganización de los colectivos que reflejan y sufren la explotación capitalista en lo que definíamos arriba como el sexto bloque de crisis en el stalinismo, y que entonces, pero también a finales del siglo XIX, estaban ya creciendo. Desde el feminismo hasta el arte, pasando por el amplio «mundo subjetivo», además de la liberación sexual, la ecología, el alternativismo, la ciencia, el estudiantado y un largo etcétera, en este amplio campo se produce una transformación significativa. Recordemos que el grueso de estas problemáticas dieron cuerpo los famosos «nuevos movimientos sociales» de finales de los ’60 del siglo XX, pero también a muchas experiencias en fases sucesivas de la historia europea capitalista. Pero lo nuevo en la oleada actual es que el empobrecimiento, la precarización, la destrucción de recursos sociales, la desestructuración y descentración de franjas antiguas del Trabajo y la aparición de otras nuevas, etc., todo esto hace que los «nuevos movimientos sociales» de los ’60 y ’70 deban moverse ya en otro contexto social muy diferente, y deban teorizar y practicar desde realidades estructurales muy diferentes a la de los años de abundancia. La «nueva pobreza», el «nuevo vagabundeo» y restantes efectos de la licuación de lo que la sociología burguesa define como «clases medias» –generalmente altos asalariados– son un ejemplo de tales cambios. La cruel y masiva «feminización de la pobreza», efecto de la sobrexplotación patriarcoburguesa, es todavía más expresiva.

La quinta es la tendencia al aumento de la dialéctica entre el independentismo y el internacionalismo, reactivando y enriqueciendo los debates de dos de las crisis básicas de los socialismos fracasados. La intelectualidad y la prensa capitalistas de comienzos de los ’90 afirmaban a grandes gritos que los cambios que se estaban dando –la globalización tal cual la interpretaban– facilitaban el triunfo de la «ciudadanía del mundo», del cosmopolitismo al estilo occidental, sobre el oscurantismo nacionalista. La «globalización» acabaría con los «atrasos regionales». Ha sucedido todo lo contrario, repitiéndose el mismo proceso de renacimiento de las identidades colectivas cuando se auguraba su extinción. Junto a esta recuperación se ha producido también un renacimiento de la solidaridad entre los pueblos y entre las gentes, expresada en muchos actos y de muchas formas. La experiencia ha contradicho así otro de los mitos reaccionarios: que los pueblos nos íbamos a despedazar mutuamente a no ser que los EEUU y el imperialismo en general impusieran el «Nuevo Orden Mundial», expresión con claras resonancias fascistas. No ha sucedido ni lo uno ni lo otro. Los pueblos nos hemos puesto en pie mucho más de lo que el imperialismo esperaba; el supuesto «Nuevo Orden» ha demostrado ser un desorden caótico e inhumano y la solidaridad internacionalista se expresa cada vez más en propuestas alternativas.

La sexta y última es la tendencia a la recuperación de formas históricas de poder obrero, de poder del pueblo trabajador, que se movilizan ofensivamente, que no solo defensivamente como respuesta a un ataque previo. Si bien la ocupación de locales, casas abandonadas, Iglesias y centros vecinales, escuelas y universidades, centro de trabajo y hasta empresas, ha sido una constante en la lucha del Trabajo contra el Capital, esta costumbre ha reaparecido, y no solamente en los países más aplastados, también en el centro imperialista. En las duras condiciones de empobrecimiento y precarización impuestas por la burguesía, el pueblo trabajador, su juventud u otros sectores han empezado con diferentes velocidades a expropiar a la burguesía de pequeñas propiedades. Se trata de un paso tímido en muchos casos pero siempre valioso y siempre inquietante para el Capital. Más inquietante y hasta peligroso conforme aumenta la ocupación de fabricas, conforme lo locales liberados sirven para multiplicar la autoorganización e interacción de los grupos, para demostrar con la práctica que se puede realizar otro modelo social superior al capitalista. Además de los muchos peligros que esta autoemancipación del Trabajo supone para el Capital, tenemos el de la reactivación del debate sobre la legitimidad ético-moral, además de práctica, del socialismo en su quehacer cotidiano, diario, en los barrios, pueblos, fabricas y escuelas, comunas y cooperativas dentro mismo de la dictadura burguesa. Estas practicas de autoliberación del Trabajo legitiman el proyecto socialista, pero dentro de los siempre muy limitados espacios posibles dentro del capitalismo.

Hay que insistir en el que son tendencias, procesos abiertos, reversibles, sujetos a los vaivenes de la lucha entre fuerzas irreconciliables. No son procesos mecánicos, automáticamente determinados para vencer. Más incluso, las diversas burguesías y sus organizaciones represivas internacionales, estrechamente unidas a sus respectivos Estados dentro de la jerarquía imperialista existente, disponen de oficinas privadas y públicas de estudio de las debilidades y fuerzas de las tendencias descritas y de otras menores que no podemos exponer. Partiendo de los resultados obtenidos y utilizando los grandes recursos del Estado burgués, las fuerzas reaccionarias mejoran sus paradigmas, sistemas y estrategias represivas contra el Trabajo. Ahora mismo, como síntesis de la estrategia represiva imperialista, la política de los EEUU es un fiel ejemplo de lo que se está planificando para la primera década del siglo XXI, como mínimo.

La obra de Marx y Engels, para concluir esta ponencia, nos ha permitido mejor que ninguna otra de cualquier autor, comprender y explicar las razones de estos cambios. Es un mérito innegable, tanto que no faltan intelectuales burgueses que lo reconocen, aunque se limitan a reducir el marxismo a una especial forma de interpretar la realidad. Ahora bien, la fuerza del marxismo no radica tanto en su contrastada capacidad de explicación racional y científica de la historia, que también; si no sobre todo en su capacidad praxeológica para guiar desde dentro, en el mismo ojo del huracán, el proceso revolucionario que tiende a aparecer y expandirse según van confluyendo en la misma dirección las contradicciones objetivas con las subjetivas. Conforme se unifican ambas corrientes en un poderoso torrente, aumenta a su vez la importancia crucial de la intervención humana capaz de dirigir las leyes dialécticas de la sociedad humana, leyes tendenciales, abiertas y contradictorias. Todo el siglo XX y la mitad del XIX, para hablar de la temporalidad burguesa, han confirmado esta realidad ya anunciada por el marxismo. Las grandes y hasta espantosas tragedias acaecidas en el siglo XX, han llegado a eso, a ser tragedias, porque en los momentos en los que pudo evitarse su degeneración incontrolable al caos y al desastre, falló la dialéctica entre lo objetivo y lo subjetivo.

Al comienzo del siglo XXI las contradicciones y limitaciones estructurales del modo de producción capitalista están más agudizadas que nunca antes y la escalofriante posibilidad de mutua destrucción de los bandos en lucha, ya anunciada como viable al inicio mismo del Manifiesto Comunista, es más palpable ahora que antes. De todas las construcciones intelectuales realizadas desde aquella fecha, la marxista es la que mejor ha superado la prueba del tiempo. ¿O tenemos que recordar ahora las promesas del liberalismo burgués; del conservadurismo malthusiano; del marginalismo; de la sociobiología de finales del XIX; de la sociología de Comte, Spencer, Weber, Durkheim, Pareto y tantos otros; de la socialdemocracia de Bernstein; del reformismo laborista del matrimonio Webb; de los vaivenes y traición última de Kautsky, Hilferding y otros; del socialismo cristiano y católico, por citar algunos predecesores del reformismo actual? ¿O tenemos que recordar as sucesivas modas filosóficas idealistas y sus abstrusas divagaciones sobre «el hombre»; del irracionalismo nazi-fascista y, con matices, del de la ideología burguesa de buena parte del siglo XX; de las promesas del keynesianismo; de la «cientificidad neutral» del funcionalismo yanki; de la miríada de intelectuales aupados a la fama espúrea por el Capital y sus aparatos como la CIA y otros; de las siniestras tonterías del neoliberalismo y de la «nueva derecha»…?

Ha sido el pensamiento burgués en todas sus formas el que ha fracasado durante el siglo XX. Pero esto no preocupa al Capital porque si algo caracteriza a la lógica de la acumulación es precisamente supeditar todo pensamiento al máximo beneficio, sacrificando y condenando al olvido aquél que no sea rentable. También en esto ha tenido razón el marxismo. El Capital no se rige por pensamiento, sino por dinero y por explotación. Por el contrario, las advertencias marxistas de que el brujo burgués ha invocado espectros fantasmales que no puede ahora controlar, se han cumplido. Y no ha sido mayor el cúmulo de desastres y sufrimientos porque la humanidad trabajadora ha detenido y controlado mal que bien la infernal marcha burguesa a la explotación total y/o al suicidio colectivo. A lo largo de esta vibrante, heroica y ética lucha, la humanidad trabajadora ha sufrido derrotas y fracasos, pero no ha sido ni derrotada definitivamente ni ha fracasado del todo. Por el contrario, empieza de nuevo a intentar tomar el cielo por asalto, como otras veces. Vencer o ser derrotada no dependerá ni de dioses ni de demonios, sino de ella misma. En este sentido básico y decisivo, el marxismo es más actual y válido para el siglo XXI que para el XX.

Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 16 de enero de 2003

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