Nota: ponencia para el debate en Abusu sobre el mismo tema
Vamos a debatir entre todos sobre si ha fracasado o no el socialismo. Tengo poco tiempo para mi exposición y, por tanto, me voy a limitar a exponer mis tesis centrales al respecto con la esperanza de que luego, en la discusión entre todas y todos, corrijáis mis errores y me aportéis ideas y nociones que no he tenido en cuenta. Voy a plantear cinco interrogantes que responderé a modo de tesis básicas:
1. ¿Qué socialismo ha fracasado?
2. ¿Qué le ha hecho fracasar a ese socialismo?
3. ¿Qué efectos tiene ese fracaso?
4. ¿Qué socialismo debemos construir?
5. ¿Qué sucede en Euskal Herria?
Como veis son preguntas directas, que no se pierden en florituras, sino que enfocan la luz de la crítica y de la autocrítica A lo más hondo de las oscuridades dogmáticas. Os prometo que las respuestas que voy a someter a vuestro examen serán igual de directas.
1. ¿Qué socialismo ha fracasado?
La forma misma de plantear la pregunta indica que pienso que algún socialismo ha fracasado. Es cierto que una forma material, histórica, de algo que se denomina socialismo ha fracasado. Diré más: han fracasado cuatro formas de socialismo. Ya sé que semejante tesis puede llevar a risa y a una crítica barata: mal de muchos consuelo de tontos. Dicho de otra forma: cuantos más socialismos hayan fracasado, menos responsabilidad tendremos en la derrota del nuestro. Echamos la aguja del socialismo en el pajar de las derrotas, y en paz.
Pues no. Se trata justo de todo lo contrario. Se trata de comprender la evolución real de una lucha histórica mantenida con altibajos pero sin interrupciones a escala mundial durante los últimos 150 años. Una perspectiva así, marxista, nos enseña que efectivamente han fracasado cuatro socialismos: uno, el socialismo utópico que hizo crack en 1871; dos, el socialismo de la II Internacional o socialdemocracia que se hundió en 1914; tres, el socialismo eurocomunista que estalló a mediados de los años ochenta y cuatro, el socialismo estalinista o soviético, que está muriendo en estos momentos.
Podríamos decir que estos socialismos son ramas que nacen de un tronco y se secan mientras que el tronco continúa, debilitado pero continúa. Esta metáfora tiene sus inconvenientes, pero nos permite hacernos una idea aproximada del largo, tenso e intenso proceso histórico que se remonta a las primeras utopías, planteamientos reformistas y revolucionarios, componentes y contenidos comunalistas y/o comunistas dentro de las religiones monoteístas, etc. El tronco se ha desgajado muchas veces, ramas enteras han caído al suelo derribadas por los huracanes contrarrevolucionarios, pero el tronco se ha recuperado una y otra vez respondiendo siempre a las exigencias del momento.
Cada crisis ha supuesto, de principio, una amarga e intragable situación de derrota, desconcierto y desilusión en muchos sectores, pero, después, se ha producido siempre una recuperación de la práctica y de la teoría sobre mejores bases, aprendiendo de los errores pasados y conociendo mejor el presente. Hasta ahora siempre ha sucedido así. ¿Por qué tiene que seguir sucediendo ahora? ¿No hemos llegado al final de la historia, como dice la burguesía? O sea, ¿no hemos sido definitivamente derrotados? Más adelante responderemos a estas preguntas. Ahora nos interesa continuar con el tema que tratamos.
Antes de pasar al análisis de las causas de la muerte del socialismo estalinista tenemos que decir una cosa: a los cuatro socialismos les ha unido mucho más de lo que les ha separado. Les ha unido al tronco el que en su nacimiento se proclamaron socialistas e incluso se enfrentaron con mayor o menor decisión al capitalismo y el que, para hacerlo, debían disponer de una teoría común que aunque ha tenido componentes marxistas en su formulación abstracta y oficial, con el tiempo quedó arrinconada y negada por la práctica reformista.
Les ha separado el que cada uno de los socialismos criticaba duramente al anterior, ya hundido en la senda reformista, mientras que este colaboraba conscientemente con la burguesía en combatirle hasta la muerte con la excusa de su «ultraizquierdismo» y radicalidad. Hay que decir que cada rama del tronco ha tenido que crecer luchando contra la vieja rama ya podrida, perdiendo fuerzas y debilitándose en extremo. Ello ha tenido, lógicamente, efectos prácticos de largo alcance que se han plasmado en disparidades teóricas externas y superficiales que ocultaban las similitudes esenciales de fondo a las que nos hemos referido.
Hay tres razones para explicar las dificultades que han encontrado, lo que les une y lo que les separa:
- porque toda práctica y teoría socialista ha de ir siempre a contracorriente, con los problemas que ello acarrea y más en los momentos de cambios importantes dentro del sistema social.
- porque en contra de lo que se piensa, la teoría marxista ha sido una gran desconocida para casi todos ellos, a excepción parcial del eurocomunismo.
- porque todos ellos han generado determinadas burocracias y castas elitistas internas dominantes, interesadas objetiva y materialmente en pactar con sus enemigos de clase.
Siempre en cada uno de esos socialismos ha habido corrientes izquierdistas, radicales y revolucionarias que han luchado por superar las trabas burocráticas y las prácticas reformistas. Ellas han mantenido vivo y presente el legado y la memoria histórica, las que han actualizado y recuperado la razón teórica y las que han pasado el testigo revolucionario a las generaciones militantes posteriores.
No podemos analizar ahora las causas de los fracasos del socialismo utópico, de la socialdemocracia y del eurocomunismo, pero veremos cómo al estudiar la muerte del socialismo estalinista, y sobre todo en las páginas siguientes, descubrimos determinadas constantes que variando en la forma mantienen en el contenido los mismos problemas irresueltos y errores reiterados. Es así porque el socialismo estalinista no rompió el cordón umbilical que le ataba a la socialdemocracia y al socialismo utópico en cuestiones centrales en las que sí había roto tajante y contundentemente el marxismo desde 1843.
Pero, ¿qué es el socialismo estalinista? Es el socialismo que se elaboró teóricamente en la URSS a partir de finales de los años veinte de este siglo. Podemos rastrear fácilmente su proceso de formación teórica: a partir de 1927, ilegalizada ya toda oposición política, se construye una legitimación del poder absoluto de la burocracia dominante; se teorizan las tesis de la «burguesía progresista», supremacía de la industria pesada, «socialización» forzada del campo, etc.
Para comienzos de los años treinta existe ya la trilogía del «Estado socialista», del «socialismo en un solo país» y de la «ciencia marxista-leninista»; en 1934 Stalin expone en una charla con un periodista norteamericano la idea central de la colaboración internacional con la burguesía; en 1936 se afirma oficialmente que la URSS ha concluido ya la fase de construcción del socialismo; en 1937 se liquida toda oposición torturando y fusilando a la vieja dirección bolchevique que dirigió la Revolución de Octubre; en 1938 se escribe el famoso «Manual de historia del PCUS».
Esta construcción teórica respondía a una previa evolución social y práctica que en su germen venía de antes de la revolución y que creció posteriormente pese a los intentos de muchos revolucionarios de varias corrientes por frenarla y derrotarla. Podemos resumir en cuatro las fuerzas sociales y factores históricos que impulsaron ese proceso:
- el débil desarrollo socioeconómico, cultural, teórico y político del imperio ruso y la reducida clase obrera en su interior.
- los terribles costos de la Primera Guerra Mundial y de la invasión burguesa internacional con doce ejércitos de otros tantos Estados en ayuda de la contrarrevolución interna.
- los costos menos aparentes al principio, pero demoledores a medio plazo del cerco y boicot económico internacional.
- la burocratización bolchevique simultánea a la muerte de sus mejores cuadros en la guerra y a la entrada de muchos «militantes» oportunistas y cultos, y de otros muy poco o nada formados —la mitad del PCUS era analfabeta a comienzos de los años veinte— que jamás militaron en la clandestinidad.
- la creación de una casta dominante simbiotizada con el aparato burocrático formada por antiguos burgueses, nobles, intelectuales, técnicos, etc, que penetran en los aparatos fundamentales y apoyan fanáticamente a la fracción estalinista en el PCUS.
- la represión paralela de toda iniciativa social, obrera, popular, sindical y de los soviets, artística, cultural, ecologista, sexual, feminista, etc.
- el renacimiento del nacionalismo gran-ruso.
Como consecuencia de todo ello se creó un «socialismo» muy preciso en sus componentes teóricos, políticos, filosóficos, etc, que podemos resumir en los siguientes puntos:
A excepción de Cuba por sus especiales y únicas condiciones nacionales e históricas, la totalidad de restantes procesos revolucionarios que optaron por el modelo «soviético» —de soviético en realidad nada, pues los soviets fueron disueltos por el estalinismo— han copiado cada una y todas de esas características. Cuba también ha copiado bastantes de ella, pero está demostrando gran capacidad de autocrítica y democratización verdaderamente socialista.
En suma, ha fracasado una estrategia precisa de transición al socialismo y al comunismo que comenzó en 1917, pero que para 1920 mostraba ya serias debilidades e inquietantes peligros de degeneración, como el mismo Lenin advirtiera al definir él personalmente a comienzos de 1921 a la URSS como «Estado obrero burocráticamente degenerado».
Ha fracasado esa verdadera degeneración del socialismo que creció sobre varios millones de revolucionarios asesinados por la burocracia del PCUS como lo reconoció el propio Jrushchov.
2. ¿Qué ha hecho fracasar a ese socialismo?
Las razones del fracaso del socialismo estalinista nacen en parte de semejante confluencia y de los límites objetivos de sus características internas, aunque no son las únicas razones. Hay que considerar también las sucesivas estrategias y tácticas imperialistas para derrotar los procesos revolucionarios mundiales, aislar, debilitar y derrotar a la URSS, la función impresionante de la socialdemocracia, etc. La burocracia del Kremlin ha sido responsable de muchas victorias capitalistas en Estados estratégicos para el imperialismo, reforzando así una espiral destructora que aún no ha terminado.
Lo que sí tenemos que dejar claro es que ya desde los primeros días de la revolución se dieron dentro de los bolcheviques y en general, en todas las corrientes socialistas y revolucionarias, vitales discusiones teóricas sobre cinco problemas prácticos de importancia estratégica no solo para la URSS, sino para todos los procesos revolucionarios prácticamente desde 1848. Fueron estas:
- el debate sobre las formas y contenidos socioeconómicos de la transición al socialismo; el sentido de la planificación económica; la función del dinero y la cuestión de los precios; la lenta extinción de la producción de mercancías; la intervención y el control obrero en la planificación socioeconómica; la cuestión agraria, etc.
- el debate sobre la democracia obrera y la dictadura del proletariado como antagónicos a la dictadura de la burguesía y a la democracia capitalista; la función del Estado como instrumento en proceso de extinción; las relaciones del Estado con los sindicatos y soviets, y con los propios partidos revolucionarios, etc.
- el debate sobre la cuestión nacional y el derecho a la independencia de los pueblos; el centralismo, federalismo o confederalismo de la democracia obrera y sus relaciones económicas; el problema de las lenguas y del desarrollo de las culturas, etc.
- el debate sobre el internacionalismo socialista como antagónico a la internacionalización del capital; la viabilidad del «socialismo en un solo país»; las relaciones entre organizaciones revolucionarias estatales y/o nacionales, etc.
- el debate sobre la propia «sociedad socialista» como cualitativamente superior a la capitalista; el problema de la alienación; el problema de la opresión de la mujer y del patriarcado; la función de la religión y de la ciencia, del ateísmo; la función de la ética y de la moral, etc.
No podemos extendernos ahora sobre el problema de las reivindicaciones ecologistas y medioambientalistas, que también se dieron en la URSS, y por lo común, en bastantes sitios, aunque con una gran debilidad.
En la URSS se discutió ampliamente sobre todo ello hasta que se impuso una terrible censura que prohibió textos de Marx y no publicó manuscritos fundamentales de su época más fructífera, su edad madura, que ahora están como legajos polvorientos en los sótanos del cerrado y clausurado Instituto Marx-Engels de Moscú. Lenin también fue censurado a la vez que tergiversado. ¿Para qué seguir?
Cada uno de esos problemas reales y todos ellos a la vez aceleraron las sucesivas crisis del socialismo estalinista de modo que periódicamente se ensayaban reformas e intentos de reformas. No podemos hacer ahora un repaso de todas ellas, sino enumerar sus tres constantes:
- venir impuestas desde arriba, desde la burocracia, como consecuencia de las protestas y/o malestar popular.
- no contar en absoluto con el pueblo, sino pretender mantenerlo contento pero en silencio y en la pasividad.
- ser derrotadas y vencidas por los sectores más duros, oficialistas y dogmáticos, excepto en el caso de la perestroika.
A lo largo de esta experiencia han pugnado siempre dos corrientes del PCUS: una que pretendía acercarse a la llamada «economía socialista de mercado», es decir, compaginar capitalismo y «socialismo», y otra que pretendía mantener los fundamentos dogmáticos del «socialismo» elaborado en los momentos del esplendor estalinista.
Precisamente, una de las diferencias de Cuba al respecto radica en que está sabiendo superar —¿hasta cuando?— por ahora esas características mediante la movilización de masas y la apertura del partido.
Como consecuencia de todo lo anterior, en la URSS y en la inmensa mayoría de «Estados socialistas» para finales de los años setenta la situación era ya alarmante en los siguientes diez puntos centrales:
- obsolescencia industrial en infraestructuras, su rendimiento, optimación de recursos, racionalización y rentabilidad productiva.
- atraso tecno-científico creciente con respecto al imperialismo que para comienzos de los ochenta era aproximadamente de una veintena de años, aunque no en tecnología militar, astronomía y ciencia pura.
- caos y desorden total en las infinitas contabilidades, en la planificación de los pedidos de materias e insumos, costos y precios resultantes, unido al gigantismo burocrático, al enconamiento de sus disputas y diferencias internas y al aumento de la corrupción.
- militarización masiva de la economía y supeditación a ella de la producción de bienes de consumo básicos, con los efectos de desequilibrio estructural creciente que ello acarrea.
- endeudamiento creciente hacia el imperialismo vía préstamos del FMI, BM y banca capitalista privada, a la vez que ahondamiento de la sima por debajo del rublo hipervalorizado.
- crisis ecológica escalofriante de efectos acumulativos.
- retroceso alarmante en las condiciones de vida y trabajo de las masas, aumento del paro encubierto, retroceso objetivo en sanidad y educación.
- deslegitimación profunda del socialismo en su totalidad y fortalecimiento de todas las lacras y vicios inseparables del dinero en cuanto amo absoluto.
- debilidad estructural incontenible frente al imperialismo envalentonado y decidido a todo, que endurece su ofensiva a comienzos de los ochenta.
- fortalecimiento de las aspiraciones y tendencias pro capitalistas de la casta burocrática dominante.
En estas condiciones estructurales, de fondo y de forma, el socialismo estalinista es incapaz a lo largo de la década de los ochenta de dar una respuesta al capitalismo. Es más, incluso un capitalismo azotado por una severa crisis de onda larga, que justo consigue una intensa, pero transitoria recuperación parcial de pocos años, puede torear y humillar reiteradamente a todo el bloque socialista, China incluida.
A inicios de los noventa se consuma el desastre y el PCUS es ilegalizado por sus propios dirigentes máximos en el verano de 1991, algo más de seis años después del inicio de la perestroika. Antes de la caída del PCUS han caído uno tras otro todos los «Estados socialistas» europeos y se encuentran en grave situación en resto. Tendríamos que hacer aquí un análisis más detenido de China y Cuba, pero no podemos.
Sin el PCUS y la dogmática «marxista-leninista», la burocracia puede ya liquidar implacablemente los restos históricos cualitativos de la Revolución de Octubre: la supresión de la propiedad privada de los medios de producción. Ahora, en la Federación Rusa, en la Confederación de Estados Independientes y en casi todos los ex-«Estados socialistas», a excepción de Cuba, Vietnam y algún otro, se está produciendo la reinstauración traumática y feroz del derecho de una minoría al control, posesión y propiedad privada de los medios de producción.
Esa minoría no es otra que la casta burocrática formada en la URSS desde finales de los años veinte, en la Europa del este desde 1947, por lo general, en China desde mediados de los años cincuenta y con más intensidad desde mediados de los setenta, etc. Esa casta veía decrecer sus ingresos y esperaba —espera— recuperarlos y acrecentarlos, expropiando los medios de producción, privatizándolos, expulsando trabajadores y vendiéndose al capital extranjero.
Dicho de forma muy resumida: ha fracasado porque la casta burocrática quiere convertirse en clase burguesa.
3. ¿Qué efectos tiene este fracaso?
Podemos dividir los efectos en cuatro grandes bloques correspondientes a la realidad actual del planeta bajo el imperio inhumano del capital en proceso de mundialización.
- Con respecto a los pueblos más «subdesarrollados» y empobrecidos del planeta, se trata de un inconmensurable desastre. Esos pueblos que son definidos ya como prescindibles, es decir, que no son necesarios apenas para el imperialismo, que son prescindibles por este, siendo así más hundidos aún en la miseria absoluta, para ellos la desaparición del «socialismo» es una verdadera tragedia.
Debemos reconocer que históricamente ese socialismo no ha hecho todo lo que estaba a su alcance, podía y debía hacer, es verdad probada por y en miles de experiencias, pero, aun así, debido a las condiciones mundiales objetivas, para ellos eran vitales, de supervivencia desesperada las contadas ayudas provenientes de ese socialismo.
- Con respecto a los pueblos que forman el grueso del mal llamado «tercer mundo», supone un serio contratiempo, pero, dialécticamente, una potenciación y búsqueda de nuevas vías revolucionarias. No entramos en contradicción al decir ambas cosas a la vez. Veámoslo:
Supone un serio contratiempo porque desaparecen las ayudas socialistas en dinero, técnicos y toda clase de socorros, armas y logísticas, etc; también porque deja vía libre, impunidad total a los tres imperialismos continentales y a las grandes transnacionales y corporaciones para hacer lo que les venga en ganas sin tener que negociar antes con la URSS u otras potencias socialistas, o sin tener que claudicar precisamente por chocar con los intereses internacionales de la URSS. Pienso que no hace falta extenderme al respecto.
Pero supone a la vez para esos pueblos la necesidad y la posibilidad de ensayar procesos revolucionarios autóctonos, propios, no supeditados a las necesidades de la URSS o de China. Podríamos citar una larga y escalofriante lista de traiciones imperdonables de casi la totalidad de PC estalinistas a sus propios pueblos, siguiendo los dictados de Moscú o de Pekín, despreciando y combatiendo cualquier intento revolucionario nacional, autóctono, independiente de unas burguesías occidentalizadas y cobardes. No podemos olvidar semejante experiencia que empezó ya en 1927 con el intento de supeditación sin condiciones de la revolución china a la burguesía del Kuomintang.
- Para los propios pueblos ex-socialistas es verdaderamente una catástrofe contrarrevolucionaria, por mucho que critiquemos con extrema dureza a la casta burocrática anterior. La reinstauración capitalista en esos pueblos está suponiendo un deterioro acelerado y desquiciante de las condiciones de vida y trabajo; un aumento de las desigualdades sociales, de clase, etnonacionales y de minorías; un reforzamiento del peor patriarcado en connivencia con el peor dogmatismo religioso; un agravamiento espeluznante de la gravísima crisis ecológica, etc.
Lo peor está todavía por llegar: nunca se desarrollará en esos países un capitalismo como el occidental de los años sesenta y setenta. Les llevan a un capitalismo dependiente, salvaje, neocolonizado, tercermundizado y corrupto a tope. Son tantas y tan profundas los obstáculos materiales y culturales que tendría que superar el capitalismo para asentarse en su forma occidental que jamás logrará hacerlo.
Pero eso no es lo peor. Lo peor es que precisamente es el capitalismo llamado del Centro o del Norte, el que se niega consciente, premeditada, fría y estratégicamente a ello. Es este capitalismo el que ni quiere ni puede permitirse el lujo de ayudar a nacer un futuro competidor en esos países. Esta es la realidad.
Se comprende entonces fácilmente el que de una manera casi automática la mayoría de los antiguos partidos «comunistas» oficiales de esos Estados vuelvan a recuperar audiencia y fuerza electoral una vez socialdemocratizados. Una fracción de la burocracia apostó ciegamente por la incondicional y fulgurante transición al más duro neoliberalismo y, lógicamente, han fracasado sin posibilidad de enmienda. Creyeron las promesas del lobo y han sido devorados.
Ello no quiere decir que la otra fracción burocrática, explicado muy brevemente, no desee el capitalismo e insista en mantener el «socialismo» a la vieja usanza. Nada de eso. Sí quiere el capitalismo, pero lo quiere de una forma y manera más realista, menos egoísta o por decirlo de otro modo, con un egoísmo más calculado, metódico y resistente a los innegables problemas futuros. Tendríamos que hacer aquí un análisis concreto de cada Estado y encontraríamos algunas diferencias, especialmente en Rusia, pero las conclusiones dominantes serían esas.
Desgraciadamente, en contra de lo que dicen algunos ilusos o ignorantes, no existen todavía condiciones sociales, objetivas y subjetivas suficientes para que en esos pueblos arraiguen fuerzas revolucionarias. Es tal la deslegitimación del «socialismo» en cualquiera de sus expresiones históricas; es tan profunda la amnesia histórica y pérdida de referentes radicales, que como mínimo se necesitará de una nueva generación crecida y educada en el terrible capitalismo dependiente, capaz de construir una nueva fuerza revolucionaria.
- Dentro de los relativa y objetivamente privilegiados pueblos del Centro imperialista, los efectos son también ambivalentes, aunque el peso mayor lo lleva la parte positiva. Me explico.
Desde 1917 la URSS ha sido una pesadilla que ha quitado el sueño a la burguesía occidental. Pero lo ha sido de forma muy discontinua, con grandes altibajos. Hasta mediados los años veinte fue realmente un sueño terrorífico y para la clase obrera en general un ejemplo a seguir y un espejo en el que mirarse. Ello empezó a cambiar a finales de los veinte y para finales de los treinta había bajado mucho el prestigio de la URSS dentro de los obreros europeos. Hay muchos datos que lo confirman.
Las causas de ese descenso fueron cuatro: la propaganda burguesa sobre la realidad del estalinismo, sus purgas y las durísimas condiciones de trabajo y vida en la URSS; la incapacidad de los PC estalinistas europeos para dar cuenta de lo que sucedía en la URSS y sobre todo en comprender y dar respuesta al auge del fascismo; la incapacidad del estalinismo para relacionarse con la socialdemocracia, los diversos anarquismos y otras corrientes revolucionarias y último, los efectos de la colaboración de clase con algunas burguesías europeas como con la inglesa en 1926 ayudando a derrotar la impresionante huelga general y más adelante, el giro hacia el frentepopulismo.
Pero la URSS volvió a recuperar el prestigio y a acrecentarlo con todo merecimiento al final de la 2.ª GM. Entre 1944 y 1947 el prestigio de la URSS era impresionante dentro de la clase obrera europea. Empezó a descender a partir de 1948 por tres motivos: de nuevo la propaganda burguesa explotando las nuevas purgas, etc; la desilusión profunda como efecto del descarado colaboracionismo desmovilizador de los PC en toda la Europa burguesa y por último, la incapacidad del estalinismo para comprender que el capitalismo había entrado en una nueva fase histórica global asentada en un nuevo ciclo expansivo de onda larga.
No hace falta indicar ahora cómo a partir de comienzos de los años sesenta ese prestigio aceleró su caída conforme empezaron los PC europeos a desligarse del PCUS. La invasión de Checoslovaquia indicó que la brecha entre ellos era ya irrecuperable. Las críticas hechas por el eurocomunismo al «socialismo real» ahondaron el desprestigio de la URSS. Mientras tanto, la socialdemocracia había crecido en parte gracias a ese desprestigio y al uso propagandístico de la realidad estalinista. Los grandes beneficiados eras los burgueses.
Para finales de los años setenta era ya definitiva la crisis del estalinismo, de su influencia y de su «ciencia marxista-leninista». La incapacidad del eurocomunismo y de las variables del estalinismo, como los múltiples grupúsculos maoístas, marxistas-leninistas, etc, para responder a los ataques del capital para cargar sobre la clase obrera los efectos de la crisis que estalló a comienzos de los setenta era una de las causas de dicho fracaso. Otra era su incapacidad estructural para comprender los profundos cambios estructurales que se estaban dando en la sociedad burguesa.
El surgimiento de otras izquierdas, muchas de las cuales retomaban abiertamente los temas discutidos y prohibidos en la URSS, añadiendo otros nuevos, la fuerza de los movimientos sociales, el agotamiento y crisis del eurocomunismo y de las múltiples sectas estalinistas, los problemas crecientes en la socialdemocracia y, unido a todo ello, la contraofensiva general del capitalismo iniciada por Reagan y Thatcher, todo ello conjuntamente, terminaron por liquidar el prestigio de una URSS que a mediados de los ochenta aupó a Gorbachov.
El llamado «marxismo soviético» estaba desprestigiado mucho antes de la caída de la URSS. La burguesía europea había comenzado los ataques antiobreros mucho antes de la implosión de la URSS por dos razones: sabía de sobra que el estalinismo no era el ogro revolucionario y sabía además que el eurocomunismo no iba a liderar ninguna resistencia revolucionaria. Tenía las manos libres y las usó.
Por tanto, después de este rápido repaso podemos decir que la derrota del socialismo estalinista apenas ha tenido repercusiones reales de carácter estructural. Estas se dieron precisamente en vida del estalinismo. Ha ocurrido que las izquierdas europeas no han sabido explicar la súbita descomposición de la URSS dejando en manos de la intelectualidad reformista y reaccionaria su explotación y rentabilización.
No podemos extendernos en las razones de esa incapacidad, pero sí debemos decir dos de ellas: el grueso de esas izquierdas provenían del estalinismo y los cambios sociales profundos habían desbordado el grueso del pensamiento socialista occidental en todas sus formas. Por poner un solo ejemplo, tengamos en cuenta sus dificultades para lidiar el todo del postmodernismo.
En la actualidad, las izquierdas europeas, las nuevas fracciones obreras que están apareciendo, las masas sociales condenadas a la nueva y vieja pobreza, las masas sociales condenadas a la precariedad y a unas realidades y perspectivas sombrías, tienen que pensar y actuar por ellas mismas. Ya no existe ni la «ciencia marxista-leninista», ni el PCUS, ni mucho menos aquel tétrico «paraíso socialista», detentadores del conocimiento salvífico.
Es verdad que hay todavía grupos pequeños de revolucionarios sinceros que piensan que el hundimiento del socialismo estalinista ha sido una desgracia irrecuperable. Piensan así porque desconocen la influencia real del estalinismo sobre las izquierdas y la clase obrera europea. ¿Y qué decir de la norteamericana y de la japonesa? Si en nuestro continente ha sido nefasto en líneas generales el estalinismo, mucho más lo ha sido en Japón y EEUU.
4. ¿Qué socialismo tenemos que construir?
Hemos utilizado la metáfora del tronco socialista histórico del que parten sucesivas ramas. Reconozco que tiene sus peligros y debilidades, pero vale como recurso de urgencia. Las fundamentales han sido el socialismo utópico, la socialdemocracia, el estalinismo y el eurocomunismo. Pero han existido otras ramas más pequeñas y dentro de esas grandes, como hemos dicho, han existido corrientes revolucionarias que han mantenido vivo el espíritu de lucha.
Digo esto porque es un error partir del supuesto de que no tenemos nada en lo que basarnos, de que somos unos huérfanos desamparados y dejado de toda protección y guía. Ocurre que para quienes se han formado —o deformado— en la dependencia dogmática, en la necesidad angustiada de estar siempre bajo las órdenes de un mando omnisciente, de tener ante sus ojos el «paraíso terrenal» como los creyentes religiosos tienen el «paraíso celestial», para ellos les es imprescindible disponer de un referente material.
Pero los parias de la tierra apenas han necesitado de ejemplos ya construidos para luchar y morir. Los tenían y los tenemos en nuestra consciencia, en las utopías, sueños y deseos de un mundo mejor. Antes de la existencia de la URSS hubo revoluciones y contrarrevoluciones en las que los parias de la tierra murieron sin necesidad de modelos que copiar. No queremos copiar nada sino construir algo nuevo.
Pero tampoco desdeñamos la teoría. Es más, sabemos que no podemos repetir los errores de los socialismos que han fracasado. Qué tenemos que aprender de ellos. Disponemos en la actualidad de cinco grandes áreas teóricas y prácticas de aprendizaje y contrastación del socialismo que queremos construir:
- de los socialismos fracasados podemos aprender sus errores, lo que no podemos ni debemos repetir, lo que discutieron y lo que hicieron en la práctica.
- de las corrientes revolucionarias dentro de esos socialismos podemos aprender una enorme cantidad de cosas valiosas que debemos adecuar a las condiciones actuales.
- de otras corrientes revolucionarias que no estuvieron dentro de esos socialismos y que desde fuera defendieron posturas que también son válidas en la actualidad.
- de nuevas corrientes revolucionarias, progresistas, radicales, etc, que han surgido, surgen y surgirán como efecto de los cambios histórico, debemos aprender aportaciones novedosas y muy actuales.
- de nuestra misma práctica histórica de liberación nacional y social, es decir, de nuestros propios errores y aciertos.
El socialismo que estamos practicando y mejorando no parte de la nada, de la mera voluntad. Tiene tras sí la enorme experiencia histórica de la humanidad entera. Una experiencia sangrante, pero que ha evitado con sus luchas peores sufrimientos, que ha logrado con sus sacrificios parar y hacer retroceder en determinados momentos cruciales a las más bestias e inhumanas brutalidades capitalistas.
El socialismo que estamos construyendo parte y se reclama de las victorias innegables de los socialismos que han fracasado. No es una contradicción formal lo que estoy diciendo: es pura dialéctica histórica. Si repasamos la historia del último siglo y medio, vemos cómo los socialismos que posteriormente fracasarían también lograron victorias en sus fases iniciales, a excepción del eurocomunismo, que se ha limitado a repetir multiplicadamente todos los errores y degeneraciones anteriores.
La reivindicación moral y ética del socialismo premarxista, su insistencia en la educación, en la utopía concreta, en nuevas formas de vida y sexualidad, etc, son valores que debemos reactivar y que ya estaban en el interior del marxismo original. El ultracientifismo positivista de la socialdemocracia; el culto mecanicista a las fuerzas productivas del estalinismo; la concepción mecanicista, gradualista y fría de la historia, reducida a una especie de autopista de vía única, ese culto común a la socialdemocracia, estalinismo y eurocomunismo, criticado con antelación por corrientes del socialismo utópico, debe ser de inmediato descartado.
La reivindicación en las grandes acciones y movilizaciones internacionales de masas, de la primera fase de la socialdemocracia; su reivindicación de las redes autoorganizadas, de los sindicatos militantes, de la liberación de la mujer, de la denuncia del militarismo y de la economía de guerra, todo ello que después fue arrinconado por la burocracia, debemos también recuperarlo.
La reivindicación leninista de los soviets y consejos obreros, del pueblo en armas, del Estado en extinción, del internacionalismo radical, del derecho de los pueblos oprimidos a su independencia, del debate teórico permanente, todo lo que de inmediato fue prohibido y perseguido por el estalinismo, debemos recuperarlo de inmediato. Y en especial, su insistencia en la importancia estratégica de los procesos revolucionarios de liberación nacional, de lo que entonces se llamaban luchas anticoloniales.
Pero aparte de esa experiencia tenemos la impresionante lección de revolucionarias y revolucionarios de otras corrientes internas o externas. Dentro de la cultura occidental tenemos las experiencias anarquistas, libertarias, anarco-comunistas, sindicalistas radicales, socialrevolucionarios, consejistas y asambleístas, luxemburguistas, espartaquistas, pannekoistas, trotskistas de diversas corrientes, comunistas autónomos, obreristas, situacionistas, militantes de movimientos sociales, sindicalistas autoorganizados, etc, etc.
¿Y qué decir de las revolucionarias y revolucionarios de otros pueblos y culturas no occidentales? Uno de los peores daños que han hecho el socialismo utópico, la socialdemocracia, el estalinismo y el eurocomunismo ha sido el de mantener contra viento y marea la concepción eurocéntrica y occidentalista de la liberación humana. Una impresionante cantidad de experiencias de liberación han estado y están fuera de nuestros conocimientos actuales, muy limitados por cierto y dependientes en extremo de las informaciones tergiversadas y falsas que nos brindan las transnacionales de la mentira.
Resumiendo estas fuentes de aprendizaje podemos apuntar las siguientes enseñanzas de lo que debe ser el núcleo del socialismo nuestro:
- comprender que la historia no está determinada mecánicamente de antemano por ninguna fuerza, ni por los dioses, ni por el desarrollo automático, ciego e inflexible de las fuerzas productivas. La historia humana es producto, causa y efecto, de la lucha de clases. No está escrita, sino que la escribimos nosotros.
- comprender que debemos enfrentarnos sin piedad, en todo momento, al patriarcado como fuerza opresora y contrarrevolucionaria en su más duro y permanente sentido. No habrá socialismo y menos aún comunismo si no se extingue simultáneamente y en relación inversa el patriarcado, el sexismo, el machismo y la misoginia.
- comprender que no podemos seguir destrozando la naturaleza, que la crisis ecológica es mucho más que eso, que lo que existe es un antagonismo entre todas las formas de producción orientadas hacia el dinero y la mercancía y la naturaleza, que nos estamos comiendo ya el futuro no de las generaciones venideras sino de la que hoy tiene ya una veintena de años.
- comprender que hay que superar gradualmente el dinero, la mercancía y la producción de cosas descualificadas, que hay que controlar desde el Poder Popular el mercado e introducir en él formas planificadas de producción y consumo cualitativo que no cuantitativo, que hay que guiar la sociedad conscientemente hacia la superación histórica de la mercancía, de la propiedad privada clasista y de la división del trabajo tanto en su forma intelectual y manual, como nacional y de sexo-género.
- comprender que el Estado es una maquinaria peligrosa y mortífera que debe ser destruida; una maquinaria que aunque la necesitemos en determinados momentos, debemos vigilarla y controlarla desde dentro y desde fuera mediante el Poder Popular. El Estado es un instrumento altamente peligroso, un producto letal y contaminante que debemos extinguir conscientemente.
- comprender que la iniciativa de las masas, de la clase obrera, del pueblo trabajador en su conjunto, es decisiva y determinante, que nada se puede hacer sin ellas y mucho menos contra ellas.
- comprender que la burguesía es una clase asesina y genocida, que nunca ha abandonado pacíficamente el poder en ninguna parte, que ha respondido con fiereza extrema cuando lo ha perdido y que generalmente se adelanta antes de perderlo desarrollando toda serie de tácticas represivas y divisionistas, desencadenando golpes militares, dictaduras y regímenes fascistas, períodos prolongados de represión acentuada, etc.
- comprender que contra ese frío monstruo implacable son necesarios todos los instrumentos y métodos de resistencia, lucha defensiva, autoorganización y aglutinación de fuerzas, lucha ofensiva, huelgas generales, etc, siempre dentro de una ágil interrelación de todas ellas y buscando siempre mantener la iniciativa estratégica.
- comprender que la mundialización actual acrecienta la dialéctica entre los procesos socialistas de liberación nacional, de independización de los pueblos oprimidos, y el internacionalismo consecuente y radical, sobre todo para quienes militan en Estados imperialistas que oprimen y ocupan a otros pueblos dentro suyo y en otros continentes.
5. ¿Qué sucede en Euskal Herria?
Pues está pasando ni más ni menos que aquí el fracaso de los cuatro socialismos analizados viene también acentuado por el desarrollo de una experiencia práctica y cada vez más teórica de un socialismo abertzale decidido a conquistar la independencia nacional vasca.
En Euskal Herria y en especial en su parte peninsular, la ocupada por el Estado español, los cuatro socialismos han acelerado su fracasado porque han menospreciado las reivindicaciones nacionales, aunque la raíz del problema es más profunda y radica en la ignorancia e incomprensión teórico-estratégica de la ubicación y encuadre nacional de la lucha socialista. Me explico.
Voy a plantear y responder a cuatro preguntas para mí vitales:
- ¿Por qué todos los procesos revolucionarios triunfantes han tenido un esencial sentido y carácter de liberación nacional? Porque, entre otras cosas, se ha cumplido el vaticino de Marx escrito en el Manifiesto Comunista y en párrafos precisos de El Capital y porque está vigente lo que se denomina «ley del desarrollo desigual y combinado».
- ¿Por qué todos los procesos revolucionarios que han fracasado y estallado en contradicciones insalvables han despreciado previamente o perseguido incluso las reivindicaciones nacionales? Porque han tenido concepciones ultracentralistas y además se han dejado ganar internamente por el resurgir de los nacionalismos opresores propios a los que solo combatieron de palabra.
- ¿Por qué los intentos reformistas de cambiar pacíficamente el Estado burgués han fracasado a la hora de encabezar un modelo nacional alternativo, cediendo la legitimidad en ese sentido a la burguesía? Porque no es posible mantener una política nacional respetando el orden y el sistema opresor: o se reivindica una nación revolucionaria o se acepta la nación tal cual la define la burguesía.
- ¿Por qué las involuciones autoritarias, las contrarrevoluciones, los golpes militares, los fascismos de masas, etc, tienen un contenido nacionalista y populista? Porque las autodefinidas izquierdas han abandonado plenamente en manos de la derecha todo referente nacional propio, toda reivindicación práctica de una nación construida por el pueblo trabajador y la clase obrera y no por la derecha reaccionaria.
Es suma, la experiencia aplastante de siglo y medio de luchas obreras y populares en occidente, y campesinas, populares y obreras en los pueblos del mal llamado «tercer mundo», enseña que el contenido y contexto histórico-nacional de las luchas de las clases oprimidas es determinante. Sin embargo, en contra de esa evidencia ya suficiente e incuestionable a mediados del siglo pasado, la socialdemocracia, el estalinismo y el eurocomunismo han hecho todo lo contrario.
No podemos describir aquí las diferentes respuestas socialdemócratas, estalinistas y eurocomunistas a esas interrogantes. Si podemos decir que en Euskal Herria y concretamente en Hegoalde, los tres socialismos fracasados han tenido comportamientos estratégicos que no solo tácticos, claramente antiabertzales. Ya no quedan entre nosotros organizaciones estrictamente estalinistas sino a lo sumo grupitos marginales. Sí quedan dos grandes bloques.
- la socialdemocracia es un instrumento efectivo de desnacionalización vasca y de mantenimiento de la ocupación española. Es tan obvio lo que digo que no me voy a extender.
- los restos del eurocomunismo se han refugiado en Hegoalde en las siglas de Izquierda Unida, que sirve también de puerto de acogida a náufragos de otras corrientes que tampoco supieron responder a las necesidades nacionales vascas. Todos ellos se caracterizan por tres constantes: rechazar la independencia vasca; rechazar el recurso del MLNV a la interrelación de todas las formas de lucha y por último, aceptar la partición de Hegoalde en dos comunidades oficialmente diferenciadas impuesta por el ejército español.
El fracaso del socialismo estalinista en Hegoalde ha dado cuerpo vía recuperación parcial del eurocomunismo remozado a una organización que, sin embargo, no reniega de ninguna de las identidades españolistas y estatalistas del PC español de siempre. Del mismo modo que en la URSS bajo Stalin renació el nacionalismo opresor gran-ruso, tan radicalmente denunciado y atacado por Lenin, en Hegoalde y de manos de IU ha renacido en nacionalismo español «progresista» a la par que todos los componentes reformistas y antiobreros típicos del PCE desde su fundación histórica.
No nos debe extrañar ese proceso regenerativo. Es más, confirma la justeza y razón teórica de toda la crítica que hacemos. Y es que una de las decisivas asignaturas pendientes que tiene el socialismo que está naciendo es precisamente la superación definitiva del nacionalismo de los Estados opresores y la aceptación plena del independentismo de los pueblos oprimidos. Hay diferencias claras entre nacionalismo e independentismo, pero no podemos exponerlas ahora.
El socialismo que ha fracasado, el estalinista, no aportó apenas nada a la independencia vasca. Pero el heredero del eurocomunismo es un instrumento muy activo del Estado español contra Hegoalde. Su aceptación y defensa del orden impuesto; su apología de la «democracia» que nos toca padecer; su afirmación de que no existen prisioneros políticos en el Estado; su defensa de las fuerzas de ocupación; sus llamamientos a la «paz»; su rechazo a la independencia; su aceptación de la separación de Vascongadas y de Navarra; su defensa de la «razón de Estado»; su nula denuncia siquiera verbal a la política de castigo desindustrializador y, en suma, un largo etcétera, hacen de ese socialismo un instrumento estatal.
Es verdad que ha fracasado un determinado socialismo, como anteriormente, fracasaron otros, pero no es menos cierto que estamos construyendo uno nuestro, propio, inalienable, abertzale e independentista.
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 30 de marzo de 1995