Aproximación sintética a la nueva oleada de luchas en el centro capitalista. Reflexión sobre sus lecciones para Euskal Herria.

Presentación

El texto que sigue está realizado para hacer una exposición simple y sencilla de las luchas nuevas y viejas que desde hace pocos años se reactivan sobre todo en Europa y en menor medida en otras zonas del capitalismo desarrollado, de lo que se define como Norte o Centro del sistema capitalista actual. No pretende ser un texto académico porque su objetivo es el de facilitar el debate colectivo creador y militante. Para lo cual ofrece algunas ideas básicas que por lo común no aparecen o son directamente negadas y excomulgadas por la versión oficial de la historia y por el saber dominante. Un resumen muy resumido de este texto ha aparecido publicado en la revista Ezpala.

Hay que hacer una advertencia necesaria: por restricciones de tiempo y espacio en este texto no se ha podido desarrollar la vital interrelación entre por un lado, los sistemas de explotación y acumulación del Capital con el patriarcalismo y, por otro, las formas de resistencia y lucha del Trabajo con el antipatriarcalismo y las reivindicaciones de género. Sin embargo, intentamos siempre mantener una explicación referencial.

1. Vuelven los buitres y los agoreros

Muy recientemente, a raíz de las derrotas electorales de la socialdemocracia alemana y austríaca; de los esfuerzos del laborismo británico para ganarse las simpatías burguesas; de la elaboración de la famosa «tercera vía» por parte de teóricos reformistas y que es incluso más «suave» con el capital que lo que ha sido históricamente la socialdemocracia; de la fuerte subida electoral de la ultraderecha pro-nazi en Austria, etc, a raíz de estos y otros acontecimientos recientes, se han actualizado los debates periódicos sobre la derrota histórica del movimiento obrero europeo y, por extensión, del internacional. En realidad, este debate es más profundo de lo que parece pues no se ciñe exclusivamente a la viabilidad de la lucha obrera más allá de algunas movilizaciones por el salario directo e indirecto, economicistas y asistenciales, sino que engarza con otro más profundo y decisivo como es el del papel del trabajo en el capitalismo. Es este papel lo que está en cuestión.

La tesis del aburguesamiento de la clase obrera no es nueva. Reaparece con mayor o menor insistencia cada vez que se acumulan varias derrotas político-electorales de partidos definidos como «de izquierdas», «de masas», «obreros», «socialistas», «comunistas», etc, aunque esas definiciones no tengan ya nada que ver con su práctica real y objetiva durante muchos años; también reaparecen cuando se produce un período de caída de las luchas sindicales o de poca intensidad de éstas, o cuando descienden las afiliaciones sindicales, etc. En esos momentos, como si se tratara de un resorte automático o de un acto reflejo, reaparecen viejas ideas con nuevas palabras. Se trata de negar no sólo la capacidad de lucha de las masas trabajadoras y en especial de la clase obrera, sino también la existencia misma de la lucha de clases como algo que está ahí, que palpita y late siquiera de manera tenue y sin brillo, aunque si apagarse del todo, irremisiblemente. Negar la existencia de la lucha de clases, conflicto que sin embargo ya fue admitido y reconocido por intelectuales burgueses anteriores a Marx, exige negar la explotación capitalista, lo que a su vez exige negar las primeras teorías económicas elaboradas por teóricos de esta clase.

Ahora, tras los acontecimientos recientes arriba expuestos, los intelectuales burgueses pueden volver de nuevo a negar la evidencia de la lucha de clases. Tuvieron que silenciar sus afirmaciones o atemperarlas y suavizarlas bastante cuando hace unos pocos años, el voto obrero y popular masivo hizo que en Europa llegaran a los gobiernos de turno muchos partidos socialdemócratas y socialistas; recordemos que en la actualidad, la inmensa mayoría de los gobiernos europeos, que no del poder real europeo, son reformistas que gobiernan en solitario o bien en alianza con el centro, con grupos verdes y hasta con comunistas oficiales. Cuando el dominio gubernamental de la derecha se debilitó en extremo por esa recuperación electoral del reformismo, quienes mantenían la tesis de la derrota definitiva del movimiento obrero tuvieron que buscar nuevos argumentos. Ahora, cuando la desastrosa y suicida política procapitalista del reformismo ha desanimado a millones de votantes y ha envalentonado a la derecha y extrema derecha, los apologetas del capital vuelven a las tesis de siempre.

2. El hilo rojo de la historia

Existe una estrecha relación entre las formas de lucha de las masas y las formas de explotación y opresión que padecen. Su relación oscila según la fase ofensiva, defensiva o de corto empate transitorio, siempre fugaz y lábil. Cada bando en pugna observa al otro, evalúa sus fuerzas, intenta dividirlo y a la vez, simultáneamente, intenta aumentar sus recursos propios y sus aliados. Los recursos del capital para innovar, ampliar e intensificar las formas de explotación, han sido superiores a los del trabajo y los pueblos oprimidos. La burguesía dispone de un impresionante arsenal de instrumentos de todo tipo para asegurar su dominación y la reproducción de las condiciones de producción capitalista.

Pese a todo, la burguesía ha sido mucho más zarandeada, puesta en peligro y hasta derrotada de lo que ella admite en público. La historia europea desde las primeras resistencias obreras y populares contra la novedosa forma de explotación unida a la máquina de vapor, en la Gran Bretaña de final del siglo XVIII, ha sido y es un vaivén de luchas, crisis y estallidos revolucionarios, golpes militares e intentonas de extrema derecha y contrarrevoluciones nazi-fascistas. Ciertamente, sólo podemos hablar de «paz social» durante justo dos décadas, la de los cincuenta y sesenta, y en muy pocos países europeos. ¿Hemos olvidado el Estado policial de Alemania occidental? ¿Y el gaullismo autoritario francés? ¿Y las dictaduras española, portuguesa, griega…? ¿Y la alianza anticomunista en Italia? ¿Y la vigilancia permanente del «amigo americano»? ¿Y la represión inglesa en Irlanda?… Además, la «paz social» mantenida en contadísimos países respondió a una excepcional y única confluencia en la historia del capitallismo de factores que propiciaron la aparición del llamado «Estado del bienestar». Pero cuando sus burguesías se han visto con las manos libres para quitarse la piel de cordero que cubría su ferocidad explotadora, lo han hecho, y lo están haciendo.

2.1. Una síntesis teórica

No es este el sitio para exponer una versión alternativa a la historia oficial de la lucha de clases en Europa, aunque sí resumimos lo esencial de ella porque nos permite comprender con más facilidad el resto del artículo:

Existen grandes fases, períodos u oleadas de luchas a lo largo del capitalismo, que surgen tarde o temprano respondiendo a los cambios en el modelo de acumulación y explotación. El pueblo trabajador se organiza y lucha según su historia nacional-clasista y dentro de las grandes oleadas surgen ritmos e intensidades diferentes en un proceso desigual y combinado. El objetivo prioritario del capital es destrozar la centralidad de las masas oprimidas alrededor de su núcleo básico para debilitar a la totalidad del pueblo, por lo que las ofensivas burguesas aumentan en ferocidad según sea la fuerza trabajadora. Pero el resultado de este combate depende de las condiciones estatales, nacionales, culturales, etc, y no sólamente de la lucha economicista. Simultáneamente a la derrota obrera y popular se impone un nuevo modelo opresor que desestructura y debilita profundamente la centralidad anterior de l@s oprimid@s, surgiendo en ellos el derrotismo pesimista, sobre todo en la casta intelectual. Sin embargo, lenta y subterráneamente se tantean nuevas resistencias contra esas nuevas opresiones, y, como una erupción inopinada, surgen nuevas luchas y se recomponen y adecúan las viejas.

Esta versión alternativa es una de las áreas particulaes del materialismo histórico, método general de investigación de la historia que se basa en la dialéctica entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción como nudo praxeológico que explica en última instancia el por qué la especie animal humana ha llegado al borde de sus posibilidades de existencia en este planeta. Método que se basa, también, en el papel central del trabajo humano, tanto del trabajo abstracto como del concreto, según veremos luego. Por contra, la negación de este método general histórico-materialista y en especial la del área que investiga las luchas particulares de y entre las clases, ha de negar inevitablemente la dialéctica entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción y, en el interior esencial de esa dialéctica, la centralidad del trabajo humano. Ambas negaciones están en el fondo, deben estarlo, de la negación de la lucha de clases y de la explotación, opresión y dominación.

Hemos dicho antes, al comienzo, que los teóricos burgueses ya habían admitido la existencia de la lucha de clases. También admitieron que la economía capitalista estaba cuarteada y debilitada por fuerzas internas que limitaban su crecimiento y aumentaban sus problemas sociales. Tampoco faltaron filósofos que estudiaron el desenvolvimiento de las contradicciones en general, desarrollando un método dialéctico de pensamiento. Grosso modo expuesto, hasta mediados del siglo XIX la burguesía no tuvo mayores necesidades en la revisión y rechazo de esas concepciones. Sin embargo, la fuerte irrupción del movimiento obrero europeo en esa época, la agudización de las luchas nacionales que cuestionaban la solidez de los Estados burgueses, las crecientes contradicciones interburguesas en la expansión colonial y el inicio de las resistencias de los pueblos a esa expansión, estos y otros problemas, hicieron que la burguesía como clase social se replanteara en profundidad su entera concepción del mundo.

Y en los temas que nos interesan ahora, para los años setenta del siglo XIX se había revisado la teoría económica retrocediéndose de las tesis clásicas de Smith y Ricardo, a las de la economía del beneficio marginal. La diferencia entre ambas consiste en que la primera, la teoría clásica, se acercó a la realidad de la explotación y a la teoría de crisis estructural como resultado de la caída del beneficio, mientras que la segunda, la marginalista, cambia totalmente de problemática y método y se centra exclusivamente en las formas individuales de enriquecimiento, negando la realidad social y clasista, y reduciendo la economía a un simple juego de intereses entre personas «libres» e «iguales». Desde luego que ambas tienen fuertes lazos de unión que también aparecen ahora reactivados con el neoliberalismo, en especial la mitificación del mercado, el desprecio del intervencionismo público para limar las desigualdades sociales y, por no extendernos, la visión privada de la beneficencia social en contra de los sistemas institucionales de seguridad social. La concepción filosófica general subyacente y común a ambas teorías no es otra que el individualismo burgués.

2.2. El involucionismo moderno

Pues bien, la involución reaccionaria intelectual de la burguesía se acelera con el tránsito del colonialismo al imperialismo, de modo que no sólo se niega abiertamente la realidad de la lucha de clases y se construye una versión interclasista de la historia, sino que también se genera todo un método de investigación social acorde con los intereses capitalistas generales y concretos. Generales en cuanto al antisocialismo furibundo y defensa de la superioridad del imperialismo occidental, y concretos en cuanto que cada gran Estado capitalista produce su grupo propio de intelectuales encargados de defender sus intereses específicos. Así, desde finales del siglo XIX y comienzos del XX, precisamente en el período en el que se agudizan las contradicciones generales del sistema burgués, su intelectualidad crea un cuerpo teórico, un paradigma interpretativo, que en el tema que ahora nos interesa va destinado a negar la centralidad del trabajo, a negar la existencia de las clases y su lucha mutua y a negar la capacidad de las clases oprimidas para construir un mundo mejor. Por contra, se reactiva la tesis del equilibrio general en su sentido clásico, o con las reformas posteriores quedando como teoría del equilibrio dinámico. El individualismo de esta teoría se refuerza con subteorías como la de los juegos, la de elección racional y otras que minimizan o niegan la importancia de lo social y colectivo, y el papel de lo individual en su interior.

En definitiva, se trata de romper o negar la existencia del hilo rojo de la historia, de negar la permanencia de una lucha interna y estructurante entre el Capital y el Trabajo, y que al emerger al exterior adquiere en algunos casos formas y los contenidos de lucha de liberación nacional, como es el de Euskal Herria, y también múltiples expresiones particulares en formas de movimientos populares y sociales, culturales alternativos, asociacionismo de ayuda mutua, grupos reivindicativos, etc, que son denominados de manera diferente según el contexto teórico-conceptual. Ahora, por ejemplo, se les denomina nuevos movimientos sociales pero un análisis más riguroso demuestra que ya existieron «viejos» movimientos sociales y sus correspondientes relaciones prácticas y teóricas con el Trabajo en general, y en particular con sus sindicatos y partidos revolucionarios o reformistas.

3. Las anteriores oleadas de lucha

Antes de seguir nos interesa precisar por qué no utilizamos el concepto de ciclo y sí los de fase, oleada o en menor medida período. Entendemos que hablar de ciclo tiene el riesgo de facilitar una interpretación cíclica de las luchas, es decir y para aclararnos, el recurso al término de ciclo de luchas puede dar a entender que existe una identidad en forma y fondo de las luchas, que no aparecen nuevas luchas y que no desaparecen viejas luchas. El término ciclo o cíclico puede utilizarse correctamente en la mecánica clásica, en el funcionamiento de un motor por ejemplo, y en las leyes científicas newtonianas, en las que no existe posibilidad de irrupción de lo nuevo y en las que no late la indeterminación e incertidumbre. Pero, y sin entrar al debate de su cientificidad, en las llamadas «ciencias sociales», sí aparece lo nuevo y desaparece lo viejo, siempre en una dialéctica entre lo regular y lo mutable, continuidad y cambio, esencia y forma, contenido y continente, identidad y variabilidad, etc, etc.

Las luchas clasistas y populares, las acciones sociales humanas, sólo se comprenden utilizando esas categorías del pensamiento. Los términos de fase, período y sobre todo oleada, son más adecuados ya que admiten el cambio y lo nuevo, pero mantienen la continuidad y lo viejo. Especialmente válido es el de oleada porque, en un temporal, ninguna gran ola es igual a las demás pero todas ellas son oleadas dentro de una tempestad que no es sino una totalidad concreta en movimiento. Las diferencias cualitativas entre las olas no dependen de ellas mismas, sino del temporal. Por ejemplo, las luchas populares en el Antiguo Régimen y en la Edad Media no son como las luchas de clases en el capitalismo, aunque dentro de las luchas medievales y dentro del capitalismo también, las luchas concretas dependen de la fase histórica medieval o capitalista, de su período y época de desarrollo.

No hace falta decir que hasta la mitad del siglo XX en algunas de esas luchas se mantuvieron de manera decreciente formas de resistencia y autoorganización popular pervivientes de oleadas anteriores, hábitos colectivos heredados de la mentalidad campesina, que subsistieron como memoria colectiva, cultura popular y tradiciones de ayuda mutua y autodefensa social en la medida en que no se rompieron los lazos familiares y hasta productivos con el inmediato pasado campesino, o grupos corporativos de la producción artesana o con los primeros talleres capitalistas que sólo comenzaron a ser arruinados en masa con el tránsito al imperialismo y a la segunda forma histórica capitalista de industrialización.

Las fases de luchas no tienen por qué coincidir al milímetro con los cambios más extensos e intensos en las fases históricas del capital, y en sus reordenaciones geoestratégicas internas, como son, por ejemplo, los saltos al colonialismo, al imperialismo y a la globalización, o también, las sucesivas reordenaciones internas europeas. Sí existe una innegable relación de interinfluencia entre esos diversos niveles de evolución social, relación que al final nos remite siempre a la dialéctica entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción, pero solamente los fanáticos antimarxistas o los ignorantes engreídos -frecuentemente ambas desgracias coinciden en las mismas personas- la niegan.

Del mismo modo en que la evolución de la cultura humana, el arte y la filosofía, goza de autonomía relativa con respecto a la evolución estrictamente económica; del mismo modo en que la ciencia y la tecnología tienen su propia autonomía, menor que la de la cultura en general, etc, también la tienen las oleadas de lucha, como la tiene a su vez, por no alargarnos, la dinámica político-electoral en el plano institucional y parlamentarista. Sin embargo, a la larga, sincrónicamente visto el devenir social, esas velocidades específicas se integran en un ritmo medio, un promedio que explica la coherencia esencial de la totalidad concreta; pero diacrónicamente visto el asunto, cada nivel de la realidad tiene su propia marcha. Hasta el presente, el materialismo histórico es el método cognoscitivo que menos limitaciones y dificultades ofrece para conocer esta compleja dialéctica general de dialécticas particulares.

Aunque ahora no podemos extendernos en las fases, períodos u oleadas sucesivas de las formas de lucha de las masas asalariadas y explotadas a lo largo del capitalismo, sí podemos enumerar muy simplemente las anteriores a la que en este escrito analizamos.

3.1. Primera oleada: 1770-1849

La primera fue la que surgió en Gran Bretaña en la década de los setenta del siglo XVIII, en respuesta a la irrupción de la máquina de vapor y a la revolución industrial; se expresó con heroísmo en los sans-culottes franceses; tuvo en el luddismo, o sea, en la destrucción mediante sabotajes populares de las máquinas, infraestructuras y hasta talleres, una de sus formas más agudas de resistencia, que fue duramente reprimida; debió adaptarse a la reorganización del poder burgués británico en la década de los treinta del siglo XIX, momento en el que se extendió al Estado francés, Alemania y otros países para llegar a su cenit con las revoluciones de 1848-49 y a su agotamiento con la represión subsiguiente.

Uno de los problemas más agudos que las clases trabajadoras tuvieron que resolver en esta fase fue el de superar las formas organizativas y de lucha unidas al sindicato de oficios, y desarrollar los sindicatos adecuados a las luchas en los grandes talleres y fábricas que ya empezaban a surgir, los llamados «sindicatos de nuevo cuño». Otro fue el de la creación de organizaciones políticas clandestinas, frecuentemente armadas, capaces de vertebrar la lucha revolucionaria en medio de la ilegalización represiva. También tuvieron problemas muy serios por la desaparición de la geografía social, los barrios populares y obreros,

heredados del Antiguo Régimen y desvertebrados por el imparable desarrollo de los grandes talleres y de las pequeñas fábricas. Estos y otros cambios, en especial la llegada masiva de campesinos desarraigados, de pobres y vagabundos, el trabajo infantil y de la mujer, las extenuantes jornadas laborales, la abundancia de contratas y subcontratas privadas, etc, etc, exigieron a la clase que vive del trabajo una creatividad teórica y práctica que se fue plasmando en el socialismo utópico en todas sus gamas, socialismo cristiano, sindicalismo revolucionario, anarquismo, blanquismo y comunismo idealista.

3.2. Segunda oleada: 1865-1914

La segunda oleada comenzó en la mitad de la década de los sesenta del siglo XIX, pegó un salto con la Comuna de París de 1871, en la agudización obrera en Gran Bretaña inmediatamente después y se mantuvo con altibajos dentro de una apreciable tendencia ascendente en autoorganización sindical y política, sobre todo en Alemania y otros países de la segunda industrialización. Sufrió represiones intensas, como la de la socialdemocracia alemana a finales del XIX, derrotas obreras muy fuertes como la de los mecánicos británicos en 1897-98; se extendió con tremenda fuerza a EEUU y, con todos sus vaivenes, fue creciendo a comienzos del siglo XX hasta desaparecer bruscamente con el estallido de la primera guerra mundial, la de 1914.

Uno de los problemas más serios que tuvieron que resolver las clases trabajadoras en estos años fue el de adaptar sus sindicatos a la introducción por parte de la patronal de las primeras experiencias tayloristas, que en Europa también se desarrollaron con otros nombres respondiendo a la misma lógica capitalista de intensificar la explotación y el controlar cada segundo del tiempo de trabajo. También debieron hacer frente al surgimiento del racismo contra los trabajadores inmigrantes como irlandeses en Gran Bretaña, polacos y eslavos en Alemania, meridionales italianos en el norte de Italia. Debieron adaptar también las organizaciones políticas a la lucha institucional y electoral, y los sindicatos a la creciente interrelación de las economías locales acelerada por el imperialismo. Discutieron sobre la valía de los métodos insurreccionales antiguos, pensados para el medio urbano preindustrial, y los adaptaron a las nuevas geografías urbanas diseñadas para abortar la insurrección obrera y popular, siguiendo el ejemplo de París. Se plantearon las relaciones con los primeros movimientos sociales surgidos para responder a las nuevas opresiones y explotaciones capitalistas. Debatieron sobre la opresión nacional, el militarismo capitalista y la insurrección pacífica europea, la lucha armada, el feminismo, la cultura y la educación, la sexualidad, etc.

Estas reflexiones, más creativas de lo que creemos, se expresaron en la extinción del socialismo utópico, en el estancamiento del anarquismo, en la fuerza relativa del sindicalismo revolucionario y, sobre todo, en el tránsito cualitativo del comunismo idealista al comunismo marxista y a sus diferentes versiones.

3.3. Tercera oleada: 1917-1939

La tercera irrumpe definitivamente en 1917 con la Revolución de Octubre, se extiende como una marea roja por Alemania, Finlandia, Hungría, Italia, Euskal Herria, Irlanda, Estados español y francés… y algo menos comparativamente a los anteriores pero mucho más de lo aceptado por la historiografía burguesa en Gran Bretaña y EEUU. Esta fase pasa por diversas subfases, valles y crestas en la oleada, sufriendo derrotas aplastantes causadas por los propios errores del movimiento obrero y popular, como por el salvajismo del Capital que no duda en recurrir al nazi-fascismo, al militarismo de ultraderecha y a las mafias criminales para derrotar el Trabajo. Esta oleada acaba con el estallido de la segunda guerra mundial, la de 1939.

Los problemas que deben resolver los trabajadores en este período vienen heredados del anterior, pero aparecen otros nuevos que corresponden a la importancia decisiva que ahora adquiere la conciencia y organización política revolucionaria. La impresionante violencia de esta fase se explica por el altísimo grado de antagonismo irreconciliable alcanzado entre el Capital y el Trabajo. La razón es muy simple: la clase que vive del trabajo asalariado niega el derecho a la propiedad privada de los medios de producción de la minoritaria clase que vive del beneficio que extrae de la explotación del trabajo asalariado. En esta fase no se discute apenas la centralidad del Trabajo porque se lucha por la supresión del salariado, que es lo decisivo en última instancia. Ello explica, insistimos, la ferocidad inhumana del Capital en defensa de su propiedad, y el hecho de que las burguesías e Iglesias cristianas sintieran tantas simpatías por Hitler. Fueron los errores de precipitación del imperialismo alemán los que obligaron a los imperialismos francés, inglés y yanki a salir en defensa de una democracia burguesa que ya no necesitaban y, comiéndose las tripas, en defensa de una URSS que aparecía como el monstruo diabólico, el anticristo que devoraba la sacrosanta propiedad privada.

3.4. Cuarta oleada: 1945-1990.

El cuarto período se inicia en 1945, sufre un inmediato parón brusco por las órdenes desmovilizadoras provinientes de Moscú y de la Internacional Socialista, se reactiva a finales de los cincuenta y llega a su esplendor a mediados de los setenta, iniciando entonces una caída que, con ritmos diferentes, concluirá a finales de los ochenta del siglo XX. Aunque se presenta al Mayo’68 como la síntesis de este período, en realidad esa interpretación busca trasladar el mérito de las conquistas obreras y populares del Trabajo a los estudiantes, es decir, la oficina de prensa y propaganda del Capital inició bien pronto un sistemático esfuerzo por anular los méritos del Trabajo y sobrevalorar los del estudiantado y en menor medida de los nuevos movimientos sociales.

Uno de los problemas más serios que tuvieron que superar los trabajadores al inicio de este período fue el de recuperar su centralidad y cohesión muy debilitadas por la guerra, las grandes migraciones de masas y el exterminio de miles de sindicalistas y militantes revolucionarios. Después, desde sus bases y con el muy débil apoyo de grupos revolucionarios excomulgados y hasta perseguidos por el stalinismo, y moviéndose hábil pero empíricamente por entre las atrayentes trampas negociadoras, fue arrancando concesiones y logrando conquistas sociales. También tuvo que responder al surgimiento efectivo de nuevas problemáticas y demandas, de nuevos sujetos de acción originados por la complejización del modelo de acumulación y explotación keynesiano y taylor-fosdista. Pero en muchos países las medidas represivas, incluídas las dictaduras, le obligaron a reactivar tradicionales métodos autoorganizativos, o a inventar otros.

Algunos defendieron la tesis del «aburguesamiento» definitivo del movimiento obrero, corrompido por el consumismo generalizado desde mediados los cincuenta, ahora, con perspectiva histórica, se comprenden mejor las tesis contrarias que insistían en la complejidad del asunto, en lo equivocado que era ese reduccionismo analítico, y en la existencia de una fuerza obrera latente que luchó cuando el Capital quiso anular las conquistas del Trabajo. Esta aclaración es importante para comprender por qué, cómo y para qué desde mediados de los setenta la burguesía como clase mundial jerarquizada piramidalmente bajo una potencia hegemónica -EEUU- e internamente guiada por grupos de poder material e intelectual casi siempre desconocidos para la gran masa alienada, inició una contraofensiva estratégica que se ampliaría y endurecería con el tiempo.

Justo cuando en muchos Estados europeos capitalistas se vivían agudas luchas de clases; cuando en los mismos EEUU y Japón se agudizaban los descontentos, las huelgas y las movilizaciones sociales; cuando en estos países occidentales y orientales decisivos existían significativas luchas armadas revolucionarias; cuando la caída de la tasa de beneficio era imparable a escala mundial; cuando las luchas de liberación nacional en el tercer mundo avanzaban con más victorias que derrotas; cuando todavía los signos de crisis y descomposición interna del llamado «socialismo realmente existente», no se habían manifestado abierta e ineluctablemente como ocurriría una década después; cuando las primeras advertencias científico-críticas de la proximidad de la catástrofe ecológica empezaban a concienciar a la gente, justo entonces, la burguesía mundial lanzó su contraofensiva estratégica. ¿Casualidad? ¿Coincidencia? En absoluto. Urgente necesidad de detener la crisis global del capitalismo y acelerar al tránsito a otra fase histórica de este modo de producción.

4. La moderna ferocidad burguesa

La contraofensiva general burguesa iniciada a mediados de los setenta no rindió los frutos deseados por varios factores, entre los que destacamos el que no atacara brutalmente a las clases trabajoras. Entonces, cuando se padecían las primeras medidas de lo que se denominó «reestructuración industrial» no se vivió así; se pensó que el Capital atacaba con todos sus recursos disciplinadores, restringiendo incluso los niveles prácticos de democracia burguesa y endureciendo el Estado autoritario y policial. Pero el tiempo demostraría bien pronto que la clase dominante disponía de voluntad y de medios represivos suficientes para endurecer el ataque al Trabajo. Lo cierto, en resumen, es que el grueso de la clase que vive del trabajo asalariado resistió esa primera embestida.

4.1. El fracaso relativo

Una de las causas por las que el Capital no se lanzó a fondo, además de por la fuerza político-sindical del movimiento obrero, popular y social, radicaba en que la URSS y el «socialismo real» seguía apareciendo como el guardián, el referente y la reserva de buena parte de ese movimiento obrero; aunque sus debilidades internas ya eran perceptibles sobre todo en la legitimidad política desde finales de los sesenta, todavía se mantenía tanto su apariencia de poder socioeconómico, tecnocientífico y teórico, como su legitimidad y papel de garante práctico en muchas áreas del tercer mundo. Dentro de Europa, los marcos geopolíticos seguían siendo los de los pactos entre EEUU y la URSS a finales de la segunda guerra mundial.

Esta razón nos lleva a la tercera, a la situación mundial marcada no sólo por la existencia de la URSS, China Popular, Cuba, Argelia, Vietnam, etc, sino también por un significativo e influyente Movimiento de los No Alineados, y por el peso que había acumulado la OPEP, la organización que coordinaba a los países productores de petróleo y les facilitaba su defensa ante la ferocidad imperialista. Dado que la tasa media de beneficio del Capital dependía cada vez más del abaratamiento de las energías, materias primas, recursos estratégicos y bases operativas de sus fuerzas represivas, y dado que era ya entonces irrompible el circuito de alimentación mutua entre las economías del centro y de la periferia, por ambas razones era imposible e impensable querer dividir y enfrentar entre sí al movimiento obrero del centro sin aumentar las sobreganancias extraídas de la explotacióm de la periferia; dividir y enfrentar a los trabajadores del centro exigía más dinero que sólo podía extraerse del tercer mundo.

Pero, y esto nos lleva a la cuarta razón del fracaso relativo del ataque burgués, la legitimidad política, cultural y ético-moral de la dominación capitalista estaba bastante cuestionada, y en partes importantes de su concepción abiertamente negada. Recordemos que una de las bases de esa legitimidad es la de justificar el derecho de una minoría muy minoritaria a poseer legalmente en forma de propiedad privada la inmensa mayoría de las fuerzas productivas y en base a ello apropiarse privadamente de la inmensa mayoría del producto social, de los bienes producidos por el trabajo social. En los principales países capitalistas, esta legitimidad estaba debilitada, mientras que se valoraba fuertemente el carácter social, colectivo, popular, tanto de la producción como de lo producido. El muy mal llamado «Estado del bienestar» (¿?) y la importancia de sus prestaciones sociales y asistenciales, se basaban en esa legitimidad colectiva, antagónica con los dogmas del egoísmo individualista burgués. Además, en sectores sociales se cuestionaba la explotación imperialista y se debilitaba lentamente el prestigio de la URSS. Por último, en países importantes del centro aún se recordaba el comportamiento de sus burguesías durante el nazi-fascismo, y aunque había habido una intensa campaña de desmemorización y olvido del pasado, un pacto de silencio, solamente habían transcurrido tres décadas desde 1945.

4.2. Dos medidas generales

Muy lógicamente, la siguiente fase de la contraofensiva iba dirigida a superar cuanto antes esas cuatro trabas. Reagan y Thatcher simbolizan las caras públicas del neoliberalismo, pero más daño que ambos criminales lo hicieron los partidos socialdemócratas y de centro que, con la excusa de mantener la competitividad económica, etc, dieron credibilidad al neoliberalismo o lo aplicaron en silencio, abandonando definitivamente el debilitado keynesianismo aplicado hasta entonces. Ahora no podemos detenernos suficientemente en cada uno de los cuatro problemas vistos, pero aunque sí los sintetizaremos en los dos temas que nos interesan en este texto -la negación de la centralidad del Trabajo y el inicio de otra fase de luchas anticapitalistas-, debemos recordar varias cosas.

Una de ellas es la multiplicación de las presiones contra la URSS. La famosa «guerra de las galaxias» inició la segunda guerra fría y se basaba tanto en la necesidad endógena del capitalismo yanki para reactivar su decisivo complejo industrial-militar, como en la certidumbre de que el correspondiente esfuerzo defensivo soviético agudizaría sus debilidades internas. Aunque la implosión de la URSS se debió a la interrelación sinérgica de varias crisis parciales que no podemos exponer aquí, los ingentes gastos improductivos absorbidos por la necesidad de responder a la segunda guerra fría aceleraron la descomposición del sistema entero. Recordemos también las agresiones a Cuba, Nicaragua, Argelia, China Popular, Vietnam y sudeste asiático, etc, etc.

Otra, muy relacionada con ésta, fue el cerco, acoso y derribo de los países no alineados, el debilitamiento casi hasta la humillación de la OPEP y el reforzamiento de los poderes genocidas en amplísimas zonas del tercer y cuarto mundos. El Capital logró así abaratar las energías, materias primas y recursos estratégicos, y asegurarse sólidas bases de control militar. Obviamente, además de multiplicar los beneficios por la expoliación, también destrozó las defensas de autoprotección de los pueblos ante el comercio mundial ya en proceso de globalización impulsado por el GATT y luego acelerado por su proyecto de transformación en OMC, y más adelante en AMI.

4.3. Cuatro medidas concretas

Pero para los temas que nos interesan ahora, el ataque a la centralidad del Trabajo y el nacimiento de una nueva oleada de luchas, son más importantes los efectos causados por la confluencia de varias medidas burguesas entre las que destacan la política económica oficial, la introducción de nuevas tecnologías, la rotura consciente de la unidad de clase y la utilización del paro y de la precarización como instrumentos de control social.

La primera, la política económica busca derivar hacia el Capital la mayor parte posible de las rentas que antes iban al Trabajo. La razón es aumentar la tasa media de beneficio, sobre todo la de las fracciones financieras y de nuevas tecnologías. Para ello, la política monetarista potencia la especulación, la circulación de capitales y las facilidades de explotación. A la vez, ha de cuidar el equilibrio y estabilidad de las grandes magnitudes, de las cifras de la macroeconomía en detrimento de la microeconomía popular. Aunque invierte en el sector primario, el de producción de bienes de producción, en éste lo hace fundamentalmente en la inversión para la producción intangible e inmaterial. Pero sobre todo invierte en el sector secundario, el de producción de bienes de consumo, y dentro de éste en sus ramas más productivas como las del consumo de cultura y ocio mercantilizados, etc. No hace falta decir que también lo hace en el sector terciario o de producción de bienes de destrucción, armas y ejércitos, derrochador e improductivo incluso a corto plazo.

La segunda, la introducción de nuevas tecnologías no sólo busca aumentar el beneficio particular de un empresario concreto, sacrificando trabajo vivo por muerto, por máquinas, sino a la vez vencer la resistencia del Trabajo, dividir a los trabajadores con infinitas categorías, imponer otra temporalidad caracterizada por muchos horarios diferentes, desvertebrar geográfica y vivencialmente al Trabajo distanciando el lugar de trabajo del lugar de vida extralaboral, etc. Sobre todo se procede a expropiar al Trabajo de su saber acumulado, de sus conocimientos prácticos sobre el proceso de trabajo, e introducir ese saber obrero en la producción mediante nueva tecnología. A la vez, se debilitan sobremanera las formas de resistencia, absentismo, escaqueo, tiempos libres y no controlados, etc.

La tercera, la rotura consciente de la unidad de clase de los trabajadores viene muy facilitada por la introducción de las nuevas tecnologías, pero hay que insistir en que, además, existe un especial interés del Capital por romper y dividir la unidad obrera. Es más, en todas las oleadas anteriores de lucha ésta es una cuestión decisiva, como ahora, aunque se presentaba de otras formas según los tiempos. La reinstauración de las contratas, subcontratas y ETT,s, del trabajo negro y a domicilio, etc, por no hablar de la extensión del trabajo infantil y de los talleres clandestinos de emigrantes ilegales en el mismo centro capitalista, nos retrotraen a prácticas habituales en períodos anteriores. El recurso a mano de obra exterior, emigrantes que hacen de esquiroles, también. La multidivisión de escalas, tareas, salarios y recompensas es una de las armas históricas de la patronal.

La cuarta, la imposición de una vida cotidiana atemorizada por el paro, acogotada por la precarización, atrapada por las urgencias y hundida en el pesimismo existencial, esta vivencialidad que se extiende en la materialidad diaria pero que se endulza con la alienación en todas sus formas, es otro de los recursos decisivos del Capital para doblegar al Trabajo. En realidad es el recurso penúltimo, porque el último es la represión masiva, contrarrevolucionaria y generalizada. El paro no es un castigo ineluctable e incontrolable, sino una estrategia económica que oculta un preciso objetivo político como es el de paralizar, en primer lugar, la resistencia económica de la clase que vive del trabajo asalariado pero, sobre todo, impedir que dé el salto cualitativo a la conciencia política y, simultáneamente, hacer que sectores obreros y populares, desesperados, giren hacia la derecha y extrema derecha. Aquí, el racismo y el sexismo tienen una función clave.

4.4. Una ideología inhumana

Estos cuatro jinetes del Apocalipsis muestran la ferocidad de la burguesía contemporánea, moderna, que no divaga en debates sobre la postmodernidad, sino que quiere hacerse más rica en el mínimo tiempo posible. Su ideología es la de la máxima rentabilidad con el menor costo de inversión ahorrando el mayor tiempo. Para endulzar o tapar el contenido furibundo de esta práctica y de su ideología justificativa, la burguesía ha reforzado el ataque a la centralidad del Trabajo. No es un tema secundario o superado por la llamada «civilización del ocio» o «del tiempo libre», como dicen. La centralidad del Trabajo es el problema filosófico básico para entender a la especie animal humana a lo largo de su historia evolutiva. La toma de conciencia de su importancia sólo pudo empezar cuando las contradicciones sociales surgidas por la explotación del trabajo cuartearon profundamente y al poco tiempo escindirían irreconciliablemente a las comunidades humanas.

Primero y permanentemente desde entonces, la explotación de la fuerza sexo-económica de trabajo de la mujer, después y basándose en ella, la explotación de esclavos, campesinos, siervos, asalariados, emigrantes, pueblos oprimidos, grupos étnicos… Desde el inicio de este proceso inhumano, que ya aparece justificado en las religiones patriarcales, hasta el más reciente neoliberalismo, a lo largo de este proceso el problema del papel del trabajo ha ido creciendo. No podemos hacer ahora siquiera un brevísimo recorrido por entre la historia del pensamiento humano para ver cómo desde las religiones patriarcales que justificaron la explotación de la mujer, y después desde los primeros filósofos griegos y chinos que ya conocieron los efectos de la economía dineraria y mercantil, hasta las actuales idioteces sobre «el fin del trabajo», en todo este recorrido la importancia del trabajo humano como problema teórico ha ido aumentando. La razón hay que buscarla en el hecho de que cada vez que se ha querido comprender qué es lo que mide el producto del trabajo siempre, de algún modo u otro, empírica o teóricamente, los estudiosos han acabado acercándose a la teoría del valor-trabajo y consiguientemente a la existencia del plusvalor y de la plusvalía. O sea, estamos hablando de la explotación. Pues bien, desde los años setenta, aunque ya había anuncios previos, la economía burguesa se obstina en rechazar por «anticientífica» esa prolongada experiencia histórica.

El contenido inhumano de la ideología burguesa moderna surge precisamente de su afán y necesidad por negar el papel esencial del trabajo en la construcción social de la naturaleza humana. Lo que la burguesía busca es reducir los humanos a simples máquinas sin conciencia ni poder autopoiético. Ambas cosas se unifican en el trabajo concreto, o sea, en el hacer material, en la creación de valores de uso, y luego, con la evolución socioeconómica mercantilizada, en el trabajo abstracto, en la capacidad de hacer bienes que según las circunstancias pueden transformarse o no en valores de cambio, como mercancías. Si el Capital triunfa en esta batalla teórico-propagandística, eminentemente sociopolítica, habrá reforzado muy fuertemente su dominación sobre el Trabajo por el sencillo hecho de que éste no será ya consciente de sí, no tendrá subjetividad propia y su identidad será la que le dicte el Capital. La tesis burguesa del «fin del trabajo» mezcla el trabajo concreto y abstracto, niega el contenido político de la economía, niega la explotación de la fuerza de trabajo y pulveriza la sociedad humana en infinitos átomos individualistas y egoístas. ¡Sálvese quien pueda! Y lógicamente puede salvarse el más rico, más poderoso y más fuerte, o sea, el burgués occidental, blanco y cristiano, macho… por supuesto.

5. La actual oleada de luchas

Lo visto anteriormente nos permite hacernos una idea muy aproximada de la dialéctica entre lo permanente y lo mutable en el capitalismo actual. Sin embargo, queremos presentarlo de manera más sintética para facilitar su compresión.

Las medidas tomadas para salir del atolladero de finales de los sesenta y comienzos de los setenta del siglo XX, tienen efectos tremendos y globales que, durante un tiempo, han debilitado más o menos seriamente la capacidad de lucha de la clase que vive del trabajo asalariado. La simultaneidad entre medidas político-económicas, tecnológicas, divisionistas e intimidatorias ha hecho que las conquistas arrancadas con la oleada anterior de luchas estén en serio peligro, y muchas de ellas ya muy debilitadas. Introducir en el proceso de producción el complejo sinérgico formado por la informática, nuevos materiales y energías, biotecnologías, industria transcultural y en el plano teórico las perspectivas abiertas por la física cuántica, ha impuesto una transformación insospechada hace sólo dos décadas. Se trata de un cambio de más profundidad que el causado por la máquina de vapor y por la máquina de explosión interna y la electricidad, agudizado por la imparable marcha globalizadora del capital y por el ataque implacable a la centralidad clásica de las clases trabajadoras, formada por las masas de obreros de mono azul de las grandes fábricas ahora sometidas a la deslocalización, flexibilización y coordinación mundializada.

Aunque todo parece indicar que l@s oprimid@s hemos perdido ya cualquier posibilidad de resistencia a este maremoto arrasador, si estudiamos con más detenimiento dos cosas comprenderemos que no es así. Una es el hilo rojo de la historia de la lucha de clases que se alimenta de la centralidad del Trabajo, sobre la que ya hemos dicho lo esencial antes. La otra es la realidad actual no según la tergiversan los medios propagandísticos burgueses, o sencillamente la niegan e invisibilizan, sino según palpita, vive y se autoorganiza en la calle. En este segundo aspecto debemos decir que, en primer lugar, el sistema teórico, o si se quiere el paradigma dominante en las ciencias sociales, en la economía y en la prensa no están capacitados para reflejar correctamente la realidad de la lucha de clases, y menos para facilitar su estudio crítico. En segundo lugar, además, los intereses directos de las burocracias político-sindicales y universitarias presionan en contra de esos estudios críticos, frenándolos, negándolos o boicoteándolos. Y en tercer lugar, las experiencias prácticas mantenidas hasta ahora, si bien se multiplican, apenas han sido sometidas a la criba teórica necesaria para extraer conclusiones generalizables y relativamente definitivas.

Sin embargo, sí podemos ya precisar con más detalle concreto varias formas de luchas reivindicativas que se decantan por entre las muchas resistencias desorganizadas, puntuales, fulgurantes pero muy discontinuas y descoordinadas. De entre esa variedad hemos extraído cinco que consideramos importantes. El orden de exposición no refleja el orden de surgimiento concreto en cada sociedad, nación, Estado o zona europea.

5.1. La defensa de lo social

Según se debilita el obrero de mono azúl y aumenta la desrregulación y el ataque al salario social, etc, aumenta la cantidad, variedad e interconexión del asociacionismo. No podemos discutir ahora sus relaciones con los viejos y nuevos movimientos sociales, con los sindicatos y partidos clásicos, etc. Dejando de lado la experiencia estadounidense, en Europa se aprecian diferencias entre el modelo inglés de asociacionismo y el continental, y en éste, surgen diversidades según las experiencias estatales. La impresionante movilización social contra las feroces privatizaciones del gobierno conservador británico, por ejemplo el rechazo masivo de las tasas por el alquiler de las viviendas, que aceleraron la caída de Thatcher; la no menos impresionante lucha de masas contra las medidas antisociales que sacudió el Estado francés en el invierno de 1995, o las luchas obreras alemanas, belgas, italianas, o las marchas europeas contra el racismo, o contra la precarización y el paro, etc, nada de esto se comprende en el contexto actual sin recurrir al nuevo, complejo y creciente asociacionismo que lentamente y con muchos problemas se va extendiendo por Europa.

En barrios, escuelas, cultura, consumo, ocio, deporte, droga, salud, minorización, represión, comunicación, etc; con diferentes relaciones institucionales; con o sin referencias político-ideológicas, etc, con estas y otras diferencias, hoy como en las anteriores fases u oleadas de lucha, resurge la «ayuda mutua». Esta experiencia se produce también desde comienzos de los noventa en las grandes conurbaciones norteamericanas con estallidos sociales como el de Los Angeles y otras ciudades en 1992, también en Argentina, Chile, Brasil, Venezuela, Mexico, o también en el sudeste asiático a raíz de la pavorosa crisis financiero-industrial desatada en el verano de 1997, y con especial virulencia en Indonesia, Malaisia, etc. Queremos insistir en que, por una parte, estas luchas conservan profundas relaciones con luchas similares incluso precapitalistas, medievales, feudales y esclavistas. La razón consiste en que, excepto en los peores regímenes dictatoriales, los poderes dominantes siempre han tenido que conceder ciertos niveles de asistencialismo, de ayuda alimentaria, de protección ante la inseguridad vital, de control de la pauperización absoluta, etc, respondiendo a las protestas sociales y al interés egoísta de las clases dominantes por asegurar su continuidad. A lo largo y en el interior de las culturas populares, de las tradiciones de l@s oprimid@s, se han mantenido latentes, utópicos, ucrónicos o conscientes recuerdos de viejas conquistas y derechos arrancados a la minoría. Hoy reviven en las condiciones actuales, con formas actuales.

Por otra parte, además, ahora es tan tremendo el ataque contra las formas contemporáneas de protección social que las masas empiezan a reaccionar con una contundencia que muy pocos esperaban hace una década. En realidad, como veremos a lo largo de las luchas posteriores, actualmente la defensa de las conquistas sociales puede adquirir un esencial contenido sociopolítico precisamente debido a la importancia decisiva que para el Capital tiene el trasvase o mejor decir expropiación de renta obrera y popular para aumentar el beneficio privado burgués. Por esto, en su esencia, defender cualquier derecho colectivo es cuestionar el poder capitalista. Y aunque todavía estamos frecuentemente en luchas defensivas y no ofensivas, incluso esa resistencia genera terremotos políticos más o menos importantes según los casos. Las pequeñas victorias obtenidas en estas batallas frecuentemente ignoradas o silenciadas por la prensa burguesa, generan autoconfianza, seguridad en las propias fuerzas, producen experiencias y teorías críticas, crean redes de autoorganización y autodefensa popular, abren espacios de vida colectiva que multiplican las fuerzas generales de emancipación.

5.2. La reorganización obrera

Muchas de las gentes que impulsan esos colectivos son antigu@s militantes de izquierda y sindicalistas asquead@s. Otras son personas que se han educado en ambientes izquierdistas, progresistas y democráticos, con contactos personales con militantes o con grupos de voluntariado popular y social. Por eso, cuando surgen protestas en las que se interrelacionan fábricas, barrios y problemas populares y sociales, casi inmediatamente los sindicatos y esos grupos tienden a colaborar. El que sus burocracias se opongan o restrinjan esa colaboración, sólo trae desastres y desuniones. Pero las burocracias no pueden arriesgarse a que la tendencia crezca incontroladamente porque tienen miedo que sus bases se contagien del democraticismo directo y asambleario de la mayoría del asociacionismo. Por eso, una de las cuestiones que más azuza el debate del nuevo sindicalismo es la de conectar con quienes luchan contra la precariedad, el paro juvenil, la salud laboral abandonada por el sindicalismo, el ecologismo popular, la cultura creativa, los transportes, el racismo, el trabajo negro y clandestino, las guarderías, etc, etc.

Si ésta es una vía de contacto, otra es la propia reflexión interna del sindicalismo consecuente, necesitado de tomar la ofensiva contra la globalización pero todavía relacionado internacionalmente según los cánones de la fase anterior. En algunos casos, los del movimiento obrero clásico de la fase anterior, todavía no derrotado, las luchas defensivas sostenidas en varios sitios europeos parecen querer superar aquella derrota estrepitosa que el capital británico infringió a los mineros y trabajadores portuarios. Recientemente, las propuestas de la industria automovilística alemana, por ejemplo, reflejan un equilibrio inestable que, junto a otras experiencias, indican que podemos estar en la calma relativa que precede al temporal. En otros casos, la imbricación de todos los problemas y malestares sociales reaparece con más fuerza cuando se anuncia un conflicto obrero en alguna empresa importante y referencial para la memoria de la clase trabajadora. Este es el caso de lo sucedido en el Estado francés al conocerse las severas medidas antiobreras de la multinacional Michelín, cuando precisamente vive un período de aumento de beneficios. Podríamos extender estos análisis a las duras huelgas en Corea del Sur en el sector automovilístico, con fuertes resonancias sociales, y la huelga del sector de transportes y comunicaciones en los EEUU, mostrando la interrelación de todos los problemas colectivos, etc, y su cohesión última alrededor de la centralidad del Trabajo.

Lo cierto es que por varias vías, el sindicalismo de comienzos del siglo XXI no tiene ya la pasividad práctica y teórica del de finales de los ochenta. Si en las oleadas anteriores de lucha, la autocrítica sindical había sido un paso necesario en el ascenso ofensivo, ahora, a escala diferente, sucede lo mismo. Hemos visto cómo la clase trabajadora tuvo que transformar los gremios artesanales en sindicatos de oficio, éstos en sindicatos industriales, éstos en sindicatos antifordistas y ahora estamos en el proceso de crear los sindicatos antitoyotistas y antineofordistas. En cada salto organizativo la clase trabajadora ha tenido que ampliar y mejorar internamente su unidad obrera, luchando contra los divisionismos y las trampas; también ha tenido que mejorar y ampliar externamente sus relaciones con los movimientos populares y sociales, con otras luchas existentes en esos momentos. Este proceso revive hoy en las condiciones actuales.

Interesa, en este sentido, remarcar que, por una parte, los sindicatos antitoyotistas y antineofordistas no tienen más remedio que asumir la lucha contra la precarización y contra el paro estructural como un eje decisivo incluso en el interior de las fábricas, e inseparable de la lucha contra las nuevas disciplinas laborales y sistemas de explotación. Y por otro lado, si esto que es una obviedad no va unido a una asunción militante de los valores democráticos y políticos cuestionados por el Capital, y sobre todo la lucha contra la dictadura del salario. Es decir, renace el debate entre el sindicalismo sociopolítico o revolucionario y el sindicalismo economicista, interclasista y apolítico, debate que existe desde que nació el propio movimiento obrero. Solamente así se pueden solucionar discusiones estériles sobre si ha muerto o resucitado el proletariado, si se ha aburguesado, si ha desaparecido el Trabajo, etc, y se puede entrar a un conocimiento más riguroso de la actual composición de la clase obrera en sus fracciones y en su papel vertebrador del pueblo trabajador en su conjunto.

5.3. Hacia otro proyecto europeo

Otro campo de expectativas es el del rechazo o indiferencia de mucha gente a la unificación burguesa europea. Después de campañas masivas de incitación al voto europeo, las últimas elecciones de verano de 1999, han votado menos de la mitad de los 297 millones de electores. Si hubiera sido un abstencionismo a lo yanki, passota e indiferente, o si la derecha y el nazi-fascimo hubieran subido considerablemente, entonces el panorama sería más preocupante. Pero ha sido un abstencionismo masivamente obrero y popular para un Parlamento en el que la derecha era mayoritaria desde siempre. La derecha ha crecido proporcionalmente, pero no en votos; se ha centralizado más alrededor del Partido Popular Europeo. Tampoco ha crecido la extrema derecha y el nazi-fascismo. Sí se han recuperado, por contra, las organizaciones revolucionarias, los verdes y ecologistas, los independentistas y los movimientos asociativos que se habían autoorganizado para presentarse electoralmente, e incluso también han crecido los comunistas oficiales.

Al margen del retroceso electoral socialdemócrata en Alemania y Austria, laborista en Gran Bretaña, y otros cambios electorales, en el marco europeo la burguesía en modo alguno ha ganado la batalla. Si en las oleadas anteriores de lucha se cuestionaba a su modo la legitimidad burguesa en el plano internacional, ahora, a escala diferente sucede lo mismo. La tarea callada y muchas veces sin aparente futuro de miles de personas progresistas criticando la reordenación de la jerarquía interburguesa europea, que es de lo que se trata, ha ido calando progresivamente en un tierra popular reseca por la sangrienta memoria de guerras, atrocidades, injusticias y sacrificios que han acarreado las reordenaciones anteriores. Aunque en esta reordenación europea, la cuarta en su historia, las burguesías no quieren recurrir a la violencia intensa y menos a la guerra abierta, si bien las tendencias están ahí presentes, como siempre, según lo confirman las crisis balcánicas actuales, aunque es así, la memoria colectiva de los pueblos europeos sigue latiendo y se reactiva en muchos sectores cuando es regada con el agua de la crítica progresista. Crecen así las posibilidades de acción solidaria internacionalista en nuestro continente, un tema que no podemos desarrollar aquí.

5.4. La lucha por la identidad

El parón en la legitimidad de la unificación burguesa europea va unido al aumento de las identidades colectivas, populares y nacionales. Se ha difuminado la euforia de los ideólogos del llamado postnacionalismo, que aseguraban que los Estados y la Unión Europea estaban libres del cáncer corrosivo de los nacionalismos disgregadores. Impulsaban la desmembración multinacional del Este, pero vaticinaban que en el Oeste los pueblos sin Estado y las culturas regionales no incrementarían su fuerza. Ocurre que la toma de conciencia nacional es el nivel más consciente y profundo de un proceso de recuperación de la identidad colectiva que, frecuentemente, comienza con dudas, preguntas, inquietudes y tareas en colectivos de base, deportivos, recreativos, culturales, etc, para ir creciendo y arraigando. Aunque no todos estos inicios concluyan en conciencia nacional de pueblo sin Estado, sí laten en su germen. Pero también se construyen identidades grupales y colectivas no tan definidas como las nacionales pero sí amplias, como las regionales con base cultural y lingüística, etc. Unas, las identidades de los pueblos sin Estado no han sido derrotadas, sino al contrario; otras, en casi todos los Estados renacen las identidades regionales; además, a escala social cotidiana, muchos grupos asociacionistas crean identidades que de algún modo se oponen a la férrea disciplina monocorde y unidimensional definitoria del sujeto y del colectivo inherente a la unificación burguesa europea en curso.

Si la llamada «cuestión nacional» ha estado siempre dentro mismo de todas las oleadas anteriores de lucha, ahora, a escala diferente sucede lo mismo. En estas condiciones son perfectamente normales las diversas estrategias en contra de esta dinámica ascendente y que podemos resumir en tres bloques: el de la socialdemocracia europea, obsesionada por crear un abstracto «ciudadano europeo» que sin embargo no cuestione las identidades nacionales oficiales, opresoras de pueblos y culturas regionales; el de las derechas diversas, que van desde las añoranzas de los conservadores ingleses y su negativa a «entrar» en Europa hasta los nacionalismos reaccionarios como los españoles y franceses y, por último, los movimientos racistas y nazi-fascistas que reaparecen en muchas zonas. Frente a esto, carecemos de una propuesta alternativa como fue aquella que hicieron los bolcheviques en la primera época revolucionaria, para construir una Europa socialista, pero sí debemos reactualizar su contenido y enriquecerlo con las experiencias posteriores.

5.5. Por una comunicación crítica

La crítica de comienzos de los noventa al FMI, GATT y la estructura de poder impuesta en Bretton Wood en 1944, bien pronto avanzó de su inicial especialización crítica económica al neoliberalismo para plantear demandas culturales y de comunicación alternativas, llevados por las iniciativas sociales de creatividad cultural e información veraz y contrastable. Los debates sobre Internet y las redes informáticas, la crítica radical de la industria cultural globalizada, las crecientes autoorganizaciones en red de colectivos y grupos, este proceso multiplicador, tiene un alcance muy superior comparativamente hablando al que en tiempo tuvo la imprentilla revolucionaria, la multicopista clandestina y la radio libre. La fuerza de este complejo movimiento no se alimenta sólo de su propio impulso, aun siendo enorme, sino sobre todo de sus ágiles e irrompibles interconexiones en diferentes niveles con las otras cuatro tendencias ascendentes arriba expuestas. Es más, éstas no tendrían ya ningún futuro sin el recurso a las redes de interconexión, debate democrático y contrastación inmediata de las versiones oficiales. Si cada oleada anterior de lucha ha dispuesto de sus sistemas de comunicación propios y relativamente libres del control represor burgués, ahora, a escala diferente, sucede lo mismo.

Pero las contratendencias en este asunto son poderosas. La centralización y concentración de los medios es un proceso que además de responder a la lógica interna del capitalismo también, sobre todo en este tema, interesa a los poderes tanto para mantener dominadas a las clases trabajadoras como paras sus propias disputas internas. La potenciación de sistemas críticos de comunicación entre l@s oprimid@s europe@s es una de las necesidades más urgentes. Los medios habituales disponibles por las izquierdas ya no sirven ni para ellas mismas con sus propios pueblos y clases, ni para relacionarse entre ellas dentro de Europa. Las transformaciones globales son de tal alcance que estamos ante una de las prioridades esenciales. Casa oleada precedente de luchas logró crear un sistema comunicativo propio que, con todas sus dificultades, podía coordinar los debates y hasta acciones comunes dentro de la velocidad del tiempo histórico establecida en cada período. Generalmente los errores de coordinación venían de las organizaciones que incumplían acuerdos o retrasaban su puesta en marcha. Un ejemplo estremecedor fue el incumplimiento de la Huelga de Masas contra el estallido de la guerra en agosto de 1914 por parte de los partidos socialdemócratas, aunque llevaban años debatiendo al respecto y aceptando declaraciones oficiales en Congresos que les obligaban a ello.

5.6. Hacia el trabajo colectivo

Por último, asistimos a una tendencia que se orienta hacia la crítica de la concepción burguesa del trabajo como exclusivo medio de acceder al hiperconsumo y al éxito personal. Sin entrar aquí al debate de alguna corriente sociológica sobre la tendencia al postmaterialismo, es decir, el salto a la calidad de vida tras quedar asegurada la satisfacción de las necesidades elementales, hay que decir que, en primer lugar, esta tendencia es permanente en la especie humana ya que una vez satisfecha la producción de bienes de vida se pasa a producir bienes de placer superfluo, que se convierte luego en placeres necesarios para la propia creatividad humana. En segundo lugar, obviamente, esta constante humana manifiesta en las comunidades mal llamadas «primitivas» tiene esencial relación con otra constante humana cual es la muy bien llamada ley del mínimo esfuerzo. Solamente los alienados, enloquecidos o amenazados con tormentos insufribles realizan trabajos duros, pesados, insalubres, agotadores, pestilentes e inmundos, y encima mal o nulamente pagados. Nadie cuerdo es esclavo por libre voluntad.

Periódicamente, cuando la sociedad concreta ha acumulado un excedente colectivo y una riqueza amplia de placeres y medios de creatividad, surgen sectores que reivindican y hasta practican formas de vida que niegan el ascetismo, la austeridad y el estoicismo reaccionarios y su ideología del sacrificio laboral. De hecho, el control y disfrute de esos recursos de placer es una de las causas más profundas de la lucha de clases. En el mundo grecorromano, en el Renacimiento, en la Ilustración, en la bohemia romántica, en la izquierda revolucionaria, por no extendernos, hubo movimientos así. Desde mediados de los sesenta del siglo XX comenzaron a resurgir en Europa. La dogmática stalinista y maoísta combatió esta reivindicación con la misma o más fuerza que la burguesa, contradiciendo abiertamente el contenido dionisíaco, epicúreo y hasta báquico de la visión marxiana y sobre todo engelsiana.

En la actualidad, el Capital intenta reforzar una subideología del esfuerzo austero como base del hiperconsumo y del triunfo individualista. El Capital tiene miedo pánico a que el Trabajo reivindique junto a la socialización de la propiedad, también la reducción drástica del tiempo asalariado y una inmensa ampliación del tiempo libre y de los recursos sociales de placer emancipador y creativo. La burguesía necesita que los trabajadores se agoten individualmente en trabajos brutales, mal pagados, frustrantes y embrutecedores, descualificados e hipersimplificados; y necesita que los trabajadores se despedacen entre sí para acceder a esos trabajos esclavizadores, inciertos y precarios. Restringe las posibilidades de un placer controlado y funcional para una pequeñísima minoría de elegidos, y para un sector algo más amplio de esquiroles y siervos que se mueven en la frontera de la precariedad y el lujo. Por eso mismo es tan importante ampliar las reivindicaciones contra el trabajo enajenante, alienador y esclavizador, y exigir la superación histórica del salariado y la generalización del trabajo creativo, concreto. Volvemos así a la importancia clave de la centralidad del Trabajo.

6. ¿Qué podemos aprender?

Que estas tendencias sean ciertas no significa que estén ya aseguradas, que crezcan, se expandan y se coordinen hasta triunfar. Nade es eso. Insistimos en que son tendencias porque son reversibles, porque pueden detenerse, estancarse y retroceder. Pueden ser derrotadas, aplastadas; pueden ser engañadas, confundidas, desorientadas, corrompidas y podridas por la burguesía y el reformismo que las encauza por la vía muerta del institucionalismo hasta hundirse en el cenagal colaboracionista. En oleadas anteriores de lucha ha sucedido esa mezcla de represión y/o integración colaboracionista. Sin profundizar en los paradigmas, sistemas y estrategias represivas que el capital ha aplicado en cada fase de lucha, hay que decir que la que ahora emerge se enfrenta a un sistema represivo -también integrador y asimilador- nuevo caracterizado el control y explotación flexibles y televigilancia generalizada, selectividad integradora y asimilacionista, marginación y exclusión de la disidencia, empleo de policía militarizada de intervención rápida y militarización social. Una victoria de este nuevo sistema es la desactivación de muchas ONGs que comenzaron con buenas intenciones y han acabado siendo cajas recaudadoras para partidos, chatarrerías de burócratas obsoletos e instrumentos de confusión y desorientación. Esta cuestión es importante porque nos permite conocer las dificultades que ya empezamos a sentir.

Teniendo esto muy en cuenta, vamos a proponer algunas reflexiones a modo de puntos de debate sobre lo que podemos aprender de las nuevas formas de lucha que empiezan a surgir en el capitalismo desarrollado, que es el que nosotros, euskaldunes, padecemos y combatimos.

6.1. Otra politización de lo social

Una característica de la globalización es el solapamiento entre producción y reproducción, pues la extracción de la plusvalía se refuerza con la expropiación del excedente global a sectores improductivos, como recién nacid@s, jóvemes, parad@s, jubilad@s, ancian@s, enferm@s terminales, etc. Excedente global como síntesis de capitales económicos, culturales, políticos, simbólicos, familiares, normativos, sexuales, afectivos, proyectivos, acumulados durante toda una vida de trabajo, o depositados e invertidos en un/una recién nacid@, y que la desrregulación vampiriza para acelerar la reproducción ampliada del capital. Así, la explotación se generaliza aunque no lo haga el salariado directo, y el indirecto sea sometido a fuertes recortes. La necesidad de responder a esa expropiación social pasa por ayudar a la autoorganización de cualquiera que inicie su praxis asociativa con una duda sobre la legitimidad y racionalidad de la expropiación que sufre. Esto plantea problemas organizativos, políticos y teóricos a la izquierda abertzale que son de un nivel superior a los de oleadas anteriores porque cada vez se generaliza más la expropiación social y las viejas organizaciones están pensadas para grados de explotación ya superados y menos complejos.

Pero ese esfuerzo apenas surtirá efectos si sigue atado a la forma anterior de hacer política de la izquierda abertzale. Sin extendernos ahora en las diferencias entre la anterior política de resistencia y la actual de construcción nacional, tema al que volveremos luego, sí debemos comprender que lo social ha de ser vivido bajo otra política que se caracteriza, de un lado, por llevar el problema del poder popular al centro de cualquier reivindicación. Lo social ya no tiene posibilidad alguna de crecer si no se autoorganiza con miras a construir poder alternativo. Existen ya a disposición de las gentes recursos informáticos y tecnológicos suficientes para avanzar en las autoorganizaciones correspondientes. De hecho, cada fase u oleada de luchas ha generado sus correspondientes sistemas autoorganizativos de poder popular basado en lo social, desde las comunas revolucionarias de mediados del siglo XIX, hasta los comités de base en fábricas, barrios, estudios, etc, actuales, pasando por los consejos, las asambleas y los soviets. Si se ha logrado en otras condiciones, como mínimo hay que intentarlo en ésta. Por otro lado, se caracteriza por su profundo e irrenunciable democraticismo de base, asociativo, popular, de género, obrero, socialista, en definitiva, independentista y socialista. De hecho, los poderes autoorganizados en comunas, comités, consejos, asambleas, soviets, etc, sólo han sobrevivido en la medida de su democraticismo radical y coherente.

6.2. Nuestras debilidades y fuerzas

En Euskal Herria también se practican con muy diferente intensidad las cinco tendencias, pero el nivel de implicación de la militancia abertzale es muy desigual de unas a otras. Por ejemplo, es generalmente débil en lo relacionado con la «ayuda mutua» social y popular, excepto en la lucha antirrepresiva, pero muy fuerte en el nivel de la lucha cultural e informativa. También es débil en la lucha por otro modelo europeo contrario al burgués, pero muy fuerte en el independentismo. Es fuerte en el paso a un sindicalismo nuevo, pero algo más débil en la extensión al resto del pueblo trabajador y de la sociedad en su conjunto de la lucha global contra la precariedad y explotación flexible. Dos razones explican estas diferencias como son, una, la lógica prioridad dada a los frentes de lucha más urgentes y vitales y, otra, el relativo agotamiento de modelos organizativos abertzales ante los cambios en profundidad causados por la multiplicación de las explotaciones y su flexibilización.

Entramos aquí en un universo plural para el que nosotros sólo podríamos ofrecer recetas muy subjetivas, pues deben ser los militantes implicados en esas luchas quienes resuelvan sus dificultades. Desde este escrito no se puede sino sugerir reflexiones generales que pueden ser tenidas en cuenta y criticadas por los directamente implicados en los temas, aunque sí vamos a intentar ofrecer alguna reflexión sobre el poder constituyente y sus relaciones con las prácticas actuales.

6.3. Hacia un poder constituyente

Hemos construído un entramado popular ágil, diversificado y hasta difuso en muchos momentos, capaz de autoorganizar multitud de actos, eventos, movilizaciones, fiestas, conmemoraciones…que se alimentan y a su vez vertebran a muchos colectivos, creando un círculo virtuoso de retroalimentación y expansión. Desde luego que esta capacidad popular es sometida a toda serie de presiones, chantajes y represiones, pero está ahí y tiende a crecer. Ahora bien, esta lección positiva no debe hacernos olvidar que la iniciativa popular en lo reivindicativo y festivo, aún no ha explorado con decisión otras áreas y problemáticas del universo de la «ayuda mutua» y de la producción y utilización liberadora de valores de uso simbólico-materiales. Es decir, nos falta todavía transformar esa fuerza defensiva -vital en períodos anteriores- en fuerza ofensiva creadora de poder constituyente desde el interior mismo de la autoorganización popular. Los pasos ciertos que estamos dando en la euskaldunización, en la unidad territorial, en la prensa e información, en la extensión del imaginario colectivo, en la investigación histórica vasca, en la creación de pensamiento propio euskaldun, etc, siendo importantísimos en sí mismos, son, o deben ser, el principio de una marcha imparable.

El poder constituyente es aquél que surge como efecto de la autoconstrucción colectiva de los sujetos implicados en su propia liberación. En este sentido, cualquier lucha lleva en sí su poder constituyente porque se constituye en y para ella misma, es autopoiética. Pero, siendo esto cierto, también lo es que existen escalas o niveles más amplios de reivindicaciones, y por tanto de otros poderes más abarcadores, más extensos. En última instancia, la constitución de un poder soberano vasco es la culminación sintética, central pero no substitutiva, del proceso en su totalidad. Las tesis arriba expuestas sobre la autoorganización de base valen para el poder constituyente, pero a una escala superior. Contradiciendo radical y antagónicamente a la jerarquía burguesa que establece cortes absolutos entre los niveles municipales, parlamentarios, ejecutivos, legislativos, etc, e igualmente a la versión más reaccionaria del poder burgués, la organicista y dictatorial, el poder constituyente se caracteriza por la horizontalidad de los flujos de comunicación, de los centros de poder democrático y de las prácticas democráticas de decisión.

6.4. Autoorganización y territorialidad

Debido a las especiales condiciones impuestas a nuestro pueblo aumentan las dificultades para extender los sistemas autoorganizados en redes y en movimientos, especialmente los de creatividad cultural e información crítica, por un lado, y de cohesión territorial y confluencia práctica de los movimientos populares y asociativos vascos, por otro. Difícilmente encontraremos en Europa un pueblo tan cuarteado y troceado internamente en evitación de su futura centralidad cohesionadora. El efectivo sistema de compartimentos estancos creados por los Estados español y francés, y admitidos por los regionalismos vascos, es en la actualidad uno de los obstáculos más serios a los avances en esas seis tendencias, y aunque las nuevas tecnologías pueden permitir grandes saltos, sin embargo se trate de un problema político de movilización de masas, es decir, de poder. Esta cuarta lección es tanto más importante ya que la compartimentación estanca impuesta va acompañada por una estrategia deliberada de dominación y sojuzgación cultural vasca por la cultura franco-española, lo que aumenta la carga y contenido político de las luchas analizadas.

Las identidades necesitan espacios para construirse, territorios materiales y simbólicos en los que echar raíces y, desde ellas, defenderse y relacionarse. Aunque no hayamos estudiado el papel de la emancipación nacional en las oleadas de lucha, porque no era el objetivo de este escrito, su realidad a lo largo de esas fases es incuestionable, y también lo es su interrelación con los espacios obreros, populares y sociales también construídos en esas luchas. Pero las contratendencias fuertes que el Capital está impulsando destruyen esos territorios siempre que pueden porque en ellos arraigan y crecen las libertades. Y de la misma manera en que existe una horizontalidad expansiva abarcadora entre los procesos constituyentes, también lo existe en la construcción de espacios y territorios liberados. Nos situamos, desde esta perspectiva, en una posición radicalmente antagónica con la burguesa que reduce la democracia al sistema de centralidad de la propiedad privada, mientras que desde nuestra perspectiva la democracia socialista es el instrumento de superación histórica de esa propiedad.

6.5. Interrelación selectiva de luchas

Una experiencia común a las oleadas precedentes y a la actual es la interrelación selectiva de las formas de movilización y lucha. Interrelación selectiva que siempre depende del contexto, capacidad, decisión y opcionalidad de praxis históricamente condicionada, de modo que durante un período abarca todos los métodos de acción pero en otro período posterior los avances logrados aconsejan replegar a los cuarteles de invierno ciertos métodos para desarrollar todo el potencial acumulado en los restantes. Se produce así una selección de métodos y recursos que ahora impulsan en el nuevo período todas las fuerzas emancipadoras con más bríos. Pues bien, en este sentido, la experiencia vasca sostenida con altibajos desde la mitad de la década de los cuarenta con la primera huelga general de masas contra el franquismo, es enormemente rica y ha creado una especie de «habito colectivo» que, con sus dificultades, ha sabido soltar los más enrevesados nudos urdidos por el poder. En la actualidad, la selección en los métodos de lucha tiene más valor que antes al aumentar su efecto pedagógico positivo porque el proceso general se sustenta en una más amplia participación social.

Cada oleada o fase de lucha ha tenido su forma de interrelación dependiendo su ejercicio práctico de los debates internos, las posibilidades y la represión. La selección de las formas de lucha y su interrelación ha sido siempre un problema decisivo. Se puede hablar de una constante que recorre a todos los períodos, y es la de la dialéctica entre los fines y los medios. Por ejemplo, la historia de las formas de huelga, o de las conmemoraciones del 1º de Mayo, o del día de la mujer trabajadora, o de las relaciones entre el parlamentarismo y la acción directa de masas, o entre las luchas armadas y sabotajes obreros y las luchas políticas pedagógicas para los sectores menos concienciados, etc. Por la importancia de este asunto, la burguesía siempre ha presionado para que se olviden y se desconozcan esas experiencias. La historia de las luchas es también la historia por su recuerdo y actualización permanente. Una de las tareas básicas actuales es la de recuperar la historia de autodefensa de nuestro pueblo y sus métodos colectivos de decisión de las tácticas más convenientes en casa fase de su emancipación.

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