Publicado en EZPALA Ezker Abertzaleko Aldizkaria. Publicación de la Izquierda Abertzale. (Pedro Egaña, nº 2-1.esk. 20.006 Donostia) nº 7 de 1998 pp 35-43.
La liberación sexual es una necesidad básica para comprender el proyecto independentista y socialista abertzale. Dicha liberación se está realizando ahora mismo en medio de grandes dificultades y pugnando contra otro modelo sexual que se está imponiendo desde los aparatos de poder. La liberación sexual no es sólo la ineluctable superación de un viejo orden sexual, sino sobre todo la lucha contra otra sexualidad que pretenden imponer destinada a llenar el vacío que deja el modelo caduco. La vieja defendía el orden sexual franquista, la nueva el del capitalismo mundializado. La primera fracasó en encorsetar y dirigir los avances sexuales habidos desde comienzos de los setenta, pero aún decenas de miles de vasc@s malviven sexualmente y desconocen sus grandes potencialidades de placer, al haberla padecido desde su nacimiento. La segunda aún no ha desplegado definitivamente su aterrador poder de control, manipulación y represión, aunque el proyecto del Gobierno español de endurecer brutalmente el Título VIII del Libro I del Código Penal de 1995 es uno de los pasos decisivos en ese sentido, en caso de ser aceptado por el resto de fuerzas parlamentarias.
Luchando contra la superada pero aún coleante sexualidad franquista, y sobre todo, contra la nueva ofensiva represora, contra ese nuevo orden, vive, goza y avanza la liberación sexual. Lo hace con muchos problemas, con escasos medios educativos, científicos e higiénico-sanitarios, frecuentemente con tanteos y exploraciones, con rupturas, pero también con angustias y temores, con retrocesos incluso, con caídas claudicantes en la falsa tranquilidad del sexo institucionalizado, encarcelado entre las paredes del matrimonio agotado, del miedo al placer, de la ignorancia del propio cuerpo, de la represión, desplazamiento o sublimación de los deseos, sueños y fantasías sexuales…
La sexualidad, o mejor las sexualidades, en plural, no son pura biología reproductiva; tampoco son reductibles a la mecánica orgásmica. Todas las que coexisten y chocan en una época, forman un multidimensional espacio en el que los poderes se alían para controlar, domesticar o exterminar las pautas sexuales de las masas oprimidas, e imponerles a la vez o más adelante otros códigos que aseguren la reproducción de esos poderes. Tales luchas no son sólo represivas y exterminadoras, aunque en caso desesperado no dudan en aplicar una brutalidad extrema, sino que también delegan minipoderes a franjas de oprimidos, los corrompen e integran en sus lógicas, y también producen saberes y conocimientos que en manos de esos minipoderes producen beneficios, placeres y ganancias que refuerzan en poder sexual dominante. Maridos, novios, amigos, sujetos que dominan en las relaciones sexuales, que imponen sus gustos, que controlan y vigilan para que la otra persona, no se independice o siquiera no dude, no pregunte y no proponga innovaciones que pueden acarrear una disminución o incluso la pérdida de los privilegios y poderes del macho dominante.
Estos sujetos están interesados en mantener el orden sexual establecido e incluso pueden impulsar ciertos cambios beneficiosos para ellos. Pero no tolerarán en absoluto la independización de las personas que les obedecen, que con su sumisión sexual les proporcionan no sólo un placer más o menos intenso, sino sobre todo el fortalecimiento de su autoestima como machos dominantes, el ascenso en el ranking público del sexismo, con las repercusiones de todo ello en un aumento de su capital simbólico personal. Estos sujetos, sin embargo, son los primeros en apoyar las restricciones legales que con cualquier excusa imponga el orden patriarcal sobre las capacidades sexuales de las gentes. Por eso, la liberación sexual es a la vez trifronte: contra el poder machista público, contra el privado y contra los propios miedos y temores personales. Es una lucha liberadora contra las leyes y sus instituciones, contra la dominación del amo concreto, y contra el sistema represivo interno, inconsciente, que cada nos han introducido.
1.-
El Abate Monteuil escribió sobre la altivez de la mujer vasca en el siglo XVII, siglo de áspera batalla entre dos estrategias de construcción del cuerpo: la burguesa de la Reforma y la tardo-feudal de la Contrarreforma. Pero antes de que ambas chocaran en sus dispositivos sexuales, corporales, familiares, temporales, educacionales, etc., existía una dura pugna entre la sexualidad perviviente de la Alta Edad Media, de los siglos obscuros y de las prácticas paganas aún vivas, y el nuevo orden sexual inherente a los Estados en centralización y la Iglesia desde el siglo XII. En la lucha para destruir esa sexualidad anterior se formó primero el código medieval y después el burgués, inicialmente interesados en santificar la fusión de la propiedad sexual con la económica mediante el sacramento del matrimonio indisoluble. Recordemos la tenaz resistencia en Navarra al matrimonio indisoluble decretado en esa época. La ofensiva antisexual se endureció con el Concilio de Letrán de 1219, al anular los matrimonios realizados sin la presencia del cura. Identificar a la mujer con el mal y el pecado era tarea eclesiástica. Los franciscanos con San Buenaventura como líder, destacaron por ese ataque desde el siglo XIII. La aparición en esa época de la prostitución facilitó la identificación en un período de empobrecimiento económico. En Euskal Herria el siglo XV está surcado por las referencias de los poderes urbanos a las libertades de las muchas mujeres. Las minuciosas ordenanzas municipales muestran esa preocupación de los hombres ricos. Pero existía un acoso sexual institucionalizado, agresiones físicas y violaciones.
La Iglesia reconoció en 1510 la fuerte pervivencia de viejas tradiciones y creencias precristianas ancladas en nuestro pueblo. Poco después se desató la caza de brujas por la Inquisición en toda Euskal Herria, activa hasta el primer tercio del siglo XVII. Hay que recordar que la Inquisición española sólo se implantó en todo Hegoalde tras la ocupación militar del Reino de Navarra en 1513. La represión brujeril fue parte substancial de la represión del orden sexual popular, su cultura oral y euskaldun, su paganismo latente bajo la superficialidad del culto cristiano. Una represión también ejercida en nombre de un nuevo y superior conocimiento que se había formado en universidades que habían excluido a las mujeres. El saber expansivo que llegaría a ser la revolución científica del siglo XVII, nació misógino. Mientras que Galileo y Descartes alumbraban el racionalismo mecanicista, a la vez, se quemaban mujeres vascas, esas a las que el Abate Monteuil achacaba altivez. Aquella sexualidad resistió recurriendo a todo, desde el adulterio privado o en grupo hasta el rapto matrimonial, pasando por el matrimonio clandestino, concubinato, uniones libres y amancebamiento. Resistencia difusa incluso al final del siglo XVIII, cuando el dispositivo sexo-corporal señorial retrocedía ante el burgués. Resistencia infinitamente más arriesgada y peligrosa para la mujer que para el hombre por la enorme desproporción de castigos por la infracción del orden sexual.
Mientras Erasmo de 1530 defendía la urbanidad, la regulación de la cotidianeidad, de la nueva jerarquía en mesa y convites, de la nueva privacidad doméstica y en el dormitorio, inaugurando el refinamiento y la etiqueta, en ese momento la Reforma burguesa, especialmente Calvino, defendía justo lo contrario, el trabajo y el ahorro, la austeridad en el gasto y la condena de la suntuosidad. Esta contradicción no rompió la unidad sexual entre católicos y protestantes o hugonotes en Iparralde, que no salieron en defensa de la mujer, como indican las persecuciones y quemas de brujas en 1576 en Lapurdi, en 1599 en Zuberoa, en 1605 en Miarritze y las 700 personas quemadas vivas en 1609 en Lapurdi, la mayoría de ellas mujeres y dos curas. El triunfo de la Contrarreforma tridentina en Euskal Herria no garantizó aún y todo su impunidad pues tras finalizar en 1563, hasta 1591 se adoraban en la catedral de Iruñea imágenes sacras prohibidas 28 años antes, y todavía a comienzos del siglo XVII se protestaba por escrito en Donostia contra la obligación de escuchar el sermón dominical. Incluso en temas tan vitales para el nuevo orden como eran los concernientes a su propia e interna obediencia, existían fuertes resistencias colectivas.
Trento potenció dos grandes control sexuales, la confesión y el sermón. La primera permitía conocer las debilidades de la carne y aterrorizar directa y personalmente con el infierno. El segundo, adoctrinar y amenazar en público. La Virgen María como ideal separó aún más a las mujeres ricas de las pobres, muchas de las cuales se sumaban a las matxinadas, motines y sublevaciones populares contra la minoría acaparadora que estallaron desde comienzos del siglo XVII. Poco después aparecieron las primeras escuelas para niños ricos y con ellas la imposición de otra sexualidad: la del miedo al propio cuerpo por el pecado de onanismo, de masturbación. Esta presión se amplió en el siglo XVIII. Mujeres y niñ@s de las clases dominantes fueron adoctrinad@s para rezar sus oraciones de castidad al pie de la cama, para huir de las tentaciones nocturnas. La nueva sexualidad se imponía en castellano y francés porque el euskara estaba excluido de las escuelas. Se fue construyendo una mujer e infancia dóciles, pasivas, asexuales, castas y vírgenes, obedientes, disciplinadas. La Ilustración y los revolucionarios burgueses de finales del XVIII fortalecieron esa construcción.
Existían, así, las bases para la victoria del nuevo orden sexual más allá de las reducidas clases dominantes, pero la larga secuencia de protestas, huelgas, matxinadas, guerras e invasiones que asolaron Euskal Herria entre los siglos XVII y XIX, presumiblemente fue una causa importante del retraso de su victoria, y de la pervivencia de costumbres con rescoldos del viejo sistema sexual. Decimos presumiblemente porque habiendo pocos estudios, los que existen así lo sugieren. Además, los períodos convulsos y tensos, las luchas, resistencias armadas y guerras populares como las dos carlistadas, propician un relajamiento de las disciplinas y controles sexuales. Como, sobre todo, chocaban dos culturas, euskaldun y erdaldun, se puede sospechar que la continuidad de un antiguo orden sexual más o menos debilitado se logró también en y por la resistencia muchas veces violenta a injusticias internas y agresiones externas, y a la función clave del euskara en su racionalización. Y que el desarrollo de un código sexual nuevo se alimentó de la dinámica interna socioeconómica y de las ayudas militares externas, invasoras, más el imprescindible apoyo del castellano y del francés.
2.-
El siglo XIX vio crecer el orden sexual capitalista básico asentado en cinco pilares: la medicina científica desde los descubrimientos de Pasteur en 1876; la psicología que tuvo en Wundt, Lombroso y Freud sus grandes maestros expandiéndose desde los ochenta de ese siglo; el higienismo social que derivó en seguridad social desde 1881 en la Alemania de Bismarck; la sociología de Comte y Spencer que se opuso al socialismo revolucionario marxista y anarquista, y la nueva pedagogía de la infancia popular que tuvo en Alemania su principal experimentación. La sexualidad burguesa, o sea, el complejo psicosomático productor de fuerza de trabajo, de sumisión moral y miseria sexual en la reproducción biológica, era inseparable de esos cinco pilares. La oleada revolucionaria de 1848-49 forzó su parto y la Comuna obrera de 1871 y el inmediato ascenso socialista en toda Europa, aceleraron los ritmos de todos y cada uno de esos recursos disciplinarios.
La década de los setenta del siglo XIX fue clave para Euskal Herria porque, en Iparralde, la aplastante derrota francesa ante Alemania en 1870 multiplicó exponencialmente la presión ultracentralista y antivasca, y, en Hegoalde, la derrota militar de la feroz guerra de supervivencia de 1872-76, llamada por los españoles segunda guerra carlista, acabó con los restos del Régimen Foral. Vayamos por partes. La burguesía francesa tuvo pánico por las lecciones de la fulgurante derrota ante Alemania: atraso económico, débil «identidad francesa» y fuerte movimiento obrero. La estrategia posterior buscó resolver los tres peligros. Iparralde sufrió en lo económico, la extrema periferización y dependencia absoluta hacia el norte del Estado, generando pobreza estructural, migración masiva y despoblamiento; y en lo identitario, la presión antivasca en todos los aspectos, sobre todo en el nuevo sistema educativo, copiado precipitadamente del alemán, destinado a fomentar el «espíritu francés». La escuela de Jules Ferry y la máquina de alistamiento militar tenían el mismo objetivo. Una temporalidad estática y plomiza se implantó en la sociedad vasca, fortaleciendo a sus estamentos conservadores durante décadas. El orden sexual tradicional mantuvo así su estructura patriarcal y reproductora, en una vida gris y anodina que contrastaba con el consumo exuberante y lujurioso de las clases ricas en casinos y prostíbulos de Miarritze.
La derrota militar de 1876 destrozó la Soberanía Foral e impuso cambios estructurales de largo alcance pero muy celéricos. Para 1890, cuando la primera gran manifestación y huelga obrera, respondida con el estado de guerra, la sociedad vasca sufrió un desquiciante terremoto en sus códigos sexuales. Por ejemplo, en el Bilbo de 1825 la edad media de matrimonio de las mujeres era 27,6 años bajando a 24,8 años en 1887, mientras que la edad media de los hombres se mantuvo casi la misma, alrededor de 27. Tanta reducción en las mujeres fue debida a un recorte radical de su libertad y de su capacidad para contribuir como el hombre al costo familiar. Las mujeres perdieron independencia personal y económica con la industrialización desatada y debieron lanzarse antes, más indefensas, al mercado del matrimonio. Las consecuencias de todo ello sobre la gratificación sexual eran innegables, sobre todo en una sociedad en la que el movimiento obrero generaba un nuevo machismo o asumía fervientemente el machismo burgués, presionando con fuerza para que las mujeres dejasen la fábrica y se enclaustrase en casa.
Cuando el alcoholismo masivo degeneraba en peleas a puños, a navajas o con pistolas, de modo que en 1885 la patronal minera pidió al gobernador que expropiada a los obreros todas sus armas. Cuando la subalimentación, pobreza y falta de higiene social causaban estragos como la epidemia de cólera de 1884 y el posterior rebrote de fiebres tifoideas. Cuando la norma era el endeudamiento permanente con los economatos patronales, como el de Gallarta, que fiaba al 95% de los trabajadores del pueblo. Cuando se malvive así apenas hay placer libre y emancipado. Las mujeres fueron condenadas al «dulce hogar» al perder su independencia económica y firmarse la alianza patriarcal capital-trabajo con ese fin. El higienismo social jugó un papel clave con su «nueva mujer» asexuada y sumisa destinada a ahorrar dinero al patrón con el trabajo y ahorro domésticos, padecer la agresividad y frustración del marido, ser ancla desmovilizadora en casos extremos, y formar la nueva fuerza de trabajo según las consignas profilácticas, pedagógicas y políticas del orden burgués. La derrota sexual fue imparable: en 1825 el 45% de las mujeres activas en Bilbo eran casadas y viudas, en 1935 eran el 15%. Bilbo adelantaba lo que sucedería en todo Hegoalde.
El higienismo social fue un movimiento patriarco-burgués destinado a parchear las insoportables condiciones sociales. De base cristiana, potenció el mito de la maternidad como instinto humano, creado artificialmente desde el siglo XVIII con la familia burguesa del capitalismo comercial. Los reformistas y los Estados se inquietaron por la calidad y cantidad de los partos. Calidad para el trabajo y cantidad para las guerras. Lo que se ha llamado la colonización de la infancia mediante la nueva escuela y la puericultura, sumado al adoctrinamiento de las mujeres burguesas y de las obreras recluidas en casa, se logró con el paciente esfuerzo de las iglesias cristianas, colectivos médicos e instituciones estatales. Luego se sumó el patriarcado obrero-sindical. En Hegoalde desde comienzos del siglo XIX existían ayudas forales a la alimentación de niñ@s pobres, pero desde 1902 se impulsó la acción de Diputaciones, Cajas de Ahorro y grupos reformistas, además de las leyes de los Estados ocupantes. Daban charlas, editaban folletos, visitaban casas obreras enseñando lo maligno de la masturbación, sexo pre y extraconyugal y no reproductor, homosexualidad, dispendio, falta de decoro y malos modales, lectura de prensa subversiva…
El retraso de la industrialización vasca y el peso enorme de la represión religiosa, política y militar -basta repasar entre 1890-1931 la larga lista de toques de queda y de sitio, el poder eclesiástico, la influencia de la prensa, la tasa de analfabetismo, las dictaduras Primo de Rivera y de Berenguer,- hicieron que las izquierdas apenas elaborasen un plan de liberación sexual. Tampoco surgió un potente movimiento feminista como en otros países. Las valiosas tesis anarquistas que tanto lograron en Catalunya, por ejemplo, casi no tuvieron eco en Euskal Herria. La misma suerte corrieron las primeras teorías liberacionistas de la revolución bolchevique de 1917 y los posteriores de la Sex-Pol freudo-marxista alemana. Las leyes de la II República española, derecho al voto en 1931, derecho al divorcio en 1933, suavización de la represión psiquiátrica de 1933-34, tan dañinas contra las mujeres, etc., fueron barridas por el golpe militar de 1936.
3.-
Con el franquismo la Iglesia apoyó fervorosamente al machismo asustado por el tímido feminismo republicano. El fatuo sexismo militarote de uniformes, desfiles, saludos y símbolos fálicos, sirvió hasta 1959 para excitar y unir la identidad de género masculino con la españolidad, y desacreditar a los «rojo-separatistas» como afeminados enemigos de la «hombría de la raza». Aunque la mística fálica fascista se debilitó oficialmente en 1959, pervivió en la educación, propaganda y prensa. Con el desarrollismo la falocracia tuvo que adaptarse a grandes cambios con determinantes efectos sexuales: masivo traslado poblacional del campo a ciudades en construcción; llegada incontenible de turistas y películas extranjeras; rápido desarrollo de la TV, y costumbres nuevas que decenas de miles de emigrantes narraban en sus vacaciones. La censura no detuvo la avalancha de imágenes, modelos y propuestas alternativas.
Pero la masacre franquista había sido tan terrible que izquierdistas y feministas no podían responder a esos cambios. Aunque muchas mujeres lucharon en retaguardia, en los frentes y en la clandestinidad durante la larga guerra de 1936-47, cuando el PNV desarmó su tropa en Iparralde, su heroísmo no rompió el machismo organizativo. Después, las grandes huelgas y pequeñas resistencias hubieran sido imposibles sin su acción invisible. En los primeros años de ETA la reivindicación feminista estaba prácticamente ausente. Pero existían fuerzas decisivas para el futuro de una estrategia de liberación sexual: la mujer que militaba o colaboraba en las crecientes formas de resistencia vasca, que en casa enseñaba el euskara a sus hij@s, que buscaba trabajo asalariado, que empezaba a organizar grupos de euskara, bailes y cultura, de guarderías populares, de mujeres para autoayuda y educación sexual, que no aguantaba el acoso machista, que comprendía las acciones de ETA y que sintió orgullo de género al ver a otras mujeres condenadas a muerte por ser de ETA.
Desde inicios de los setenta la emancipación sexual práctica buscaba ansiosamente aportaciones teóricas de las luchas sociales, feministas y obreras simbolizadas en el mayo’68 francés, para responder mejor al orden sexual dominante. En éste sobrevivía el caduco sistema nacional-católico, con su prensa, escuelas y púlpitos, pero irrumpía ya el modelo sexual keynesiano centrado en el consumo erótico de masas. Así, mientras muchas mujeres y colectivos de toda índole abrían nuevas reivindicaciones, el orden patriarco-burgués se distanciaba de la estrecha represión anterior y permitía una supuesta reforma sexual simultánea a otra supuesta reforma política en el final del franquismo. Fue un proceso ineluctable desde el momento en el que el desarrollismo de los sesenta abrió las primeras grietas en la vieja sexualidad franquista que se cuarteó con un ritmo propio pero dentro del resquebrajamiento de la dictadura. Incluso el poder dominante manipuló la supuesta reforma sexual para retrasar las políticas aparentando más concesiones y aperturismos.
Modas artificiales como el «destape», o el «cine erótico» de pestilencia ramplona y sexista, o las primeras revistas sobre información sexual, o cierta liberalización del acceso a condones y a anticonceptivos bajo manga, o incluso algunos programas televisivos que forzaron hasta dimisiones sonadas, etc. Ahora se nos ha olvidado aquella miseria sexual y aquella aparente liberación y reconocimiento de derechos sexuales, corporales, afectivos y amorosos básicos. Pero la dominación patriarco-burguesa obtuvo suficientes ganancias con aquella maniobra de abrir con tensiones internas por la resistencia del machismo más retrógrado, la espita de la sexualidad keynesiana ya dominante en el resto de Europa. Mientras las izquierdas discutíamos sobre comunas colectivas, papel de la familia, amor libre, liberación del cuerpo, nueva educación amorosa, sexualidad infantil, y luchábamos por guarderías y centros vecinales, el poder dejaba en manos de un machismo oportunista la propagación de un consumo erótico de masas que daba suculentos beneficios económicos y desviaba o apaciguaba tensiones y reivindicaciones difusas, borrosas, desorganizadas, precisamente para evitar que se organizaran y concretaran.
El consumo erótico de masas era la gratificación sexual funcional y adecuada a la honda larga expansiva de 1945-70. Junto a otros medios de dominación e integración, como seguridad social, servicios sociales en educación, cultura, subsunción del sindicalismo, etc., el consumo erótico de masas desactivaba la tensión nerviosa del trabajo en cadena, en serie y taylor-fordista, de la guerra fría y amenaza nuclear. Daba a los hombres de las clases oprimidas una sensación de libertad sexual o al menos de mayor capacidad de disfrute, que la que recordaban existía en los años treinta, durante la guerra y justo después de acabar ésta, en los duros primeros años de las agotadoras reconstrucciones de todo lo arrasado y destrozado. Para la juventud que apenas recordaba los últimos años de la guerra, era el tercero de los componentes básicos del nuevo sistema, siendo los otros dos el pleno empleo y el arrasador consumismo. Para las crecientes masas de emigrantes forzados, exiliados políticos o desplazados por la guerra y sus secuelas, el consumo erótico machista era, muy probablemente, la única forma de gratificación sexual posible. En cuanto a la sexualidad de las mujeres ¿a quién importaba si el feminismo apenas había comenzado a despertarse? En aquellas condiciones, pues, el consumo erótico de masas actuaba como desagüe y sumidero de múltiples tensiones. Las izquierdas tradicionales, stalinistas, eran incapaces de responder a esa manipulación, y las llamadas nuevas izquierdas, pese a sus críticas muchas veces certeras, carecían de poder de presión para detener el comercio erótico, que no era sino el primer paso de la siguiente y ya actual industrialización de la sexualidad falocrática.
Sin embargo, ocurría que la parte más superficial de este orden sexual llegó tarde a Hegoalde por la pervivencia del franquismo, obligando a miles de vascos a pasar a Iparralde para acceder al mercado erótico: cines y revistas pornos, artefactos eróticos en sex-shop, condones. Conforme su acceso se facilitaba en Hegoalde por efecto de la supuesta reforma sexual, decrecía el paso a Iparralde, en donde muchos negocios del comercio erótico entraron en crisis, al igual que en Perpignan y otras zonas de la Catalunya norte. Pero este orden aceptaba a regañadientes y con resistencias, el divorcio, aborto, anticonceptivos, homosexualidad, cambio de sexo, educación sexual menos mala, etc. Muchas vascas pasaron a Iparralde a abortar, por ejemplo, pues la caduca sexualidad franquista se resistía a desaparecer incluso tras la muerte del dictador, y sólo en 1981 se legalizó el divorcio, en 1983 los anticonceptivos y en 1985 se despenalizó parcialmente el aborto. Estas conquistas elementales y básicas para un disfrute de la sexualidad libre, se debían, desde luego, a la fuerza de la lucha para obtenerlas, pero aún y todo así, la realidad social cotidiana se estaba volviendo en contra de la liberación sexual, como veremos luego.
La década 1975-85 fue de fuerza del feminismo vasco en general, que en 1977 tenía sus I Jornadas Feministas de Euskadi, en 1979 movilizaba mucha gente y en 1984 sus II Jornadas. Sin embargo, agonizaba. Por un lado, no supo atraer a las mujeres más jóvenes; por otro, el PSOE absorbió a bastantes mujeres y las conquistas citadas dejaron sin estrategia a medio y largo plazo; además, estallaron disputas entre grupos que impidieron cualquier trabajo en común y, por último, la política neoliberal y el incumplimiento del programa electoral del PSOE propiciaron el desencanto feminista, desmoralización que antes desintegró a la izquierda estatal y reformista. Había muerto el feminismo formado en la escueta lucha contra el orden sexual franquista. Su apogeo llegó con la crisis de ese orden, y su muerte con los cambios introducidos por el poder patriarco-burgués. Desde 1974 mujeres abertzales discutían en Iparralde la necesidad de una organización específica contra la triple opresión: sexual, nacional y clasista. En 1978 se concretó ese avance en Hegoalde y desde ahí en adelante, con reorganizaciones en 1981 y 1988, surgió el feminismo abertzale.
4.-
A comienzos de los ochenta surgió el nuevo dispositivo sexual destinado a integrar bastantes de las características de la sexualidad keynesiana en un orden corporal más adecuado a las necesidades del capitalismo mundializado, post-keynesiano. La investigadora Susan Faludi recopiló en su imprescindible y voluminoso texto «Reacción. La guerra no declarada contra la mujer moderna» (1993), la rapidez y gravedad de la expansión de ese nuevo sistema precisamente en una de sus cepas de incubación, los EEUU: en 1976-84 los asesinatos de mujeres por motivos sexuales crecieron un 160% mientras descendía la tasa de homicidios; en 1983-87 aumentaron en más del 100% las acogidas en las casas de refugio contra la violencia sexual; en 1989 en una encuesta del ‘New York Times’ el 50% de las mujeres negras y el 25% de las blancas aseguraban que los hombres querían destruir las conquistas feministas de 1968-88. Sin embargo, como veremos luego, la realidad ha terminado superando al siempre brillante análisis citado pues si bien su autora insistía con razón al comienzo de los noventa que el grueso del ataque era subterráneo, imperceptible e invisible para la mayoría de la población, ahora, al final de esta década la ofensiva es ya pública, declarada, sin subterfugios de ningún tipo.
Por otra parte, muchas investigaciones confirman la progresión de la guerra contra la mujer moderna que, en EEUU, no cesó con la era Clinton, sino que saltó del nivel subterráneo e ideológico y propagandístico, a la organización pública y de masas. Recordemos, por ejemplo, cómo la manipulación propagandística del SIDA permitió no sólo identificar mendazmente continencia, fidelidad y castidad sexuales con salud y vida, ocultando y falseando abundantes datos muy reveladores sobre el particular, sino que a la vez se amplió la guerra sexual contra colectivos humanos que habían conquistado vitales derechos sobre su cuerpo y su dignidad. En esta atmósfera de miedo provocado, aparecieron las organizaciones de hombres blancos, anglosajones y protestantes, el temible Wasp, que desde hace un tiempo adecuan viejos dogmas sexistas y racistas al capitalismo actual. Desde mediados los noventa crece la tesis del «macho blando», «hombre débil», «retroceso de lo viril», etc. No se trata de una reivindicación de valores no machistas, agresivos, duros, etc., sino de la extensión al área de la guerra de géneros de la ideología autoritaria ultraneoliberal, para recuperar al «verdadero hombre», triunfante, activo, empresario e individualista. Esta recuperación del machismo es simultánea a otros ataques a las libertades colectivas, especialmente contra la conquista histórica de las leyes de discriminación positiva. Si esta ofensiva es palpable en el capitalismo desarrollado, en el tercer y cuarto mundos es ya de una ferocidad despiadada.
Los orígenes de la guerra son los mismos en todo el centro imperialista variando aspectos secundarios y ritmos expansivos. En Euskal Herria sintetizamos cuatro: primero, crear una fuerza de trabajo adecuada a la nueva disciplina del trabajo-tiempo flexible. Precariedad, paro y pobreza, nuevas tecnologías, cambios urbanos y sociales, etc., imponen una vida desestructurada, incierta e insegura. El consumismo erótico de masas ha quedado pequeño; hay que lanzar al mercado del opio erótico dosis más fuertes y baratas: tv, vídeo, multimedias, cine, prensa, publicidad, presentan un cuerpo hipersexuado que demuestra que el sujeto se prepara para la feroz lucha del sálvese quien pueda. La reacción machista es la segunda. Ha visto y padecido los avances de la mujer y de la juventud en estas cuestiones; ve también que están mejor preparadas para muchos trabajos, y tiene miedo. El machismo les echa del trabajo o reduce drásticamente sus derechos, y envalentonado ataca en fábricas, oficinas, trabajo sumergido o doméstico, cierra centros asistenciales, guarderías, de autoayuda, juveniles, culturales, etc., tan decisivos en la lucha sexual.
La industria falocéntrica, tercero, impone un modelo corporal inalcanzable a la inmensa mayoría. Baja la autoestima e imagen inconsciente del propio cuerpo, mientras crece el miedo al rechazo y fracaso relacional. En la juventud la angustia multiplica las anorexias, y en los adultos la resignación y miedo a nuevas exploraciones. Además, refuerza la exclusión de la tercera edad de los placeres sexuales. La menopausia aterra más que antes no ya por la infertilidad biológica sino porque supone la expulsión del universo del gozo. El hombre se preocupa cada vez más por el tamaño de su pene y su tasa media de penetraciones. La frustración y la envidia sexual alimentan recelos, odios y autoritarismos, dependencias para con el líder macho, misoginia y antihomosexualidad, reforzándose así la autorepresión y autoculpabilidad por la natural bisexualidad humana. Quién más se beneficia de esta miseria generalizada es, cuarto, el Estado que culpabiliza a quienes luchan y crean espacios de libertad. La juventud y las mujeres libres son objeto de satanización no sólo por lo que hacen, grave para el nuevo conservadurismo sexual, sino además porque lo integran en una praxis democrática, independentista y socialista.
En este contexto es en donde hay que encuadrar el programa represivo del Gobierno español, antes citado. Si algo le caracteriza son tres odios tradicionales a la sexualidad libre: odio a la capacidad sexual de la infancia y adolescencia, aptitud y práctica ya innegable de ocultar y menos criminalizar desde los descubrimientos de Freud en su primera etapa, antes de que se hundiera por la presión coercitiva del sistema patriarco-burgués. El gobierno español quiere volver a la vieja castidad y virginidad, tan perniciosas en todos los sentidos. El segundo es el odio a la libertad de los padres, de los adultos para educar libremente a la infancia, a sus hij@s, siguiendo las enseñanzas ya incuestionables de toda la experiencia e investigación moderna. El gobierno español pretende negar a los padres ese derecho y necesidad básicas al otorgar a los jueces la posibilidad de castigar con muchos años de cárcel las prácticas sexuales de menores de y con menores de 15 años. De esta forma, y por el lado contrario, se refuerzan al máximo los poderes arbitrarios, irracionales, egoístas y reaccionarios de dos pilares básicos del sistema patriarco-burgués: la familia y la judicatura. El tercero, por último, es el odio a la sociedad misma, a su capacidad para avanzar en la superación pedagógica, cultura, formativa, social, educativa, etc., de los males y problemas que afectan a la libre sexualidad. El gobierno español quiere así transformar a la sociedad entera en un colectivo indefenso, pasivo e incapaz de pensar y actuar por sí mismo.
Semejante estrategia es, si cabe, más peligrosa por cuando es parte de una ofensiva general que recorre continentes enteros. Pero también porque no duda en manipular cínica e hipócritamente determinados casos de pornografía y prostitución infantiles para generar un clima de histeria colectiva. Una vez creado ese clima, puede intentar pasos más drásticos y duros, incluso, como ya lo dijo anteriormente, intentar recortar aún más los supuestos del aborto libre, o poner trabas al derecho al divorcio, o lanzar una descarada ofensiva a favor del aumento de la tasa de nacimientos, etc. Lo peor de todo ello es en sí mismo la potenciación premeditada de represiones contra la juventud, o sea contra el futuro mismo y, a la vez, el intento de criminalización de la sexualidad.
5.-
Hay una guerra de sexualidades antagónicas. Las victorias y avances son posibles porque la sexualidad emancipada tiende hacia la aparición de nuevas luchas liberadoras o recuperación de viejas por su naturaleza multiplicadora y contagiosa de alegrías de vivir y gozar. En la peor represión surgen actos de placer y fiesta clandestina pese a prohibiciones y castigos. La historia de las sexualidades es la de sus luchas permanentes. El patriarcado lo conoce de sobra y su historia es la de las adecuaciones o brutalidades para frenarlo. Si a la experiencia gratificante y al deseo de mejorarla se le unen organizaciones, recursos teóricos y comunicativos, objetivos a medio y largo plazo, entonces, el orden sexual dominante lo tiene difícil. Pero son posibilidades, o sea, se puede perder o no conquistar todo lo que necesitamos y deseamos.
Para ampliar sus posibilidades, la liberación sexual debe dar un paso decisivo. El feminismo ha demostrado que lo personal es político, que lo privado es público y que en la costumbre o tradición más inocente se esconde la fiera patriarcal. Hay que recuperar esta lección pero hay que organizar y crear grupos alternativos, colectivos capaces de enseñar cosas, explicar leyes, hacer autodefensa, montar justicia popular, presionar en la calle e instituciones, etc. El machismo se envalentona cuando ve indefensas a sus víctimas. Impregna tanto la burocracia que multitud de propuestas e iniciativas progresistas y denuncias por abusos se archivan y se pierden por desidia, indiferencia o solidaridad sexista con el acusado. Lo mismo sucede con la prensa, educación, trabajo, domicilio, ejército, etc. En la liberación sexual disponer de poderes alternativos es mucho más importante que en el resto de luchas reivindicativas porque la libertad suscita miedos, angustias, odios y rechazos irracionales y furibundos en quienes se ven expropiados de sus ganancias y beneficios sexuales: «la maté porque era mía».
Después debe abarcar como campo de lucha toda la capacidad de gozo de la persona. De entrada, tres pasos imprescindibles; uno, defender la sexualidad infantil, estudiarla, exigir su explicación en escuelas, a los padres. Mientras a la infancia se le niegue la autoexploración placentera, el juego erótico colectivo, la normalidad corporal y afectiva en su entorno; mientras se le maleduque en el sexismo, en su lenguaje, en sus desprecios misóginos y antihomosexuales, en su desconocimiento de la bisexualidad, seguirá fortaleciéndose el sistema en lo más profundo de la estructura psíquica de masas. Hay que luchar en el sistema educativo, en la familia, prensa y tv para que se den cursos con estos temas. Otro, hay que independizar la sexualidad de la religión. No hay liberación sexual con terror moral y miedo al pecado, aceptando la castidad y virginidad, rechazando los anticonceptivos y del condón. Por último, criticar la institución familiar. Bien es verdad que la familia abertzale tiene un gran mérito en el mantenimiento del euskara y del independentismo, en la incondicional solidaridad con l@s prisioner@s y exiliad@s, con l@s parad@s, etc. Pero la familia es, en el plano sexual sobre todo, la primera fábrica de miedo al placer y producción de obediencia, además del campo de concentración de la mujer emancipada.
No hay que esperar ningún avance significativo a largo plazo, que son los determinantes, si no se interviene en estos tres campos básicos que, por eso mismo, son los más protegidos por el sistema patriarco-burgués actual. Las reivindicaciones clásicas, no menos prioritarias, pueden obtener logros inmediatos y mantenerse según la correlación de fuerzas a medio plazo, pero indefectiblemente serán barridas si la infancia sigue atemorizada, castrada mentalmente. La infancia hoy dejada en manos machistas será mañana el verdugo de la libertad sexual en una Euskal Herria independiente y socialista. La experiencia histórica, en este sentido, es amarga y apabullante. En la lucha entre sexualidades no hay nada irreversible. La capacidad de adaptación del patriarcado a los cambios políticos, socioeconómicos y culturales es impresionante, también lo es su adaptabilidad a los modos de producción.
La denuncia de las cadenas básicas del orden sexual dominante -infancia, religión y familia- no agota el problema. A grandes trazos, hay cuatro que debemos considerar. Una cadena también de decisiva importancia, es la crítica y superación prácticas del estereotipo sexual y corporal de la mujer, de principio de dependencia y secundariedad con respecto al hombre que lo domina, y que oculta, en realidad, el mecanismo de explotación y extracción de beneficio sexo-económico patriarcal. El hombre obtiene con esa explotación no sólo beneficio material medible en horas de trabajo, productos, orgasmos falocéntricos, hij@s, acaparación de propiedades, etc.; también obtiene beneficio simbólico, una gratificación en su autoestima de macho dominante, de sexo fuerte. Es decir, el capital simbólico que el hombre tenía antes de la relación de dominación sobre la mujer, se ha incrementado a lo largo de esa relación. Y el estereotipo sexual y corporal de la mujer, «su» mujer, es una pieza elemental en el proceso de reproducción ampliada del capital simbólico machista. Toda la técnica orgásmica falocéntrica está pensada para ampliar el capital material y simbólico y, a la vez, aumentar la dependencia de la mujer. No existirá, por tanto, liberación sexual mientras sobreviva la lógica del beneficio sexo-económico patriarcal.
Otra, la segunda, unida a ella, es la intervención crítica en el conjunto de relaciones «normales», habituales, dentro de los parámetros de la sexualidad oficial actual, incluso con sus versiones progres. Dentro de las relaciones en pareja con o sin el fantasma del triángulo amoroso, del/la tercer@s en discordia; en los sueños sexuales no comentados, en imaginación erótica inconfesable, en sus secretos y vergüenzas, sean hetero, bi u homosexuales, sean en grupo o en solitario, con ambigüedades y límites borrosos sobre prácticas sado-masoquistas, zoofilia, pornografía, fetichismo, etc., es decir, lo que la doble moral oficial llama «aberraciones», y que otras sexualidades anteriores o diferentes a la actual resuelven de forma diferente, ahí hay un inmenso campo de debate e intervención que las izquierda dejan siempre en manos de moralistas baratos, curas cínicos y supuestos especialista en sexología.
La tercera, es la potenciación de otras sexualidades, es decir, mientras que el punto anterior plantea la necesidad de combatir dentro del dispositivo sexual oficial, normalizado, hay ya fuera de él, o lindando y rozando con él, otras sexualidades que no podemos dejarlas en manos de la versión progre del orden dominante. La guetificación y neutralización de las homosexualidades es un ejemplo de cómo el sistema, si lo necesita, puede integrar en sus propaganda legitimadora prácticas y reivindicaciones que nacieron antagónicas. La guetificación, la codificación del gay y de la lesbiana con una imagen precisa, logra su aislamiento del entorno y la aparición de un glacis protector del orden dominante y, además, permite que sectores suyos descarguen sus fobias y odios sobre ese gueto ya identificado e indefenso. Muchas izquierdas piensan que los derechos gays y lésbicos se han obtenido ya y se materializan en los guetos, en los círculos cerrados, o lo que es peor, en la imitación de los roles y jerarquías patriarcales heterosexuales.
Cuarta, existe una contradicción irresoluble entre trabajo asalariado y libre sexualidad. Cuando el cuerpo se agota en ir, trabajar y volver. Cuando el desgaste psicosomático se multiplica por la producción flexible y la precarización. Cuando decrece alarmantemente el tiempo propio, libre, el único verdaderamente apto para la sexualidad creativa. Cuando el modelo falocéntrico hipersexualizado margina y desprecia a la inmensa mayoría. Cuando la mujer ha de multiplicarse para atender al trabajo doméstico, al asalariado fuera de casa, a las necesidades familiares nuevas causadas por la caída de los servicios sociales, por la carestía y la precarización. Cuando la angustia por el paro, o el paro mismo, cansa, gasta y desilusiona, crea tensiones y nervios, alcoholismo, agresividad. Cuando empeoran las condiciones de trabajo, los riesgos de accidente, las tensiones por las nuevas disciplinas laborales y el competitivismo…decrecen proporcionalmente las capacidades, ganas y deseos creativos, novedosos, exploradores de la sexualidad. Hay que debilitar drásticamente la dictadura del salario, primer paso para su extinción histórica, base de otra sexualidad ahora inimaginable.
Quinta, dado que malvivimos en una sociedad enferma, drogada, sometida a múltiples peligros para la salud colectiva e individual, la socialización de una sexualidad sana exige la simultánea transformación del orden médico que surgió, como hemos visto, en el mismo proceso de surgimiento del orden sexual capitalista. No se puede superar el segundo sin superar a la vez el primero. Y la medicina del cuerpo va al aparato psiquiátrico y psicológico, pieza básica de la normalidad falocéntrica. Esta urgencia es tanto más imperiosa cuanto que nos encaminamos a la proliferación de enfermedades de transmisión sexual directa o indirecta, de crisis psicosomáticas y masificación de las drogodependencias. Además, la industrialización mundializada y privatización del orden médico en detrimento de las masas oprimidas y carentes de recursos económicos para atender a su salud, este proceso, recrudece la necesidad de mejoras inmediatas en y para la salud pública. Disponer de buena, veraz, constrastable y aplicable información sobre los problemas sexuales, de salud y de la vida, es prioritario.
Sexta, por último, la sexualidad libre ha de plantar cara en el nivel político duro, directo y elemental: ¿quién manda?. Toda sexualidad es una construcción social y contiene dentro suyo una fuerza de poder. Todo depende de qué poder se trata, para qué se usa y cómo se planifica su autoextinción en cuanto ya no sea necesario. Por ahora, la cuestión es más simple: la liberación sexual tiene como objetivo ampliar las fuerzas de emancipación, de libertad, de crítica, de construcción revolucionaria individual y colectiva, de modo que se acelere, se acorte, se facilite la destrucción de las cadenas sociales, sexuales y morales que nos aplastan. La independencia y el socialismo, junto al avance majestuoso y celérico en otra sexualidad facilitado por la conquista del poder popular, serán sólo los primeros pasos, bellos y excitantes pero transitorios, hacia otra humanidad.
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 10 de febrero de 1998