En el corto texto anterior, en el que explorábamos las relaciones entre la independencia nacional y el socialismo, fijábamos unos puntos mínimos al respecto. Ahora vamos a profundizar en la medida de lo posible dentro de estas cortas páginas sobre el socialismo y el comunismo, siempre desde la perspectiva y la finalidad anteriormente descrita. Vamos a hacerlo como en el texto anterior, en forma de tesis simples.
Antes de seguir hay que precisar que aquí se habla desde una visión teórica con base en las experiencias de otros procesos de liberación nacional y de clase. Por espacio, queda fuera la estrecha conexión entre esas experiencias y nuestro proceso de liberación. Del mismo modo, tampoco podemos tocar la cuestión ni las formas de interpenetración y simbiosis de estas tesis ni sus fases con las conquistas de los derechos nacionales. Se trata de una dialéctica rica, interactiva y permanente que no debemos subestimar nunca.
La imbricación de las reivindicaciones, luchas y conquistas sociales de contenido parcial en todos los problemas, desde educación, sanidad, transporte, etc, hasta trabajo, jubilación y pensionado, pasando por medioambiente, ecología y calidad de vida, sin olvidar la autodefensa y el derecho-necesidad de defender lo conquistado en esas áreas y en general, todos estos aspectos centrales, van dentro de una práctica precisa que el MLNV expresa en los puntos tácticos y estratégicos de KAS. Una práctica que se sostiene y crece mediante la interrelación de todos los métodos de lucha e intervención, siempre en función de los puntos estratégicos, irrenunciables por eso mismo.
El problema que se nos plantea es que no existen en Europa y en los Estados capitalistas desarrollados experiencias históricas idénticas a la nuestra que nos permitan trasladar sus lecciones a nuestra práctica sin grandes cambios y precisiones. Sí existen procesos con algunas similitudes, pero son pocos, con grandes diferencias y distanciados en el tiempo. La lucha irlandesa que culminó en la segregación del norte con respecto al sur. La excepcional independencia pacífica de Noruega a comienzos de siglo y dentro del sistema capitalista. Las reivindicaciones nacionales antes, durante y después de la 1.ª GM. Las luchas de liberación nacional contra la ocupación alemana en la 2.ª GM y sus resultados posteriores.
La independencia de los pueblos bálticos en medio de la agonía pre mortem de la URSS. Los mismos procesos dentro de la URSS. La desmembración de la extinta Yugoslavia y la separación de Chequia y Eslovaquia. Los efectos actuales de las migraciones forzosas de etnias y naciones impuestas por el estalinismo. La reivindicación de Macedonia. Las tensiones en Chipre y los derechos de los kurdos, junto a los movimientos nacionalistas islámicos, etc, por referirnos al llamado «flanco suroriental» europeo. Las reivindicaciones escocesa y galesa. Las tensiones nacionales en Bélgica. El ultracentralismo del Estado francés y su contraofensiva francófona. El federalismo del norte italiano y la respuesta regionalista del sur de esta península. Los derechos nacionales gallegos, catalanes, andaluces, castellanos, etc. Todas ellas son experiencias complejas que debemos comparar con la no menos compleja experiencia vasca.
Pero eso es solamente una parte del problema. Otra parte es la de las luchas y reivindicaciones de clase, obreras, de las masas trabajadoras explotadas por la patronal, por la burguesía. En esta parte de un único problema, las dificultades son también enormes. Las luchas de clases en Hego Euskal Herria tienen componentes propios y específicos por su mismo encuadre nacional, pero a la vez están dentro de la totalidad compuesta por el capitalismo, al igual que la opresión nacional se padece bajo el capitalismo. Del mismo modo, la estructura productiva vasca es inseparable de la historia de la opresión nacional, de la función de la burguesía regionalista dentro del Estado, de su fusión y aleación con las clases dominantes en ese Estado y del papel con, en y durante el franquismo y después, etc. Por último, todo ello está inmerso dentro de los cambios impuestos por la crisis, por la traumática y destructora imposición de la UE y por la mundialización creciente e imparable de la economía.
Para concluir, esas tremendas dificultades a la hora de sacar lecciones teórico-políticas de otras luchas aumentan al constatar la mutación profunda que se está dando en las clases trabajadoras de todos los Estados capitalistas desarrollados, así como la extinción lenta de viejas formas de organización y expresión política y la no menos lenta e inestable aparición de nuevas modalidades. Todo ello repercute sobremanera a la hora de aprender, de conocer y de intentar trasladar con rigurosa precaución lo que de positivo hay en todo ello, que lo hay.
La palabrería hueca y fácil no sirve de nada. Además, facilita el camino encubierto o abierto al reformismo, en cualquiera de sus formas. Al contrario, la intransigencia analítica, la síntesis rigurosa, el cuidado en el estudio de realidades y situaciones ricas y complejas, semejante esfuerzo es consustancial a la práctica de emancipación: es su garantía.
Las tesis que siguen no pretenden, sino reseñar los puntos teóricos básicos que valen en concreción última e irrenunciable, al margen de la falsificación que se vaya realizando según lo exija y permita la lucha revolucionaria expresada en los avances materiales conquistados.
1
No tiene sentido hablar de socialismo si dejamos de lado el principio estratégico de que el socialismo es solamente la fase consciente y transitoria que prepara el desarrollo del comunismo. Esto que puede parecer, o bien una perogrullada de manual para los viejos militantes, o bien una recaída en los viejos dogmas desacreditados por el hundimiento y estrepitoso fracaso del llamado, esta tesis es, sin embargo, central. Nada de lo que no debe ser el socialismo, de cómo impulsarlo, de cómo debe avanzar y desenvolverse, nada de ello es comprensible fuera de esa visión en la que el socialismo aparece como una fase de transición al comunismo.
Fase de transición quiere decir un período relativamente largo y contradictorio, complejo, cargado de viejas herencias y de lastres del pasado, que aún viven, palpitan y se reproducen en la sociedad y en los sujetos. Fase de transición, quiere decir, pues, fase de lucha, de conflicto entre dos fuerzas globales y antagónicas, una de las cuales, el capitalismo, se resiste a perecer y otra, el comunismo, pugna por nacer. El socialismo es la época histórica en la que se materializa ese conflicto. Es la transición de lo viejo a lo nuevo. Todos los problemas heredados del pasado, todos los vicios y corrupciones, todos los mecanismos de control y dominación, es decir, el pasado en su totalidad se resiste durante esa transición. Es más, lucha por vencer, por recuperar su poder, por triunfar de nuevo al precio que sea, sin reparar en costos y efectos. En esta lucha permanente, lo nuevo tiene especiales dificultades que superar antes de asentarse definitivamente. Por eso es fundamental la consciencia política, la dirección consciente de las masas y del pueblo en su conjunto.
Ha habido varias fases de transición a lo largo de la historia de la Humanidad. Se han producido siempre que una sociedad, o mejor decir, modo de producción, ha entrado definitivamente en crisis agónica, en situación de muerte, y siempre que todavía no se ha impuesto definitivamente el modo de producción o para simplificar, la sociedad, que le sustituye. En la transición la sociedad puede estancarse durante varios siglos, pudrirse internamente hasta grados insospechados e incluso, como ha sucedido en varios casos, retroceder a condiciones pasadas. Esto es lo que está sucediendo actualmente con y en la crisis de retroceso al capitalismo dentro de los Estados y países que se definían «socialistas» y que, hay que decirlo bien alto, conquistaron grandes logros, pero, a la vez, cometieron grandes errores. La historia nunca es rectilínea ni automática. Conoce el retroceso, el fracaso. Nunca debemos olvidarlo.
2
Es fundamental poseer esa concepción abierta e incierta de la historia. Lo es para no caer en los errores mecanicistas y deterministas, es decir, en la creencia —y como creencia, opuesta al conocimiento científico— de que el futuro está ya escrito y solamente falta o bien esperar a su llegada, o bien impulsarlo sin mayores esfuerzos teóricos críticos y autocríticos. Esta creencia, anterior a la tergiversación determinista del marxismo, proviene de las interpretaciones mesiánicas y milenaristas de la Biblia, del determinismo luterano-calvinista que integró parte de ellas, destruyendo de paso su fuerza crítico-utópica, de las utopías renacentistas e ilustradas, del socialismo utópico y de buena parte del anarquismo. Esta creencia se mantuvo paralela al marxismo de los clásicos tanto en el cristianismo-social posteriormente anatematizado por Roma, como en el socialismo utópico y en el fabianismo, como en el romanticismo revolucionario y, por último, en el lado opuesto, en la noción de progreso propia del positivismo burgués.
Debido a circunstancias que no podemos analizar aquí, los diferentes movimientos revolucionarios y reformistas europeos de la segunda mitad del s. XIX nacieron con profundos anclajes de esa creencia. La propagación y penetración del marxismo fue mucho más lenta, débil, superficial y parcial de lo sospechado y divulgado públicamente, bien por una burguesía imperialista temerosa desde comienzos del s. XX, bien por el reformismo de la socialdemocracia y luego por el estalinismo. El marxismo tardó mucho tiempo en ser conocido. Tardó mucho tiempo en impregnar primero los métodos de pensamiento de las organizaciones y en desplazarlos luego para substituirlos por el materialismo histórico. Se ha escrito multitud de cosas en nombre del marxismo que lo contradicen flagrantemente, lo niegan en su materialidad misma, demostrable con una simple contrastación de textos.
Pero lo fundamental ha estado en que, además de escribir, se ha practicado justo lo opuesto. Ahora bien, ello no debe excusarnos de la permanente crítica constructiva del marxismo, de su adecuación, profundización, concreción de sus capacidades y sistemática contrastación de su método tanto con sus resultados como con los nuevos problemas que surgen. Y uno de méritos del marxismo consiste en haber advertido con mucha antelación que el futuro está abierto, que se puede producir la derrota de las revoluciones, que las que han triunfado en sus primeros momentos, pueden ser sometidas a tales presiones internas y externas, globales, que se vean obligadas a detenerse y/o retroceder en espera de mejores momentos, o que sean luego destrozadas brutalmente, o simplemente que se estanquen, degeneren y se pudran permitiendo la restauración del capitalismo.
3
Pero la crítica de la creencia en la victoria segura, la reivindicación de la incertidumbre y de la duda científica no supone ni el relativismo absoluto, por un lado, ni el rechazo de los valores ciertos y reales expuestos en las utopías revolucionarias, por otro. Ambos extremos son nefastos.
El relativismo absoluto consiste en afirmar que no existen regularidades y continuidades en los problemas y contradicciones de la sociedad; por tanto, según el relativismo, la teoría es innecesaria, es más, es imposible porque no existe una reiteración de experiencias y prácticas capaces de ser estudiadas en sus constantes comunes y esenciales y luego, según criterios de elaboración científica, sintetizadas en teorías. Precisamente, el fracaso del mal llamado «socialismo real» demuestra que esas constantes existen y que su desprecio, desconocimiento o negación aceleran y/o favorecen las derrotas revolucionarias. Ahora bien, tampoco se trata de caer en el error opuesto que consiste en reducir la historia humana a la mera aplicación de una teoría omnisciente y omnipotente, de modo que los fracasos y derrotas no sean achacables a la teoría, sino a las deficiencias y errores en su aplicación. Este error contrario al relativismo absoluto, es el dogmatismo. Ambos niegan algo esencial y básico al marxismo: la dialéctica del conocimiento, el desenvolvimiento permanente e interno de las contradicciones, la interrelación del azar y la necesidad, del caos y el orden, de lo móvil y lo estático, de lo parcial y lo total.
La negación de los valores defendidos por las utopías también ha sido, y sigue siendo, un error extraño al marxismo, tal cual lo desarrollaron los clásicos. Una lectura superficial, descontextualizada y parcial de su ingente obra puede conducir a la creencia de que la emancipación humana no tiene nada que ver con las utopías. El error consiste en no saber separar el contenido válido con el continente que les envuelve. Los valores de justicia, libertad, descanso, cultura, placer, bienestar, fusión con la naturaleza y plenitud vital contenidos en las utopías revolucionarias, que no en las reaccionarias que también las hay, se han expresado con diferente lenguaje según la sociedad y el momento, impulsando luchas heroicas y conquistas sociales. Su desprecio en nombre de la falsa cientificidad, de un determinismo frío y deshumanizado ha fortalecido el desarrollo de monstruosidades como la colaboración reformista con la represión; campos de trabajos forzados; purgas, asesinatos y destierros; prohibición de derechos y libertades esenciales en nombre del «socialismo» convertido en dios Moloch; formas, ritmos y condiciones de trabajo y vida bestiales, etc. Matar la utopía revolucionaria ha hecho nacer la utopía reaccionaria en significativos sectores ex-«socialistas» y ex-«comunistas».
4
Las experiencias de transición entre modos de producción anteriores al capitalista, tienen una importancia teórica que no podemos desarrollar. Si tenemos que decir que la transición del capitalismo al comunismo mediante la fase socialista tiene un conjunto de novedades propias no existentes en fases de transición anteriores. No podemos caer en la concepción cíclica de la historia según la cual lo esencial, lo determinante está ya dicho, cambiando sus formas de expresión, su envoltura. La historia nunca se repite y aunque retrocede o estanca no se repite. Siempre aparecen problemas nuevos, o los viejos se incrustan en los nuevos, dando resultantes específicos. El paso del capitalismo al comunismo plantea tres características inexistentes en las otras fases.
De un lado, la extremamente grave crisis ecológica plantea y exige soluciones novedosas y urgentes. Bien es cierto que en todas las transiciones anteriores, como está demostrado, hubo también determinadas crisis que podemos definir en términos modernos como integrantes del concepto de crisis ecológica como crisis energética, alimentaria, polucional y sanitaria, etc, pero ni remotamente alcanzaron la plena interrelación actual y menos su mundialización.
De otro lado, esa mundialización de la crisis ecológica va inseparablemente unida a la mundialización económica, del mercado y de sus instituciones, de las finanzas, etc. También es cierto que todas las fases transicionales anteriores se han dado en marcos interregionales e internacionales, pero nunca mundiales, plenamente mundiales, como es el caso actual.
Por último, la transición al comunismo no se da en una sola fase, sino que dentro mismo del socialismo se distinguen, por ahora y con base en la experiencia existente, dos grandes momentos: primero, la etapa de transición al socialismo tal cual lo han definido siempre los clásicos marxistas, en la que están en lucha y tensión decreciente esas fuerzas antagónicas descritas y segundo, el socialismo asentado pero móvil y en transformación ya hacia el comunismo.
Estas tres características específicas de la fase transicional del capitalismo al comunismo, no hacen sino confirmar la excepcional importancia del llamado «factor subjetivo» en los acontecimientos humanos. El «factor subjetivo» es la capacidad de acción consciente de las grandes masas de la población. Acción realizada con base en un conocimiento riguroso y crítico de los problemas, de las tendencias de evolución, de las necesidades y exigencias no solo inmediatas, sino también mediatas y de largo alcance. El comunismo no se desarrollará jamás si no nace y expande del impulso crítico y autocrítico de la mayoría inmensa de la población.
5
El papel de las clases, naciones y sexo-género oprimidos en la historia se acrecienta sobremanera si vemos el problema desde la perspectiva de transición abierta. La incertidumbre por el futuro no anula la función del conocimiento teórico, sino que lo exige y agudiza. La duda como método es componente básico para ese papel rector y director de las masas. Dicho en otros términos, la duda debe llevar a oprimidas y oprimidos a coger directamente las riendas del proceso, imprimiéndole velocidad y dirección según sus intereses, que no según los intereses del capital, de la minoría opresora. El pueblo no se puede fiar de las promesas de los opresores, de las buenas palabras de los reformistas. Esta tarea de descreencia, de desalienación y emancipación debe empezar con mucha anterioridad, incluso a la primera fase del socialismo. Es verdad que la alienación no desaparecerá plenamente hasta el comunismo, pero debe empezar a ser superada desde ahora mismo. De aquí nace la importancia de las pequeñas conquistas prácticas, de las victorias cotidianas, de las luchas y experiencias diarias, de la acumulación de fuerzas.
Es más, esa duda sistemática, metódica, debe plasmarse en una permanente crítica de su propia práctica, de sus militantes, de sus estructuras organizativas. No vaya a ser que mientras se duda del opresor, se confíe ciegamente en la organización propia y esta, por su cuenta, derive al reformismo.
Por último, el papel impulsor y dirigente de las masas tiene la función decisiva de ir sentando las condiciones óptimas, o si se quiere las menos malas, para que el avance al socialismo esté facilitado previamente por conquistas asentadas, por victorias que sin ser estrictamente revolucionarias, abren empero perspectivas importantes. Vamos a citar siete conquistas y logros que sin ser explícitamente revolucionarios sí facilitan y asientan niveles de autoorganización, contrapoder popular y autodefensa que, en su momento, pueden hacer fracasar intentonas involucionistas o, al menos, persuadir contra golpes reaccionarios. Estas cuestiones no son nimias. Cientos de miles de cadáveres de revolucionarias y revolucionarios, decenas de miles de desaparecidos, incontables torturas y lo que es peor, derrotas de muy difícil y dura recuperación han sido infligidas al descuidar las enseñanzas teórico-políticas.
Uno: romper el monopolio burgués de prensa y contrainformación de modo que las clases oprimidas conozcan realmente lo que sucede, lo que está en juego.
Dos: suprimir o al menos debilitar seriamente el privilegio burgués de secretos financieros, económicos, empresariales, políticos, judiciales, diplomáticos, estatales, de modo que, con base en el punto precedente, el pueblo sepa lo que es el Capital en su intimidad, lo que hace y los planes de futuro que tiene.
Tres: deslegitimar el monopolio de la violencia por el Estado burgués y legitimar el derecho y necesidad a la violencia defensiva del pueblo, de modo que la burguesía sepa que encontrará fuertes resistencias y luchas en cualquier agresión que lance. Democratización radical de los mandos militares por elección y revocabilidad popular, recorte drástico de los gastos militares y su control popular; servicio militar voluntario; supresión de la policía profesional, etc.
Cuatro: democratización radical del poder judicial por elección y revocabilidad popular de jueces, fiscales y demás fauna; control social al que deben rendir cuentas, etc.
Cinco: reducir en lo posible el tiempo de trabajo y erradicar el paro, aumentar las prestaciones y servicios sociales, aumentar el tiempo libre de las masas para que intervengan en política, en la cultura crítica y creativa, rompiendo el monopolio burgués en la acción social.
Seis: radicalizar la democracia con asambleas populares, vecinales, laborales, estudiantiles, etc, con referéndum y consultas populares obligadas, controlando el parlamentarismo, destituyendo burócratas por decisión popular, suprimiendo la doble cámara y creando controles con base en los puntos anteriores, etc, destinado todo ello a asentar el contrapoder de las masas y su autonomía política.
Siete: nacionalizar desde y para la perspectiva descrita la banca privada, controlar el capital extranjero y el gran capital autóctono para impedir fugas y despilfarros, privilegiar el sector público, potenciar un nuevo modelo de vida y existencia social, potenciar las redes y las cooperativas, controlar el mercado y sus vicios intrínsecos, etc.
Estas conquistas son factibles dentro del sistema capitalista, pero lo fuerzan al extremo; por ello es vital la intervención popular. Esas conquistas facilitan en gran medida, pero nunca aseguran en sí mismas, el triunfo del socialismo. Es más, bastantes de ellas, sobre todo si están aisladas y abandonadas en manos de la burguesía, pueden ser asumidas por el Capital con determinadas condiciones. Condiciones que gustosamente cumple el reformismo. Sobran experiencia al respecto.
6
Naturalmente, el logro de algunas o bastantes de dichas reivindicaciones condiciona fuertemente la victoria del socialismo en su primera fase y sus comienzos y asentamiento posterior. En la medida en que se hayan logrado más o menos esos logros, en esa medida se facilitará su futuro. Pero aun así y todo, existe una diferencia cualitativa. La burguesía puede ceder y negociar ciertas condiciones cuando tiene el poder, pero cuando sabe que va a perderlo endurece su brutalidad. Hasta hoy no existe ningún tránsito pacífico al socialismo. Hasta hoy no existe ningún proceso socialista que no haya padecido feroces, atroces cercos, ataques, boicots y presiones internas y externas del capitalismo. Hasta hoy no se han materializado jamás, nunca, las idioteces pacifistas. Al contrario: aumenta la furia contrarrevolucionaria mundial.
Esa diferencia cualitativa, demostrada cruda y sangrantemente en todos y cada uno de los procesos habidos, consiste en que el socialismo supone la pérdida del poder por el Capital. Esa y no otra es la gran diferencia. Perdido el poder, el Capital hará lo imposible por recuperarlo. Lo hará con anterioridad para no perderlo. También sobran los ejemplos. Pero si lo pierde su brutalidad se transformará en genocidio. Por todo ello, en las primeras fases del socialismo, cuanto más tensa y aguda sea la confrontación y más en juego esté el presente y el futuro, en esa primera fase será decisiva la práctica de la dictadura del proletariado. Este término ha sido denigrado premeditadamente por la burguesía y el reformismo, pero también por la degeneración estalinista, por sus purgas y crímenes. Tampoco tenemos que olvidar aquí las limitaciones y errores de las izquierdas revolucionarias en su concepción de la democracia, de su función y naturaleza contradictoria y clasista, de su interrelación con la violencia y los poderes existentes, etc. Tenemos delante de nosotros una ardua pero urgente tarea de relegitimación política, ético-moral y teórica de este concepto estratégico para la Humanidad.
Durante la primera fase del socialismo, el pueblo trabajador tiene que avanzar democrática y resueltamente en una quíntuple finalidad única e interrelacionada estrechamente: primero, superar la opresión de la mujer y debilitar en lo posible el poder patriarcal. Segundo, modificar radicalmente las relaciones de producción, rompiendo el anterior modelo de desarrollo de las fuerzas productivas y los mecanismos de producción capitalista. Tercero, extinguir los mecanismos de reproducción del capitalismo, de reproducción ampliada de las clases sociales, debilitando esencialmente al propio Estado y especialmente a sus medios de reproducción ideológica. Cuatro: destruir definitivamente los aparatos represivos del Estado en todos sus sentidos y último, cinco, desarrollar un nuevo y radicalmente diferente modelo de vida social, de ordenación productivo-territorial, de urbanización y de recuperación del hábitat y ecosistema propio.
Durante esta fase será decisiva el control popular del mercado y de sus nefastas consecuencias. No se puede suprimir el mercado por decreto, por ley. El mercado existe desde hace como mínimo cinco mil años. El mercado ha tenido muchas formas y maneras de funcionamiento. Solamente desde el capitalismo, y siempre bajo la doble y permanente vigilancia del Estado y de los grandes negocios, o sea, solo desde el s. XVII-XVIII el mercado ha adquirido la forma actual, y solo desde la década de los 80 de este siglo, el s. XX, el mercado se está mundializando de todo a la vez que está ya plenamente controlado por doscientas transnacionales y grandes corporaciones en tensa relación con solamente siete Estados poderosos que, además, se están organizando en 3 poderes continentales que, a su vez, pugnan y se alían con una única institución mundial: la santa trinidad formada por el Fondo Monetario Internacional, por el Banco Mundial y por el GATT.
El socialismo debe orientar hacia sus intereses el mercado. Debe manejar y domeñar al monstruo de la economía monetaria. Debe debilitar gradualmente las leyes económicas capitalistas mundiales. Para ello, además de poderes estatales cualitativamente diferentes a los burgueses, necesita también de una verdadera y auténtica democracia masiva, consciente, lúcida y lúdica. Para ello necesita una práctica internacionalista y solidaria insistente: no existe la posibilidad de crear el socialismo en un único Estado. Sí se puede avanzar en la primera fase hacia ello, pero es imposible adentrarse en la segunda fase, en el socialismo, en cuanto extinción de las clases y del Estado dentro del marco de un solo y aislado país.
7
El socialismo es la sociedad sin clases. El socialismo es la sociedad sin Estado. El socialismo es la superación práctica de la democracia de clase y la instauración procesual de otra forma de participación y dirección del pueblo, de un pueblo ya no escindido en clases antagónicas, irreconciliables y enemigas a muerte. No puede existir un llamado «Estado socialista» dentro del socialismo: son conceptos antitéticos el del Estado, por muy en extinción que se encuentre, y el socialismo plenamente desarrollado y abierto ya al comunismo. El llamado «Estado socialista» es una invención del estalinismo que no se encuentra en los textos de los clásicos marxistas.
Uno de los problemas cruciales que debe solventar el socialismo ya asentado, si no quiere sentar las bases de un retroceso al caos capitalista, es el del reparto y distribución del excedente colectivo. Una distribución todavía sujeta al criterio de necesidad heredado de la larguísima y milenaria dominación del mercado y del dinero y de modo de vida dependiente y no fusionado en y con la naturaleza. Un criterio de necesidad no plenamente consciente y creativa, sino de necesidad supeditada y dependiente de la debilidad cualitativa de la producción. Por eso, incluso en pleno socialismo, el concepto de trabajo, de valor de cambio, de mercancía en proceso de extinción, etc, estos conceptos, que responderán a restos en extinción, pero sobre todo a restos culturales, valorativos y normativos, exigirán la atención del pueblo, la atención permanente. El lema socialista «de cada cual según sus capacidades, a cada cual según su trabajo», refleja realmente el problema histórico.
8
La transición del socialismo pleno al comunismo supone la superación histórica de todo el universo material y moral, reflejado y sintetizado en el lema socialista descrito y que gira alrededor del trabajo como necesidad de dependencia. En el comunismo, el lema es «de cada cual según sus capacidades, a cada cual según sus necesidades». Pero ahora ya no se trata del mismo criterio de necesidad dependiente del trabajo, de la penosidad desagradable del trabajo forzado. Ahora se trata de la necesidad consciente como desarrollo de las potencialidades omnilaterales, polícromas, pluridimensionales de nuestra especie, de su animalidad y terrenalidad plena, de su definitiva dialéctica con y en la naturaleza.
Por eso, el comunismo supone cuatro saltos cualitativos: uno, la extinción del patriarcalismo; dos, la extinción de la escisión entre trabajo intelectual y trabajo manual; tres, la extinción de la división social del trabajo y último, cuatro, la extinción de la separación entre la ciudad y el campo. Culmina así la prehistoria de la humanidad y nuestra especie se adentra en su historia verdadera: en la construcción consciente de una nueva especie humana. Eso es el comunismo.
Iñaki Gil de San Vicente
Euskal Herria, 14 de abril de 1994