Diez tesis sobre el GATT: ¿Fin y medio?

Publicado en ALDARRIKA: Observando de cerca al enemigo. Dossier FMI, BM, GATT. Seminario Erandio 1,2,3 julio 1994. pp 33-41.

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La humanidad se encuentra en un momento especialmente crítico de su existencia. Una serie de tensiones y problemas estructurales no resueltos durante los años de expansión gloriosa del Capital posterior a la IIª GM, han resurgido con fuerza demoledora. Pero lo han hecho en medio de otro contexto estructural, dentro de otras dinámicas evolutivas tendenciales muy diferentes a las que se asentaron a finales de los cuarenta. Entonces se conjugaron cuatro factores impulsores de una nueva fase histórica del capitalismo y de una nueva forma o modelo de acumulación:

1.1. Las severas derrotas e incluso destrucción total de muchas organizaciones revolucionarias, así como profundos cambios desestructuradores de las clases oprimidas como efecto de la guerra, de los movimientos poblacionales, de la reconstrucción del tejido socioindustrial, etc. Allí en donde las clases oprimidas desarrollaron poderosos movimientos revolucionarios, por ejemplo en Europa, Italia, Estado francés y Grecia, allí se impusieron los acuerdos negociados entre la URSS y EEUU de modo que el Capital recuperó su poder. Fuera de Europa el imperialismo lanzó severas ofensivas e impuso a las burguesías y poderes neocoloniales estrictas «alianzas anticomunistas». De este modo, al acabar la IIª GM el imperialismo apenas tuvo que enfrentarse a un movimiento revolucionario tan poderoso como el existente al finalizar la Iª GM, exceptuando revoluciones con la china y otras que también engarzaban con las experiencias de los años veinte.

1.2. La previa preparación de una estrategia de expansión del poder omnómodo y omnívoro de EEUU. No se trata sólo de los golpes tremendos recibidos por las fuerzas revolucionarias antes, durante y después de la IIª GM, sino también, simultáneamente, de la aplicación de un plan estratégico yanki oficializado en los «acuerdos» de Bretton Woods de 1944, que se diseñaron e impusieron a la vez que se negociaba con la URSS. Esa estrategia mundial del imperialismo yanki, ya apuntada en su esencia en la agresiva política de asfixia económico-energética al Japón -forzando al Japón a dar el «primer golpe» en la guerra que EEUU buscaba desencadenar- partía del monopolio del poder nuclear en esos momentos como ‘ultima ratio’ de su victoria segura así como de la certidumbre del Capital yanki de que debía evitar el error cometido al finalizar la Iª GM, es decir, ahora USA se adelantaba al «día después» desarrollando un modelo de expansión mundial destinado a evitar tanto la crisis interna por sobreproducción, aumento del paro, etc, como la crisis externa por tensiones y estallidos revolucionarios.

1.3. La introducción a la producción de bienes de producción de los adelantos tecnológicos desarrollados en el complejo industrial-militar volcado hasta entonces a la producción de bienes de destrucción. La primera fase de la tercera revolución tecnoindustrial del capitalismo, que codeterminó junto con el keinesianismo, etc, el nuevo modelo de acumulación resultante. Las plantas industriales viejas fueron modernizadas con esas innovaciones; las nuevas que se crearon se diseñaron en base a esas innovaciones; la fuerza de trabajo social fue reeducada a las nuevas exigencias, horarios y disciplinas, etc. El impresionante aumento de la demanda general como efecto de las destrucciones masivas de la guerra y de la intervención creciente del Estado, esa demanda exigía más y más tecnología, a la vez que obnuvilaba con el consumismo y las reformas sociales a unas clases trabajadoras desestructuradas y que aún no se habían repuesto de los sacrificios y castigos de la pasada guerra.

1.4. La férrea disciplina anticomunista impuesta por EEUU a nivel planetario simbolizada en la llamada «guerra fría» hizo que, junto a los puntos anteriores, el imperialismo contase con una única dirección político-militar correspondiente a una única supremacía económica. Una URSS debilitada en extremo por su decisiva intervención antinazi; que se cerró en sí misma poniendo en marcha nuevas purgas y depuraciones; que supeditó la lucha de clases en el capitalismo desarrollado a los intereses de su burocracia y que sólo ayudó a muy contados procesos revolucionarios de liberación nacional en el resto del mundo; que no supo contrarrestar las campañas propagandísticas y mentirosas del imperialismo sobre los «derechos humanos», etc, una URSS así, pese a sus méritos, no pudo presentarse como el baluarte de la revolución mundial tal como lo había logrado la URSS de 1917-1925.


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Son estas condiciones únicas en la historia del capitalismo las que enmarcan los «acuerdos» de Bretton Woods, las sucesivas puestas en marcha de instituciones internacionales monopolizadas por USA, las que explican la creación de la ONU, etc. El GATT es incomprensible fuera de este contexto mundial, del mismo modo que su evolución durante los años posteriores sólo se entiende dentro de la evolución del contexto definitorio. Sin estas condiciones estructurantes muy difícilmente habría podido el capitalismo entrar en otra fase histórica de expansión y en otra forma o modelo de acumulación. Decimos que muy difícilmente pues no hay que descartar teóricamente la otra posibilidad: la agudización extrema de todas las contradicciones internas tal cual sucedió a finales de la segunda década de este siglo. Se nos presenta aquí una interrogante decisiva a la hora de comprender las tendencias previsibles de evolución del capitalismo, interrogante que tiene una muy estrecha conexión con el papel que deben jugar el GATT, el FMI, el Banco Mundial y la ONU.

La pregunta es la siguiente: vista la evolución mundial no eurocéntrica del capitalismo desde una perspectiva histórica larga, desde el s. XVII a ahora, por ejemplo; considerando la acumulación y superposición de contradicciones y su agudización a escala planetaria en especial con la crisis ecológica de sobrevivencia; analizando las características de la actual crisis estructural y las tremendas dificultades que tiene la burguesía para salir de ella, etc, o sea, conceptualizando el capitalismo real como una totalidad contradictoria que se encuentra en la peor de sus crisis históricas, ¿podemos definir a la expansión de las décadas de los 50 y 60 como un simple producto de las fuerzas y dinámicas endógenas, estrictamente internas, solamente económicas del modo capitalista de producción, o -la tesis que aquí se defiende- como producto de la conjunción de fuerzas endógenas y exógenas, de factores económicos más político-militares?. Es decir, ¿qué responsabilidad tiene el GATT, el FMI, el BM, la ONU y tantas y tantas otras organizaciones creadas ad hoc en el impulso de esas dos décadas, así como en la destrucción de la URSS, al margen de las propias responsabilidades de su burocracia exsoviética?. Dicho de otra forma, los «acuerdos» de Bretton Woods y el resto de «alianzas» y medidas tomadas por USA en aquellos decisivos años ¿no son producto del replanteamiento teórico-estratégico del Capital que empieza a realizarse en 1917 porfundizándose posteriormente, destinado a detener con medidas político-económicas, político-militares y económico-militares la creciente descomposición del capitalismo que llegaría con el caos de 1929 a su expresión más alarmante?. Vamos a extendernos un poco en esta interrogante al ser decisiva para el tema que tratamos.

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El marxismo era desconocido y despreciado para y por la intelectualidad burguesa prácticamente hasta comienzos de la década de los 20. Sí había intelectuales burgueses que leyeron los textos de Marx, pero eran los menos y lo hacían más por curiosidad que por otra cosa. Hasta ese tiempo, la inmensa mayoría de las disputas y críticas teóricas contra la ley de la caída tendencial de la tasa de beneficio y contra la ley del valortrabajo, contra la dialéctica marxista como racionalización de la hegeliana, contra el materialismo histórico, contra la violencia revolucionaria y la crítica de la democracia burguesa, etc, es decir, los puntos de antagonismo esencial entre el reformismo y el marxismo, se habían librado dentro de las diversas corrientes socialistas, socialdemócratas, anarquistas, populistas y marxistas, pero apenas con intelectuales burgueses. La revolución rusa de 1905 y sus ondas expansivas en Europa, el crecimiento de las luchas anticoloniales, la revolución de 1917 y sus consecuencias cualitativas durante muchos años, etc, más la incapacidad del capitalismo para salir de su marasmo simplemente por la interna dinámica económica, estos factores presionan a la intelectualidad burguesa a estudiar el marxismo.

El Plan Wilson, las derechizaciones de las burguesías, la potenciación del militarismo y del nazi-fascismo, la creciente intervención del Estado como instrumento garantizador de la reproducción ampliada, el triunfo imparable del keynesianismo incluso dentro del nazi-fascismo, la irrupción de la sociología weberiana y se la sociobiología racista, el giro total a la derecha del psicoanálisis, la fuerza del irracionalismo, etc, estos cambios profundos de la década de los 20 corresponden a la alarma del Capital. Las revoluciones y luchas de liberación antiimperialista tanto en el capitalismo desarrollado como en el resto del planeta presionan a las burguesías a activar mecanismos político-militares, político-económicos y económico-militares que están en la base del plan estratégico yanki impuesto en Bretton Woods. De hecho, la burguesía yanki no era la única en avanzar en esa dirección: la japonesa y la alemana hacían en esencia lo mismo aunque con matices secundarios. Una de las causas del desastre francés en 1940 radica en la tardía comprensión burguesa de los cambios que estaban acaeciendo.

En estas condiciones, la totalidad de instituciones y organizaciones creadas por el imperialismo entre 1944-1950 respondían a una dinámica imparable exigida desde 1917: apuntalar el capitalismo con soportes políticos, militares, institucionales, burocráticos, etc, que formalmente, desde una concepción parcialista, no dialéctica ni totalizante del modo de producción, estaban fuera de lo económico, eran en apariencia externos a la dinámica económica. No podemos estudiar aquí cómo en la obra de Marx está esa concepción totalizante y cómo los últimos escritos de Engels insisten machaconamente ella. Lo significativo es que cuando la intelectualidad capitalista estudia el marxismo como teoría y la práctica revolucionaria de las clases y pueblos, en ese estudio aprende la urgencia de activar los componentes políticos, burocráticos, administrativos, militares, culturales, etc, que han estado inscritos en la práctica esencial y unitaria de la explotación de plusvalor y en su realización en beneficio. Han sido vitales desde el s. XVII e incluso antes, pero la ausencia o debilidad de una teoría totalmente y dialéctica impidió comprenderlo. El liberalismo decimonónico muestra aquí sus grandes fallas.

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Pero esta es una de las dos grandes lecciones que aprende la burguesía del marxismo y que desprecian la socialdemocracia y stalinismo y de la lucha de clases. La otra es la necesidad imperiosa de asegurar el orden a escala mundial para asegurar las sobreganancias del Centro imperialista a costa de la humanidad en su conjunto y especialmente de la sometida a la explotación colonial e imperialista. Los «acuerdos» de Bretton Wood, el GATT, etc, son también incomprensibles sin esta segunda lección. Desde finales de los 60 del s. XIX Marx comienza a preocuparse del futuro de la revolución en Rusia, empieza a «mirar a oriente» desentendiéndose de occidente, de Inglaterra primero y luego de Alemania en gran medida, aunque no presta ninguna atención a la explosiva situación latinoamericana. Las ricas discusiones sobre el imperialismo y sus consecuencias que se producen a comienzos del s. XX en las izquierdas europeas darán paso a la sabia y premonitora insistencia de Lenin y de los bolcheviques sobre la importancia estratégica de la lucha antiimperialista. Grosso modo, los cuatro primeros congresos de la IIIª Internacional integran esas luchas estratégicas en una concepción mundial del tránsito del capitalismo al socialismo y al comunismo. La historia daría la razón a esas tesis. Pero la socialdemocracia y el stalinismo las negarían.

Un momento cumbre en la reflexión burguesa lo supone la revolución china de 1927 como reflejo de las luchas anticoloniales que están debilitando agudamente al imperialismo en todos los sentidos y en especial, en Africa e India, a Inglaterra. La creciente competencia interimperialista Japón en Asia, Italia en norteáfrica, Alemania que tantea en América Latina, etc complejiza el problema. El imperialismo USA se encuentra a mediados de los años 30 con serios problemas: en el área del Pacífico crece la competencia con Japón y en el área atlántica Inglaterra, su aliado-competidor histórico, decrece imparablemente frente a Alemania, mientras que en América Latina no se estabiliza definitivamente la doctrina Monroe y se evidencia el intento alemán de penetración. Este contexto, unido a las luchas de clases en Europa, exige a USA un análisis estratégico global en el que el primer punto es la inminencia de otra guerra mundial interimperialista. El cerco asfixiante contra Japón se inscribe en dicha dinámica. La máquina propagandística yanki se pone en marcha para debilitar y aniquilar el profundo sentimiento aislacionista de las masas norteamericanas. El desarrollo de la IIª GM irá confirmando, depurando y mejorando los planes globales del imperialismo USA que para finales de 1943, justo tras la derrota estratégica de Alemania en la batalla de Kurtz frente a la URSS, más decisiva que Stalingrado, están elaborados: Bretton Voods aparece un año después como el modelo de monopolio del Tercer Mundo por el imperialismo USA.

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El GATT, el FMI, el BM, son piezas claves en ambas lecciones que ha aprendido la burguesía en los decisivos años de 1917-1939, con fechas tan determinantes como 1923 y la revolución alemana; 1927 en China e Inglaterra, 1929 y el crack financiero; 1931 y la República española; 1933 y la victoria nazi; 1936-37 y el franquismo y el frente populismo francés; 1939 y la Segunda Guerra Mundial, etc, sin olvidar fechas anteriores tan decisivas como 1910 y la revolución mexicana y otras: solo citamos algunas. Quiere ello decir, que el plan global imperialista activado en 1944 fusiona en su interior los aspectos económicos, políticos, militares, diplomáticos, etc, que en la práctica estaban unidos pero que en la teoría política burguesa aparecían desunidos, divorciados. El Capital aprende de la teoría marxista que esa unidad existe en los hechos: que la realización del beneficio, es decir, la transformación del plusvalor en plusvalía es imposible en la práctica sin el recurso a esos instrumentos. Aquí se constata el irrecuperable fracaso del liberalismo decimonónico y la irrupción irreversible ya -durante otra fase histórica del capitalismo, en concreto su quinta fase larga y su cuarto modelo de acumulación- pese a la verborrea neoliberal posterior del Estado como pieza esencial para la reproducción ampliada del Capital.

Ahora bien, en su nacimiento se anuncia su muerte. Los «acuerdos» de Bretton Woods sirven para asegurar que las dos grandes contradicciones globales que amenazan al sistema capitalista -el estancamiento definitivo de las fuerzas expansivas endógenas, estrictamente económicas, y la creciente independización del «tercer mundo» de la mecánica de intercambio desigual y sobreexplotación- a finales de los años 30 y que son las responsables directas de la IIª GM, esas contradicciones que en sí son una única, aceleren su explosividad. Durante un tiempo realmente corto -sólo veinte años, segundo arriba-abajo- en la larga historia de los ciclos y fases capitalista, durante esos cortos años, el imperialismo logra estabilizar una expansión sorprendente pero parcial y desequilibrada en extremo. El dominio omnipresente de EEUU, imposible sin la ONU, el FMI y el BM, así como sin los acuerdos periódicos con la URSS y las condiciones que ésta potencia dicta a los movimientos que controlan en todo el mundo, se asienta en la estrechísimo interrelación político-económica, político-militar y económico-militar de las fuerzas productivas y de las relaciones de producción. La unidad económico-militar se materializa en el decisivo complejo industrial-militar y sus redes y tentáculos político-económicos y político-militares. Pero esa expansión entra a finales de los 60 en una crisis de la que aún no ha salido. Y tenemos que hacernos esta pregunta: ¿no entró antes en crisis gracias al GATT?. O si se quiere, ¿en qué medida el GATT, y el resto de organismo, es decir, la «filosofía» estratégica de Bretton Woods, retrasaron la crisis?

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Precisamente el GATT fue la institución menos desarrollada de las diseñadas en esos años. Fue la menos concreta y la más imprecisa y abstracta debido a que todavía no era necesaria a los intereses de EEUU. Fue un acuerdo que apenas obligaba a nada a los EEUU en aquél final de los años 40. La situación general del momento permitía a USA un dominio directo sobre la libre circulación de sus productos, así como una nula resistencia a sus aranceles proteccionistas. Durante los años 50 el Imperio-USA no necesitó precisar mayormente el contenido de los acuerdos sobre aranceles y libre comercio. En los años 60, en la «ronda Kennedy» de 1963-1967 se empezaron a detectar las primeras diferencias internas dentro del imperialismo, pero aún los EEUU tenían demasiado poder como para ser contestados; de todos modos esta «ronda» impuso al «tercer mundo» un desarme arancelario de cerca del 50% en los derechos de aduanas de muchos productos industriales. Los grandes Estados capitalistas se encontraban ya con ciertas salutaciones en su producción industrial y necesitaban que los Estados débiles tuvieran que abrir sus mercados a los productos del Centro imperialista. Esa imposición alivió durante un tiempo la sobreproducción del Centro pero sentó las bases para la rápida desindustrialización de zonas enteras como América Latina a partir de mediados los 70, cuando las dictaduras militares y los gobiernos proimperialistas cumplieron sus órdenes.

La «ronda Tokyo» de 1975-1979 presenció ya más duras disputas interimperialistas, pero aún así el Centro mantuvo su unidad frente al resto del planeta, precisamente por la gravedad de la crisis y la necesidad de estrujar más a los pueblos oprimidos. Otro tanto hay que decir de la recientemente concluida «ronda Uruguay», en la que las disputas interimperialistas, mayores que en las rondas pasadas, se han mantenido empero dentro de lo secundario con tal de asegurar la liberalización del comercio mundial. Quiere esto decir que la debilidad creciente de los EEUU es contrarrestada por la necesidad del Centro imperialista de mantener su presión liberalizadora sobre el «tercer mundo». En este sentido, desde que a finales de los 60 comenzó la debilidad económica relativa de EEUU, compensada por la alianza simbiótica con Japón y la debilidad política de la Europa occidental de entonces, desde entonces, el GATT ha sido el instrumento mediante el cual el Centro imperialista impone al resto del planeta sus criterios unitarios, previa o paralela negociación de sus diferencias internas secundarias fuera del GATT.

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Las discusiones entre EEUU, Japón y Europa occidental, con fuertes diferencias dentro de la UE, sobre sus diferencias interimperialistas no han imposibilitado el que se impongan los mandatos de la «ronda Uruguay» a los demás Estados. Es por esto que el GATT ha sido un instrumento terriblemente efectivo para mantener la vitalidad del capitalismo durante veinte años y sobre todo para unir al Centro imperialista frente al resto del planeta en los momentos de crisis: esa es la gran rentabilidad político-económica del GATT. Probablemente, si el GATT hubiera nacido con precisas condiciones y estipulaciones internas no hubiera servido tan efectivamente al imperialismo, primero al yanki y luego a su unidad trinitaria. Es como si la burguesía-USA hubiese comprendido en 1947 que el comercio mundial se rige por criterios diferentes a los que rigen a la paridad del cambio de divisas, para lo que creó el Fondo Monetario Internacional, y a las condiciones de inversión y planificación dentro de los Estados dependientes, para lo que creó el Banco Mundial.

Estas dos últimas instituciones funcionaron perfectamente bien cada una en su campo, pero con ritmos diferente si se observa comparativamente su caminar específico, mientras que el GATT estuvo aletargado durante mucho tiempo hasta que comenzaron, de un lado, los ligeros pero peligrosos despuntes industriales de algunas zonas del «tercer mundo»; de otro, cuando el Centro imperialista vio el comienzo de su sobreproducción y competitividad interimperialista y por último, al comenzar a su vez la mundialización económica y la transnacionalización financiera. La virtualidad del GATT es por tanto procesual, se materializa de manera ascendente y según las cada vez más agudas necesidades de sobreexplotación a escala mundial; a la vez, el GATT no es contradictorio con la tendencia al proteccionismo interno de las burguesías imperialistas primero en sus Estados y luego en sus respectivos bloques continentales de poder. Las seis áreas de liberalización impuestas por el GATT en su reciente ronda son desastrosas para la mayoría inmensa de la Humanidad:

7.1. La liberalización del comercio mundial de servicios, es decir, de todo lo relacionado con las nuevas tecnologías de telecomunicaciones, financiación y administración bursátil y bancaria, industria turística y de ocio, industria cultural y recreativa, seguros de todas clases y capitales unidos a ellos, etc. Ocurre que el Centro imperialista padece ya sobreproducción en estas ramas; ocurre que algunos Estados industrializados del «tercer mundo» han adquirido o están en camino de lograrlo suficiente autonomía productiva en esos campos; ocurre que existe un mercado mundial sin saturar en esas áreas, etc. Por consiguiente el Centro imperialista ha impuesto la liberalización de esos productos como antes impuso la de productos industriales, etc. Pero el Centro en su conjunto, y los diversos Estados imperialistas se reservan para sí rigurosos controles sobre determinadas nuevas tecnologías que aún necesitan de protección, que aún rinden altos beneficios porque aun no se ha masificado su producción.

7.2. La liberalización del comercio mundial agrario, es decir, de la producción, distribución y venta de productos agrarios que hasta hace muy pocos años, incluso actualmente, eran protegidos y subvencionados por razones estratégicas político-económicas y político-militares en EEUU, Japón y la UE. Esas tremendas subvenciones, que se remontan prácticamente a la fase de consolidación de los Estadosnación burgueses en la mitad y finales del s. XIX según los casos, por intereses de independencia estatal de alimentación y defensa tanto externa como ante tensiones clasistas internas, han dejado de ser necesarias en la actualidad por cuatro razones: una, ya se ha destruido la capacidad de producción alimentaria propia de casi todo el «tercer mundo» aumentando su dependencia absoluta; dos, se ha reducido grandemente el precio de los productos que aún se producen fuera del Centro imperialista; tres, ahora sí existen fuerzas político-militares y económico-militares de presión a esos productores para que acepten los precios del Centro y último, cuatro, la crisis fiscal burguesa exige desregular el proteccionismo ya inservible.

7.3. La liberalización del comercio mundial textil, es decir, de una de las ramas productivas más rentables para el «tercer mundo» ha sido unidireccional, pudiendo exportar el Centro al resto pero no a la inversa, dado que el Centro imperialista había ido retrasándose en la productividad y rentabilidad media mundial de textiles, por lo que ha impuesto severas restricciones a la libre entrada en sus mercados de textiles de la periferia y semiperiferia con la excusa de su atraso y del paro que generaría esa irrupción. Mientras tanto el Centro dicta severas reconversiones internas para aumentar sus defensas competitivas. Así, cuando pueda admitir los del exterior jugará con esa «concesión» para imponer como contrapartida otras concesiones más duras al «tercer mundo». Se trata de un claro ejemplo de cómo el imperialismo juega con el GATT según sus intereses y liberaliza aquello que le es conveniente en el momento conveniente.

7.4. La liberalización formal de la propiedad intelectual, es decir, la prohibición al «tercer mundo» de impedir la «fuga de cerebros» con medidas de incentivación de la producción intelectual interna en detrimento de la libre rapiña externa. La llamada «fuga de cerebros» no es sino la esquilmación del capital cultural acumulado por un pueblo por parte de las transnacionales y de los Estados del Centro que puede ofertar infinitas mejores condiciones de vida y trabajo a científicos, técnicos, investigadores y personal cualificado del «tercer mundo». La concentración y centralización en las grandes corporaciones y transnacionales, así como en los centros estatales de investigación programada e integrada, del saber científico de los pueblos se convierte en uno de los instrumentos de opresión más terroríficos de todos los tiempos. El GATT busca con esa liberalización unidireccional -¿cuántos técnicos y científicos van a dejar sus condiciones de vida y trabajo en el Centro para aceptar las del «tercer mundo»?- dos cosas: arrancar de cuajo las raíces de la mínima posibilidad de desarrollo independiente de la ciencia y técnica en el «tercer mundo» y, a la vez, asegurar el monopolio tecnocientífico del Centro imperialista.

7.5. La liberalización de la naturaleza y de su mercantilización sin trabas legales por parte de los Estados afectados, es decir, la libre impunidad de destrucción de los ecosistemas del «tercer mundo» en exclusivo beneficio del Centro. Las cargas medioambientales y ecológicas en aumento son desplazadas hacia la periferia y semiperiferia; las limpiezas y descontaminaciones en el Centro se logra envenenando al resto del planeta. Los costos medioambientales, la llamada «segunda contradicción del capitalismo» se ve atenuada así mediante el desplazamiento de sus cargas al «tercer mundo». A corto y medio plazo ello aumenta la dependencia absoluta de esos pueblos hacia el Centro imperialista pues se destruyen sus escasas capacidades alimentarias, sus reservas naturales y energéticas y, sobre todo, se destruyen sus relaciones ecoproductivas y sus referentes culturales históricos. Resultará de todo ello una aceleración de la crisis ecológica planetaria con especial impacto en el «tercer mundo».

7.6. La redefinición oficial de «países en vías de desarrollo», es decir, el poder del Centro imperialista para decidir nuevamente qué Estados cumplen los requisitos oficiales -anteriormente también dictados por el imperialismo- necesarios para ser receptores de «ayudas especiales», de «convenios preferenciales», etc. Es una medida claramente amenazante en todos los sentidos pues existen varios Estados que son ya competidores en algunas ramas en el mercado mundial, o simplemente molestos. La redefinición permite al Centro imperialista endurecer las presiones sobre esos Estados de modo que se vuelvan más dóciles o tengan que aceptar contrapartidas limitadoras.

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La propaganda emitida por las transnacionales de la desinformación cifran en varios cientos de miles de millones de dólares los «beneficios» de esta última «ronda» del GATT. Dejando por obvio el abultamiento artificial de las cifras y el silenciamiento de que el reparto estará totalmente escorado hacia el Centro, sin entran en estas dos críticas en sí secundarias, lo que sí hay que decir es que el significado de la última «ronda» del GATT va mucho más allá de lo estrictamente económico. Tenemos que volver aquí, siquiera para retomar el hilo teórico a lo expuesto en los puntos 3º y 4º del texto. Veíamos en ellos cómo el Capital había aprendido del marxismo y de las experiencias revolucionarias dos grandes recetas para apuntalar el sistema: el reforzamiento de los aparatos político-militares y burocráticos como piezas esenciales para la realización del beneficio y además, el reforzamiento de los controles sobre el «tercer mundo» para asegurar el imprescindible flujo unidireccional de riqueza. Durante veinte años ambas medidas han permitido, sin olvidar el cuádruple contexto resultante de la IIª GM expuesto en el punto 1º, un relanzamiento impresionante pero desequilibrado e irracional del capitalismo.

Pero desde mediados los 70 y conforme avanzan los años ambas recetas van perdiendo efectividad global y parcial. La crisis que se generaliza en los 70 es también crisis de esas medidas. El capitalismo que galopaba durante veinte años vio cómo su Estado keynesiano, su modelo de acumulación taylorfordista, sus valores y disciplinas de trabajo y su división internacional del trabajo, todo eso, se hundía estrepitosamente y, encima, se agudizaba al máximo otra nueva crisis, ésta ya cualitativamente más grave: la ecológica. A la vez, la sobreexplotación del «tercer mundo» es tan arrasadora que ya desde comienzos de los 80 se acumulan las tensiones y los problemas. Todo ello hace que el FMI, el Banco Mundial y especialmente el GATT, así como la ONU, deban amoldarse. No podemos tocar aquí la evolución del FMI, BM y ONU que van adecuándose a los nuevos y cada vez más contradictorios intereses interimperialistas. Sí podemos seguir brevemente la del GATT pues la última «ronda de Uruguay» es llana y sencillamente el esfuerzo más profundo y reciente de adecuación a las nuevas contradicciones.

Los seis aspectos fundamentales de ésta «ronda», vistos en el punto 7º, confluyen como afluentes en un único río: asegurar el incremento de la sobreexplotación de la arena mundial, periferia y semiperiferia por el Centro imperialista. Sobreexplotación que no sólo es económica en el sentido restringido de la fase colonialista y del más amplio de la fase imperialista, sino en el sentido total, es decir, sobreexplotación económica y alimentaria, ecológica y medioambiental, cultural e intelectual, científica y técnica, política y militar, de presente y de futuro. La reciente «ronda Uruguay» del GATT coordina y eleva a la cumbre de nueva estrategia las diferentes tácticas parciales que se fueron aplicando en la medida de las nuevas contradicciones y exigencias. Todos y cada uno de los seis aspectos analizados inciden en la globalidad mundial de la estrategia del Centro imperialista y en la particularidad específica de sus diversas exigencias tácticas.

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Las «rondas» anteriores iban acercándose a las medidas actuales, pero el salto dado en ésta es cualitativo porque el Centro imperialista quiere y necesita abrir una nueva fase histórica del capitalismo en la que se integre, simultáneamente, una nueva forma o modelo de acumulación. En este sentido el GATT, que incluso cambiará de nombre como corresponde a la fase que abre junto con otras medidas e instituciones reformada como el FMI,ONU, etc, no es otra cosa que el encuadre de la nueva división mundial del trabajo que se está imponiendo a costa del arrasamiento de las capacidades productivas precapitalistas, capitalistas dependientes y postcapitalistas de todo el planeta. El GATT, con la ayuda brutal del resto de instituciones y fuerzas imperialistas, acelera y legaliza la destrucción de la mínima capacidad y autonomía económica y de comercio de los pueblos, naciones y Estados empobrecidos y dependientes. La liberalización total, la prohibición de raquíticos sistemas de protección y potenciación de lo propio, etc, van unidas a las exigencias férreas del FMI, a los «consejos» de cumplimiento obligado del BM, a la vigilancia amenazante de la ONU… Es ente contexto, las grandes corporaciones y transnacionales capitalistas, las fracciones poderosas pero no suficientemente mundializadas de las burguesías imperialistas y, por último, los propios bloques continentales imperialistas, pueden ya piratear y saquear a su antojo.

Dentro del GATT, fuera de todo intento de control democrático por parte de la humanidad, en sus despachos y gracias al monopolio de las telecomunicaciones, estas fracciones del Capital mundial, que todavía necesitan la protección de sus respectivos poderes imperialistas continentales, pero que también empiezan a desbordarlos y superarlos, estas fracciones negocian entre sí, ceden y pactan mutuamente según los problemas y usan a los pueblos como monedas de cambio, mercancías y bienes de trueque según sus conveniencias. Son conscientes de que el capitalismo se encuentra viviendo una transición crítica que afecta de diversos modos a cuatro grandes problemas, vistos siempre desde la perspectiva del GATT:

9.1. El proceso de mundialización productiva ha superado ya al poder de los Estados clásicos y obliga a las fracciones burguesas imperialistas menos transnacionalizadas a asegurar en lo posible sus poderes tras la continentalización de su Estado. El GATT sufre esta contradicción imparable interna de manera lacerante no sólo entre los diversos imperialismos y sus Estados, sino también entre las alianzas transnacionales extraestatales que cada vez más se rigen por la mundialización del beneficio. Por un lado, la mundialización creciente pero aún en período transicional; por otro, la tricontinentalización de los imperialismos y sus esfuerzos de control del caos mundial y último, la impunidad de la piratería financiera y el peligro creciente a un crash de la «economía de papel» y de la «burbuja financiera».

9.2. Estas contradicciones que azotan al GATT y al resto de instituciones imperialistas, no hacen sino multiplicar el afán sobreexplotador del Centro imperialista: se trata de una huida hacia adelante del capitalismo ansioso por acumular todo lo máximo y en el menor tiempo posible. La «ronda Uruguay» le permite ese acelerón suicida, es decir, es la solución parcial de hoy y el desastre global de mañana. Hay que decir que el problema no radica únicamente en la finita efectividad de esa estrategia sino en que no puede asegurar la recomposición sostenida de la tasa mundial de beneficio, que es de lo que se trata. Es una efectividad finita pues acelera la destrucción geométrica de los recursos totales y finitos del planeta: no puede existir una estrategia como la del GATT de crecimiento infinito en medio de un progresivo agotamiento de los recursos totales del planeta. La obtusa y egoísta mentalidad eurooccidental del desarrollo infinito es antagónicamente incompatible con la realidad de un mundo finito, cada vez más agotado, podrido, esquilmado y empequeñecido.

9.3. Las diversas mentiras justificatorias que ha ido oficializando el Centro imperialista sobre la viabilidad de un «desarrollo sostenible», son eso: mentiras. El GATT y todos los restantes planes internacionales de «salida de la crisis» son en realidad pieles de cordero diferentes puestas sobre el mismo lobo: la ciega e irracional lógica capitalista de la reproducción ampliada, del máximo beneficio. En 1944 y dentro de los «acuerdos» de Bretton Voods se oficializó el concepto de «desarrollo» porque en ese momento interesaba al imperialismo-USA. Más adelante, se le añadió el adjetivo de humano: era el «desarrollo humano» con aditivos de «democrático», «libre», etc, según las necesidades puntuales del imperialismo en su «guerra fría» contra la humanidad en su conjunto. La explosión alarmante e incontenible de la crisis ecológica obligó al Centro imperialista a introducir subrepticiamente el adjetivo de sostenible: era el «desarrollo sostenible» que aún se empecina en mantenerse cuando ya aparece en el horizonte de la propaganda imperialista la por ahora última innovación: «desarrollo socialmente sostenible». No es una casualidad el que la «ronda Uruguay», la Conferencia de Río de Janeiro, la actual reunión del Fondo Monetario Internacional en Madrid y los eventos que se avecinan sobre el Banco Mundial, la ONU, etc, todo este proceso sea simultáneo a la popularización alternativa del «desarrollo socialmente sostenible» y al olvido creciente del «desarrollo sostenible».

9.4. EL GATT y en concreto todo el mal llamado «Nuevo Orden Mundial» se encuentra así frente a una contradicción cualitativamente más grave que todas las padecidas anteriormente por el imperialismo y el modo de producción capitalista. La actual estrategia mundial de recuperación de la tasa de beneficio -que es de lo que se trata en realidad- choca con problemas estructurales tremendos: debilidad de la tasa de acumulación; debilidad y retraso mayor de lo esperado de innovación tecnológica; distanciamiento creciente entre sobreproducción y subconsumo; crisis fiscal estructural de los poderes burgueses; aumento exponencial de los costos totales de la producción como efecto de la imparable crisis ecológica; antagonismo entre sobrepoblación y subproducción alimentaria; creciente caos y peligro de estallido financiero, etc. Las discusiones interimperialistas no antagónicas -¿por ahora?- y las imposiciones del Centro imperialista a la Humanidad, con las resistencias que general, están surcadas por estas contradicciones.

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Este panorama real y cierto del estado actual del modo de producción capitalista no debe llevarnos al error triunfalista de esperar su automático e ineluctable hundimiento. No podemos cometer nosotros los errores históricos de otras izquierdas precedentes. Es más, el Capital estudia con sumo interés viejos debates marxistas sobre la naturaleza de las crisis del capitalismo. Recordemos cómo en la Gran Crisis de finales de los 20, el Capital aprendió de la teoría marxista y de la práctica revolucionaria de las masas mundiales los dos grandes remedios que le permitieron abrir, tras la genocida y asesina IIª GM, una nueva fase histórica que ya ha concluido: ahora como entonces, intenta abrir otra fase histórica y para ello también estudia detenidamente la teoría marxista, en especial dos importantes temas: uno, el «derrumbe automático» del sistema efecto ineluctable de sus contradicciones internas o, por contra, la necesidad de una práctica revolucionaria mundial que le agudice conscientemente esas contradicciones y otro, la naturaleza de clase del fascismo, del militarismo y del autoritarismo dentro de la ficción democrático-parlamentaria burguesa. Naturalmente estudia a la vez enseñanzas y experiencias recientes y cómo integrarlas, tras desintegrarlas, en su mecánica de expansión.

La llamada «teoría del derrumbe», expuesta a grandes líneas, sostenía que la expansión capitalista tenía un límite interno insalvable: el que existe en su definitiva mundialización, es decir, cuando ya no queden espacios precapitalistas para absorber e integrar en la dinámica de explotación. Llegaría entonces el momento en el que la burguesía no podría abrir nuevos ciclos de acumulación ahogándose el capitalismo en su propia impotencia. La teoría contraria sostenía que, aún siendo cierta la tendencia histórica al estancamiento y materializándose de hecho, también existían contratendencias, medidas tácticas y soluciones estratégicas burguesas capaces de detener la caída e incluso de impulsar una recuperación. La intelectualidad capitalista las estudia concienzudamente: dos de ellas ya las aplicó a finales de los 40. Hoy, además de mejorarlas, aplica otras que no introdujo pues la mundialización no estaba tan desarrollada como ahora aunque los marxistas las habían asentado teóricamente: potenciación y búsqueda de nuevas ramas productivas, cambios en las jerarquías interimperialistas y reordenaciones de los espacios productivos, derrotas severísimas de las masas oprimidas, etc.

La otra discusión marxista de la que el Capital intenta aprender se dio veinte años más tarde que el debate sobre las crisis pero entronca en él al tratarse de una de las soluciones salvadoras del sistema: el fascismo, su estructura psíquica de masas, su racismo, su disciplina sado-masoquista, su exaltación de la familia, etc. Mientras que una corriente oficialmente marxista despreciaba todas esas realidades de fondo, materiales y simbólicas, reduciendo el fascismo a un problema secundario y pasajero de alianzas tácticas entre fuerzas políticas en decadencia, la otra corriente -excomulgada y perseguida por el dogma- insistía en la novedad cualitativa del fascismo, su compleja y amplia fuerza irracional de aglutinación, su odio asesino a la revolución y fidelidad de clase al Capital. Muchas de las potencialidades teóricas existentes en esta segunda corriente han permanecido paralizadas por diversas razones que no podemos explicar. Hoy, el Capital activa con sus instrumentos propagandísticos comportamientos político-irracionales internos al fascismo pero que se materializan -¿por ahora?- con formas «blandas». El reformismo y la débil izquierda actuales apenas comprenden la alarmante actualidad de las aportaciones teóricas que entonces se hicieron.

La nueva fase histórica que está abriendo la burguesía quiere integrar estas y otras lecciones. La reordenación de la jerarquía interimperialista, el desarrollo de nuevas tecnologías y ramas productivas, los cambios en las instituciones mundiales, la potenciación premeditada del fascismo y racismo, el fortalecimiento de la familia y del autoritarismo patriarcal, semejantes ataques represivos no se dieron en el final de los 40 porque no eran necesarios. Ahora lo son y el capitalismo amplía y perfecciona sus instrumentos. Pero esta ofensiva nos plantea una duda: ¿cuánto tiempo resistirán estas organizaciones y las políticas que aplican?. La respuesta debe partir de dos consideraciones: una, el extremo desorden imperialista es efecto del agitado caos del sistema capitalista, producto de las fuertes contradicciones que le corroen y de la acumulación de problemas irresueltos y, por ahora, de muy difícil resolución. Otra, ese desorden va unido al aumento de tensiones sociales explosivas que aun desvertebradas e incomunicadas suponen serios peligros potenciales. Ambas problemáticas dan pie a la intervención revolucionaria pero también a la contrarrevolucionaria. Precisamente ésta segunda es consustancial al mal llamado «Nuevo Orden Mundial» y muy concretamente, a toda la práctica y filosofía del GATT. Puestas así las cosas, el futuro del GATT depende de la evolución del choque entre las fuerzas revolucionarias y contrarrevolucionarias. La base de fuego y miseria está, por desgracia, asegurada. En el infierno mundial que aumenta su tormentos, el GATT aparece como una sofisticada nueva tecnología del terror absoluto.

Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 1 de julio de 1994

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