Artículo publicado en la página 9 del EGIN del día 26 de abril de 1998.
El descubrimiento de una sofisticada interceptación de las comunicaciones en la sede de Herri Batasuna en Gasteiz; el pulcro saqueo de la sede de Ikasle Abertzaleak en Donostia; los frecuentes «robos» en vehículos que, ¡oh casualidad!, pertenecen o son usados por independentistas; el control de cartas o conversaciones de los prisioneros… son ejemplos que confirman la ya inconmovible certidumbre popular de que el Estado recurre a todos los medios para obtener información sobre la izquierda abertzale. Ahora bien, que sea, como lo es, una esmerada aplicación práctica de cualquier manual de espionaje militar y político; que sea otra flagrante conculcación de sus propias leyes por parte del Estado español, así como un escarnio humillante para la democracia vigilada que él mismo nos impone, siendo cierto, es, sin embargo, una parte del problema. Todo estado, cualquiera, realiza el espionaje sistemático de sus enemigos, e incluso de sus amigos más fieles. Además el capitalismo actual está ampliando el control e información dentro de su esfuerzo modernizador de los aparatos represivos. Sin embargo, esta tendencia general adquiere contenidos específicos en determinados pueblos oprimidos, en los que el Estado ocupante necesita no sólo hacer visible la entera sociedad e iluminar todos los espacios obscuros e inaccesibles para él en los que puede crecer la mínima resistencia; también, esa información, esas luces que todo lo descubren y ven, debe elaborar un conocimiento que destruya la memoria histórica, el pensamiento emancipado y la consciencia crítica del pueblo ocupado.
La actual dominación exige un sofisticado control social, un masivo espionaje, una ágil guerra sucia y muy modernas policías. Sin buen espionaje no hay buena represión. Las mentiras, falsedades y manipulaciones, básicas en su doctrina represiva, no existirían sin espionaje. Para mentir bien, para divulgar rumores o falsedades creíbles y no estrambóticas, para manipular, la información es básica. Para planificar campañas electorales, con sus promesas hipócritas y caramelos envenenados; para calibrar el malestar colectivo, sus ansias, decepciones o deseos; para generar falsas expectativas y promesas artificiales o para provocar y guiar estallidos de brutalidad autoritaria, fascista e irracional…en fin, para mantener el poder, hace falta información con la que construir el mundo ficticio de la «normalidad». Y hay que obtenerla en cualquier sitio, en controles de carretera o registros domiciliarios, en hospitales y centros de urgencia, en ministerios e instituciones, en escuelas y universidades, en visitas a prisioneros o en su correspondencia, en manifestaciones y actos públicos, en asambleas estudiantiles, populares u obreras, en centro especializados y mercenarios, en bares y salas de fiesta, en iglesias y prostíbulos, en donde sea. También como sea, legal o ilegalmente, con la más moderna tecnología, el más ruin soborno o la más inhumana tortura. Aunque no siempre la información es poder, siempre es una condición imprescindible para el poder. Información extraída del pueblo pero que no devuelta al pueblo, sino usada contra él.
Pero, y esto es decisivo como veremos, el amontonamiento informativo, cuantitativo, su multiplicación exponencial incluso, no basta a largo plazo en situaciones de opresión nacional. A corto plazo sirve para las detenciones individuales, en grupo o en cadena. Son golpes cuantitativos originados por informaciones cuantitativas. Pero el problema es histórico, complejo y multifacético, cualitativo. Para que las ingentes cantidades de datos concretos que el Estado obtiene con todos sus recursos, sean efectivos más allá de las periódicas detenciones, hacen falta otras armas e instrumentos. Una mentira repetida mil veces puede convertirse en una verdad asumida sólo si el pueblo ha perdido su memoria y su autoorganización para crear su propio pensamiento, su verdad crítica y contrarrestar la propaganda oficial. Si una parte decisiva, substantiva, del pueblo ha logrado superar el punto crítico de autoorganización en la creatividad de conciencia colectiva, en la permanente actualización de la memoria histórica, entonces de poco sirve la mejor mentira, que debe arroparse en una muy sofisticada manipulación que, a su vez, ha de estar reforzada por otros recursos políticos, culturales, etc. La mejor manipulación imaginable, la que hace creer a los hombres que son libre cuando en realidad son esclavos, necesita de algunas demostraciones de esa aparente libertad. Por ejemplo, gobiernillos regionalistas, algunas descentralizaciones burocráticas del aparato estatal central, etc.
Y aquí empiezan los problemas para el Estado. Sus medios informativos le sobrecargan de datos, hechos, comportamientos individuales y colectivos. Sólo si el invasor opta por el genocidio masivo, y de eso «España» sabe mucho, se despreocupa por comprender y optimizar racionalmente esos datos. Pero si, por lo que fuera, o en una primera etapa, el ocupante quiere aparentar cierto respeto, entonces debe estudiar la información no desde sus claves mentales, culturales y lingüísticas, sino desde la identidad del pueblo ocupado. Cualquier invasor astuto que haya deseado estabilizar su poder ha sabido lo vitales que son los colaboracionistas. Traducen, explican y adaptan sus órdenes al pueblo para que penetren con más facilidad, con menos resistencia. A la vez, traducen al amo invasor las más inaccesibles identidades del pueblo, indicándole los caminos más efectivos para manipularlas o destruirlas. No hace falta citar la tercera función, la propiamente represiva que realizan los colaboracionistas. Sin embargo, la efectividad del colaboracionismo también es limitada. Puede rendir frutos durante un tiempo; puede integrar en el orden impuesto a franjas del pueblo, y desactivar la resistencias de otras franjas, desmoralizándolas. Es cierto. Ha ocurrido y ocurre aquí y en todas partes y por eso mismo los invasores más ladinos mantienen buenas relaciones con los colaboracionistas.
El límite del colaboracionismo en su alianza simbiótica con el amo extranjero, aparece, en líneas generales, cuando ni uno ni otro terminan de cumplir las promesas realizadas, cuando cada vez más sectores populares anteriormente engañados o convencidos, desmoralizados también, comienzan a desengañarse, a ver las cosas de otro modo, o se ilusionan por el ejemplo y las victorias de quienes han seguido luchando, cuando una y otra vez más y más jóvenes se lanzan a la lucha. Estos procesos llevan tiempo, y durante él se transforman o fortalecen muchas identidades y referentes históricos, aparecen otros deseos y aspiraciones populares. Indefectiblemente, se agotan las estrategias, doctrinas y sistemas represivos del Estado y del colaboracionismo. Hay que cambiarlas, mejorarlas, ampliarlas. Desde luego que también se amplían los recursos técnicos, económicos y los efectivos militares, pero desde y para otra doctrina. Es significativo que, como según se comenta, la sede abertzale en Gasteiz estuviera interceptada desde 1992, cuando la máxima euforia triunfalista del sistema represivo del PSOE. Es significativo que se haya mantenido aun cambiando de gobierno en Madrid: los gobiernos pasan y el ejército permanece. Esa dialéctica de cambio y permanencia explica la dialéctica de la mejora represiva manteniendo la estrategia histórica inalterable de ocupación.
Las transformaciones ocurridas en nuestro pueblo en los últimos años han obligado al Estado ha cambiar, ampliar y profundizar sus ataques. Sus sistemas de información detectaron desde hace varios años el fortalecimiento de las raíces identitarias vascas, la ampliación del prestigio, legitimidad y efectividad científico-cognoscitiva del euskara, la recuperación masiva de la solidaridad con los prisioneros y exiliados, el nacimiento de un nuevo movimiento obrero abertzale y la aparición de una nueva identidad de clase en el pueblo trabajador vasco, el fortalecimiento de la identidad territorial histórica con Iparralde, etc., etc. El Estado comprendió que el sistema represivo del PSOE estaba agotado, derrotado, obsoleto e incapaz para detener esa marea. Y decidió atacar a la raíz misma del problema, no andarse con tibiezas ni promesas autonomistas. Sabedor del egoísmo de clase de los colaboradores burgueses vascos, decidió estrujarlos a tope. La «España Imperial» ha vuelto. Aunque multiplica los recursos técnicos de espionaje e información, ya no se fía de sutilezas analíticas ni se arriesga a aplicar síntesis inciertas que no produzcan sangre y dolor vascos de inmediato. Ha dejado la zanahoria y emplea dos palos. Sin embargo, esto es un incuestionable ejemplo de debilidad estratégica, de impotencia ante el futuro y se precipita por la que cree la salida más corta: la solución final.
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 26 de abril de 1998