La RED VASCA ROJA se congratula de poder publicar en Internet el presente ensayo de su miembro Iñaki Gil de San Vicente. Se trata de un texto que fue utilizado, entre otros sobre el mismo tema, como material de discusión por compañeras y compañeros vascos en los meses siguientes a su redacción (acabada el 1 de marzo de 1994). Está, como es fácilmente perceptible al leerlo, estrechamente ligado a la coyuntura de Euskal Herria circa 1994. Pero los temas y problemas sobre los que trata trascienden de los límites de la problemática vasca y sus análisis, reflexiones y propuestas pueden ser útiles para compañeras y compañeros de otras naciones y de otros continentes. La RED VASCA ROJA cree que se trata de un ejemplo paradigmático de práctica teórica y de cómo la teoría que se elabora desde, en, por y sobre la práctica política concreta de una formación social concreta puede ser útil para y en otras formaciones sociales.
Aclaración
Las reflexiones y propuestas que siguen son producto del típico vicio de preguntar sobre las causas de las causas.
Originariamente, la primera cuestión era la de qué postura debíamos tomar frente a los medios de prensa del enemigo. Todas nuestras buenas intenciones y largos monólogos en las reuniones se empantanaban de inmediato nada más enfrentarse a la cruda práctica.
Esta cuestión se iba agudizando según aumentaba la beligerancia de la prensa contra el MLNV en todos los aspectos, por pasiva o por activa, indirecta o directamente. El cerco a EGIN y el silencio de los medios; las torturas, palizas y la situación global de los prisioneros; la manipulación y mentira de todo lo que no interesa al Pacto, etc., etc. ¿Para qué seguir?
Vino después el problema de qué y cómo decir sobre la Ertzaintza y muy especialmente tras lo de Buruandi. Se sumó luego el saqueo de EGIN, etc.
Conforme estudiábamos la propaganda legitimadora de la Ertzaintza, según pretendíamos analizar los vericuetos internos de sus mecanismos justificatorios, y, por tanto, acceder desde ahí a los instrumentos concienciadores y desmitificadores, en este buceo nos sorprendía cada vez más la doble tensión que mina todas nuestras concepciones al uso. Por un lado, tensión entre la unitariedad teórica del problema en sí, el hecho de que el problema psicopolítico de aceptación del poder es global, y entre su ramificación, pues se diversifica como las ramas de un árbol. Por otro lado, tensión entre la necesidad lógica de una denuncia unitaria correspondiente a esa globalidad, y entre el necesario respeto a los grados diferentes de sensibilidad existentes entre nosotros y en nuestra sociedad.
Doble tensión que escapa a la fácil consigna de «batalla por la opinión pública». Precisamente, es en este campo, en el de la llamada «opinión pública» en donde el enemigo centra el grueso de su ataque inmediato y es en el frente de la estructura psíquica de masas, de la psicopolítica, si se le quiere denominar así, en donde plantea su ataque a medio y largo plazo. Cualquier respuesta nuestra en el campo de los medios de comunicación, de la propaganda, del debate político, de las alternativas, de las denuncias y desmitificaciones, y especialmente de la legitimación de la lucha armada, que busque solamente «ganar a la opinión pública», por muy urgente y prioritario tácticamente que sea, es de hecho pan para hoy y hambre para mañana.
Hablamos de problema psicopolítico, algo mucho más profundo y decisorio que la simple «opinión pública», cosa que existe efectivamente, pero que debemos colocar en su justo sitio. Hablamos de estructura psíquica de masas como punto central y decisorio de todo problema comunicacional, de opinión pública.
Las páginas que siguen sorprenderán tal vez a alguno/a debido a que buscan otras brechas de entrada en el problema, al margen de los criterios tradicionales utilizados por nosotros y que se basan en un ramplón democraticismo. Lamentamos que el texto haya resultado tan corto para un tema tan extenso. Un tema tan extenso, hay que decirlo, como la realidad misma.
Es la certidumbre teórica y práctica de que la comunicación es y afecta a la realidad misma, la que nos lleva a insistir en la necesidad de unir siempre comunicación con concienciación. Puede sonar algo manido, un tópico de principiante si se quiere, pero por eso mismo es algo que se olvida con peligrosa facilidad.
La tesis que se defiende en este texto es que nuestra capacidad de comunicación concienciadora es inferior a las potencialidades que poseemos. Muy inferior. Somos más de lo que comunicamos. No es verdad que comuniquemos lo que somos, sino solo una parte de lo que somos. Nuestros errores, la distorsión y la falsificación que introduce el Pacto más las nuevas exigencias sociales que van por delante de nuestra capacidad, estos tres factores son los causantes de que infrautilicemos nuestras potencialidades. Lo grave es que esa infrautilización se produce en momentos de tránsito, de interrogación social, de demanda de respuestas y perspectivas.
Todo el texto y sus propuestas prácticas está surcado por una intención clara, que no es pesimista, sino precavida: pensar como si se cumpliera la peor de las hipótesis posibles, la desaparición de EGIN o, en todo caso, como si se cumpliera la segunda peor hipótesis posible, la reducción del periódico a un cuadernillo panfletario, resistente, una especie de libro de órdenes de guerra para el combate diario. Sabemos que hay otras hipótesis, pero por simple rigor político insistimos al lector/a para que active las neuras de la precaución.
Se ha buscado ofrecer al lector tres posibilidades: una, la lectura completa del texto como sería lógico; otra, la lectura de las conclusiones de cada capítulo y del resumen final y la última, la lectura del resumen. No perdemos la esperanza de que alguien lea el texto entero, probablemente quien se juega y lo da todo en esta lucha.
1. ¿Superficialidad y/o desconocimiento?
Nuestros brillantes soliloquios, solo oídos y apenas escuchados, por el/la persona sita al lado del orador/a en nuestras tertulias de turno, rozan ya la perfección sublime de los discursos cuodlibetales del medievo.
Como sucede siempre que el bizantinismo pretende dictar la realidad, a la postre, más temprano que tarde, los hechos dictan las condiciones al discurso. Así nos encontramos ahora. Y precisamente cuando la contradicción entre nuestra estulticia y nuestras posibilidades es mayor. Ahora bien, ¿la causa de esta situación insostenible radica solo en nuestra lograda y muy meritoria sopa ecléctica de incongruencia y superficialidad o también, en el fondo, en un profundo desconocimiento del problema que tratamos?
¿Sabemos de qué hablamos cuando hablamos de medios de comunicación, de comunicación social, de política propagandística, e incluso de guerra psicológica, o nos limitamos a repetir los tópicos al uso, creados y empleados por el mismo poder al que nos enfrentamos? ¿Luchamos en nuestro campo o en el suyo, con nuestras armas o las suyas?
1.1. Buceando en el pasado
Aquí tenemos que buscar en nuestros métodos e instrumentos de conocimiento de la realidad capitalista en general. Más adelante, en este escrito pasaremos a analizar la «otra» cara del problema psicopolítico de la llamada «opinión pública»: opresión nacional y la realidad profunda que determina. Ahora nos detendremos por exigencia teórico-metodológica en la incapacidad histórica de la izquierda en su conjunto, desde finales del siglo XIX, para comprender e intervenir en este problema.
Tal vez para alguien pueda parecer superfluo retroceder tanto y penetrar tanto en el problema, pero creerlo así es dar una muestra más del error que debemos superar. Lo que nos ocurre a nosotros, agravado cualitativamente como veremos por la opresión nacional, es que somos portadores de la incapacidad e impotencia teórico-política de todas las izquierdas —reformistas o revolucionarias— para responder a los avances del Capital en la dominación de las y los oprimidos desde finales del siglo XIX.
Detenemos en estas fechas nuestro análisis, pues es a partir del cuádruple fenómeno del Imperialismo; de la segunda revolución tecno-industrial y sus efectos sobre la memoria, conocimiento político y centralidad clasista del Trabajo; de las mejoras en la protección y ayuda social y último, de asentamiento burocrático-parlamentario de las izquierdas, cuando toma cuerpo definitivamente el retraso histórico de las izquierdas con respecto a los adelantos y mejoras de la dialéctica burguesa del palo y la zanahoria. Esos cambios van unidos al fortalecimiento de los Estados-nación burgueses, a la implantación de su nacionalismo interclasista, eurocéntrico y patriarcal entre las clases oprimidas, al creciente poder delegado de la prensa y al deterioro imparable de la primitiva democracia burguesa que queda reducida a simple juego parlamentario incapaz de controlar la cada vez más compleja, autónoma y oscura realidad política y burocrática.
Grosso modo, es a partir de entonces cuando se toma conciencia dentro de la izquierda, fundamentalmente de la socialdemocracia todavía vivo Engels, de las cada vez más agudas dificultades para llegar al fondo de la conciencia política de las masas pese a los avances electorales y organizativos que se suceden. Desde entonces el problema de cómo contrarrestar a los medios de propaganda de la burguesía se hace crónico y angustioso conforme transcurre el tiempo. Un problema que penetra e impregna a los tres fundamentales de la época y actualmente:
Uno es la violencia de clase y las formas de intervención popular y la caracterización del Estado, lo que plantea la cuestión del parlamentarismo y la democracia burguesas y sus límites, con las tendencias reformistas, revolucionarias, sindical-revolucionarias, etc. De cómo concienciar en suma en algo tal vital como la violencia. Un problema que paradójicamente crece en importancia en los momentos de pasividad, de retroceso, de reflujo, cuando el poder toma la iniciativa y aumentan las tendencias reformistas y claudicacionistas; pero un problema que adquiere una cualidad especial y urgente en los momentos en los que las masas empiezan a moverse, a responder, a resistir y luchar.
Otro la intervención propagandística y política en la marcha económica de la sociedad, con base en la valía o no de las tesis básicas del marxismo, lo que plantea de inmediato el aburguesamiento de los trabajadores, la desaparición o cambio profundo de las clases, la evolución económica del capitalismo y los nuevos medios propagandísticos burgueses, etc. Un problema crudamente vivido por todo sindicato coherente: ¿cómo llegar a los trabajadores?, y por toda propaganda popular: ¿cómo unir las reivindicaciones económicas obreras con las populares?, por citar solo dos casos.
Por último, la valía o no de la concepción antropológica del marxismo, de la teoría de la alienación y de la emancipación, substancialmente unidad a la dialéctica de la praxis y, por tanto, a la teoría del conocimiento-acción, lo que supone el debate sobre el hegelianismo y el kantismo y la capacidad de conocer las contradicciones e intervenir sobre ellas. Un problema que se agita dentro de los dos anteriores y que está dado públicamente en la ideología burguesa. Un problema que las izquierdas de origen estalinista y socialdemócrata ocultan de inmediato, como los niños cuando cierran los ojos para que no les vean a ellos.
Lo que ahora llamamos «batalla de la opinión pública» recitando como papagayos el lenguaje del Pacto y del Plan ZEN, estaba ya dado en su total extensión e intensidad en aquellos debates de la transición intersecular. Debates que posteriormente han seguido con más virulencia y fuerza, y con desigual suerte. Un ejemplo patente es el de la debilidad de las teorías del Estado, dentro de todas las corrientes revolucionarias o reformistas, y sus repercusiones globales, en especial en lo tocante a los sistemas de comunicación, propaganda, concienciación, etc. El Estado, pieza clave en la historia no solo del Capital, sino de todo sistema social desde el asentamiento de las clases, no es integrado como arco de bóveda en las teorías de la comunicación al uso. Apenas lo es en las que se reclaman del marxismo, excepto casos contados. Sin embargo, en las páginas que siguen toparemos una y otra vez con esa máquina inteligente y astuta y lo analizaremos con cierto detalle —no el suficiente— en los apartados 2.4 y 5.5.
Mirando desde nuestra atalaya, y a toro pasado, nos damos cuenta de cómo las izquierdas, por razones que no explicamos ahora, pero que en parte nos remiten a las lagunas históricas inevitables y a los errores teóricos de todos los pensadores socialistas, marxistas, anarquistas, etc., que asentaban los pilares teóricos de las diversas izquierdas, esas izquierdas dejaron pasar sin apenas atención aportaciones parciales y campos nuevos de conocimiento revolucionario que se han demostrado imprescindible para entender el problema que tratamos.
Nos referimos al rechazo por la inmensa mayoría de las izquierdas, excepción de minorías muy meritorias que significativamente acabaron asesinadas, marginadas o en campos de concentración, de aportaciones teóricas incuestionables como el psicoanálisis y en general la psicología; el feminismo y las críticas del patriarcalismo; el ecologismo y las críticas del modelo capitalista y luego «socialista»; la antropología y sus críticas del eurocentrismo, etc.
Tanto la socialdemocracia, como el bolchevismo, el anarquismo, el mal llamado luxemburguismo y luego espartaquismo, el consejismo, etc., pasaron olímpicamente antes de 1914 de esos nuevos desarrollos que, empero, no negaban, sino que confirmaban el núcleo y enriquecían la totalidad del materialismo histórico. Lenin es un ejemplo de las grandezas y limitaciones en el esfuerzo por dominar un problema cada vez más indomable: tiene constataciones e intuiciones empíricas sorprendentes sobre el poder reaccionario de la estructura psíquica de masas, tiene aportaciones muy actuales sobre la prensa, etc., sin embargo, rechaza total y reaccionariamente el psicoanálisis, la política sexual, el feminismo, etc.
Una de las muchas consecuencias negativas de la despreocupación de las izquierdas por esas aportaciones está en su incapacidad para una correcta denuncia de los ejércitos, de las policías. Denuncia que siempre se ha limitado a su aspecto inmediato y directo, el represivo, pero que ha dejado de lado el oscuro submundo de la dependencia hacia la autoridad, de la relación sadomasoquista con el orden, con la marcialidad y el uniforme: patologías transferidas o sublimadas en la sumisión al líder, a la jerarquía y al mando. La genitalización masculina del poder policial, militar y político, del poder simbólico laico o religioso, ateo también como el caso del nazismo. Las profundas fobias y miedos que se pretenden superar con el militarismo más autoritario y feroz, etc., etc. Ninguna de estas aportaciones críticas imprescindibles han sido empleadas por las izquierdas. Volveremos a ellas en el apartado 5.7.
El convulso período revolucionario y contrarrevolucionario abierto en 1917, que culminará con la 2.ª GM, demostrará de manera trágica las consecuencias desastrosas de dicha incapacidad. La fuerza propagandística y de masas del nazi-fascismo; la mezcla ideológica autoritario-democraticista en EE.UU y partes de Europa; la utilización propagandística de la radio y del cine, etc., se dan dentro de una crisis prolongada y sobre todo, dentro del desprecio del estalinismo hacia esos fenómenos, sus vaivenes políticos y su frentepopulismo, de modo que las fuerzas revolucionarias se ven incapaces de frenar el auge propagandístico del Capital no solo en su forma nazi-fascista, sino también en la mezcla compleja autoritario-democraticista.
Las brutales derrotas padecidas en ese período no sirven ni siquiera para una reflexión autocrítica en el tema que nos ocupa. Incluso oficialmente se terminan por condenar el brillante esfuerzo teórico-político de la sex-pol alemana, de Reich, etc., así como las experiencias feministas y las críticas al eurocentrismo crecientes gracias a las luchas de liberación nacional de las colonias. Se silencian u olvidan las primeras y valiosas aportaciones de W. Benjamin sobre lo que ahora se denominan los mass media.
En Italia, el PCI olvida las aportaciones de Gramsci y luego, cuando le conviene para su reformismo, solo utiliza sus partes más débiles y ambiguas. En Alemania oriental se liquidan los esfuerzos de la universidad de Leipzig. En Hungría la escuela de Lukács es obligada a la «autocrítica». En Yugoslavia se toleran con limitaciones las tesis de Djilas. En la RFA la Escuela de Fráncfort es aislada y silenciada por la izquierda oficial. En el Estado francés el PCF santifica el más impresentable dogma estalinista. En EEUU los comunistas oficiales son meros receptores-altavoces de Moscú. ¿Para qué seguir?
Semejante retroceso, que no podemos analizar en detalle, se produce, sin embargo, en unos momentos de innegable necesidad de ofensiva estratégica en el tema de la «opinión pública». Desde finales de los años 40 el capitalismo inicia su cuarta fase larga de expansión. La hegemonía yanqui se asienta además de en su fuerza político-económica y político-militar abrumadora, a la vez en su innegable superioridad teórico-conceptual y científica. Y una de sus armas, aparte de las múltiples «alianzas para el progreso», «para la libertad», etc., es también el uso masivo de la psicología y del psicoanálisis. Freud es desactivado de sus cargas revolucionarias e integrado, con base en su última fase pesimista, en la dominación burguesa.
El psicoanálisis y la psicología no solo se introducen en el marketing y publicidad comercial, también en la disciplina fabril, en la formación militar, en el adiestramiento contrainsurgente y de forma especial en las campañas electorales y políticas. Para comienzos de los años ’60 la burguesía va ya muy por delante en estas cuestiones en comparación a las arcaicas concepciones de las izquierdas. Los profundos sentimientos y dependencias autoritarias de la sociedad, causados por los miedos, angustias y culpas inconscientes y subconscientes que nacen obligatoriamente debido al encuadre objetivo de la institución familiar, son potenciados y guiados al consumismo compulsivo como transferencia gratificante. El sexo es integrado en la industria del placer, y el placer industrializado y alienante deviene elemento autoritario y compensador.
1.2. El pasado inmediato
Las izquierdas que realmente controlan los resortes burocráticos, que realmente pueden impulsar procesos autocríticos y de respuesta a esa superioridad, demuestran, sin embargo, su profundo reaccionarismo al oponerse con armas y bagajes a la explosión de creatividad teórico-cultural autónoma, radical y desorganizada que se produce a finales de los 60. Las izquierdas y muy marcadamente los partidos comunistas de afiliación estalinista castran, además de las movilizaciones y revueltas que estallan, también los esfuerzos teóricos freudomarxistas, feministas, ecologistas, alternativos, internacionalistas, etc.
En esos momentos toma cuerpo definitivo el reformismo autodenominado «eurocomunista» que coincide substancialmente con las corrientes «de izquierda» socialdemócratas. Citamos este momento fundacional porque es ahí cuando termina de popularizarse en las izquierdas reformistas el concepto tan dañino de «opinión pública», indisociable del de «sociedad civil». Son conceptos interclasistas. Conceptos que exigen aceptar tesis parlamentaristas y electoralistas, potenciadoras del gradualismo, de la penetración pacífica, lenta, en los aparatos «políticos» que, se dice, son neutrales y multiuso.
La «opinión pública» es utilizada para paralizar las luchas, para reprimir a las izquierdas, para aceptar las condiciones burguesas, para agachar la cabeza ante las «reglas del juego democrático». Luego analizaremos más en detalle qué es realmente la «opinión pública», ahora insistimos en que el reformismo se basó en la tesis de que la «opinión pública» es la voz de la «sociedad civil» y, por tanto, es la unidad de medida y de valoración de las opciones y estrategias políticas. Este criterio obligaba a negar las contradicciones internas de esa «opinión» y el poder crítico del feminismo, del freudomarxismo, de la microfísica de los poderes, de la antipsiquiatría, del ecologismo, del internacionalismo, del nacionalismo revolucionario, etc.
El concepto de «opinión pública» exige para su uso teórico y práctico la ayuda del de «medios de comunicación de masas», construido por la sociología funcionalista yanqui para el doble uso: propagandístico, político y publicitario comercial. Parte de una concepción del receptor de los medios como masa anónima y dispersa, incapaz de responder y criticar, admisora de las órdenes verticales e incontrolables, etc. La técnica electoralista de las izquierdas quedó contaminada en lo fundamental por estas tesis burguesas. Contaminación facilitada encima por las pobres concepciones teóricas de fondo de esas izquierdas.
Ponemos dos ejemplos de cómo este contexto generó un clima de pobreza teórica en todo lo relacionado con la comunicación, la industria cultural, «opinión pública», «medios de comunicación de masas», etc., impactando muy fuertemente en toda una generación de militantes abertzales de entonces: las tesis estructuralistas y especialmente las nefastas de Marta Harneker sobre el materialismo histórico y la ubicación de la cultura y de la comunicación humana y, otra, el neutralismo triunfalista sobre la llamada «revolución científico-técnica» y sus efectos en la prensa, impulsado fundamentalmente por Radoban Richta.
Coincidiendo con este ataque interno, que origina situaciones patéticas y lamentables, aparte de funestas, que no podemos detallar aquí, pero que no debemos olvidar, coincidiendo con él se suman desde fuera dos ataques más: uno, la planificación contrarrevolucionaria que empieza con la Trilateral y llega, por el momento, a la nueva doctrina de Guerra de Baja Intensidad y otro, como efecto de la nueva crisis estructural, otra oleada de introducción masiva de reclamos subconscientes e inconscientes ocultos bajo el individualismo neoliberal, el yuppismo, el postmodernismo, la contraofensiva antifeminista y antiinternacionalista, la integración parcial pero muy efectiva de reivindicaciones ecologistas, etc.
Como efecto de todo ello, a mediados y finales de los 80, a la par del comienzo de la muerte del «socialismo real» y en medio de un repunte económico, la burguesía mundial domina sin problemas. Son los años triunfales del «final de la historia» y de la «muerte de las ideologías». Lo grave para las izquierdas es que el hundimiento del triunfalismo y la reaparición cruda y pura de la crisis en sí, no va acompañado de la renovación teórico-política y autocrítica del tema que nos ocupa. Basta mirar uno a uno los Estados burgueses «desarrollados» y las capacidades de las izquierdas para luchar en la batalla de la opinión pública. 1-3. Conclusión.
Desde la transición intersecular, debido a los cambios profundos en el capitalismo y las limitaciones internas del socialismo y anarquismo en todas sus corrientes, las izquierdas han arrastrado dificultades crecientes para comprender qué era y como estaba evolucionando el problema de la concienciación de las clases oprimidas. Diversos factores políticos y económicos globales, a escala del capitalismo internacional, y particulares, a escala interna de las izquierdas, determinaron que se ahondase la distancia entre la capacidad de alienación del capitalismo y la teoría y práctica al respecto, desalienadora y concienciadora, de las izquierdas.
Estas izquierdas fracasaron en casi la totalidad de procesos pre y revolucionarios —fueron muchos, desde luego muchos más de los reconocidos por la burguesía— desarrollados. Sin embargo, las izquierdas no euroocidentales, integradas en revoluciones de liberación nacional y de clase, cosecharon muchos más triunfos y menos derrotas. No podemos analizar en detalle las causas de esa significativa diferencia, pero a simple vista reconocemos fundamental: su capacidad para vivir dentro de la identidad colectiva, profunda y resistente.
Conforme el capitalismo europeo, y podríamos extendernos a EEUU y Japón, superaba sus contradicciones —las luchas y convulsiones clasistas— abría nuevas fases de acumulación, etc., aumentaba su distancia y superioridad en el control social, propaganda y comunicación, además de alienación y coerción sorda, con respecto a unas izquierdas clásicas cada vez más hundidas en los reformismos, las tesis democraticistas burguesas y el retroceso teórico cuando no su abandono definitivo. Una de las deficiencias centrales radicaba en la praxis concienciadora, reducida a mero electoralismo puntual. La responsabilidad no es debida solo a la «superioridad» del capitalismo, también a las propias medidas castradoras de toda experimentación práctica y consiguiente debate teórico.
Queramos o no reconocerlo, nosotros también estamos pagando en algunos aspectos más que en otros, aunque no en todo, pues ya nos habría vencido, esta situación histórica. Ha sido imprescindible repasarla con tanta rapidez para comprender no solo nuestro presente, además nuestras terribles dificultades actuales y la magnitud de los problemas que debemos resolver. Veremos en las páginas siguientes el pesado lastre teórico y práctico que arrastramos, proveniente de nuestro contexto formativo.
2. Nuestras carencias teóricas
Al hablar aquí de carencias teóricas no nos referimos solo a esa gran cantidad de textos que debiéramos estudiar, a esos debates que debiéramos hacer, a esas reflexiones metódicas que debiéramos cumplir, también al lastre teórico del pasado, del edificio teórico-mental que directa o indirectamente construyó la generación abertzale formada a finales de los 60 y comienzos de los 70, que o bien lleva las riendas del MLNV, o bien, lo que es más grave, ha formado a los cuadros posteriores. Aquella generación y sus herederos chocan en muchas cuestiones básicas con la nueva generación. Tal choque, en el tema de la propaganda, divulgación y concienciación, es uno de los causantes de parte de nuestras desdichas.
2.1. Herencia que ahorca
Es instructivo recordar viejos debates que han dejado estructuras reales de intervención política que, hoy mismo, actúan o bien directamente en contra del MLNV, o bien, al margen suyo. Por ejemplo, el argumento fuerte de la escisión de ETA-berri radicaba en que los cambios sociales en los 60, el aumento relativo del bienestar, el crecimiento de la clase obrera, el incipiente sindicalismo, etc., acogotarían las virtualidades de la lucha armada de ETA. Se basaban en ideas de la izquierda europea, de esa izquierda que no prestaba atención a la realidad profunda de identidad popular, de la conciencia nacional. Ideas que minusvaloraban o despreciaban la estabilidad de la socialización primaria, o que incluso desconocían olímpicamente qué era eso. Tales nociones sobrevaloraban la fuerza de manipulación de los cambios inmediatos, de los que afectan a las partes más superficiales de la estructura psíquica.
Otro ejemplo lo tenemos en la escisión de ETA-VI, que también, con sus diferencias con respecto a la precedente en cuestiones que no podemos abordar ahora, sobrevaloraba las partes menos profundas de la identidad colectiva y minusvaloraba las profundas, las que resisten a los cambios superficiales. También con diferencias apreciables en otras cuestiones, pero con una impresionante identidad de fondo en aspectos centrales de la concepción global y unitaria de la concienciación práctica y teórica —en su momento analizaremos detenidamente la dialéctica violencia/concienciación— tenemos la escisión del Frente Obrero de ETA con la creación de LAIA y especialmente de su fracción LAIA-bai. Por último, la creación de EIA y su deriva colaboracionista, cierra la evolución de una de las dos líneas histórico-genéticas contrapuestas internamente a la evolución abertzale.
La otra línea, que también ha sido recorrida por todas y cada una de esas escisiones y que culmina en la escisión dentro de KAS que erróneamente se califica como de HASI, se caracteriza por la minusvaloración de las potencialidades autoorganizativas del Pueblo Trabajador Vasco, la sobreestimación y aceptación dogmática de la forma-partido y todo lo que ello supone y, consiguientemente, en el plano concienciador el mimetismo de las formas tradicionales de las izquierdas europeas. A la vez, obligatoriamente por su hilazón genético-estructural, la a la postre negación de la dialéctica violencia/concienciación. Un ejemplo de ello lo tenemos en que todas esas escisiones, y en especial por lo que nos atañe al MLNV, dentro de nosotros desde comienzos de los 80, adolecen de la minusvaloración cuando no condena de la autonomía de lo social, de las nuevas teorías críticas como el feminismo, del empobrecimiento y exclusiva utilización oportunista contra la central nuclear de Lemoiz del ecologismo, etc.
Ambas líneas tienen una unidad teórica de fondo, substancial y definitoria, incuestionable, de la cual solo aquí profundizaremos su parte de estrategia y táctica propagandística. Línea caracterizada por cuatro puntos: a) menosprecio o incapacidad de compresión de la identidad y psicología nacional vasca; b) ídem con respecto a la función histórica de ETA y sus efectos determinantes y totales en la pedagogía concienciadora; c) lo mismo con respecto a la rica autonomía vasca de lo social y sobreestaminación de la forma-partido, antagónica en su esencia con esa riqueza autoorganizativa y último, d) menosprecio del Estado español, integrado internacionalmente, como centro estratégico de contrapropaganda, decodificación de los registros y referentes nacionales vascos y recodificador de otros desnacionalizadores.
Una demostración humillante de cómo esa línea cuadricéfala pesó determinantemente en la realidad concienciadora, es el de la nula respuesta, superficialidad triunfalista y desconocimiento radical del problema que tratamos, por parte de la izquierda abertzale y de la izquierda cómoda y estatalista ante el profundo cambio de estrategia que supuso el Plan ZEN y los planes secretos. Si bien hubo advertencias premonitorias y críticas internas ante tanta estulticia arrogante, funcionaron las dinámicas autoritarias e inerciales de toda burocracia. Ahora gimoteamos, cuando no lloramos desconsoladamente, por aquel «error», cuando todavía no hemos superado autocríticamente en lo profundo de nuestra concepción teórica las causas estructurales del «error». Lo grave es que, como veremos, toma cuerpo la interrogante: ¿estamos ante otro cambio en la estrategia antiabertzale, o solamente ante una readecuación suya? De todos modos, la urgencia del momento es nítida.
Pero incluso aunque hiciésemos a todo correr, para cumplir el trámite, la autocrítica radical de la tremenda impotencia ante el Plan ZEN —¿qué está pasando con la ley-Corcuera?, etc.— no llegaríamos al fondo del problema de la herencia teórica que nos ahorca en este tema, y en otros. No lo haríamos porque no introduciríamos en la reflexión los restantes agujeros negros de ignorancia y despreocupación que absorben gran parte de las fuerzas del MLNV y neutralizan en gran medida la efectividad de nuestros medios concienciadores.
Nos estamos refiriendo a la nula utilización por nuestra parte de las cuestiones teóricas y de los movimientos prácticos brevemente vistos en el capítulo anterior: las aportaciones del psicoanálisis, antipsiquiatría, psicología y en general de la crítica de la racionalidad dominante —irracionalidad efectiva— en un mundo enfermo psicofísicamente; las decisivas contribuciones revolucionarias del feminismo y de la crítica del patriarcalismo, que nos remiten mediante el Edipo, la institución familiar y las fases oral, anal y genital al punto anterior, en cuanto constructores de los roles de sexo-género y su directa influencia política reaccionaria; las tesis ecologistas en sus aspectos económico, políticos, filosóficos y normativos, con impacto innegable en la forma y sentido de la vida, que es algo mucho más profundo que el politicismo restrictivo al uso del MLNV y, por último, las críticas al falso internacionalismo de la izquierda cómoda, por un lado, y del europeísmo autoritario por otra, críticas que nacen de las profundas razones del antieurocentrismo, algo que el MLNV ni huele.
¿Alguien piensa o cree que estas cuestiones no tienen peso político-electoral o lo tienen de manera accidental, secundaria y pobre? Creerlo así es producto del lastre teórico-histórico descrito. Los vacíos dejados por la izquierda en esos temas agrandan las brechas de penetración de la ideología dominante, de la personalidad sumisa, del miedo a la libertad, de las dinámicas de micropoderes descentralizados y autónomos pero centralizados y guiados estratégicamente por el Estado patriarcal, azuzados a diario por la propaganda y la publicidad, y multiplicados cotidianamente por las disciplinas y explotaciones falsamente apolíticas.
En el apartado 2.6. volveremos con un poco más de detalle sobre el particular al analizar las relaciones complejas entre conciencia e ideología, la misma definición de ideología que tiene el MLNV y sus conexiones profundas con las tesis centrales de Bernstein y, a otra escala, de Lenin, pero apenas, por no decir nada, con las de Marx, así como la función vital de ETA para corregir los peligros de la primera y las ambigüedades de la segunda. También en el apartado 3.2 volveremos a la dialéctica acción-conciencia como una de las alternativas de solución praxística de las limitaciones que nos ahorcan.
En suma, la herencia que nos ahorca en el plano de la concienciación popular viene de lejos, pero está activa en el presente. Esta herencia es una de las causas —inmediatamente veremos otras— del abstencionismo radical existente. También lo es del profundo abismo que nos distancia de la mujer en su generalidad y de nuestra incapacidad para reducirlo. Lo mismo en las dificultades que tenemos para desarrollar nuevos espacios y medios propagandísticos que se muevan fuera del control cuasi total de los medios por el Estado, etc. A lo largo del texto desgranaremos sus manifestaciones y en el último capítulo propondremos alternativas concretas.
2.2. El mito de la comunicación social
Ciertamente, es un mito, un mito que proviene de los años dorados de la burguesía revolucionaria. A finales del siglo XVI, todo el XVII y casi hasta finales del XVIII, en muy contados países los clubs filosófico-científicos, artísticos y políticos a los que asistían burgueses y nobles ilustrados, discutían y debatían de todo trascendiendo al poco a los medios de prensa existentes, negados a las inmensas masas analfabetas y paupérrimas. Fueron decenios de octavillas, pasquines, libelos y murales, periódicos y semanarios que rozaban la legalidad o la transgredían decididamente. Pero fue una comunicación social ceñida a círculos restringidos que influenciaba luego a los círculos cercanos. Para finales del XVIII había concluido esta experiencia que ha servido para mitificar y legitimar el orden propagandístico burgués.
El mito parte de cinco supuestos que incluso ni se cumplieron totalmente en aquellos tiempos, y que desde luego ahora no se cumplen en absoluto. El primero es la igualdad intelectual y de conocimientos de los llamados agentes sociales. Eso aseguraría rigor y seriedad en la comunicación. El segundo es la igualdad de acceso a los medios, o su neutralidad y ecuanimidad. En el caso de no realizarse, o por simple voluntad y derecho, está el tercero, la capacidad de los «ciudadanos» para, según sus puntos comunes, fundar su propia prensa. Los tres supuestos requieren de un cuarto: la no intervención controladora del Estado y/o de cualesquiera otros poderes. Y por último, el supuesto de la no represión, no persecución y no represalias ni intimidaciones de los poderes por el ejercicio de la libertad de expresión y por el ejercicio de los cuatro supuestos anteriores.
No vamos a insistir en una crítica del mito, pues es obvio que en la realidad clasista, de opresión nacional y de sexo-género, patriarcal, no se cumplen ninguno de aquellos supuestos. Sí tenemos que decir que las cuatro corrientes críticas —socialdemocracia de centro y de izquierda, anarquismo y bolchevismo— se movieron siempre dentro de los parámetros formales pese a su radicalismo, de denuncia: como ejemplo ponemos la crítica más dura de ellas, la de Lenin en su debate con Kautsky, y las críticas libertarias del anarquismo. Aspectos centrales como la teoría de la alienación, etc., no se emplearon. Ya hemos repasado la evolución de esas posturas y de sus plasmaciones en el campo de la concienciación revolucionaria.
Sí tenemos que profundizar la crítica a esos supuestos desde las aportaciones inestimables desarrolladas fuera del estúpido dogmatismo de las izquierdas. Por ejemplo, sin matizar, el psicoanálisis ha demostrado que esa comunicación social justo llega a la superficie de la consciencia, quedando fuera de sus efectos el universo inconsciente y subconsciente de la personalidad individual y colectiva. Todo un mundo irracional y desconocido, cargado de culpabilidades, miedos, ansiedades, represiones, sublimaciones, transferencias, neurosis, histerias, esquizofrenias, etc., queda al margen de esa comunicación en apariencia todopoderosa. Un mundo que convive con la personalidad individual y colectiva, formado desde los primeros instantes de la vida, resistente en sus actitudes profundas a las presiones superficiales.
La antipsiquiatría ha enseñado que la comunicación oficial no es sino el traslado autoritario de órdenes y mandatos neurotizantes, sadomasoquistas y esquizoides, mientras que existen otras comunicaciones subversivas o simplemente no integradas en el poder. Ha demostrado que la «locura», además de estar en todos, es también un proceso sociopolítico determinante en la llamada comunicación social. La psicología ha mostrado que las trampas y las manipulaciones en la comunicación social no son tan efectivas como se dice gratuitamente sobre las zonas débiles y externas de la personalidad, las mutables e incluso sugestionables, pero también afirma que existen técnicas de manipulación tanto más efectivas cuanto que hayan descubierto el filón subconsciente de la dependencia, inseguridad, ansiedad, culpabilidad, etc., de las masas, o de sus frustraciones y ansias acumuladas durante generaciones en la trastienda de la memoria histórica.
El feminismo ha demostrado que la comunicación social es un monólogo patriarcal que, por una parte, excluye a la mujer de todas las esferas comunicacionales, especialmente de las decisorias, y por otra, convierte esa exclusión en opresión, nada más concretarse materialmente. Ha demostrado a la vez que la razón patriarcal limita, empobrece y especializa la comunicación social en todas sus formas, y que es en los períodos preelectorales y decisivos políticamente cuando el lenguaje patriarcal se vuelve más machacón, insistente y efectivo. Por su parte, la crítica del eurocentrismo muestra cómo la razón eurocéntrica justifica el orden simbólico y el imperialismo, así como sus códigos y normas. El racismo, la xenofobia, el rechazo de lo externo, etc., son instrumentos autoritarios que, convenientemente manipulados por el poder, condicionan la comunicación social. Por último, el consumismo y el modelo de vida eurooccidental criticado por la ecología, desmitifica la comunicación social al demostrar su dependencia para con los valores capitalistas.
Desgraciadamente, a lo sumo que llega la izquierda es a aceptar las conocidas críticas al proceso de construcción de la realidad social que realizan los medios. Nos estamos refiriendo a las críticas a la mecánica intraperiodística de elaboración de la noticia, de selección del hecho y su interpretación y encuadre, etc. No negamos su valía, que es mucha, pero hemos de insistir en la cortedad de su visión al dejar de lado esos mundos y espacios ignotos, unos inaccesibles y otros muy resistentes a la manipulación. Visión corta también al no considerar el desarrollo de la industria de la comunicación y de la cultura, con sus efectos nuevos y cualitativos, como veremos en el apartado siguiente. Corta también al ver solo superficialmente la dialéctica Estado/transnacionalización, en el plano general y en el plano específico de Hegoalde, al reducir la dirección del Estado al Pacto de Ajuria-Enea. Por último, cortedad de visión al plantear muy débilmente otros medios de propaganda y concienciación que superen las limitaciones vistas y abran o amplíen nuevos espacios comunicativos y concienciadores.
Todos conocemos la maquinaria de fabricación social de la realidad, ese proceso atentamente controlado por el poder que empieza en referencia, sigue en signo, continúa en registro y concluye en representación de lo real, para empezar otra vez una referencia nueva marcada ya por la representación, lo que hace que, cuando menos, nos movamos siempre dentro de la doble representación de lo real, que no solo en su reflejo según la doctrina estalinista. Tal maquinaria, efectiva y terrible, que se perfecciona con el impacto televisivo, construye la objetividad oficial y su subjetividad correspondiente. Los parámetros definidores de lo real quedan así dentro de la lógica del poder que, gracias a ese par objetivo/subjetivo construye a la vez los límites de lo pensable, de la posible y de lo necesario; es decir, de lo político como globalidad. Ahora bien, tal demarcación de la comunicación social tiene sus propios límites insalvables.
La propaganda política y la publicidad comercial, que cada día se unen más, y que tienden a copar toda la comunicación social en sus planos mercantiles, comerciales e institucionales, se obturan en su galopar y cosechan estruendosos fracasos cuando chocan contra la comunicación intragrupal e intergrupal. Los grupos o colectivos autocentrados, con identidad propia basada en el mismo proceso común de socialización primaria, de primeros momentos de asentamiento de su estructura psíquica grupal e individual, resisten muy bien la manipulación de la doble representación de lo real.
Ello es debido a una triple razón que actúa simultáneamente en la colectividad e individualidad: primero, las actitudes básicas forman parte de una pauta integrada de praxis, de modo que ninguna actitud básica puede ser cambiada aisladamente, ella sola, al margen del cambio global; segundo, las actitudes periféricas, aun siendo más inestables, también se sostienen en la unidad grupal referencial resultando extremadamente difícil transformarlas aisladamente fuera de la transformación de las actitudes periféricas, que no básicas, del grupo y tercero, todo intento de forzar ilegítimamente las periféricas del individuo tiende casi ineluctablemente al fracaso debido a que este siente el forzamiento como despersonalización y desarraigo de sí y de su identidad grupal.
Los poderes astutos saben la limitación triple descrita y buscan cambiar la identidad periférica grupal como paso previo e imprescindible o, a la desesperada, romper el grupo para debilitar primero y después destruir la identidad individual. Simultáneamente, crean otro grupo referencial absorbedor de las ansiedades, angustias e inseguridades aparecidas al perderse la autoidentidad del sujeto en cuanto individuo grupal. El grupo referencial alternativo debe empero poseer debilitado, pero aparente, algún registro o código primario, profundo y substancial anterior, que le legitime, atraiga al individuo y llene su vacío. Entre la multitud de ejemplos, ponemos dos: la dispersión de los prisioneros vascos y las facilidades para la «discusión» sobre un modelo «democrático» de resolución del conflicto —que actúa de señuelo de legitimidad profunda— como paso para su arrepentimiento efectivo, pero oculto y otro, la reducción del euskara a simple referencia académica y asignatura opcional como señuelo legitimador de la desnacionalización y deseuskaldunización.
Sin embargo, existen mecanismos relativamente efectivos a escala amplia, y menos a escala grupal cohesionada, que permiten el forzamiento subconsciente y en algunas cuestiones inconsciente de un sujeto o colectivo no muy cohesionado y sólido, o sea de sus actitudes periféricas y en menor medida profundas y básicas. El psicoanálisis nos ha enseñado a nosotros y al poder que hay fuerzas inconscientes y subconscientes susceptibles de ser manipuladas en beneficio del orden mediante una sabia excitación propagandística, manipulación publicitaria o, lo que es más efectivo, ambas cosas.
Vamos a sintetizarlas en seis: una, la racionalización conformista o mal menor, que permite aceptar la explotación con el dicho popular de que es mejor malo conocido que bueno por conocer; dos, para controlar la frustración por una promesa electoral, política, personal, etc., incumplida se propicia la substitución de dependencias y de sus objetivos, de modo que es posible recuperar la confianza perdida; tres, la proyección hacia terceros, sean pueblos, clases o individuos de la propia culpabilidad, de los aspectos negativos de la propia imagen subconsciente de la personalidad grupal o individual; cuatro, o un proceso contrario a la proyección como es el de la identificación, mediante la cual el sujeto se identifica con el líder o con lo que sea; cinco, o también la compensación de las expectativas frustradas del sujeto mediante un impulso, señuelo, reclamo o referencia que no estaba en la frustración anterior y, último, seis, el conformismo que nace de la incapacidad de ser uno mismo y del miedo a intentarlo, convirtiéndose en un ideal de ser como la mayoría, como lo común, conformándose con su miseria gregaria.
La llamada opinión pública está mediatizada y condicionada en muchos aspectos por estos seis factores. Mientras que, por lo común, nosotros centramos nuestra atención en las manipulaciones directamente políticas del enemigo en su medio, dejamos de lado el desenvolvimiento diario en todos los medios, especialmente en la radio y TV, de esos instrumentos. No nos damos cuenta de que su efectividad aumenta en la radio y TV, y también en programas que no tienen nada que ver con la tele-basura, que es lo único que criticamos de la TV. El enemigo sabe su eficacia y la refuerza con algo fundamental: tiñe, barniza su propaganda con aires de positividad, de optimismo controlado y de alternativa. Lo hace, aunque no sea propaganda política. Lo hace porque sabe que así manipula mejor los seis boquetes de la estructura psíquica de masas, necesitadas, ansiosas de recibir promesas, expectativas de solución y sensaciones de fuerza y orden. Todo ello es mucho más dañino que todos los editoriales y proclamas diarios de la prensa escrita.
Probablemente, más de uno pensará que despreciamos o al menos minusvaloramos la capacidad de consciencia de las masas. Se equivocan. La valoramos altísimo porque es bajísima. Precisamente ese es uno de los méritos del MLNV y de las izquierdas revolucionarias en general. Conociendo el poder del Estado, conociendo la alienación y la estructura psíquica dominante de masas, que es la que el poder necesita, por cuanto la ideología dominante es la ideología de la clase dominante y nación dominante; conociendo el abrumador analfabetismo funcional y la incultura media avasalladora; constatando el estado de malestar y patología psicofísica, de miseria sexo-afectiva y de abulia ético-moral, sabiendo todo eso y más, es cuando menos para estar contento por el grado alcanzado, pese a nuestros errores reiterados.
Ocurre que tenemos una muy mala e irreal visión de lo que son las masas oprimidas en su realidad global. Este es un ejemplo claro de que colgamos de una herencia teórica que ahorca. Por razones que hemos intentado explicar arriba, las izquierdas han terminado aceptando la concepción de la burguesía ilustrada del ser humano, anterior al irracionalismo burgués decadente actual. Partiendo de ahí, de ese lastre, somos incapaces de comprender no solo qué y cómo son esas masas, sino también, y a lo que vamos, qué y cómo es la llamada comunicación social entre ellas y, fundamentalmente, contra ellas. Por lo tanto, el grueso de la praxis comunicativa del MLNV se sustenta sobre tesis inservibles.
La comunicación social en su forma consciente y clásica es infinitamente menor de lo que pensamos. No negamos su importancia, pero insistimos en tres cuestiones: una, su importancia es más subconsciente e indirecta, que directa y consciente; dos, es más que nada un monólogo unidireccional del poder al pueblo, y no a la inversa, y apenas del pueblo para el pueblo mismo, aunque sí existe intercomunicación popular, pero a otra escala, muy sectorializada y cuarteada, y en grado muy reducido y último, tres, su efectividad aumenta especialmente en o casi se reduce a la comunicación intragrupal, o sea dentro de los parámetros referenciales marcados por las identidades profundas que aseguran las fidelidades o, al menos, retrasan considerablemente los cambios de opinión y los condicionan con mezclas e hibridajes.
Por tanto, la sobrevaloración de la efectividad de la comunicación social en el plano consciente impone una sobrevaloración de las técnicas y sistemas comunicativos tendentes a ese fin, a la vez que, simultáneamente, minusvalora la decisiva importancia de otros dos campos: uno, lo que está debajo de la punta del iceberg de la estructura psíquica y otro, los sistemas de contacto y diálogo, de convivencia y complicidad, de oferta y apoyo. Bien es cierto que el MLNV ha intentado corregir esta segunda parte mediante la campaña eskuz-esku, pero se trata de un esfuerzo loable, aunque muy limitado, aislado de la totalidad y ceñido a una corta campaña electoral.
Lo grave de esa sobrevaloración, aparte de todo lo expuesto, es que termina condicionando la mentalidad y dinámica diaria de la praxis comunicativa, asumiéndose la lógica dominante sobre los comunicados y notas de prensa, las comparecencias ante los periodistas, las filtraciones controladas, etc. Se inicia así una pendiente hacia abajo que abandona los campos anteriores y que, encima, busca la fácil comprensión, sacrificando, además de la radicalidad, el rigor. Es verdad que existen una técnica y unas reglas obvias sobre comunicados, ruedas de prensa, etc., pero, primero, lo son solo en su encuadre y con sus limitaciones; segundo, pierden gran parte de su efectividad cuando los periodistas y los medios sabotean y manipulan, como sucede siempre, nuestros comunicados y tercero, terminan perdiendo su efectividad restante cuando no se expanden en la cotidianeidad social debido a nuestro abandono de los otros dos campos descritos. Así, la sobrevaloración se convierte en una peligrosa trampa absorbente. Si tuviéramos que poner un símil sería el de la presencia en el parlamento: sin un permanente contrapoder popular y obrero, callejero, se transforma en parlamentarismo, en un agujero negro que todo lo engulle.
Por último, para concluir este apartado tenemos que comprender la simbiosis conceptual entre «medios de comunicación de masas», «comunicación social» y «opinión pública». Aunque cada uno se refiere a partes precisas de la sociología burguesa, tienen una unidad básica: disolución de las diferencias objetivas y subjetivas de clase, sexo y etnia-nación en una masa amorfa, invertebrada en cuanto a las estructuras de opresión y explotación, pero multiseccionada con base en los status culturales y niveles de ingreso, y reunificada otra vez en la sumisión a las modas publicitarias, gregarización despersonalizada e individualismo masificado. De esta forma se monta un puzle caótico, manipulable a placer y distorsionador de la realidad.
La «opinión pública» la construye el poder mediante un instrumental que no podemos analizar aquí. Aceptada su existencia, se debe aceptar su «objetividad», es decir, su carácter de «verdad» y de «voluntad social». Ya en este grado de miseria teórica y práctica, en las redes del pensamiento burgués, se debe aceptar la disciplina del «juego democrático» que es la expresión de la «opinión pública» mediante la «comunicación social» realizada en los «medios de comunicación de masas». Se cierra el cepo de la «voluntad popular» y en su interior se asfixian las libertades y dignidades humanas.