Reflexiones sobre la República Vasca Independiente

Texto para en EZPALA Ezker Abertzaleko Aldizkaria. Publicación de la Izquierda Abertzale. pp. 10-20

Somos independentistas y socialistas, pero ¿qué postura tomamos frente al problema del Estado? ¿Puede existir un pueblo independiente sin Estado soberano? Y en cuanto socialistas, ¿qué clase de Estado queremos? ¿Podemos hacer abstracción no solo de las diversas teorías al respecto, sino sobre todo de la práctica histórica y muy especialmente de lo sucedido en el llamado «bloque socialista»? Respondiendo a todo ello: ¿podemos construir un Estado vasco en las condiciones capitalistas actuales? ¿No será que, como afirman algunos, la UE y la mundialización en curso lo han hecho anacrónico? Supongamos que es incluso más necesario y posible que hace dos décadas, entonces, ¿cómo llegar al Estado vasco tendiendo en cuenta el contexto actual y sus tendencias fuertes? ¿Cómo debe ser ese Estado? ¿Qué atributos tendrá y cómo será sistema defensivo? Por último, ¿será eterno o queremos un Estado que desde su primer día e incluso antes genere las condiciones de su propia extinción histórica?

1. Sin Estado no hay independencia

Antes de continuar tenemos que ponernos de acuerdo sobre qué es el Estado. Es el instrumento central de un poder para mantener su dominio en un territorio delimitado. Independientemente del poder que sea, todo Estado tiene unos mínimos esenciales: territorio y población, hacienda y planificación económica propia, representatividad internacional, y defensa. Pueden variar y adquirir contornos estrambóticos, pueden añadirse otras características no esenciales aunque importantes según los casos, pero deben mantenerse o de lo contrario, faltando uno solo, dejará de existir. Los Estados pueden tener muchas formas de gobierno interno, pueden ser republicanos o monárquicos, defender intereses justos, progresistas y revolucionarios o injustos, reaccionarios y contrarrevolucionarios. Pero los Estados surgen, son y están únicamente cuando hay conflictos clasistas, nacionales y de género estructurales; es decir, los Estados son instrumentos de poder cuando la sociedad está rota y en pugna interna por contradicciones antagónicas que solo se resuelven en uno u otro sentido mediante represión o lucha.

La experiencia de nuestro Pueblo es concluyente: cuando ha tenido que defender su existencia, se ha dotado de Estado y ejército. Se pondrán las pegas y precisiones teóricas que se quiera a esa experiencia, pero está ahí: los territorios liberados por las guerrillas vascas de Hegoalde en 1808-1814 cuando el Estado español no tenía ningún poder efectivo y amplias zonas vascas eran autogobernadas por poderes armados ante los que fracasaban las tropas napoleónicas. El Estado vasco de facto operativo en 1833-39, primera guerra carlista. El Estado vasco operativo en 1872-76, segunda guerra carlista y el Estado vasco operativo en 1936-37. Eran situaciones diferentes cada una de ella, pero por debajo de sus diferencias las sucesivas formas organizativas estatales y militares vascas expresaban una capacidad y decisión coherentes: dotarse de instrumentos imprescindibles para sobrevivir. Aún más, la reivindicación de un Estado independiente ha sido también el núcleo definidor del abertzalismo desde sus orígenes.

Nuestra experiencia no se contradice ni en lo positivo ni en lo negativo con la de otros procesos. Desde que existe la explotación y opresión, muchos colectivos humanos han pagado con sangre menospreciar la importancia del Estado, al margen de las formas que este adquiría en ese contexto histórico. Ello ha sido debido a que la cuestión del Estado es el nudo gordiano de toda intervención humana que se plantee asuntos de alguna importancia, sobre todo económicos, culturales y políticos. Alguien dijo que el Estado es la institución que monopoliza la violencia. Es una definición válida, pero muy restrictiva porque el Estado es mucho más que eso y, para los pueblos que carecen de él, es una institución muy superior a eso. En vez de reflexionar en abstracto busquemos en el archivo teórico abertzale algo que nos ayude. Lo encontramos en el documento oficial de ETA -«Por qué estamos por un Estado Socialista Vasco»- aprobado en la primera parte de su VI Asamblea celebrada en agosto de 1973 en Hazparne.

No confundamos la VI Asamblea oficial con la primera e ilegal VI Asamblea celebrada tres en agosto de 1970 en Itsasu. La importancia del documento estriba en su carácter de texto oficial por aprobación en Asamblea y en lo que dice, quién y cuándo lo dice. Recordemos que ETA había salido hacía tres años de la escisión de Sexta y Células Rojas; que estaba al pil-pil el debate previo a la escisión entre el Frente Obrero y el Frente Militar; que en diciembre de ese año ejecutaría a Carrero Blanco acelerando el fin del franquismo; que se agudizaba la crisis socioeconómica del capitalismo al subir el precio del crudo en respuesta de la OPEP al imperialismo, agravando la crisis iniciada a finales de los 60; que proliferaban las guerras antiimperialistas y que la URSS y el bloque socialista aún no daban muestras públicas de agonía pre-morten.

Analizaremos el documento siendo conscientes de que fue redactado hace 23 años, pudiendo estudiar directamente los aciertos de la izquierda abertzale. Lo que constatamos, para seguir con el tema del monopolio de la violencia, es que ETA no plantee la necesidad del Estado vasco desde ese punto de vista sino desde el de la construcción nacional y desde y para la total liberación de los trabajadores vascos, haciendo hincapié en dos cuestiones capitales: la reeuskaldunización y la reunificación nacional. Y es que para los pueblos oprimidos el Estado propio es un instrumento imprescindible de supervivencia.

2. ¿Estado socialista?

Pero si ya es difícil construir el propio Estado, mucho más lo es cuando ese Estado quiere ser de los oprimidos. Muchos militantes abertzales se formaron en la tesis de que, como dice el documento, necesitamos un «Estado socialista». Qué nombre más lindo. Pero las dudas comenzaron en bastantes de ellos aun antes de la quiebra soviética -«soviet» otro nombre que se usa sin saber qué quiere decir- e incluso de la famosa perestroika. ¿Dónde está el problema?

El documento dice: «Nuestro objetivo fundamental es la creación de un Estado Socialista Vasco dirigido por la clase trabajadora de Euskadi como instrumento para alcanzar una sociedad vasca sin clases, una Euskadi auténticamente comunista; como instrumento -en suma- para nuestra total e íntegra liberación como trabajadores vascos». Sigue: «En el plano social, nuestra lucha liberadora se desarrolla y viene enmarcada desde una perspectiva revolucionaria de clase, desde la perspectiva más consciente y auténticamente revolucionaria: la ‘comunista’». Acaba: «En el plano nacional, luchamos por la liberación de Euskadi desde una perspectiva ‘independentista’; lo que ciertamente nos distingue de muchas otras organizaciones socialistas. Pero el abanico de corrientes pro-independentistas en nuestro país es amplio, abarcando a diferentes clases. Lo que es determinante, lo que da impronta reaccionaria o revolucionaria a tal reivindicación es su ‘contenido’, lo que en realidad ha condicionado a unos y otros para posicionarse en tal sentido».

Viendo lo ocurrido en el llamado «socialismo real»: ¿queremos para Euskal Herria un Estado como los que han fracasado? Se puede responder que queremos un «Estado Socialista» libre de aberraciones burocráticas. Pero es que el concepto de «Estado Socialista» ha sido tajantemente rechazado y criticado por todos los movimientos revolucionarios desde mediados del siglo XIX y solo se impuso tras la victoria irreversible de la burocracia estalinista. La producción teórica sobre el Estado de todas las corrientes revolucionarias va dedicada a fundamentar la tesis de que la liberación humana se mide, entre otras cosas, por la descomposición y extinción del Estado. Unas, las anarquistas, pretenden destruirlo inmediatamente. Otras, las marxistas, asumiendo el mismo fin estratégico, sostienen que, durante un tiempo, se necesitará el concurso de otra forma de Estado, el Estado obrero en extinción, pero nunca «Estado socialista». Solo las reformistas rompen esta constante de rechazo sistemático.

Hasta comienzos de los 30 no se generaliza el uso positivo de ese concepto y las contadas veces que se utiliza es negativamente. En verano de 1928 Stalin lo usa de forma aislada y el 28 de diciembre de 1928 defiende la teoría clásica sobre la radical incompatibilidad entre Estado y socialismo, insistiendo en mayo de 1929. Aunque el 31 de diciembre 1931 lo cita en positivo; aun así, tarda hasta el 7 de enero de 1933, en volverlo a utilizar, ya con su teoría de que el «Estado socialista» es necesario en el socialismo. Ha necesitado dos años y medio para romper con el pensamiento revolucionario, desde que el 2 de junio de 1930 afirmase que la URSS había entrado ya en el socialismo. El 26 de enero 1934 afirma el triunfo definitivo del socialismo en un solo país, la URSS. El 10 de marzo 1939 afirma que la URSS avanza hacia el comunismo; que el comunismo se puede construir en un solo país y que, si el país está aislado, el Estado será necesario para defender al comunismo del cerco imperialista y del sabotaje interior. Tal afirmación negaba todas las teorías revolucionarias.

Por diversas causas fue aceptada por todos los países socialistas con más o menos retoques y siempre con duras discusiones por el rechazo de sectores militantes que habían estudiado con más profundidad crítica las tesis enfrentadas. En la URSS fue dogmatizada con cambios de forma a la muerte de Stalin. Citamos un párrafo que ilustra su autoritarismo cogido del Manual de Economía Política de la Academia de las Ciencias de la URSS de 1975: «En la sociedad socialista, el trabajo no es aún lo suficientemente productivo para asegurar la abundancia de productos que ello exige y aún no se han habituado los hombres lo bastante a observar la disciplina socialista del trabajo y las reglas fundamentales de la vida en común. Hace falta el Estado, para salvaguardar y fortalecer la propiedad social, para asegurar la participación de los miembros de la sociedad en la construcción económica y cultural, en la disciplina socialista del trabajo y en el estímulo material de los trabajadores, para controlar la coordinación entre las proporciones del trabajo y las de las necesidades individuales de los miembros de la sociedad».

¿Es este nuestro modelo de «Estado socialista»? Se nos puede objetar que es fácil criticarlo tras su fracaso, que a toro pasado todos somos toreros. No merece la pena responder. Lo que sí hay que decir es que ni en el documento de ETA ni en ningún otro de esta Organización aparece la aceptación siquiera crítica de algo parecido a ella y como veremos al final, cuando analicemos la vigencia temporal del Estado vasco, ETA se distancia totalmente de ella.

3. Imposición y resistencia

Dicen que la mundialización, liberalización de capitales, mercancías y mano de obra está acabando con los Estados. Dicen que si Inglaterra tiene que bajar la cabeza ante el poder de la UE, que si grandes empresas y edificios emblemáticos de EEUU son comprados por capitales exteriores, que si Japón necesita internacionalizarse, ¿cómo nos atrevemos los vascos a desafiar a los tiempos pidiendo la independencia? ¿Acaso queremos malvivir pobremente comiendo solo berzas?

Hay una pugna entre la expansión permanente del capital y el corsé asfixiante del Estado burgués que nace de la contradicción inherente a la definición simple de capital. O sea, la contradicción entre las necesidades expansivas de reproducción ampliada, de la valoración en suma, y las trabas inevitables impuestas por el capital constante, por el trabajo muerto materializado en estructuras pesadas y anquilosadas. Ella explica por qué el capital periódicamente readecúa sus Estados a las nuevas necesidades. Contradicción de toda economía dineraria, sea dentro del modo de producción tributario, como en la pequeña producción mercantil. Está especialmente agudizada en los períodos transicionales de un modo de producción a otro, siendo en el capitalista donde adquiere mayor virulencia estructural. Las transnacionales, la financiarización, la «economía de papel» o burbuja financiera, con sus terribles consecuencias globales, son parte del capitalismo y chocan con los Estados burgueses como un iceberg con el Titanic.

La mundialización desborda al Estado burgués e incluso a los tres Estado-continentes imperialistas en cinco áreas: uno, el mercado se mundializa y las grandes empresas venden cada vez más en cualquier parte del mundo; dos, la valoración del capital se mundializa y es mundial la fijación del tiempo de trabajo socialmente necesario, o sea, la ley del valor llega a su absoluto dominio; tres, la planificación se mundializa y el aumento de la composición orgánica del capital es imposible sin esa mentalidad mundializadora; cuatro, el espacio productivo se mundializa y el capital variable queda sometido a la dictadura de las deslocalizaciones y relocalizaciones y último, cinco, la financiación se mundializa y las empresas se independizan de sus «bancos nacionales» para financiarse en cualquier parte. Un efecto especialmente grave y peligroso de la mundialización es el aumento de las fuerzas desnacionalizadoras, uniformadoras y arrasadoras de las identidades populares.

Si el envejecimiento del Estado burgués nace de la contradicción expansivo-constrictiva inherente a la definición simple de capital, la formación de nuevos poderes mundiales y tres Estados-continente viene de la pugna entre la tendencia a la baja de la tasa media de beneficio y las medidas de contratendencia. La mundialización impone medidas mundiales, pero su efectividad depende de su adaptación a los marcos sociales y nacionales. En suma, de la acción de la ley del desarrollo desigual y combinado a escala planetaria. Según circunstancias e historia de cada pueblo, las medidas impuestas chocarán con más o menos lucha, con nula o con desesperadas guerras de resistencia nacional y social de un pueblo que se niega a ser desnacionalizado, reducido a simple moneda de cambio, estercolero y basurero, prostíbulo exótico de la industria mundial sexo-turística, tierra a desertizar y deforestar, espacio de libre piratería comercial y saqueo financiero.

La llamada «cuestión nacional» es el rechazo histórico de muchísimos pueblos a ser ocupados, desnacionalizados y expoliados por poderes extranjeros. Surge del choque entre poderes que necesitan esquilmar más y más áreas, regiones, continentes y ya todo el planeta, y los grupos humanos que habitan esos territorios avasallados y que se niegan a perder su lengua, cultura, forma y contenido mental y psicológico de estar en un país por ellos humanizado y a él unidos. Si buceamos sin gafas de plomo eurocéntricas en la historia, veremos abundantes, heroicas y desesperadas resistencias de clanes, tribales, étnicas, etno-nacionales y nacionales. También veremos abandonos, traiciones, miedo de las minorías ricas de esos pueblos a perder sus riquezas si resisten al invasor y, para mantenerlas y aumentarlas si cabe, pactos con él, convirtiéndose en su lacayo interno, chivato, delator, colaborador y fiel sirviente.

4. ¡Necesario y posible!

La mundialización golpea a los Estados burgueses, pero no los hará desaparecer. Cederán muchas de sus atribuciones y poderes clásicos, los obsoletos; pero reforzarán y mejorarán otros, especialmente tres: represión política antirrevolucionaria; represión sociopolítica de las masas trabajadoras y control-alienación de la población para imponer los dictados decretados por los verdaderos poderes y atraer capitales mundiales o evitar que se vayan. Además de otras medidas secundarias y que no nieguen a los poderes mundiales, en beneficio de sus propias burguesías. Los Estados que opriman a otros pueblos la incrementarán para extraer más beneficio global con el que negociar mundialmente.

Los pueblos oprimidos tenemos muchas razones para construir Estados propios: defender nuestras culturas e identidades nacionales y oponer a la uniformidad cosmopolita la enriquecedora diversidad cultural humana; resistir a la nueva división mundial del trabajo y aliarnos solidariamente contra la unidad del capital; luchar contra el desastre ecológico planetario desde y para los intereses de la humanidad; hacer frente al nuevo militarismo; evitar el control de las instituciones internacionales por el imperialismo, reformando unas, anulando otras y creando las que sean necesarias; avanzar hacia nuevas y superiores relaciones socioeconómicas y de planificación internacional de las necesidades humanas, comunistas, y luchar conjuntamente contra las desigualdades y opresiones, con especial insistencia en la patriarcal y la tecnocientífica. Obviamente, cada pueblo priorizará las que necesite y tomará los caminos que le convengan, pero resulta suicida negar la existencia de determinaciones estructurales objetivas que en esencia e inevitablemente nos afectan a todos.

En 1973 ETA decía: «Nosotros no somos independentistas porque creamos que españoles y franceses nos roban dinero y lo mejor de nuestra juventud y busquemos edificar una sociedad vasca opulenta, ni porque los vascos seamos superiores y no nos convenga tener contacto alguno con maketos, belarrimotzas o cosas por el estilo, ni condicionados por el odio étnico que España y Francia nos tiene, etc. Todo lo contrario: si estas fueran las únicas razones que justificasen la independencia de Euskadi, si no existiesen otros motivos, nos opondríamos con todas nuestras fuerzas a tal reivindicación por burguesa, racista y cabalmente reaccionaria». Y seguía: «Nosotros somos independentistas porque creemos que nuestro problema como trabajadores vascos, nuestro problema como clase explotada en un contexto de pueblo nacionalmente oprimido, no puede solventarse dentro de un marco español o francés; ciertamente que nuestra liberación como clase sería viable en el marco de un Estado Socialista Español o Francés. Pero en nuestra opinión, solo un Poder Político Independiente en nuestras manos, es decir, solo un Estado Socialista Vasco, podrá garantizar la solución de la otra cara del problema, nuestra liberación como miembros de una comunidad nacional oprimida: Euskadi«.

La necesidad de un Estado propio se ha agudizado desde entonces. Pero, ¿han aumentado a la par los frenos que lo impiden? Los antiindependentistas aseguran tajantemente que sí, que la globalización planetaria lo demuestra: ¿cómo podemos construir un Estado independiente en un país tan pequeño si enormes Estados son zarandeados y desmantelados?

Hay tres respuestas a la pregunta:

  • Que las burocracias tienden a crear poderes más grandes, poderosos, centralizados e intervencionistas. El capitalismo tiende a concentrar el poder en menos Estados, pero más poderosos y vigilantes. Dinámica similar de centralización y transferencia de poder a la que se dio cuando los condados, ducados y señoríos regionales pasaban a ser parte del Estado, o a la que se dio cuando los imperios se formaban sobre los pequeños reinos y sistemas societarios. Hemos dicho que los Estados no desaparecerán, que cederán -lo están haciendo- los medios anacrónicos y que, sin embargo, ampliarán otros. Pues bien, además, en los últimos siete años se han creado nuevos Estados, aumentan las luchas para crear otros más y, por si fuera poco, los tres bloques imperialistas devienen tres superestados continentalizados. O sea, no es cierta la tendencia hacia la extinción de los Estados.
  • Que la Unión Europea tiene un efecto contradictorio: beneficia a las fracciones financiera y de nuevas tecnologías, pero a la vez, por su efecto rebufo, crea turbulencias indeseables para los poderes establecidos, pues, a estas alturas, no puede impedir reflexiones críticas de organizaciones revolucionarias pertenecientes a pueblos oprimidos, a no ser que las reprima y prohíba. Así, la europeización genera posibilidades a los pueblos de debatir esta interrogante: ¿por qué no otro modelo europeo? Hace 23 años, por ejemplo, esa reflexión era objetivamente imposible y cada nación sin Estado debía navegar contra corriente por una Europa muy distinta. La misma URSS era una garantía de que nada ni nadie se movería sin el permiso del Pacto de Varsovia o de la OTAN. La lucha de clases y de liberación nacional dentro de Europa, tenían hasta 1990 más obstáculos que vencer provenientes de la estrategia de la burocracia ex-soviética. No es casualidad, ni remotamente, que aumentasen las reivindicaciones nacionales a la par de la muerte del bloque socialista, además de razones coadyuvantes.
  • Que ambas posibilidades se refuerzan con las capacidades inscritas en gran parte de las nuevas tecnologías. No podemos hacer un análisis detallado de este problema, pero no caigamos en dos errores clásicos: pensar que todas las nuevas tecnologías son en sí mismas absolutamente positivas o negativas. Dentro de la impresionante panoplia de nuevas tecnologías en uso y en perspectiva, hay bastantes que usadas en contextos progresistas, con fines y orientaciones no alienantes, son tremendos instrumentos de liberación, independencia y solidaridad internacionalista. También lo saben los poderes capitalistas y dictan trabas legales, aumentan controles y fuerza represivas para impedir totalmente su uso a los oprimidos. Bastantes de las nuevas tecnologías pueden ser reorientadas hacia fines emancipadores si hay decisión política para ello y para enfrentarse a la feroz voracidad burguesa.

Comparada la situación actual con la de hace un cuarto de siglo, hoy nuestro pueblo tiene al alcance más instrumentos y posibilidades para ejercitar su independencia y construir un Estado propio que entonces, pero también más obstáculos políticos. Las trabas son cada vez más trabas políticas.

5. ¿Cómo construir el Estado?

Que los frenos a la independencia son más políticos que otra cosa se comprueba viendo las estrategias de desertización industrial, castellanización y afrancesamiento, división territorial, enfrentamiento civil entre vascos, etc. Hemos de advertir que, para los pueblos oprimidos, el concepto de «política», como el de Estado, abarca muchas más acepciones que las pocas que tiene para las clases, Estados y género dominantes. Por ello, la importancia del debate permanente y total con los antiindependentistas tiene una trascendencia pocas veces valorada. Importancia creciente, toda vez que las contradictorias tendencias analizadas arriba, al agudizar el factor político, obligan a los Estados que nos ocupan y a sus agentes y aliados a incrementar aún más sus presiones en todas las áreas.

La confrontación de dos modelos opuestos debe hacerse siempre, por nuestra parte, desde el convencimiento de que la creciente complejidad social favorece y exige la construcción de un modelo diferente de Estado. La sociedad humana, como la naturaleza, evoluciona hacia la complejidad, diversidad y multiplicación de facetas; evolución contrarrestada por las tendencias exclusivamente humanas y sociales de ultracentralización burocrática como única solución de los poderes opresores para mantenerse. La independencia vasca solo será factible cuando las muy diversas vivencias de nuestro Pueblo comprendan que el Estado independiente es la única garantía para su propia especificidad creativa. Justo todo lo contrario de lo que sucede ahora, momento en el que las estructuras institucionales buscan precisamente la uniformidad amorfa, el arrasamiento de toda diferencia, el control hipercentralizado. Por esto, ninguna institución nacida de la argucia regionalista madrileña y de las tibias e incumplidas promesas parisinas, sirve para el futuro Estado vasco.

Partiendo de aquí hay que avanzar en la caracterización del antiindependentismo para poder rebatirlo mejor. El documento de ETA anuncia lo esencial del problema al exponer la recuperación lingüística vasca, dice: «…no existen garantías de que las organizaciones que empuñasen los mandos del Estado -socialista español- comprendieran en su verdadera dimensión nuestro problema nacional y obrasen en consecuencia. De hecho, los programas de las actuales vanguardias españolas cara a la cuestión vasca no contienen sino soluciones parciales e incompletas que -si bien a ellas les parecen satisfactorias- nos conducirían inevitablemente a la diglosia». Sobre la partición de Euskal Herria, dice: «Tal problemática no es asumida por ninguna de las vanguardias revolucionarias de España o Francia: para las primeras, el hecho nacional vasco se circunscribe exclusivamente a Euskadi Sur o, en ciertos casos, a Bizkaia, Araba y Gipuzkoa; para las segundas, a Euskadi Norte, cuando no consideran que tal problema no existe».

En 1973 no hacía falta referirse a más fuerzas políticas no independentistas. No se merma, pues, su importancia como documento premonitorio, al contrario; el tiempo demostrará que las tres críticas de ETA a las izquierdas estatales, su nula sensibilidad hacia lo vasco en general, al euskara y la territorialidad, serán los tres pilares de la reforma regionalista en Hegoalde. Serán, pues, cuestiones que nunca perderán vigencia y centrales, junto con otras que se irán sumando con los tiempos, en cualquier proyecto de construcción de un Estado vasco independiente. Nosotros debemos reflexionar hoy, 23 años después, en otra fase capitalista, sobre las fuerzas antiindependentistas tanto con base en la actual forma que tiene esas tres críticas como con base en las nuevas que han aparecido. Sin embargo, esa crítica no ataca en absoluto a los derechos de las minorías nacionales no vascas. ETA adelantó ya hace 23 años un principio estratégico: «Queda entendido que tal programa, el independentista, garantizará un respeto efectivo de los legítimos derechos de las minorías nacionales en Euskadi, es decir, de la masa de españoles, franceses, gallegos, etc. que libremente opten por no integrarse de lleno en la realidad nacional vasca».

La pedagogía de masas que el MLNV hace de la Alternativa Democrática está poniendo de un brete a los españolistas en sus diversas expresiones y sobre todo, de estos, a los regionalistas. La Alternativa Democrática tiene, entre otras, la virtud de precisar las fundamentales características del proceso negociador y de la participación amplia y diversa de las fuerzas sociales. La Alternativa Democrática anuncia ya una de las características básica del modelo propuesto por la izquierda abertzale: la más amplia democracia de base incluso en un marco burgués y español, como será el de los primeros y decisivos pasos de la Alternativa. La Alternativa Democrática permite introducir reflexiones y propuestas muy importantes cara a la construcción de un Estado independiente. Se trata de ejemplarizar la posibilidad del Estado vasco partiendo de las cuatro características mínimas de todo Estado: ¿qué medidas concretas sobre territorialidad y derechos de la población, capacidades de planificación socioeconómica y fiscal, representatividad internacional y autodefensa, hay que tomar para salir del cenagal regionalista y avanzar hacia la independencia?

Los españolistas azuzarán los más tenebrosos miedos y terrores cara al futuro conforme se avance en esa vía. Resistirán con todas las fuerzas paralizantes de que dispongan, desde movilizaciones de masas en contra de la independencia hasta el apoyo decidido a nuevas formas represivas cuando haga falta, además de seguir legitimando las tradicionales. Dentro del escenario planteado por la Alternativa Democrática, el más plausible en el grado actual de agudización de las contradicciones del sistema, el poder autoorganizativo del pueblo trabajador para vencer esas resistencias, será decisivo. La lucha de clases mostrará aún más su tremenda fuerza de construcción independentista y cohesión nacional: el ejemplo de LAB y ELA frente al de CCOO-UGT es concluyente; lo mismo sucederá con los movimientos populares y con la rica y viva diversidad autoorganizativa.

6. Atribuciones y defensa

El Poder Popular será instrumento de avance, como hemos dicho, pero será también el contrapeso y vigilante exterior de que el Estado vasco sea, primero, un Estado descentralizado, transparente y abierto a toda serie de iniciativas críticas populares; segundo, un Estado que lleve dentro suyo la lucha contra la burocratización y acaparamiento de poder y de información secreta y tercero, un Estado que impulse su propia autoextinción. Las atribuciones del Estado no se pueden precisar, desde nuestra perspectiva, al margen de la fuerza movilizadora y creativa del Poder Popular, ni siquiera se pueden precisar las de la defensa vasca. La existencia de un Poder Popular exterior al Estado no anulará tampoco la existencia de instrumentos representativos y participativos tradicionales como elecciones y partidos que acepten el nuevo ordenamiento constitucional en el que los derechos y necesidades del pueblo trabajador estén por encima de los caprichos de la propiedad privada y de una minoría depredadora.

También en esta importante cuestión de la interrelación de diversos niveles de poder y de participación-representación popular, deberíamos estudiar las tesis revolucionarias depuradas por el estalinismo, las lecciones históricas y los cambios sociales acaecidos desde 1973. Nos llevaríamos muchas sorpresas. Pues bien, precisamente por la necesidad de desarrollar, desde una concepción comunista y abertzale, la más radical democracia socialista debemos avanzar hacia la mejor interrelación práctica de tres niveles: Poder Popular, Estado en extinción e instituciones de representatividad tradicional. El continente adecuado para todo ello es el de la República Socialista Vasca Independiente, antes que el de Estado Socialista Vasco y no por bizantinismos semánticos. Las atribuciones estatales serán solo una parte de otras atribuciones populares y sociales más amplias, directas y transcendentales, todo ello dentro de la legitimidad republicana. Las atribuciones estatales serán estrictamente administrativas y, aun así, dado que todo lo administrativo conlleva poder político, deberán ser estrechamente controladas por las masas autoorganizadas e instituciones de grado superior. Las nuevas tecnologías, según decíamos antes, permiten portentosas capacidades democrático-radicales de iniciativa popular, supervisora y vigilante. Se trata de decisión política.

En las condiciones de 1973, planteando las relaciones entre Estado vasco y reeuskaldunización, ETA decía: «Todo ello implicaría un inmenso y gigantesco esfuerzo cultural: construcción de ikastolas revolucionarias en todos y cada uno de los rincones de nuestro país, encauzamiento revolucionario al euskara de toda la clase trabajadora y del resto del Pueblo de Euskadi partiendo de una situación de diglosia respecto a nuestra lengua, unificación literaria del euskara, implantación de métodos pedagógicos revolucionarios en las ikastolas populares, programación de planes de enseñanza populares vascos, edificación de una Universidad Popular Vasca, alfabetización de los euskara-parlantes, analfabetos, etc. Este programa -que supondría la definitiva reeuskaldunización de Euskadi- no puede ser llevado a cabo sino desde una perspectiva que asuma íntegramente la verdadera colosal dimensión del problema cultural vasco».

Debemos aplicar a nuestro modelo la profunda filosofía de intervención popular que tiene este texto, como también debemos aplicar la profunda filosofía de planificación socioeconómica que ETA ya planteaba hace 23 años entre el norte y sur vascos dentro de un aparato político único: «Ello implicaría la rotura de la unidad forzada de mercado impuesta por la oligarquía española, con vistas a la estructuración y articulación de nuevos flujos y circuitos económicos orientados hacia Euskadi Norte que garantizasen su permanencia y realización como comunidad social; lo que exigiría una autonomía total por nuestra parte, trabajadores de Euskadi Sur en materia de política económica. Y tal independencia a la hora de las decisiones sobre la orientación de nuestras posibilidades económicas presupone un Poder Político Propio e Independiente, un Estado en manos de los trabajadores de Euskadi, un Estado Socialista Vasco».

Sin embargo, ETA precisa: «Esto de ningún modo significa -y quien así lo entienda se equivoca- un corte radical con todos los hilos económicos que hoy nos unen al resto del Estado español, movidos por el ánimo de abandonarlo a su suerte, guardando para nosotros solos todo el potencial económico de Euskadi: tal actitud sería indigna de comunistas, por chovinista, burguesa y antiinternacionalista. Nuestra obligación como revolucionarios es volcarnos en colaborar a la edificación de socialismo allí donde necesiten nuestra ayuda. Por ello, los otros pueblos del Estado, por su situación inferior y problemático desarrollo, junto con lo que habrán supuesto para nuestra propia liberación, deben recibir todo el apoyo del Pueblo Vasco».

Estos ejemplos muestran que la intervención popular será decisiva en todas las atribuciones administrativas estatales, en las decisiones económicas, políticas y culturales del Poder Popular y en las tareas de otras instancias de la República Socialista Vasca. Ahora no tiene mucho sentido y tampoco hay espacio necesario para un mínimo de rigor prospectivo, elucubrar sobre cuántas y cómo serán al detalle las funciones administrativas del Estado: sabemos que, como mínimo, han de tener las cuatro atribuciones esenciales definitorias de todo poder estatal independiente, anteriormente expuestas. Pero sí sabemos que uno de los objetivos prioritarios de todos los instrumentos de poder de la República en su conjunto y del Estado en concreto, será el de combatir a la estrategia neoliberal, a las maniobras capitalistas en especial a la inmediata fuga de capitales, la potenciación de la producción interna que priorice la calidad de vida y la recuperación medioambiental, de un sector público, la planificación de las ayudas internacionalistas, etc, es decir, del programa socioeconómico correspondiente a los intereses estratégicos del pueblo trabajador vasco.

Sí vamos a aventurarnos un poco en lanzar hipótesis sobre el sistema popular de defensa. Tendríamos que, otra vez, referirnos a experiencias históricas al respecto para demostrar que existen sistemas defensivos que no tienen por qué reproducir el cáncer militarista, represivo, patriarcal, corrupto, burocrático y dado al intervencionismo autoritario o golpismo contrarrevolucionario.

En la previsible tecnología militar existente cuando exista la República Vasca y sin considerar posibles escenarios internacionales, la defensa popular vasca debería caracterizarse por la integración de varias estructuras en una estrategia no beligerante excepto ante agresión exterior y contrarrevolución interior. Una: reparto popular de armas ligeras a quienes lo deseen, voluntario, y de armas semipesadas a tener en centros colectivos, sedes del Poder Popular, ayuntamientos y oficinas de las milicias populares vascas, con el entrenamiento periódico que fuera menester. Dos: cuerpos armados no profesionalizados, civiles y voluntarios con especial entrenamiento en las tácticas más modernas de resistencia territorial. Tres: solidaridad internacionalista con los pueblos oprimidos y especialmente por los Estados español y francés para aunar fuerzas y debilitar al enemigo común. Cuatro: planes de resistencia masiva, pacífica, no-violenta, boicoteo activo y no-colaboracionismo popular con el invasor. Cinco: fuerza secreta de resistencia armada de larga duración que no sea guerra convencional, que pueda golpear duramente la retaguardia y centros neurálgicos del Estado invasor. Seis: desarrollo de las tecnologías defensivas de guerra de no-letalidad e incruenta, electrónica e informática. Siete: estrategia de autoabastecimiento de los instrumentos defensivos necesarios para evitar dependencias exteriores y chantajes de cualquier tipo.

Será la gravedad de los peligros a superar la que dicte la defensa más conveniente en cada caso, optándose por una, varias o todas las posibilidades. Otro tanto hay que decir del peligro contrarrevolucionario interno y la muy previsible alianza de los Estados circundantes con la burguesía vasca, su bloque social de apoyo y las fuerzas españolistas o francesistas que pervivan en nuestro país, generando crispación y caos, antesala de un golpe contrarrevolucionario interno apoyado por una invasión disfrazada de «ayuda humanitaria», «intervención pacificadora» u otras majaderías similares. La experiencia de los pueblos está llena de maniobras idénticas. Hay más escenarios posibles que no podemos analizar. De cualquier modo estos mínimos defensivos que estimamos imprescindibles requieren de dos grandes debates colectivos solo realizables si el pueblo trabajador tiene a su disposición una prensa verdaderamente libre y crítica: uno, sobre la misma estrategia defensiva y los medios adecuados y otro, sobre la designación del presupuesto para el autoabastecimiento defensivo, en evitación de la suicida dependencia del exterior. Ambos debates han de ser garantizados no ya por el Estado sino por la misma República Socialista como uno de sus deberes y derechos básicos.

7. Estado en extinción

Uno de los baremos de la emancipación humana es el ritmo de extinción del Estado, independientemente de su forma y atendiendo a su contenido y función de opresiones de clase, nacional y de género. Uno de los baremos de la emancipación burguesa e inhumana es el fortalecimiento del Estado como instrumento opresor. El neoliberalismo lo perfecciona como medio represivo, de hipercontrol e hipervigilancia en aras de la multiplicación del beneficio privado y lo incapacita como medio de reparto menos injusto del excedente social. El neoliberalismo multiplica los instrumentos de poder burgués y los centraliza en el Estado que ve incrementadas sus atribuciones como puesto de mando del orden. Este es uno de los antagonismos entre el Estado burgués y el Estado en extinción de los revolucionarios. El primero centraliza, controla y vigila todas las iniciativas. El segundo las potencia, transfiere y dota al pueblo de los medios necesarios para que se autogobierne. El primero incrementa los controles de todo tipo para asegurar que el beneficio se realice en una sociedad cada vez más compleja y desestructurada, caótica incluso. El segundo descentraliza todo lo descentralizable con el uso democrático-socialista masivo de las nuevas tecnologías. El primero busca su perpetuación. El segundo su extinción.

¿Quién y cómo dirige la descentralización? La respuesta carece de sentido si se olvida el proceso anterior de luchas, autoorganización y multiplicación de redes sociales, etcétera. ¿Quién decide cómo es la extinción del Estado y sus ritmos? La respuesta depende de la fuerza del Poder Popular, de las atribuciones estatales y de la lucha contra la inevitable tendencia burocrática. Aquí tendríamos que analizar dos factores decisivos: la pervivencia de la economía capitalista que regenera permanentemente la alienación y miseria ético-moral, y el poder avasallador e incontrolable desde su misma lógica feroz y fría de las transnacionales de la industria desculturizadora y desnacionalizadora. No podemos extendernos sobre ninguno de los dos, aunque sí decir que el Poder Popular, el Estado y el resto de instituciones y sistemas de intervención política deben tener muy en cuenta ambas realidades, ninguna de las cuales existía tal cual son hoy en agosto de 1973, al aprobarse el documento oficial de ETA.

Pero precisamente el documento aporta ideas tan válidas hoy como ayer y como mañana, porque van al corazón mismo de la emancipación humana:

«El Estado Socialista Vasco -por fin- no tendrá una existencia perpetua: lo necesitaremos únicamente mientras estemos empeñados en la resolución de nuestro problema nacional y en la reconstrucción económica y social de Euskadi Norte. Una vez cumplidas estas tareas, la existencia de un Estado autónomo para el pueblo vasco habrá dejado de tener sentido. A consecuencia de ello, en tal momento nuestro deber internacionalista será unirnos en pie de igualdad con todos los pueblos y proletarios del mundo -comenzando por los más próximos- para proseguir la edificación de la sociedad mundial sin clases. Como revolucionarios comunistas que somos, luchamos contra toda opresión; luchamos, pues, contra la opresión nacional. Y, por ello mismo, estamos por la Independencia de Euskadi, por un Estado Socialista Vasco. Lo único que nos mueve a ello es la convicción plena de que de otro modo no obtendremos la respuesta correcta a la cuestión que nos plantea nuestra existencia como Pueblo Vasco oprimido, explotado y dividido. Absolutamente esto y nada más. ¿Quién puede dudar de que obrando en tal sentido no pretendemos sino ser revolucionarios honrados?»

Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 15 de julio de 1996

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